Impotencia. 5o. cuento de la serie, cunninlinggus
junio 12, 2015
El pintor quiso pintar cuadros que sabía
estaban en sus manos y en su imaginación. Estuvo toda una semana ante el
lienzo, con el pincel en ristre y la paleta de los colores en la mano derecha.
Durante siete días llegó el anochecer sin que el pintor se atreviera a
seleccionar un solo color o a aventurar un triste trazo. Tomó la decisión de
destruir todos sus cuadros del pasado. Decidió hacer un viaje. Llevaría consigo
apenas lo básico para sobrevivir y la tranquila certeza de que en el camino
encontraría la respuesta a sus angustias. Le tocó alojarse en un hotel en medio
del bosque y del silencio más impresionante. Se acostó cansado, dispuesto a
dormir. Apenas estaba vislumbrando los primeros bordes del sueño comenzó a
escuchar suspiros. Ay, ay, ay, suspiraba alguien en la habitación vecina. Se
removió inquieto y regreso al sueño. A media noche volvió a despertar. Los
suspiros continuaban. Ay, ay, ay. El pintor sonrió y volvió a la cama. La vida
tiene sus pequeños misterios y hay que saber respetarlos. A las cinco de la
mañana de nuevo estuvo despierto. Los suspiros seguían. Ay, ay, ay. El pintor,
casi feliz, sabiéndose irresponsable y con una arista de culpa, decidió develar
el misterio. Buscó la forma de observar lo que sucedía en el cuarto vecino. Con
una navajita comenzó a rascar suavemente la leve pared al tiempo que los
suspiros acompasados como un implacable batallón en marcha retumbaban en el
bosque. Al fin pudo ver lo que ya había imaginado, pero no comprendido. Tendida
sobre la cama había una mujer que tenía en su rostro una expresión de
espléndida felicidad, de paz, de gozo. Al lado de ella estaba un hombre que la
acariciaba con la lengua, la acariciaba con una paciencia de gota sobre la
piedra de los siglos, de ola sobre la arena, de sombra bajo el árbol, la
acariciaba con trazos levísimos y lo hacía con tal minucia, que uno pensaría
que no deseaba dejar nada al azar y que del trabajo de aquel hombre dependía no
sólo el placer, sino la belleza y la vida de aquella criatura que yacía sobre
la cama suspirando. Decidió abandonar sus vacaciones y regresar al trabajo.
Volvió a su estudio y comenzó a pintar. Pintó exactamente lo mismo que había
pintado antes del paseo, pero ahora lo hizo con un esplendor asombroso. El
pincel se deslizaba sobre el lienzo con delicada sabiduría. Cuando le
preguntaron su secreto, el pintor no dijo ni una sola palabra. Solamente
sonrió, mientras pensaba que la vida tiene sus secretos y que hay que saber
respetarlos.
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