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El Señor de los sueños

junio 11, 2015

Guarida

No le rinde cuentas a nadie. Es  caprichoso. Puede ser complaciente si está de buen humor o malvado  por llevarle la contraria a su propio estado de ánimo. A veces es ligeramente razonable y le da por sopesar los actos diurnos de los hombres. Puede ser bondadoso con los miserables. A un mendigo que duerme cobijado con periódicos, le puede suministrar sábanas de seda china y pieles de armiño. En asuntos de amor se inclina a favorecer a los solitarios o a los que tienen a sus amados muy lejos. Reparte noche a noche hombres magníficos a damas pesarosas y mujeres espléndidas a los más extravagantes engendros. No existe nada que se le niegue. Puede hacer que un hombre, con toda frialdad, rebane sus dedos, sus manos, sus muñecas, sus brazos en delgadísimas tajadas con una cortadora de jamón. A veces, por simple descuido o capricho, reparte sueños equivocados. Convierte a un hombre sano y orgulloso de su virilidad, en una prostituta de lo más vulgar y vulnerable. 0 transforma a un anciano en una bicicleta nueva que vuela cuesta abajo. También suministra placidez a los que están al borde del suicidio. Visita a todos los durmientes, pero son pocos los que recuerdan su rostro. La verdad es que nadie lo puede reconstruir en medio del tráfago de la vigilia. Para lograrlo sería necesario vivir exclusivamente para atisbar los deslices del sueño. De todos modos está ahí, sentado al lado de las camas desde el instante en que las personas cierran los ojos. Entonces les pone sus dedos sutiles sobre los párpados y espera a través de ellos sentir las pupilas temblorosas, dispuestas a contemplar los paisajes de la noche. El tiempo diurno lo pasa maquinando las fantasías que ofrecerá a sus protegidos en cuanto les llegue el sueño. El hombre de los sueños es el eterno insomne. No tiene tiempo par dormir. Si durmiera, los hombres carecerían de sueños. Y si los hombres carecieran de sueños, sin duda, habría más catástrofes y crímenes de los que agobian al mundo. Hay quienes piensan que cada persona tiene su propio hombre o mujer de sueños. Algunos osados se atreven a pensar que el hombre de los sueños es la única divinidad auténtica a la que pueden tener acceso los seres humanos.




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