Aguilera Garramuño en Hispamérica
octubre 07, 2022Verdad es belleza. Memorias
La historia sabrá disculpar su vanidad
Raciel D. Martínez Gómez
Que
después de leer Verdad es belleza. Memorias,
confesión del escritor colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño, uno halle que
el tema principal es la vanidad, pues evidentemente no hacemos más que engrosar
el concepto de perogrullo. Diría que estamos ante un caso excepcional de
egocentrismo donde el autor reconoce la paradoja y los límites de su techo de
Olimpo griego. Hace un notable esfuerzo para imponer aristas al tema principal
de su conversación, que es su “yo” excitado al cubo, utilizando el sarcasmo en
lo que es un mundo paralelo.
En
el libro Aguilera admite derrotas pírricas, aunque usted no lo crea. Por
ejemplo, no obstante que no lo menciona -siguiendo el silencio de Sigmund
Freud-, pero a Marco Tulio el volumen sí importa. Dice, sin lamentarse, que en
comparación a Bárbara Cartland que escribía una novela cada cuarenta días,
frente a Corín Tellado escritora de cuatro mil novelas románticas o de cara a esa
máquina germana que fue Rolf Kalmuczak autor de dos mil 900 piezas con cien
pseudónimos, los 45 libros de Garramuño están lejos de ser hazaña. Ahí se nota
que la humildad, en porcentaje, es un modesto IVA que le cobra la realidad.
Tampoco
en el campo de las mujeres puede envanecerse Marco Tulio así como así, porque
frente al top ten de amantes históricos y contemporáneos lo hacen ver un
tenorio Región 4. Acepta que Giacomo Casanova o Don Juan, el portero de un
hotel en Venecia llamado Umberto Billo, el tenista rumano Ilie Nastase, el
actor y comediante Charlie Sheen, el cantante reo de los memes Julio Iglesias,
el basquetbolista Magic Johnson, Gene Simmons
bajista del grupo de rock Kiss o el líder
cubano Fidel Castro alardean tantas conquistas que lo ubican en la menudencia
momentánea, cuando menos en un par de párrafos.
En
este sentido, la paradoja de la altivez ofrece detalles dignos de mención. Todo
se puede perder, menos la vanidad. Y, en el caso de Marco Tulio, hasta se
envanece de haber salido de sus fracasos, desaires (cuatro famosos) y del
infierno de la locura con libros bajo el brazo, como lo atestigua su novela Formas de luz (el sentido de la melancolía),
representación literaria de su más angustioso periodo de depresión. Encaró la
muerte con lo más precioso, según él, su literatura: “La vida es una novela que
se guarda la última carta para después del final” (p. 196). Y, agrega, como es
una novela tan interesante, inesperada y sobre todo enigmática, asegura con
humor marro, “debe tener una segunda parte” (ibídem).
Revela
cuestiones vitales: su descarada búsqueda del éxito, al que otea con cierta
contradicción. Diferencia entre éxito comercial y éxito íntimo, teme al primero
y del segundo afirma que, al entregarle cualquiera de sus libros, está enteramente
seguro de entregar un trozo de su espíritu. A pesar de que está consciente del
canto de las sirenas y alude a maestros de la amargura como Lobo Antunes que
dice que “el éxito es un fracaso anticipado” (p. 135) o a Emil Cioran que
señala que “el éxito es un malentendido” (ibídem), Garramuño no ceja en su
interés por alcanzarlo y opina que los escritores se inventan un estúpido
recato. “La historia sabrá disculpar mi vanidad” (p. 172).
Dice
una de sus máximas: el pedante es autosuficiente, no necesita la aprobación de
nadie porque está seguro de su valía, por eso es intolerante e intolerable. Por
ello recuerda bien “ardilla” los zapes públicos que le daban en el periódico.
Blanco habitual en el “Desolladero”, la sección de cartas de “Sábado”, suplemento
de unomásuno. Fue vapuleado en más de una
ocasión por un grupo de mujeres llamado “Las conejitas de Batman”. Otro
pseudónimo que estuvo incordiándolo en el “Desolladero” fue “Tantadel Argote”.
La
paradoja toma diferentes rumbos como apoyarse en hombros de gigantes. Marco
Tulio, aún protagónico, es generoso con los otros, como cuando cede el foco de
atención por dos líneas y cita a Horacio: “¿Cómo afrontar, pues, la desdicha
grande o la felicidad desmedida?” (p. 191). El poeta reflexiona, aludido inopinadamente
por Aguilera: “Guardad la calma ante la adversidad, manteniendo la cabeza fría,
sin dejar de refrenar una desbordante alegría: he ahí la dicha” (ibídem).
Sobre
el fracaso, realmente fracaso, pues no sé. Garra dice que le duele en el alma
haber perdido un concurso de novela con premio de 175 mil dólares, en el cual
tenía 50% de posibilidades de ganar, pues estaba tan confiado que ya había
hecho planes para comprarse un apartamento en el mejor edificio frente al mar
en Boca del Río, Veracruz. Aunque, por otro lado, admite que de haber sido
ganador habría abandonado su bucólica rutina en la oficina de la Editorial,
nadar todos los días y no habría escrito a sus anchas las novelas en su haber
-de ahí la paradoja del éxito.
El
libro, por otra parte y sin desligarse de la soberbia, bosqueja una especie de
taxonomía del desaire o cuando menos colecciona una suerte de anti medallas,
que son cuatro y otras más que son ganchos al aire. El repertorio de
descortesías va así: Ernesto Sábato, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez
y Alvaro Mutis, integran sus descolones favoritos, aunque Gabo es la auténtica
Némesis del colombias xalapeño. Con Santiago Gamboa tuvo asuntos personales,
pues cuando asiste a la Feria Internacional del Libro Universitario (FILU) de la
Universidad Veracruzana (UV) le dio la espalda cuando Garra le tendió la mano.
Sorprende,
a su vez, la flexibilidad del ego no enteramente megalomaniaco, a saber. Y es
que matiza al enemigo: dice que no es Gabo ni él (o sea Marco Tulio), el mejor
escritor colombiano, sino Alvaro Mutis, al que culpa de sentirse humillado
cuando leyó La nieve del Almirante. Por ello
acepta la envidia que le tiene al Gabo y a su vez siempre necesitó una
conversación larga con el patriarca. Le reprocha a Gabo que en Vivir para contarla poco expuso de su vida
personal. García Márquez entre sus pláticas con Garra le había comentado que
era muy pudoroso.
Y
es que, en este tenor, Verdad es belleza no
es otra cosa más que un cumplimiento de Gabo, según Marco Tulio. En alguna ocasión le
pidió a Gabo que leyera un manuscrito que se llamaba La
región del azar necesario (La hora del eructo); Garra admite que
quizás sea el peor de todos sus manuscritos -yo no lo he leído para secundar a
Marco Tulio, pero basta el título entre paréntesis, para entender por qué
quizás el autor de Cien años de soledad no lo
leyó. En otra ocasión así le dedicó Garra un libro a
Gabo: “A
Gabriel, que se me adelantó en el Nobel” (p. 172).
Su
estadía en Nueva York resulta interesante por su choque materialista con los
almacenes. El Museo Metropolitano de Arte (MET), claro. Pero mejor es todavía
su encuentro con el escritor Tomás González, autor de El
rey del Honka-Monka. Su paseo por un abandonado Coney Island cada
vez que se siente oprimido por Manhattan se va a ver el mar. De manera
infructuosa, el ermitaño amigo le receta una letanía: “A mí lo que me importa
es escribir, no publicar. Yo lo que quiero escribir es una novela de cinco mil
páginas que me tenga ocupado el resto de mi vida. Pienso que es una tontería
buscar editor. Cuando era joven pensaba que la literatura podía servir para
hacer dinero o ser famoso. Ahora sé que el verdadero fin de la literatura es
proporcionarle al escritor un mundo feliz, propio, con reglas particulares,
diferentes a todas las demás” (p. 101)… es obvio que solamente lo escuchó Marco
Tulio.
Rústico,
de poco tacto, que no se cree semejante a los dioses sino superior a ellos,
enfrentó un cataclismo espiritual y vencedor de la bilis negra, Marco Tulio es
un sobreviviente cuya salvación ha sido la isla para un náufrago: la
literatura. La computadora lo ha convertido en una especie de tablajero que
agarra un tema (la res) y le saca todo el provecho posible; de cada tema deriva
en tres versiones: una crónica, un relato largo y un cuento lo más sintético.
Resistió
también una zambullida en el Río Coatzacoalcos, uno de los más contaminados y
que Fuster publicó en Facebook una instantánea Polaroid. Siguiendo su
inquebrantable arrogancia, los azotes que da en el agua le hacen ganar los másters de
natación.
Si viviera 200 años, promete reescribir tres o cuatro veces sus libros publicados
y entonces aquí nos tendrá a Joaquín Díez-Canedo, Oscar de la Borbolla y a mí
otra vez presentándolos. Tiene significado la frase en latín: Semen retentum, venenum est, podría traducirse así
esta autobiografía llamada Verdad es belleza. Memorias.
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