LA HERMOSA VIDA 7, 8 y 9
julio 03, 20217. LA HERMOSA VIDA
PESADILLAS
Ventura se acuesta a las doce. A las tres de la mañana se despierta, angustiado por una pesadilla. Perseguía a una niña para violarla. Era la misma niña que en otro sueño entraba al orinal a mirarle la tranca y luego le pedía permiso a su madre para chuparla como una paleta.
Etelvina —la muy pérfida y caprichosa auxiliar de servicios domésticos— se dignó hacer limpieza general de la casa. Dijo que no había comparecido a sus deberes endenantes porque estuvo ocupadísima lavando la ropa del liocenciado. ("Las palabras endenantes y liocenciado —escribió Ventura en sus Notas de Emergencia— son magníficas, pues conjuga la primera el "en" de lugar y el "antes" de tiempo. "Liocenciado" escapa de cualquier análisis, lo obvia olímpicamen¬te.")
Informe de la situación: manuscritos rechazados en tres editoriales (El editor que parecía interesado en El Basurero Universal, dijo que por ahora no se puede pensar en un publicar una novela como ésa: demasiada rabia, demasiado odio contra el mundo entero, ausencia total de valores, imaginación desaforada y sin asidero alguno, personajes estrambóticos hasta el delirio, lenguaje excesivamente barroco, una tendencia fascistoide que no iba con los tiempos democráticos del planeta. ¿Tres adjetivos para un miserable sustantivo? Eso no lo soporta ni la madre de Cervantes. ¿Quién iba a entender, quién iba a disfrutar de semejante barbarie literaria?)
Una hora después de conciliar el sueño, tras haber batallado contra el insomnio, Ventura despierta con dolor de cabeza. Acaba de salir de un pavoroso laberinto en el cual se vio convertido en el idiota enamorado de una zanahoria que se hallaba colgada del techo y que todos admiraban; se vio también como jefe de personal, asignando oficios a sus compañeros de la Editorial; se vio seguido por una turba de criaturas lúgubres, recorriendo pasadizos, habitaciones, escaleras, padeciendo hambre, se vio acosado por perros y toda clase de alimañas, sin perder el optimismo: ¡No hay peligro, adelante, la vida es nuestra! ¡Gaula, Gaula!, gritaba. Luego se vio acorralado por indígenas que le lanzaban flechas. Entre ellos estaba la Princesa de Huamantla, su amante número menos dos (la amante menos uno era Bárbara Bláskowitz, madre de Aisha); ¡ah! la Princesa de Huamantla, con sus tetas de circo y su cháchara interminable. Después se descubrió en el escenario de un teatro, leyendo su propia historia: la de un hombre en ascenso por unas escaleras interminables que se perdían en la oscuridad. Lo de la zanahoria, el jefe del personal, la obra de teatro, se repite una y otra vez, hasta que Ventura despierta.
8. LA HERMOSA VIDA
ERECCIONES
Ventura entró a la duela de la Academia. Vio la sonrisa confiada, resplandeciente, de lecherita de los Alpes de Manoela. Aisha lo ignoraba con facilidad. Y uno y dos y tres, cantaba Clitemnestra al golpe de la pandereta, la punta de su pie derecho picoteando leve y rítmicamente el suelo.
Derecha la espalda, dijo Manoela. Mira —tomó la pierna derecha de Ventura que estaba tensa sobre la barra—, tienes que relajarte—. Corrigió la posición del cuerpo como si Ventura fuera un maniquí. Luego, en un susurro:
—¿Serías capaz de hacerme un favorcito?, ¿un detalle pequeño, señor? —al decir "señor" su coquetería se extremaba, se hacía cariñosa, cómplice, sutilmente ingenua—, ¿por qué no te afeitas? Quiero ver tu rostro sin esos horrorosos pelos descoloridos.
¿Afeitarme yo? Claro que sí, el lunes vendría con el cutis tan lozano y limpio como un culito de lechón.
Terminada la clase, ella misma se tendió en el suelo e invitó a Ventura a que la ayudara con sus abdominales, cien diarios, uff, la niña voluntariosa subía y bajaba mientras los observaba Clite. Aisha no se ocupaba de ellos. Estaba dedicada a sus estiramientos al lado de un espejo. Al final, Manoela casi mostró pena al despedirse, ay, tendré que esperar hasta el lunes para volver a verte.
A las clases de danza ha comenzado a asistir un hombrecito verdinoso de metro y medio, con piernas arqueadas y ojos de duende malvadillo. Trabaja en la Compañía de Teatro de la Universidad. Dice que quiere seguir las huellas del jorobado de Lagardere y por eso pregona su amor a la doncella que considera más digna de reverencia: Aisha, la hija de Bárbara, es decir, la amante titular de Ventura. Es un pequeño demonio acezante, un sibarita sin par. Persigue a la hija de Bárbara Blaskowitz por la duela hablando con voz gutural, soy el lobo feroz, uuu, lo que divierte infinitamente a la criatura.
Mientras Ventura le hacía tronar los huesos de la columna a Manoela, abrazándola por la espalda, el enano verde asistía a la escena. Una vez que la niña quedó satisfecha y aliviada, el amoroso la soltó. El enano verde le hizo un guiño a Ventura, señalando con sus ojos de sátiro la entrepierna del apache, donde una erección casi impúber levantaba el calzoncillo.
9. LA HERMOSA VIDA
LAGARTIJAS
—Ahora me toca a mí. Quiero que me truenes los huesos —dijo Aisha, frágil como una telaraña al amanecer, exquisita, pero tan enérgica, tan sin defecto alguno, un verdadero insulto de la naturaleza.
La invitación turbó al amoroso, no sólo por la evidente e inoportuna erección, sino porque tronarle los huesos a Manoela era lícito y necesario: ella misma, con sus brutos pero disculpables kilos de más, parecía accesible, dada su imperfección, su sociabilidad, a diferencia de Aisha, cuya retadora dulzura, carácter antisocial y origen la hacían remota, como se sienten remotas y ausentes las gárgolas que se hallan en las torres de una iglesia gótica. Ventura nunca había pensado correr peligro alguno abrazando a Manoela por la espalda, pero la sola posibilidad de hacer lo mismo con Aisha, la sentía casi como una profanación, como un pecado contra la perfección y la distancia que toda adolescente divina parece exigir.
Ventura situó el cuerpo de la niña en posición. Hizo que colocara sus manos tras la nuca, enlazando los dedos, inclinara la cabeza hasta tocar con la barbilla su pecho, después se puso tras ella, la abrazó con tanta delicadeza como pudo y cautamente presionó sus huesitos de cristal. El sonido de sus articulaciones se hacía esquivo, más duro, más duro, pedía la niña, y el enano verde coreaba, más duro, más duro, y la niña se prestaba con entusiasmo, ofrecía sus ancas de nutria al roce, al abuso, al deleitoso esfuerzo, hasta que al fin, con alivio de Ventura, un grito de Aisha, aplauso de Manoela y un arquearse caricaturesco de las cejas del enano, las coyunturas sensitivas de la niña lanzaron un sonido triunfante. Ventura, casi automáticamente, se lanzó a la posición decúbito ventral y comenzó a hacer lagartijas para combatir la ansiedad.
—Son unas niñas preciosas —dijo el enano en secreto, como un demonio tentador— y las estás desperdiciando. Una de dos alternativas, amigo, o a ellas les sobra ingenuidad y les falta malicia para darse cuenta de que te vuelven loco, o a ti se te extravió la perversidad y sentido de la aventura. ¿Qué les puede pasar? La telita hace chac y quedan habilitadas para el amor. Te lo agradecerán hasta el último polvo de sus vidas.
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