LA HERMOSA VIDA 10, 11 y 12
julio 09, 202110. LA HERMOSA VIDA
SUEÑOS DE FAUNO
Preparación de coreografía con Clitemnestra. La idea es que el estreno sea sorpresivo, un día domingo a la salida de misa, exactamente frente a la Catedral.
—¿Que te parece si al final todos nos desnudamos? —pregunta Ventura.
—Por mí, maravilloso —dijo Clite, su gran cuerpo retador, sus aires de Pavlova —, pero los padres de las niñas no creo que estén de acuerdo.
Tiene razón. Ya me imagino el editorial de don Raciel, cronista de la ciudad, estatua, calle, avenida, escuela, prohombre, ex presidente Municipal y más que todo conciencia moral que se apoya en los pilares de su diario, El Pregón de Provincia.
A la salida de clase Manoela y Aisha invitaron a Ventura a que las viera patinar. Apoyado en un árbol cerca de la pista, contempló a sus niñas danzar para él en exclusiva. Orgullosas, lucían sus cuerpos recientes, sus pericias, los dones de sus naturalezas, aunque los kilitos indiscretos propiciaran desequilibrios poco airosos en la primera. Las compañeras de las niñas lanzaban miradas de complicidad, acaso de envidia, tal vez porque consideraran que a su edad, carecer de un amigo con toda la barba fuera una falta de madurez y de estilo.
Con la brisa del atardecer Ventura se permitió el delicioso fantaseo: Manoela y Aisha le pedirían, tras la sesión de patinaje, ruborizadas y llenas de exaltación, que las liberara de una traba molesta, pero que fuera muy discreto, se trataba de algo de lo que hablaban todas las niñas, pero que ninguna conocía, es que, no te lo podemos decir aquí, hay mucha gente.
Y Ventura, comprensivo diría: No se preocupen, mis niñas, yo sé lo que quieren y acudieron justamente a la persona correcta, me llaman el doctor Amóribus. No digan más. Vengan conmigo. Seré cauteloso y delicado.
Las traería entonces a su casa, donde entre juegos de danza y misterio lograría que las niñas se desnudaran y comenzaría a acariciarlas con fervor, pasión y delicadeza sin iguales mientras iría guiándolas, dándoles justificaciones, iluminando la belleza del acto, hasta que una vez concluida la deleitosa ceremonia, ¡chac!, ellas lo agradecerían. Pero ay, se dijo Ventura, acaso pasara lo que le había sucedido al doctor Amóribus con Ranita y el asunto acabara de mala manera, con todo y escándalo, foto en El Pregón de la Provincia y hasta expulsión de la Editorial, la ciudad y el país, tal vez incluso acabara con un tiro en la nuca, porque las niñas no tenían la culpa de ser vástagos de las mejores familias del pueblo en el peor sentido de la palabra. El padre de Aisha, ya nacionalizado, había comenzado a ocupar cargos públicos y pronto llegaría, sin duda, a ser presidente municipal de Xalapa.
LA HERMOSA VIDA 11
Regresaron las nenas, Aisha y Manoela, al lado del árbol. Encendidas y sudorosas, oliendo a rosa imperial en verano, dejaron un par de húmedos besos en las mejillas a Ventura y se despidieron. Bárbara Blaskowitz, madre de Aisha, con una mano descansando sobre el volante de un Volare destartalado (que le habría prestado el amante del mes, murmurarían los chismosos de La Parroquia) esperaba a su hija a la salida del parque hundido. Al ver a Ventura pareció sufrir un vahído. Rumbo a su casa, Ventura se dijo: Si la llamo será un acto de suprema debilidad. ¿Pero a quién llamaría, a la madre, amante titular y real flautista del emperador, o a la hija, esa hija de Paganini e Isadora Duncan?
12. LA HERMOSA VIDA
CRISIS
Ventura pasa la tarde entera abrazado a su violín convaleciente y con sus ojos clavados en el ojo inmóvil de su pez Gervasio II. Si por lo menos perteneciera a una asociación de caridad, a un grupo protector de borrachos o regenerador de drogadictos, si creyera de verdad en la revolución o en un Dios, si amara a una mujer, si tuviera en proceso una auténtica obra de arte y no esa sarta de insensateces: seis libros listos, tres en proceso, cinco manuscritos flotando en las alcantarillas, de editorial en editorial. Qué inmensa chabacanería, que ganas de comer mierda. Recordó con nostalgia caballuna los tiempos que pasaba abstraído tocando su violín mientras su gata Atenea se sentaba a sus pies. Consideró su vida, aprisionada por unas cuantas relaciones —las mismas, las mismas— como si temiera al resto del mundo. Estoy en este pueblo como Gervasio en su pecera. Mi libertad es la suya. Pasará este instante, se dice Ventura, como todo pasa, y quedará como escena principal La Dama de Rodillas, una escena tan poco poética, tan distante de la que Proust habría llamado De Las Magdalenas Mojadas en Té, que quizá no sea más que un invento literario, una aplicación de las teorías de Bergson sobre la memoria. Acaso el hombre no sea tan poético como quiere pintarlo la literatura. O tal vez yo sea el prosaico, el vulgarote, el perverso —un perverso de segunda, un perversoide, un seudoperverso, nunca comparable con el Maldito Marqués, que azotó a mendigas, fue trinchado por el fiel La Jeunesse, introdujo hostias consagradas en las rajitas de niñas de doce años, acuchilló a doncellas impúberes para que su semen saliera con más fuerza y que terminó escribiendo al final de su vida un Tratado sobre la Virtud para la Revolución Francesa— o quizás yo sea el inocente que trata de convencer a sus mujeres de que cumplan con la obligación de entregarse casi solamente de manera sexual en funciones sabatinas, como si no tuviese tiempo o espíritu para otra cosa, como si cualquier otra labor fuese más importante que dilapidar mi vida con hembras prescindibles. Eres, dijo Bárbara Blaskowitz, biznieta del único general alemán que se atrevió a oponerse a Hitler, uno de esos hombres que nunca suben las escaleras escalón por escalón, sino que ascienden de dos en dos, de tres en tres, a toda prisa.
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