SUCEDIÓ EN LA HABANA
noviembre 30, 2016
Esto que cuento sucedió hace más de 20 años pero podría haber sucedido la semana pasada... con lo que se demuestra que nada ha cambiado desde entonces...
Estoy en el
Tropicana. Una vez terminado el show la orquesta interpreta canciones
bailables. Cerca de la mesa de los miembros del tour una chiquilla ha estado
haciendo escándalo desde hace un buen rato. Lleva una cinta ciñendo sus sienes.
Tiene aires de hermoso engendro de indígena sioux y odalisca griega. Su rostro
es redondo y bello y exhibe una plenitud diríase desbordante. Desde su silla
lleva el ritmo con todo su cuerpo, aplaude, grita. Su alegría se me antoja
excesiva. Al pasar al lado de ella, Rayza, que así se llama, pronto lo sabría,
me dice, hola amigou, y me ofrece gratuita y bellamente sus
mejillas para que las bese, ¡mejilla izquierda, mejilla derecha!, como los
franceses, dice. Disfrutar de su piel es un obsequio que agradezco con
efusividad. La gripe se me disipa como por ensalmo. 23 de diciembre. Estuve con
Rayza, mi amiguita cubana, y con su hermana, Etiopía, en El Pico Nevado, al que
se llama también Rincón del Feeling. Pasé una noche agradable. La madurez de
Rayza, su indudable sabiduría de la vida, a sus 16 años, son asombrosos. Los
compañeros del tour, maestros, gente de oficina, un cantante de canciones de
Roberto Carlos y alguna solterona que se dedica al jogging, se mantienen
unidos, pero aparte del resto de la humanidad presente, como si temieran ser
contaminados por los cubanos, que podrían ser hasta comunistas. Me miran
reprobadores. Parecen personajes de telenovela pensando en voz alta: Debería
darte vergüenza, amigo: podrías ser su padre. En ese mismo momento Rayza me
dice: Podrías ser mi padre. Y en efecto: podría ser su padre: yo tengo treinta
y tres años. Ahora que escribo lo que estoy escribiendo estoy demasiado mareado
por el ron Habana para expresar lo que sentí hacia esa chiquilla. A Etiopía,
que condesciende a cuanto a su hermana se le ocurra, le dio frío y se sintió
mal. Fuimos hacia la parada de la guagua, en el malecón, y allí nos sentamos a
conversar. Llegó un combatiente internacionalista, que se identificó como
combatiente internacionalista y quiso investigar lo que calificó como extraña
relación entre dos cubanas y un extranjero. Yo las tenía a las dos abrazadas
por los talles y reíamos a carcajadas. Tal vez estábamos haciendo más escándalo
del soportable y legalmente permitido. El combatiente, que me mostró un documento
en el que se certificaba que había estado en Angola, me preguntó mi
nacionalidad. Le respondí que era de Mongolia Central. Eso lo desorientó. ¿Qué
idioma hablan en Mongolia Central?, preguntó. Español, claro, eso lo sabe
cualquiera. Me estás mintiendo, amigo, debes ser un espía americano. Después
hubo una larga y deplorable discusión sobre nacionalidades, embrollo que corté
haciendo una pública declaración de amor a Cuba, y especialmente a las cubanas.
Me puse de rodillas, le tomé una mano al combatiente, le di un beso en la mano,
un beso de vasallo. El muchacho se alejó entre acongojado, feliz, avergonzado y
suspicaz. Etiopía lo había regañado enhebrando citas de José Martí. Citas que
me dejaron algo turulato. ¿Eso dijo José Martí? No, no lo dijo, pero para el
caso podría haberlo dicho, era un hombre muy inteligente y además… guapo. Él
muy inteligente y tú, colombiano, muy ignorante. Ignorante y cursi, sin duda:
es inevitable enamorarse de Cuba, por más desconchadas que estén las paredes de
la ciudad vieja y por más comunistas que haya por metro cuadrado. Se nos acercó
un mulato: miró a Rayza y a Etiopía y tras considerarlas como quien va a
comprar esclavas en un bazar de El Cairo, dijo: “Chico, son preciosas, se te
cae la baba por las cubanitas, se te cae y puedes recogerla en una toalla y
exprimirla cinco veces”. El mulato le estaba haciendo la corte a una mexicana
de ojos claros, grandes y cristianos. Tú crees, me preguntó en secreto, que yo
pueda hacer con ella lo que tú quieres hacer con Rayza. Y, quién le dijo a mi
mulato que yo quiero hacer algo con Rayza. Chico, estarías mal de la cabeza si
no quisieras llegar con ella al fondo esta misma noche. El mulato me miraba
risueño. Sabe que a las cuatro de la mañana, bajo la luna cubana, al lado del
mar, es imposible mentir o jugar a la hipocresía con un amigo. Mira, agregó,
todos los días estoy más loco por las cubanas. Mientras habla no cesa de
moverse y gesticular como un cormorán que parece danzar al ritmo del movimiento
de las olas. Qué tú quieres que haga, chico, aquí uno vive haciendo el amor o
haciendo filas. Si uno de verdad quiere singar puede hacerlo 365 días al año
con una mujer diferente cada día, mulatas, rubias, blanquitas, negras, pintas,
albinas, mongolitas, uno se enferma de amor por las cubanas, chico, el mundo
está bien hecho: si no tuviéramos que parar el fornicio para comer y dormir
este país se iría a la mierda bailando.
Estoy en el
Tropicana. Una vez terminado el show la orquesta interpreta canciones
bailables. Cerca de la mesa de los miembros del tour hay una chiquilla que ha
estado haciendo escándalo desde hace un buen rato. Lleva una cinta en torno a
la cabeza y eso le da un aire entre indígena sioux y odalisca griega. Su rostro
es redondo y bello, como de virgen bizantina. Desde su silla lleva el ritmo con
todo su cuerpo, aplaude, grita. Su alegría se me antoja excesiva. Al pasar al
lado de ella, Rayza, que así se llama, pronto lo sabría, me dice, hola migo y
me ofrece gratuita y bellamente sus mejillas para que las bese, ¡mejilla izquierda,
mejilla derecha!, como los franceses, dice. Disfrutar de su piel es un obsequio
que agradezco con efusividad. La gripe se me disipa como por ensalmo. 23 de
diciembre. Estuve con Rayza, mi amiguita cubana, y con su hermana, Etiopía, en
El Pico Nevado, al que se llama también Rincón del Feeling. Pasé una noche
agradable. La madurez de Rayza, su indudable sabiduría de la vida, a sus 16
años, son asombrosos. Los compañeros del tour, maestros, gente de oficina, un
cantante de canciones de Roberto Carlos y alguna solterona que se dedica al
jogging, se mantienen unidos, aparte, como si temieran ser contaminados por los
cubanos. Me miran reprobadores. Parecen personajes de telenovela pensando en
voz alta: Debería darte vergüenza, Marco: podrías ser su padre. En ese mismo
momento Rayza me dice: Podrías ser mi padre. Y en efecto: podría ser su padre:
yo tengo treinta y tres años. Ahora que escribo lo que estoy escribiendo estoy
demasiado mareado por el ron Habana para expresar lo que sentí hacia esa
chiquilla. A Etiopía, que condesciende a cuanto a su hermana se le ocurra, le
dio frío y se sintió mal. Fuimos hacia la parada de la guagua, en el malecón, y
allí nos sentamos a conversar. Llegó un combatiente internacionalista, que se
identificó como combatiente internacionalista y quiso investigar lo que
calificó como extraña relación entre dos cubanas y un extranjero. Yo las tenía
a las dos abrazadas por los talles y reíamos a carcajadas. Tal vez estábamos
haciendo más escándalo del soportable. El combatiente, que me mostró un
documento en el que se certificaba que había estado en Angola, me preguntó mi
nacionalidad. Le respondí que era de Mongolia Central. Eso lo desorientó. ¿Qué
idioma hablan en Mongolia Central?, preguntó. Español, claro, eso lo sabe
cualquiera. Me estás mintiendo, amigo, debes ser un espía americano. Después
hubo una larga y deplorable discusión sobre nacionalidades, embrollo que corté
haciendo una pública declaración de amor a Cuba, y especialmente a las cubanas.
Me puse de rodillas, le tomé una mano al combatiente, le di un beso de vasallo.
El muchacho se alejó entre acongojado, feliz, avergonzado y suspicaz. Etiopía
lo había regañado enhebrando citas de José Martí. Citas que me dejaron algo
turulato. ¿Eso dijo José Martí? No, no lo dijo, pero para el caso podría
haberlo dicho, era un tío muy inteligente. Él muy inteligente y tú, colombiano,
muy ignorante. Ignorante y cursi, sin duda: es inevitable enamorarse de Cuba,
por más desconchadas que estén las paredes de la ciudad vieja. Se nos acercó un
mulato: miró a Rayza y a Etiopía y tras considerarlas como quien va a comprar
esclavas en un bazar de El Cairo, dijo: “Chico, son preciosas, se te cae la
baba por las cubanitas, se te cae y puedes recogerla en una toalla y exprimirla
cinco veces. El mulato le estaba haciendo la corte a una mexicana de ojos
claros, grandes y serenos. Tú crees, me preguntó en secreto, que yo pueda hacer
con ella lo que tú quieres hacer con Rayza. Y, quién le dijo a mi mulato que yo
quiero hacer algo con Rayza. Chico, estarías mal de la cabeza si no quisieras
llegar con ella al fondo esta misma noche. El mulato me miraba risueño. Sabe
que a las cuatro de la mañana, bajo la luna cubana, al lado del mar, es
imposible mentir o jugar a la hipocresía con un amigo. Mira, agregó, todos los
días estoy más loco por las cubanas, mientras habla no cesa de moverse y
gesticular en un baile de cormorán que parece danzar al ritmo del movimiento de
las olas. Qué tú quieres que haga, chico, aquí uno vive haciendo el amor o
haciendo filas. Si uno de verdad quiere puede hacerlo 365 días al año con
mujeres diferentes, las mulatas, las rubias, las blanquitas, las negras, uno se
enferma de amor por las cubanas, chico, el mundo está bien hecho: si no
tuviéramos que parar el fornicio para comer y dormir este país se iría a la
mierda bailando.
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