SIN MÁSCARA FRENTE AL ESPEJO
agosto 15, 2025Sin máscara frente al espejo
Yo estoy bien. El que está mal es el mundo
Raciel D. Martínez Gómez
Aunque la reciente novela de Marco Tulio Aguilera Garramuño repite las mismas historias de Ventura, también habría que aceptar que la diferencia estriba en que el escritor reduce la distancia ficcional para interferir en su obra y presentarse sin ningún disfraz.
Sí, interviene su obra como un artista moderno de vanguardia, en este caso un novelista performativo. Por una mitad, hay que decirlo, es evidente que no se cumple a pie juntillas el performance: el autor no improvisa su acción en la obra, porque la intervención está repensada con exhausto y lujo ególatra; pero el performance de Marco Tulio sí lo es, sobre todo, ante la búsqueda de un contacto directo con su público y mostrarse de cuerpo entero como si fuese una transmisión en vivo, de esas que suele realizar en Facebook.
De este modo, como en ninguna otra de las novelas pertenecientes a la saga, Ventura sale seriamente cuestionado por su creador cada vez más crudo en las sentencias que profiere sin otorgar concesiones a lo que él interpreta como el mundillo de las letras y, lo más importante, desde mi punto de vista, es que desafía al género que da sentido a Marco Tulio.
La novela es una especie de meta relato que profundiza en el lado oculto del escritor colombiano.
Se percibe una labor de demiurgo que azota a los terrenales como si fuese un Dios griego que otea hacia abajo desde esa nube que significa la computadora.
No se pregunta qué es escribir, pero la novela la ensaya sin redactar las interrogaciones. No hay moral en su engallado discurso donde pelea contra cualquier molino institucional y que reduce con su pícara mirada a ese ecosistema de corrupción y simulacros que critica.
A pesar de su encriptado propósito, delata en todo párrafo su desmitificación muchas veces narrada con estilo de aforismo que no se inclina por la vulgaridad y sí por el humor negro.
Entonces, la expresión concisa es lo que devela su falta de máscara y estar frente a su reflejo.
Lo anterior, habrá que reconocerlo como una virtud de la novela y del autor: su capacidad y porte de autoridad para cruzar el estatus literario, no sé si su canon, y dejar en claro lo que él define como literatura.
En este sentido me agrada, aprendo y leo su posicionamiento filosófico. Es muy diestro para configurar su lista de referencias que se vuelven estatuas por admirar. Saltan no como liebres sino como feroces leones donde lo más recomendable es aquietarse. Así, entre el carnaval que despedaza egos de toda calaña, incluido está el de él, se atraviesan filósofos como Schopenhauer, Nietzsche o escritores mayores como Thomas Mann, Tolstoi o Goehte.
El título finalmente coloca a Marco Tulio en una decisión áspera que al lector sentado en una zona de confort lo podría dejar atónito: la confesión de frente al espejo eludiendo la retórica.
Marco Tulio es definitivo. Es directo y llano. Si bien es cierto que no es un autor proclive a los circunloquios, no obstante que da vueltas a los tópicos, en esta novela lo es menos.
El propio Aguilera acepta que su libro no es una novela ortodoxa, y justifica la no-estructura a partir de lo que señala Joaquín Fuste en torno a las redes neuronales: los recuerdos no están alojados en un armario entre diversos cajones, sino que están en una serie de redes.
Estamos de cara a un libro que es mosaico: se compone de retazos que hilvana, mantienen el carácter de novela, pero también son memorias, tratado sobre el género y confesión, y hasta una relación de chismes de oficina kafkiana.
Parecería que el libro evita ser novela. Quizás, pero tal vez porque su concepto de novela es ampliado, ahora busca borrar etiquetas y formulismos para transformar la vida propia en literatura.
El empeño es mayor y eso es lo que seduce de Garramuño: la terquedad con que desarrolla su proyecto de novela total.
Para qué entonces escribir un libro que se interrumpe. O, más bien, tenemos que entender que en la novela es secundario Ventura y más bien la incordia es el mismo quid del libro.
En efecto, la impronta es el propio proceso de creación literaria que está reflexionado por un autor que no se guarda nada, confesando que estamos ante un vodevil de relaciones sociales y comerciales en que se ha convertido la literatura de hoy, continúa con acierto los vaivenes existenciales de Ventura, los fracasos eróticos y solo deja al amor como el único bastión que salva a esta comedia humana.
En eso radica la virtud de este libro: en incomodar, en hacer una literatura siempre congruente con su pensamiento demoledor de la propia profesión.
La diégesis en el libro, si bien está hilada como uno más de los azares que le atraviesan a Ventura, se trompica con una voz en off que se auto descalifica y por supuesto ironiza con un alto sentido crítico, y no deja títere con cabeza como acostumbra Marco Tulio.
Sabemos que no es una picaresca habitual. Llama la atención que su confesión es incisiva y desbordante porque ocupa toda serie de recursos:
A. desde alterar el flujo narrativo con interrupciones de la voz omnisciente del autor a través de apostillas escritas en letra cursiva para alertar que viene un principio de realidad que desdora cualquier intento de lucimiento de Ventura
B. hasta la inclusión de todo lo que en realidad escribe Garramuño, incluyendo sus redes sociales.
El espejo borgeano muestra diferentes reflejos que buscan la verdad sin maquillaje.
Uno podría pensar que, proporcional al ego henchido de Marco Tulio Aguilera Garramuño, el escritor colombiano tendría la imperiosa necesidad de ser objeto del halago.
Pero no. En el discurso que proyecta en Sin máscara frente al espejo enseña claves contrarias a recibir el exceso de bondades y virtudes.
Una suerte de juego al interior de Marco, en su pensamiento, lo repele al elogio.
Todo el tiempo endecha a su alrededor literario y universitario que no se le reconozca su calidad ni su trayectoria.
Sin embargo, al propio tiempo, está totalmente consciente y seguro de la superficialidad de la fama.
Por ello aquí Ventura es vapuleado por su propio creador.
El demiurgo no deja fluir la conciencia de los personajes, se trata de una historia tijereteada para hacer reparos meta ficcionales.
Y es que Marco Tulio interviene cual Pepe Grillo para endecharle su voracidad de reconocimiento, que no es otra cosa que un viaje al centro del escritor colombiano.
Ventura es capaz de asesinar a su madre con tal de que sus libros sean leídos, según expresa una confesión descarnada, sí, frente al espejo y sin máscara.
Pero casi no tarda en desmentir la especie.
Garra se le va encima a Ventura, Venturita, le dice, multipatético.
Le reprocha, por ejemplo, la ansiosa búsqueda de notoriedad en redes sociales, que canse a sus amigos de las listas de Facebook, Twitter o LinkedIn.
Y lo punza al calificar de desvergüenza que publique los pellejos de vejete presuntuoso.
Lo que sí que es una fuente inagotable es su condición de egoísta. No hay remedio, me queda más que claro. Gracias a su yo mantiene esa varia invención que regocija su vanidad con artilugios que arrancan la sonrisa.
Mañas le sobran al frenáptero para cultivar ese ego que se soba en el espejo.
Una de esas maromas verbales que destacan para el autoelogio, es Fernando Tascende, personaje en la novela que es crítico literario devorador de libros, un justiciero literario como él lo interpreta, y entre dichas justicias, Tascende ha escrito sendas reseñas favorables a la obra de Marco Tulio.
Esta invención la confiesa Marco Tulio: dice que es él, nadie lo niega, como Flaubert era Madame Bovary.
Vamos cerrando con lo que dice Ventura: “Toda mi vida la he convertido en literatura. Eso a veces me lo reprocha mi mujer. Cierto es. Qué le vamos a hacer. Otros convierten su vida en mierda. Esto de sentarme a escribir esta nueva ¿novela?, se ha convertido en una necesidad fisiológica (...)” (p. 53).
Terminemos esta intervención con una coda del gurú Maracuya que justifica perfectamente Sin máscara frente al espejo: “Yo estoy bien. El que está mal es el mundo” (p. 53).
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