Parodia a Cien años de soledad
mayo 22, 2008 Estoy escribiendo una parodia de Cien años de soledad
Entrevista a Marco Tulio Aguilera para Universo, el periódico de los universitarios de la Veracruzana
Edgar Onofre
En su libro Movimiento Perpetuo, el escritor guatemalteco Augusto Monterroso asegura que para el escritor sólo hay tres temas posibles: el amor, la muerte y las moscas. Por su parte, el colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño escribe en la primera línea de su novela El amor y la Muerte (Alfaguara, 2002): “Sólo hay dos misterios grandes en la vida de los seres humanos: el amor y la muerte”. Marco Tulio Aguilera, apodado “El Colombias” en el ambiente del básquetbol jalapeño, llegó a esta ciudad en 1979, tras recibir el segundo premio del Concurso de Cuento de La Palabra y el Hombre (el primer premio fue para Sergio Pitol, nuestro Premio Cervantes).
Trabajó inicialmente en Radio Universidad, donde fue guionista del programa Alquimia Popular, en el que se dramatizaban cuentos célebres. Cuando llegó apenas tenía dos libros publicados y media docena de premios; hoy ha publicado 25 libros y tiene tantos premios como libros. Cuando salió de Radio comenzó a trabajar en la Editorial de nuestra universidad, sitio en el que actualmente sigue laborando como editor, lector e investigador. La obra de Aguilera Garramuño ha estado marcada por su interés en el amor, la mujer y el erotismo, como puede verse en los títulos de sus obras: Cuentos para antes de hacer el amor, Cuentos para después de hacer el amor y Cuentos en lugar de hacer el amor (inédito), Mujeres amadas, Juegos de la imaginación, Los placeres perdidos, Las noches de Ventura.
Pero no todo es amor y erotismo, sino que Aguilera tiene sus otras facetas: la del laureado escritor de literatura infantil (El pollo que no quiso ser gallo recibió el Premio Nacional de Literatura Infantil en México; la del conferencista internacional (recientemente salió publicado su libro Poéticas y obsesiones, que recoge conferencias dictadas en Colombia, México, Estados Unidos y Canadá; este mismo libro incluye un texto altamente polémico: el titulado Encuentros con García Márquez, en el que Garramuño relata a manera de crónica sus encuentros con Gabo, a quien no siempre respeta —este libro fue publicado por la Editorial de la Universidad Veracruzana, en su colección Biblioteca). Además ha incursionado en la ciencia ficción, ganando el Concurso Bogotá, una ciudad que sueña, y en el teatro, donde fue finalista en el Concurso Internacional de Teatro de la revista Plural. Cuentos para después de hacer el amor lleva 11 ediciones, la más reciente en Alfaguara, España. Mujeres amadas lleva tres ediciones, El pollo que no quiso ser gallo lleva dos ediciones y la tercera aparecerá en Colombia.
El ejercicio literario ha hecho de la trayectoria de Marco Tulio una polémica que se ha prolongado durante años. Mientras en muchos lados del mundo recibe el reconocimiento de su obra por parte de personajes tan importantes como el propio García Márquez, de este lado del mundo ha coleccionado numerosos desdenes que, incluso, incluyen en el anecdotario la intentona por desterrarlo de su ciudad adoptiva. En su empecinamiento por construir una obra honesta ha pagado el precio de remar a contracorriente pero también se ha hecho acreedor a los premios Internacional de Novela José Eustasio Rivera en Colombia; Nacional San Luis Potosí de Cuento en México, Nacional Juan de la Cabada de Literatura Infantil en México, Latinoamericano de Cuento de la revista Plural en México, Internacional de cuento Gabriel García Márquez, Internacional de Cuento de La Palabra y el hombre y ha sido finalista en los concursos de novela de las editoriales Alfaguara y Planeta. En una entrevista realizada a finales del año pasado, Marco Tulio Aguilera Garramuño reflexiona acerca de su obra y su circunstancia pero también ejerce su derecho a no callar y dar a conocer su punto de vista sobre algunas de las polémicas que se han generado en torno suyo:
“Mi novela El Amor y la Muerte fue finalista del Premio Alfaguara 2001, en España, cuando ganó La piel del Cielo, de Elena Poniatowska. El libro de Elena recibió pocos comentarios y muy destructivos en México; en cambio, mi novela recibió muchos comentarios muy positivos en muchísimos países. Y la novela de Poniatowska en realidad es pésima en todos los sentidos. Esto demuestra que no es la calidad la que gana los concursos sino la publicidad: los premios sirven para vender autores ya conocidos o para promover nuevos que en muchas ocasiones se echan a perder.
¿Y entonces por qué participa Marco Tulio Aguilera?
“Porque me gusta el dinero, como a todo el mundo. Además me gusta ganar premios de vez en cuando para callarle la boca a unos cuantos mediocres provincianos. ”El Premio Alfaguara ha caído, en muchas ocasiones, en novelas pésimas. No entiendo cómo un escritor como Mario Vargas Llosa puede firmar un acta que premia la novela de un señor Luis Leante que no es sino la novela de un analfabeta, absurda, con menos gracia que el baile de una foca. Por otra parte no entiendo como Carlos Fuentes puede elogiar una novela como La piel del cielo, escrita como una especie de informe de actividades de un burócrata de segunda. ”Hay gente que se quedaría callada, yo no. La novela de Poniatowska es muy mala. Ganó porque ella forma parte de la ronda de la izquierda y es amiga de Monsiváis, Pitol, Fuentes, mientras que yo soy apenas un provinciano. El ser provinciano de Xalapa me ha mantenido en un bajo nivel de difusión, lo que tiene sus ventajas. Asumir esta postura a contracorriente de la hegemonía literaria, ¿ha significado un precio que pagar? Sí, pero se debe pagar si se quiere conservar la integridad y la honradez, las cuales terminan por permear hacia lo que uno escribe: si uno se corrompe en la vida se corrompe en la literatura. Y desde mi provinciana actitud sigo escribiendo lo que quiero. Podría atreverme a decir que soy auténtico y que no rindo cuentas a editores ni editoriales. Tengo amigos en México, buenos escritores –porque así como he sido crítico he sido también un difusor de los buenos escritores–, por ejemplo: Enrique Serna, Juan Villoro, Eusebio Rubalcaba, Luis Arturo Ramos en sus buenos tiempos, sobre los que he escrito y cuyas obras he divulgado. Y ellos me han apoyado, han escrito sobre mi trabajo, pero eso no ha sucedido a la manera de un club de elogios mutuos, sino porque entre ellos y yo existe una franca admiración. ¿Cómo evita el riesgo de que esta pandilla de amigos se parezca a una capilla? Siendo caprichoso y obedeciendo a lo que decía Kafka: el mandato interior. ¿Qué quieres hacer? Lo que sientes. ¿Qué debes hacer? Lo que te nace. Por eso el artista y el escritor son individualistas: no andan buscando consensos para hacer su obra, porque la obra no es estadística, sino el resultado de una corriente interior. Por eso es que muchos de los grandes escritores son marginados, porque no buscan agradar a nadie, sino expresar una verdad interior. Y las pruebas están en la historia. Hablando sobre su literatura, su particular interés en el erotismo, ¿tiene que ver con una naturaleza personal sicalíptica o se puede pensar que en el erotismo encuentra verdades humanas? Definitivamente, las dos vertientes están presentes. Soy una persona con una naturaleza expansiva, con una energía muy grande que necesita expresarse. Tanto es así que a mis años, en que la generalidad de los hombres echan panza y comienzan a aceptar el paso del tiempo, todos los días, a las tres de la tarde, me encontrarás en la cancha de basquetbol de la colonia Magisterial, jugando con muchachos de 20-25 años y peleando de tú a tú con ellos durante seis días a la semana. Recuerdo que cuando tenía 20 años estudiaba filosofía en la Universidad del Valle en Cali, Colombia, pero también estudiaba mil cosas: psicoanálisis, alemán, griego antiguo, literatura, todo lo que podía, mientras entrenaba para competencias atléticas de fondo. Yo fui fondista y llegué a trotar entre diez y veinte kilómetros diarios bajo el sol despiadado del Valle del Cauca. Mi más reciente participación fue el año pasado en la carrera del FESAPAUV. Gané un lindo trofeo por el primer lugar… aunque en realidad sólo participamos dos en mi categoría). Además, soy persona de proyectos muy ambiciosos. Por ejemplo, el proyecto del Libro de la Vida es una novela muy grande, de casi mil páginas. Está constituido por cuatro volúmenes –Las noches de Ventura (Planeta), La pequeña maestra de violín (Universidad de Puebla), La hermosa vida (CONACULTA) y La plenitud del amor (aún inédita)–. Mi idea era escribir algo tan ambicioso como En busca del tiempo perdido de Marcel Proust.
En alguna entrevista leí que usted estaba escribiendo una novela muy larga, sobre la depresión…
Sí, es El sentido de la melancolía, obra que a la fecha tiene más de mil páginas. Ya está terminado el primer borrador. Terminado y guardado, pues no pienso regresar a ese texto sino dentro de varios años. Va a ser mi obra mayor y cuando la suelte tienen que parir los montes. Antes de ella tengo otro proyecto, un proyecto cataclísmico: voy a escribir, estoy escribiendo, una parodia de Cien años de soledad. No va a ser una triste copia ni un plagio, sino un texto que pueda competir con Cien años en ingenio, imaginación, brillo del lenguaje e la inteligencia. No es megalomanía creer que usted puede hacer algo que puede competir con Cien años de soledad, una de las mejores novelas de nuestro tiempo? Claro que es megalomanía. Pero, es que acaso hay alguna obra grande que no haya sido escrita por un megalómano. García Márquez mismo lo dijo: Si no creo que puedo escribir algo mejor que el Quijote, mejor no escribo. ¿Ha tenido relación cercana con García Márquez? En el pasado me encontré con frecuencia con él en varias partes y me trató muy bien. Hoy puedo decirlo: él fue el que impidió que me explusaran de Xalapa hace muchos años. De aquí y de allá me han llegado noticias de la buena opinión que tiene de mi trabajo. Mis libros junto con los de Mutis ocupan un lugar privilegiado en los libreros de García Márquez. Pero algo si es muy claro y él mismo me lo dijo una vez: “Nunca te voy a ayudar porque no quiero que te eches a perder. Tienes que remar solo.” Me hablaba de sus grandes proyectos. Hay quienes consideran que en el campo del cuento se desenvuelve mejor que en la novela. ¿Hay algún proyecto extenso en este campo? Sí: tengo una serie de tres libros: Cuentos para antes de hacer el amor, Cuentos para después de hacer el amor y Cuentos en lugar de hacer el amor (ínédito). El segundo, Cuentos para antes de hacer el amor acaba de recibir su tercera edición, en la editorial Arte y Cultura. Ediciones de lujo y en rústica. Cuentos en lugar de hacer el amor lo tengo en negociaciones en España en una editorial que se dedica exclusivamente a publicar cuentos. Tengo otra novela en negociaciones. Es una novela de aventuras en la selva, que empecé a escribir en un viaje que hice a la Amazonia colombiana: la recorrí, hablé con los indígenas, disfruté de un mundo paradisíaco y, regresando a Xalapa, comencé a leer todo lo que encontré sobre el Amazonas. Esa novela, en una versión abreviada, fue finalista en Premio Radio Francia Internacional, hace como tres años; también fue finalista en el Concurso Latinoamericano de Cuentos en Puebla y ya ampliada la estoy negociando con Siruela y Mondadori, ambas editoriales españolas. Antes de terminar mi parodia de Cien años de soledad ya la tengo apalabrada: la publicará Ediciones La Flor, de Buenos Aires, que, de paso, fue la primera editorial que publicó un libro mío en 1975. ¿Y por lo que hace al erotismo como manifestación profunda del hombre? El erotismo es el modelo de todos los comportamientos del humano. Es la expresión de una energía original. Es en cierta forma una manera de buscarle sentido a la vida, a la existencia. Es por eso que cuando uno tiene un amor correspondido y una vida sexual plena duerme en paz y se levanta feliz. El erotismo satisfecho es la clave para una existencia feliz, mientras que, paradójicamente, la desventura tiene mucha relación con el origen del arte. Muchos escritores y artistas han sido profundamente desgraciados y uno podría hacer una lista de tipos geniales que han tenido depresiones profundas: Hemingway, Mahler, Woolf, Beethoven, Van Gogh … En una entrevista usted sostuvo que parece estamos al borde del cataclismo, ¿podría abundar al respecto? Cuando me hicieron esa entrevista no estaba contento con el mundo, hoy sí estoy contento, no con el mundo, sino con mi vida. He cambiado de opinión y de humor. Siempre he defendido mi derecho a cambiar de opinión constantemente; en mi trabajo y mi casa a veces digo una cosa y luego otra. ¿Por qué? No sé, serán cambios de humor. No obstante, me parece que sí es concebible el fin de la raza humana. Nos estamos acabando la naturaleza, y así como hemos visto ciclones y tsunamis, es dado pensar que posiblemente veamos un tsunami que arrase con toda América. Sí, es posible que se acabe la raza humana. Incluso podría ser hasta deseable. Y si se conserva una sola pareja, mejor, tienen todo un mundo nuevo para inaugurar. Otra cosa que podría terminar con la humanidad es la depresión. Aunque no la veamos con demasiada frecuencia en la provincia, que todavía conserva algo de paradisíaca, sí destruye a mucha gente en las grandes ciudades. Basta ir en el metro y ver 20 ó 30 personas con la mirada perdida. A medida que la población se concentre en las ciudades crecerá el número de suicidios. El campo quedará deshabitado. Habrá guerras por el agua. Los desastres naturales serán cada vez más devastadores. Las grandes potencias, manejadas por fanáticos como Bush y Putin lanzarán sus países a la debacle, con tal de apoderarse de los recursos naturales. China desangrará a su población para producir todo más barato y arruinará las economías de muchos países. ¿Se puede hablar de una infelicidad crónica? Yo creo que sí, particularmente en las grandes ciudades, porque en las ciudades chicas todavía existe el aire limpio y una relativa salud. Si la humanidad se salva, será en las pequeñas ciudades y en pequeños núcleos de población aislados de la “civilización”. ¿Se puede pensar que usted, su energía interior y su obra oscilan entre lo sublime y lo trágico? Y también lo truculento. Si lees mis cuentos, hallarás muchos de ellos truculentos. Incluso, copiando el estilo de brasileño Rubem Fonseca. Tengo un cuento que se llama Olor a cuero, otro que se llama El suave olor de la sangre. Estos cuentos son de los que más han llamado la atención, al grado de que de El suave olor de la sangre se hizo película, radio y teatro en Colombia. Por cierto, hablando con Rubem Fonseca, él me dijo el elogio más grande que he recibido en toda mi vida. Lo conocí en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y me dijo: “Precisamente en la comida estábamos hablando de ti y estuvimos de acuerdo en que eres uno de los grandes cuentistas del mundo castellano”. Me sentí muy contento porque para mí, como cuentista, Fonseca está la cima, junto con Julio Ramón Ribeyro. Y yo le dije: “Te presento a tu más fiel imitador, yo”. Nos hicimos amigos e incluso estamos negociando para ver si me convierto en el revisor oficial de sus traducciones al español, que son muy malas. ¿Lo han acusado a usted de vanidoso? Sí, todos los días. Ese uno de mis dos grandes defectos. Prefiero eso a ser sencillito como un argentino de Buenos Aires. ¿El otro defecto? Tengo los dientes separados. Pero, en serio, con respecto a la vanidad quiero decir algo. Leyendo los diarios de Tolstoi he podido perdonarme: en cada página el autor de La guerra y la paz y Ana Karanina dice que toda su vida la ha pasado luchando contra sus dos grandes defectos: la lujuria y la vanidad. Quizás la vanidad sea uno de los grandes motores de la creatividad. Estando un día de un lado de la acera y al día siguiente en el otro, ¿ha tenido la sensación de que mientras Rubem Fonseca y Germán Vargas, uno de los personajes de Cien años de soledad, lo halagan, otros lo ningunean? Definitivamente, tanto es así que en mi patria chica, Xalapa, me cierran las puertas de los periódicos: llegan artículos muy importantes de España y otras partes del mundo y no los publican. Pero sí publican los escritos de la señora Chuchita Cuerera y de unos bobos de capirote. ¿Y qué le hizo usted a los xalapeños? Es muy sencillo. Vivimos en una ciudad que se precia de intelectual, artística, y todo mundo se siente artista. Y todos ellos, particularmente los que no son artistas de verdad, son muy envidiosos. Yo quiero que le preguntes a algún muchacho que escriba actualmente cómo he sido con él. Nunca le he negado la ayuda a nadie. Aquí, en Xalapa, he formado a escritores que me niegan. Fui maestro de redacción de por lo menos treintena de muchachos que hoy escriben. Siempre he sido un apoyo para la otra gente. Lo que entiendo es que la gente que me tiene animadversión no ha leído nada de lo que he escrito y se ha dejado llevar por chismes. Además está el detalle de que hay muchos mojigatos: los muy imbéciles se creyeron el cuento de que soy escritor de pornografía. Ha encontrado amistades y odios, amores y desprecios en la literatura, ¿cuáles han sido los amores más importantes? Y no me refiero sólo al calor de mujer. La lista de gente valiosa que ha reconocido mi trabajo de forma elogiosa es muy larga: Edmundo Valadés, Humberto Musacchio, Gabriel García Márquez, Germán Vargas, José Agustín se deshizo en elogios, Eusebio Rubalcaba, Enrique Serna, Rosa Beltrán. Incluso, hace años, en Colombia, una viejita me dijo: “Pasé el fin de semana más delicioso con usted, en la cama, con un libro suyo”. También mis lectores y críticos internacionales: Peter Broad, John Brushwood, Wolfgang Luchting y Raymond Williams. En cambio, en Xalapa pareciera que hay un movimiento para demostrar que no existo. A toda la gente que respeta mi trabajo le digo lo mismo: metan mi nombre al Internet y vean cuántas entradas le salen: cientos. Tal vez en Xalapa yo no sea nadie, pero en Internet sí lo soy…Además si yo sé quién soy, ¿para qué preocuparme porque los demás lo sepan? ¿Y es importante ser alguien en Xalapa? Aquí voy a contradecirme. Sí, es importante, porque yo vivo mi vida aquí. Lo que vale la pena es que tengo el respeto y el apoyo de mi universidad. A esta institución le debo el 90 por ciento de lo que soy. Llegué aquí hace 30 años y aquí me voy a morir (dentro de 80 años, pues mi plan es llegar a los 150). Aunque también es satisfactorio no ser nadie porque no tienes que escaparte ni tienes que esconderte y eso es muy bueno. He tenido experiencias profundamente desagradables a partir de que algunas personas creyeron que soy importante. Prefiero ser cola de ratón en provincia que cabeza de león en París, prefiero poder salir a jugar basquetbol sin que nadie me esté molestando, a que me den uno de esos premios que terminan por agostar a la gente. Y si se trata de farandulear, prefiero hacerlo fuera de Xalapa, irme a la FIL de Guadalajara, o a presentar un libro en Colombia o Buenos Aires. Xalapa no es el mundo. Es lo que le dije una vez a Adolfo Castañón, quien a partir de ciertas críticas que hice públicamente, me dijo: “Mientras yo esté en el Fondo de Cultura Económica, nunca vas a publicar ahí”. Y yo le dije: “Ni el Fondo es todas las editoriales de México ni México el único país del mundo”. Punto. Es bueno y malo ser famoso. Yo no aspiro a tener la vida de García Márquez; sí a escribir las cosas que escribe él, en términos de calidad, pero no quiero andar perseguido como Britney Spears y terminar como ella.
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