Descabezadero 25
junio 14, 2008Historia de todas las cosas
A pesar de que se interpongan varias actividades, he continuado con la escritura de mi novela Historia de todas las cosas. Lo que no he dicho hasta ahora es que no se trata de una novela original sino que es la reescritura de mi primera novela, Breve historia de todas las cosas, editada por primera vez en Buenos Aires, en Ediciones La Flor, editorial donde publican Quino y Fontanarrosa. La reacción de la crítica ante la primera edición fue dual: por una parte exaltaron la obra como una genialidad precoz, y por otra la calificaron como una mala copia de Cien años de soledad. 34 años después (apareció en 1975), tras un largo olvido, la estoy reescribiendo con gran entusiasmo y la he anunciado como una parodia de Cien años…
Hoy les voy a ofrecer un par de páginas en las que toco un tema altamente delicado y hasta escabroso. Espero haberlo hecho con tacto y hasta cariño. Trata del amor por las… Bueno, los dejo con el texto y estoy dispuesto a aceptar críticas en mi blog. Llamemos al fragmento de capítulo, provisionalmente, “El amor burro”…
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El amor burro. El que sí llevó sus aficiones desenfrenadas al punto no sólo de inaugurar y defenestrar a una casta burrita, sino de fundar el primer establecimiento comercial (adjunto a Los Pollitos, a la salida del pueblo, rumbo a la meseta central) en el que se despachaban placeres deshonestos y animales, fue Alisio, que una vez iniciado en estos gozos impunes (¿Puede haber algo más puro e inocente que subirse en un banquito, amarrar la cola de la novia y darle su regalito? ¿Qué mejor vida puede tener una pollina que la de estar bañadita, cepillada, perfumada y lista para una o dos ocupaciones diarias? Alisio era todo un filósofo del amor bestial y apuntaba en su Manual de Procedimientos sus teorías sobre el asunto), el polimorfo Alisio ya no tuvo tiempo ni ánimo ni entusiasmo para visitar a algunas menesterosas de amor, de las que hay tantas en San Isidro.
Alisio compró varias burras impúberes y adolescentes, las alimentó y cuidó con curia de monja descalza, las domesticó en el fino oficio de aceptar la monta y las sometió a un régimen de pasturas post coitum que las convirtió en verdaderas adictas al fundamentum inconssusum veritatis. Con la complicidad del Doctor Tremens les hizo a sus nenas un solemne bautizo: Greta Garbo, por tristona y caballuna; María Magdalena, por romántica y por cuzca; Santa Ludmila, por su tendencia a la tisis y su gusto al lujo.
(Pero, amigo, decía Alisio, si hacerlo con burra es bueno porque tienen su conducto y partecita muy caliente, hacerlo con burro es mejor: uno le amarra las canicas con una cuerda, se la pasa por el dedo gordo del pie del gozador, que debe usar chancla para el efecto, y cuando quiere acción le jala las bolas, y entonces el lindo burrito aprieta y el hombre mira el cielo y da gracias a Dios).
Y por eso Alisio, si bien tenía sus burritas estrellas, unas verdaderas divas perfumadas y adornadas con moños y suéteres, exigentes y veleidosas como cantantes de ópera, también tenía a Pasmarote Feliz, un asno grande y optimista, que gozaba de un prestigio grande entre los adoradores de los placeres heterodoxos.
—¿Y las burras disfrutan o les duele?, preguntó Ildefonso.
—¿Quién chilla cuando le dan jaula, pájaro y alpiste? ¿Y a quién no le gusta vivir sin trabajar, echada en el pienso, espantándose las moscas, soñando lo que sueñan las burras?
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Ese es un fragmento de un capítulo de mi Historia de todas las cosas. La novela se desarrolla en un pueblo al sur de Costa Rica, un pueblo muy particular en el que hay cuatro prostíbulos para cinco mil habitantes; mujeres soberanamente bellas (hijas todas de un famoso contrabandista apodado Pinga de Oro). Hay también muchas beatas, muchos judíos; dos negros, uno bueno y otro malo; dos grupos de vagos que se la pasan en el parque; dos músicos famosos: Rey David y Benito Chuber; también un sargento de policía que mide dos metros de alto por dos de ancho, un alcalde que viste como personaje de película de Ripstein basada en un cuento de García Márquez. Además toda una galería de personajes extravagantes y a veces tiernos, que configuran un universo personal que no es del todo inventado. A todos ellos los conocí en un pueblo al sur de Costa Rica que se llama San Isidro del General, donde quisieron lincharme hace varios años cuando las personas qe se sintieron retratadas supieron que su autor había regresado.
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