No
le rinde cuentas a nadie. Escaprichoso.
Puede ser complaciente si está de buen humor o malvadopor llevarle la contraria a su propio estado
de ánimo. A veces es ligeramente razonable y le da por sopesar los actos
diurnos de los hombres. Puede ser bondadoso con los miserables. A un mendigo
que duerme cobijado con periódicos, le puede suministrar sábanas de seda china
y pieles de armiño. En asuntos de amor se inclina a favorecer a los solitarios o a los que tienen a sus amados muy lejos. Reparte noche a noche hombres
magníficos a damas pesarosas y mujeres espléndidas a los más extravagantes
engendros. No existe nada que se le niegue. Puede hacer que un hombre, con toda
frialdad, rebane sus dedos, sus manos, sus muñecas, sus brazos en delgadísimas
tajadas con una cortadora de jamón. A veces, por simple descuido o capricho,
reparte sueños equivocados. Convierte a un hombre sano y orgulloso de su
virilidad, en una prostituta de lo más vulgar y vulnerable. 0 transforma a un
anciano en una bicicleta nueva que vuela cuesta abajo. También suministra
placidez a los que están al borde del suicidio. Visita a todos los durmientes,
pero son pocos los que recuerdan su rostro. La verdad es que nadie lo puede
reconstruir en medio del tráfago de la vigilia. Para lograrlo sería necesario
vivir exclusivamente para atisbar los deslices del sueño. De todos modos está
ahí, sentado al lado de las camas desde el instante en que las personas cierran
los ojos. Entonces les pone sus dedos sutiles sobre los párpados y espera a
través de ellos sentir las pupilas temblorosas, dispuestas a contemplar los
paisajes de la noche. El tiempo diurno lo pasa maquinando las fantasías que
ofrecerá a sus protegidos en cuanto les llegue el sueño. El hombre de los
sueños es el eterno insomne. No tiene tiempo par dormir. Si durmiera, los
hombres carecerían de sueños. Y si los hombres carecieran de sueños, sin duda,
habría más catástrofes y crímenes de los que agobian al mundo. Hay quienes
piensan que cada persona tiene su propio hombre o mujer de sueños. Algunos
osados se atreven a pensar que el hombre de los sueños es la única divinidad
auténtica a la que pueden tener acceso los seres humanos.
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