EL HOROSCOPISTA

enero 15, 2010


LAS DOS PREDICCIONES DE ABU NAIM

Papaloteando por mi disco duro encontré un archivo con varias fábulas que hasta la fecha no he publicado. Ésta que leerán a continuación me pareció rescatable.

Hubo tales embaucadores en Babilonia que los grandes poseedores de dinero no tuvieron que preocuparse por tomar decisiones en su vida, ya que estaban convencidos que éstas se hallaban fijadas en el rumbo de los planetas antes de nacer y en los horóscopos de los sabios. Cada mañana se levantaban con el surgir del sol, metían la mano bajo la almohada y con gran cuidado leían cada uno de sus pasos, cada gesto, cada minúscula acción para cumplirlas, porque si no lo hacían, según los hacedores de horóscopos, estarían rebelándose contra el orden del universo y podrían acarrear la destrucción del orbe. Al poco tiempo de estar los hacedores de horóscopos en el oficio, no sólo los nobles sino el llano pueblo comenzó a creer a pie juntillas en lo predicho. Los que no tenían recursos para mandarse hacer horóscopos individuales apelaban a los genéricos, que exhibían en los templos. Y los que no podían entrar a los templos por butras de ley, se las ingeniaban para mirar los horóscopos de los demás y adaptarlos a sus propias circunstancias. Abu Naim, el más famoso hacedor de horóscopos, predijo dos eventos: uno mayúsculo y otro íntimo: la caída de Babilonia ante la arremetida de las fuerzas de Alejandro y el futuro de su propia vida, que sería el del más grande esplendor de horoscopista alguno. Lo primero se cumplió. Lo segundo no. Alejandro halló un pueblo resignado a obedecer el destino que Abu Naim decía haber leído en los cuerpos celestes. La primera medida que Alejandro tomó fue contra el cuello de Abu Naim. Según los apócrifos esto se debió a que el conquistador se había puesto de acuerdo con el horoscopista para que predijera la caída de Babilonia. Y naturalmente el conquistador estaba interesado en sepultar el secreto con su inventor. Abu Naim murió rodeado de la admiración de sus conciudadanos, quienes nunca pudieron comprender cómo logró predecir un hecho tan trascendental y no obstante eludir la precognición de su propia y nimia muerte. La gloria de Alejandro sigue incólume gracias a que el secreto se conserva. Los apócrifos nunca fueron tomados en serio. Y nunca lo serán. Por eso es que no hay que creer ni a los horoscopistas ni al redactor de esta historia.

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