julio 12, 2008
Por qué no quiero el Premio Nóbel
Descabezadero diario de un escritor
Esta semana voy a escribir un artículo con gran cantidad de temas pues no siento que haya nada dominante que me exija explayarme, echar la filosofía a volar o ponerme en trance de desarrollar un tema como si fuera una redacción para una clase formal.
1. Misterios de la literatura. Hace quizás un año Irving Ramírez, el director de la Escuela de Escritores Sergio Galindo —nombre de institución que por cierto fue usurpado al gran escritor veracruzano y con el cual no está de acuerdo la familia del autor de El bordo— me pidió que leyera una novela inédita de su autoría. Eran 500 o más páginas. Emprendí la lectura. En la primera página hallé diez errores. En la segunda otros diez. En la tercera quince y así sucesivamente hasta llegar a verdaderos records: cuarenta errores o más por página. No sólo de ortografía sino de redacción, de sintaxis, etcétera. Y ahí me tienen haciendo la ingente tarea de corregir el manuscrito. He de decir que en honor a la verdad no descalifiqué la novela. En términos generales era interesante, bien documentada, misteriosa, algo parecida a El código da Vinci, con un mundo medio oscuro y una erudición atractiva sobre temas medievales, teológicos y escatológicos. Calculo que le hice diez mil correcciones a la novela. No exagero. Meses más tarde me enteré que la novela de Irving había resultado finalista en el Concurso de Novela de Anagrama en España. Irving se adornó en entrevistas y ni siquiera se le ocurrió agradecer mi ayuda gratuita. No tenía que decir que le corregí la novela sino simplemente agradecer mis consejos, así, ambiguamente habría salvado el honor. Ahora lo que me pregunto es cómo una persona de preparación tan deficiente puede ser director de una escuela para escritores. Lo curioso, lo sorprendente, es que sus artículos en el Diario de Xalapa están bien escritos y son inteligentes y bien informados.
2. Ecológicas. No hay piedad alguna. Los árboles están siendo arrasados en Xalapa –y el mundo- para dar paso a las carreteras, al progreso tumultuoso, al smog, a la gran miseria humana. ¿Es que no hay cerebro para entender que se podrían buscar vías alternas? No: lo que están haciendo es comiéndose hoy toda la comida de la despensa de la humanidad. Mañana no habrá qué comer, no habrá aire, agua, nada. Más que tarados los que tumban árboles, los que hoy sonríen posando en las fotos, mirando las brillantes autopistas y pensando que próximamente tendrán su estatua.
3. Emergencia. Dejé estacionada mi modesta Explorer 94 mientras asistía al homenaje a Roberto Williams en el Museo de Antropología de Xalapa. De regreso hallé que me habían robado mi maletín con mis anteojos de lectura, una novela de Yukio Mishima, y lo peor, el único ejemplar de Breve historia de todas las cosas, la novela que estoy corrigiendo para una nueva edición. Entré en pánico. Hice un llamado de auxilio por medio de internet y respondió Carlos Manuel Cruz, ofreciendo prestarme su ejemplar. Afortunadamente encontré copias fotostáticas y seguí el proceso de captura y corrección. A la actualidad llevo 450 páginas y he de decir que estoy tremendamente emocionado. Respiro feliz porque sé que esa novela está en mi futuro. Imagino inmensidades y hasta las publico. Pienso que será una novela de la calidad de Cien años de soledad, ensueño que me ofrecerán el Premio Nobel y que lo rechazaré. Después pienso que mejor sí lo acepto e invito a mis amigos: Peter Broad, mi traductor al inglés y una persona que toda su vida la ha dedicado a dar conferencias en varios países sobre mi trabajo; Juan Villoro —cuya entrevista reciente en La Jornada semanal me pareció sosa—, Eusebio Ruvalcaba, Óscar de la Borbolla, Raúl Hernández, Gustavo Álvarez Gardeazábal, Isaías Peña y mi contador y enemigo del basquetbol, Abelardo Rodríguez, flamante administrador del Hospital Gastón Melo en Xalapa. Después pienso: mejor no. Mejor que no me den el Nobel. Esos premios grandes matan a la gente, la convierten en antisociales, les ocasionan problemas nerviosos y lo vuelven a uno tartamudo. Mejor sigo aquí en Xalapa tranquilo jugando básquet y tramando mis fantasías y publicándolas humildemente. So help me god!
Esta semana voy a escribir un artículo con gran cantidad de temas pues no siento que haya nada dominante que me exija explayarme, echar la filosofía a volar o ponerme en trance de desarrollar un tema como si fuera una redacción para una clase formal.
1. Misterios de la literatura. Hace quizás un año Irving Ramírez, el director de la Escuela de Escritores Sergio Galindo —nombre de institución que por cierto fue usurpado al gran escritor veracruzano y con el cual no está de acuerdo la familia del autor de El bordo— me pidió que leyera una novela inédita de su autoría. Eran 500 o más páginas. Emprendí la lectura. En la primera página hallé diez errores. En la segunda otros diez. En la tercera quince y así sucesivamente hasta llegar a verdaderos records: cuarenta errores o más por página. No sólo de ortografía sino de redacción, de sintaxis, etcétera. Y ahí me tienen haciendo la ingente tarea de corregir el manuscrito. He de decir que en honor a la verdad no descalifiqué la novela. En términos generales era interesante, bien documentada, misteriosa, algo parecida a El código da Vinci, con un mundo medio oscuro y una erudición atractiva sobre temas medievales, teológicos y escatológicos. Calculo que le hice diez mil correcciones a la novela. No exagero. Meses más tarde me enteré que la novela de Irving había resultado finalista en el Concurso de Novela de Anagrama en España. Irving se adornó en entrevistas y ni siquiera se le ocurrió agradecer mi ayuda gratuita. No tenía que decir que le corregí la novela sino simplemente agradecer mis consejos, así, ambiguamente habría salvado el honor. Ahora lo que me pregunto es cómo una persona de preparación tan deficiente puede ser director de una escuela para escritores. Lo curioso, lo sorprendente, es que sus artículos en el Diario de Xalapa están bien escritos y son inteligentes y bien informados.
2. Ecológicas. No hay piedad alguna. Los árboles están siendo arrasados en Xalapa –y el mundo- para dar paso a las carreteras, al progreso tumultuoso, al smog, a la gran miseria humana. ¿Es que no hay cerebro para entender que se podrían buscar vías alternas? No: lo que están haciendo es comiéndose hoy toda la comida de la despensa de la humanidad. Mañana no habrá qué comer, no habrá aire, agua, nada. Más que tarados los que tumban árboles, los que hoy sonríen posando en las fotos, mirando las brillantes autopistas y pensando que próximamente tendrán su estatua.
3. Emergencia. Dejé estacionada mi modesta Explorer 94 mientras asistía al homenaje a Roberto Williams en el Museo de Antropología de Xalapa. De regreso hallé que me habían robado mi maletín con mis anteojos de lectura, una novela de Yukio Mishima, y lo peor, el único ejemplar de Breve historia de todas las cosas, la novela que estoy corrigiendo para una nueva edición. Entré en pánico. Hice un llamado de auxilio por medio de internet y respondió Carlos Manuel Cruz, ofreciendo prestarme su ejemplar. Afortunadamente encontré copias fotostáticas y seguí el proceso de captura y corrección. A la actualidad llevo 450 páginas y he de decir que estoy tremendamente emocionado. Respiro feliz porque sé que esa novela está en mi futuro. Imagino inmensidades y hasta las publico. Pienso que será una novela de la calidad de Cien años de soledad, ensueño que me ofrecerán el Premio Nobel y que lo rechazaré. Después pienso que mejor sí lo acepto e invito a mis amigos: Peter Broad, mi traductor al inglés y una persona que toda su vida la ha dedicado a dar conferencias en varios países sobre mi trabajo; Juan Villoro —cuya entrevista reciente en La Jornada semanal me pareció sosa—, Eusebio Ruvalcaba, Óscar de la Borbolla, Raúl Hernández, Gustavo Álvarez Gardeazábal, Isaías Peña y mi contador y enemigo del basquetbol, Abelardo Rodríguez, flamante administrador del Hospital Gastón Melo en Xalapa. Después pienso: mejor no. Mejor que no me den el Nobel. Esos premios grandes matan a la gente, la convierten en antisociales, les ocasionan problemas nerviosos y lo vuelven a uno tartamudo. Mejor sigo aquí en Xalapa tranquilo jugando básquet y tramando mis fantasías y publicándolas humildemente. So help me god!
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