julio 11, 2008

¿Es posible escribir la historia de todas las cosas?

Se me ha ocurrido escribir un texto que hasta el momento muy pocas personas han escrito. Se trata de la reseña de una novela que todavía no existe: Historia de todas las cosas, la obra que estoy escribiendo desde principios de este año de 2008. Vamos a lo elemental: ¿de qué trata? De manera superficial podría decirse que trata de la historia de un pueblo, que con el tiempo deviene en ciudad, del sur de Costa Rica: San Isidro de El General. Es sin duda un pueblo muy particular, habitado por muchas prostitutas, comerciantes y personajes extravagantes. Las historias de unos y otros se van entretejiendo, de modo que la narración avanza en base a multitud de intrigas: ¿Cuál será el destino de Californio el simple, un personaje dotado de una gran inocencia y de una oculta genialidad musical? ¿Por qué su padre, un violinista genial, mantiene encerradas a muchas mujeres que parece son sus concubinas, sus hijas, sus nietas con las que tiene comercio carnal? ¿Por qué un negro fino y hermoso, llamado Vladimiro, admirado por todas las mujeres, tiene un fin tan deplorable? ¿Cómo es posible que un pueblo que queda en el culo del mundo albergue a tantas mujeres de hermosura sin par: la descomunal Marilú; las cuatro Fernández: Sol, Cielo, Estrella y Lucero, hijas de un contrabandista apodado Pinga de Oro?
La proliferación de los prostíbulos de diversos niveles marca al pueblo. Allí conviven El Bar Rojo, el Bar Tico, Clementina La Más Fina, Los Pollitos (lupanar en el que sólo hay rubias auténticas). Hay dos grupos de muchachos que se disputan la primacía de hacer escándalos y acometer hazañas: los amigos del Paticorvo Palomo (sastre) y los Intelectuales (hijos de los ricos).
El lenguaje es muy importante en esta novela: no sólo utilizo el castellano arcaico (releí el Quijote para hallar palabras atractivas y útiles) sino modismos mexicanos, colombianos, frases en latín, en francés, en alemán, en italiano y en todos los idiomas de los que tengo nociones. Cuidando, eso sí, de no hacer pedante la novela, sino más bien de darle variedad y de recoger la infinita riqueza de los idiomas y dialectos que conozco.
Me burlo del realismo mágico, particularmente del que se encuentra en las obras de García Márquez. La Santa Flaca, una beata enamorada de James Po, es atropellada por un motociclista y es proyectada diez en el aire, y cuando cae lo hace en cámara lenta. Ya enterrada su cuerpo permanece incorrupto. Un hombre sale a la puerta de un restaurante durante una tupida tormenta con diluvios de agua, rayos y relámpagos, y ve que frente a sus ojos pasan peces que casi puede atrapar con las manos. Llega una temporada en que la temperatura llega a 50 grados centígrados y las cosas se duplican y ya nadie sabe por cuál puerta de su casa entrar o salir. El Palomo pretende alterar los mecanismos del tiempo agregando ladrillos a los contrapesos del reloj de la catedral, lo que según él haría que el tiempo en San Isidro corriera más rápido o más lento. Hay una plaga de espiritistas y de pregonadores de religiones extrañas. Un Coro de Evangélicos, mientras canta Jesus Christ comienza a elevarse del suelo y se mantiene elevado tocando el techo de la Terraza Bailable.
Hago referencias a Rulfo, Borges, a Platón, Aristóteles, Maimónides y otros autores y a gran cantidad de filósofos no sólo existentes en la historia de la humanidad, sino inventados por MT. Me invento a un narrador de la historia, Mateo Albán, quien es el que está escribiendo la Historia de todas las cosas, no sólo basándose en lo que investiga sino en lo que lee y en lo que inventa.
Hay que decirlo y ya lo dije en estas columnas, de modo que mis tres lectores ya deben estar enterados: esta novela no es original. La estoy copiando de una obra publicada en 1975 en Buenos Aires por un escritor colombiano de 24 años de edad: Marco Tulio Aguilera. Ese autor no soy yo. El Marco Tulio de hoy tiene casi 60 años y ha acumulado experiencia y experiencias que le van a permitir convertir una buena novela en una novela extraordinaria. (Recuerdo que mis amigos de la Editorial de la UV me decían al verme cada lunes: "¿Ya escribirte tu obra maestra de fin de semana?") ... Y es que, efectivamente, mientras escribo cada uno de mis libros siento que estoy rozando el cielo. y, ¿quién me quita el optimisko? ¿Y para qué? Si soy vanidoso, eso ¿a quién le duele? Los que no me conocen me juzgarán por mis obras y los que me conocen espero que sean sobrellevarme.
Cuando salió la primera edición (ya lo dije también) hubo una larga cauda de escritores y críticos que resaltaron la calidad del texto. Hago la lista de los nombres que recuerdo: Gabriel García Márquez, Gustavo Álvarez Gardeazábal, Raymond Williams, Seymour Menton, Wolfgang Luchting, Edmundo Valadés ( quien tituló su nota en Novedades: “Otra novela parece repetir el fenómeno de Cien años de soledad), el padre Andrés Hurtado Gálvez (en La estafeta literaria de Madrid), John Brushwood (que la incluyó en enciclopédica obra Twentieth Century Latin American Novel, Jairo Mercado (ya muerto), Isaías Peña, Eduardo Gudiño Kieffer (en Argentina), Lino Gil Jaramillo, Daniel Samper (quien escribió una nota llamada “La respuesta cachaca a García Márquez”), Alfonso Chase (en Costa Rica, en una nota que se llamó “Un colombiano escribió una novela sobre San Isidro y desde ahora nos comparan con Macondo). Y otras veinte o treinta autoridades. Sólo hubo una nota adversa, en El Día, de un ecuatoriano apellidado Donoso Pareja, quien decía que era vergonzoso que a un plagiario se le comparara con García Márquez.
Nota final: mi título Breve historia de todas las cosas fue copiado por Ken Wilber, un autor de un libro que mezcla filosofía, picología y otras "ías". Otro libro mío mío cuyo título fue plagiado es Cuentos para después de hacer el amor. El autor es un español.

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1 comentarios

  1. ¿No demantaste el plagio del españolito? Si hubiera sido al revés, te saca a ocho culumnas en El país.

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