Marco Tulio Aguilera entre la luz y las tinieblas

Sobre la novela Formas de luz (el sentido de la melancolía), de Marco Tulio Aguilera Garramuño

FÉLIX LUIS VIERA
Formas de luz (el sentido de la melancolía) Marco Tulio Aguilera Garramuño
Universidad Veracruzana, Colección Ficción, México, 2018.

Formas de luz (el sentido de la melancolía), la más reciente novela de Marco Tulio Aguilera Garramuño (MTAG), clasifica entre lo mejor de este escritor colombiano avecindado en Xalapa, México, hace ya más de 30 años.
Pero si comparamos con lo semejante (a MTAG con MTAG, por ejemplo) no queda calibrada la calidad de la obra de un autor. Solamente cuando se compara con obras o autores exteriores, ya sean colombianos, latinoamericanos o mundiales, es posible dar indicios de la calidad.
Sería conveniente introducir y relacionar a la obra que nos ocupa con la corriente de la novelística latinoamericana, ya sea con Juan Carlos Onetti o algún otro autor que haya incursionado en los temas de la intimidad, la pareja hombre-mujer o los desordenes mentales… que son los recurrentes de Formas de luz
Junto con Historia de todas las cosas, la novela que hoy comentamos forma el dúo insignia de un autor que ha obtenido no pocos galardones por una obra tan vasta en números como en calidad.
MTAG es uno de esos novelistas —que ya hoy en día no abundan— que ha creado para sí y para el público, su novelística, digamos, individual, distintiva, y, como debe ser para esta consecución, copiosa.
Me explico. Cuando recorremos, como es el caso de este servidor, las diversas piezas del género entregadas por MTAG, encontramos al mismo autor, pero distinto.
Me explico. Son ya siete novelas las que conforman la saga de Ventura —personaje megaerótico, alabancioso, ególatra en suma, artista, deportista, adicto a los excesos de amor y a las hazañas deportivas—, y en todas se repiten los personajes principales, semejantes digo pero con distinta “pinta”; y además en novedosos escenarios; y con rasgos de temperamento, de carácter profundizados si los comparamos con la entrega anterior.
Pero ahora, en Formas de luz, hay un cambio, opino que para bien: Atanasia, la esposa de Ventura, es llevada por el autor hasta lo más alto del firmamento, de modo que ella se convierte en el personaje principal de la obra. Y no solo eso, sino que resulta una figura femenina de antología. Flaubert afirmaba que toda gran novela debería tener un gran personaje femenino. Hay que decir que esta obra lo tiene.
La sapiencia de vida de Atanasia, su firmeza, su valentía, esa combinación de ternura y aspereza por rachas, la convierten, decía, en un personaje-mujer que, además de totalmente creíble, viene a ser un encanto, un paradigma en cuanto a ciertos aspectos de la condición humana. Yo le reprocharía a MTAG: ¿por qué no nos hizo llegar una puesta coital de Atanasia? Eso, atendiendo a los factores antes mencionados, hubiera resultado una cima de campeonato. En anteriores obras el autor se había regocijado narrando con deleite y gran arte actos de amor o eros verdaderamente memorables (recordar Mujeres amadas, La insaciabilidad, La honesta lujuria, novelas anteriores de lo que el autor llamó con gran ambición y sin recato El libro de la vida —que, debe recordarse, tiene una primera mención en la Biblia y se refiere al libro en el que están consignados los nombres de las personas que habrían de salvarse tras el Apocalipsis).
Otro personaje bien levantado en Formas de Luz es el hijo del matrimonio protagonista, llamado Ático, casi siempre un observador mudo, si bien en ocasiones resulte la indolencia juvenil en persona —tal vez como consecuencia de constituir la tercera pata de una mesa que… ¿se mantendrá coja hasta el final?
Como en otras novelas anteriores de las cuales Ventura es el eje fundamental, en esta tenemos a la hermosa y enigmática Irgla, ahora geográficamente distante…, pero solo geográficamente. Porque en esta novela se convierte en una especie de villana despiadada (cuando en entregas anteriores era o parecía ser el-gran-amor de la vida de Ventura).
Personajes para gozar en verdad son los siete hermanos de Atanasia —curiosamente todos varones y todos con nombres de príncipes aztecas, en general vividores, indolentes, insoportables— o varios del piquete de intelectuales jalapeños o psiquiatras y neurólogos como Moncayo o Nereo Pinto, respectivamente. Todo un muestrario de personajes pintados con arte balzaciano.
Formas de luz, que corre a lo largo de 457 páginas —publicada a cuatro manos por la Editorial de la Universidad Veracruzana, la  Secretaría de Cultura de México, el Instituto Nacional de Bellas Artes y la Secretaría de Cultura del Estado de Michoacán, y que recibiera recientemente el “Premio Bellas Artes de Novela Rubén Romero”— nos llega con dos líneas argumentales principales: la depresión de la cual es víctima Ventura —protagonista apenas vivo, que pasa su existencia en el fondo del pozo de la melancolía—, y un supuesto “atacante” incógnito, que algunas veces pasa de las acechanzas al estropicio contra la pareja Ventura-Atanasia, y cuyo hacer en las sombras nos mantendrá expectantes hasta las páginas finales.
La depresión que sufre Ventura se alterna, digamos, con sus ánimos eróticos que en ocasiones lo llevan a, más que ejecutar, rememorar “glorias pasadas”; lo cual se convierte en un espléndido recurso que MTAG utiliza en uno y otro capítulo, para lucirse en cuanto a mover pasado-presente de modo que atrape al lector al levantar la intensidad, la tensión narrativa.
Tal vez no estaba en los planes del autor, mas aparte del par de vertientes temáticas antes citadas, surge otra: esa de la que se ocupa Ventura-narrador (que en ocasiones nos habla en primera persona del singular y en otras en tercera) y que, de modo creo que impensado por MTAG, sostiene uno de los aspectos más sobresalientes de Formas de luz: la asunción de un lenguaje de muy notables registros y brillos en el cual se luce una tropología regentada por el símil. Frecuentes en esta novela se hallan frases de gran profundidad, que el lector quisiera subrayar, recordar, releer.
Lo dicho en el párrafo anterior es, en mi opinión, un factor determinante para los envidiables alcances de esta pieza paradigmática en la obra de MTAG.
Así, tanto por la magnitud del lenguaje como por la intensidad de  las descripciones (a veces el primero en función de la segunda) creo que los dos propósitos básicos del autor, el “atacante” esbozado que amenaza a la familia de las maneras más diversas, más la exposición de los efectos de la depresión nerviosa que agobia a Ventura, no es que desfallezcan, sino que son alcanzados, en cuanto al nivel de primacía, por las otras vertientes de contenido abordadas con el lenguaje antes señalado, y con la agudeza de las descripciones. Y cito (P.56): “Cuando la escucho hablar por teléfono con sus amigas oigo que les dice que los zopilotes ya la están merodeando. Pienso con frecuencia que Atanasia se está suicidando lentamente”.
Aparte de lo anteriormente señalado, o quizás sumado a ello, hallamos breves capítulos que constituyen verdaderas joyitas en una y otra página de Formas de Luz —sin dudas concebidas como tales por quien, como MTAG, es excelente cuentista.
Sirva asimismo Formas de luz de aviso para quienes padecen la depresión nerviosa, para quienes han extraviado el camino del amor en sus más diversas expresiones, para quienes, quizá yéndose contra los molinos de viento, triunfan o padecen y aun boquean indefinidamente braceando en ese caldo candente y viscoso que es la vida de un intelectual radicado en provincia. Esta novela resulta ser, de alguna forma, una especie de tratado científico-literario sobre la depresión. Imagina el lector que MTAG consultó innumerables libros sobre el tema y llegó a alguna conclusiones interesantes e incluso valiosas: tal es el caso del capítulo titulado “Decálogo del buen deprimido”.
Formas de luz termina por ser una especie de violento rayo de luz que ilumina los temas del amor (y el odio) conyugal, de la egolatría y sus abismos, pero sobre todo de la depresión, la enfermedad del siglo XXI.