QUERER SER DIOS. EN EL PARAISO DE LAS ARTES IX

noviembre 23, 2010

DIARIO DE 1997



 Los mails electrónicos de mi esposa llegan puntuales, sin protestas, cariñosos, con algunas peticiones de regalos que sabe no podré cumplir. Durante esta estancia en Canadá me ha interesado muy poco salir. He visto lo necesario. Yo vine aquí a escribir y eso es lo que estoy haciendo. El trabajo de estos 40 días es un trabajo que en Xalapa me llevaría de tres a cinco años. Esta tarde me siento satisfecho con el trabajo de la novela, después de un día de conflictos ocasionados por la estrecha relación de lo que escribo con mi vida. Una sobrecarga de erotismo permea toda la novela, pero aliviada o iluminada por un predominio del amor sobre toda otra instancia. Novela que quiere ser definitiva, una especie de coronación de mi evolución como novelista, hacia la comprensión de lo que son las mujeres, el amor y el erotismo. La novela me parece profundamente original, agresiva pero amable, apasionante pero difícil de aceptar, como difícil de aceptar son los impulsos más secretos de la naturaleza humana. Me reconcilio conmigo mismo, permitiendo que mi cuerpo descanse tras el trabajo, jugando basquetbol para salirme de este mundo asfixiante y total de la novela, hacia una realidad más sencilla y agradable, menos conflictiva como es la de Banff, donde el arte y la naturaleza son espléndidos, y todas las personas de una sorprendente amabilidad. He encanecido brutal, inexplicablememte en estos días, pero en el plano físico me siento poderoso, como poderoso me siento por el respeto que muestran todas las personas que me rodean. Me siento apreciado, admirado, con facilidad y sin envidias, lejos de el bajo perfil que siento en Xalapa, donde soy simplemente un padre de familia, un editor científico y un lavaplatos ocasional. Escucho a todas horas música maravillosa, sonatas de Beethoven, conciertos de Paganini, Malher, conciertos inolvidables, en medio de este bosque de maravilla. La nieve ha caído torrencialmente (¡a fines de mayo!), luego salió el sol y todo se renueva, se acerca el fin de esta etapa de mi vida.
Me atreví a invitar a Ambrosia a tomar una cerveza pero dijo que trabajaba doble turno y que además no bebe cerveza. (Y no bebe cerveza porque a los menores de edad les está prohibido en Canadá). Tiene esta chica una sensibilidad exaltada. No soporta que casi nadie sepa su verdadero nombre, porque dar su nombre es, según ella, impúdico. Se lo reserva para personas agradables. A mí me lo dio y me sonríe maravillosamente cada vez que me ve. Prometió que si tenía tiempo iba a aceptar mi invitación, pero en secreto y el privado. Le dije que estaba escribiendo sobre ella. Eso le agradó pero le causa temor.
Como en ciclos esquizofrénicos, al día siguiente me sentiría muy mal con respecto a lo que estoy escribiendo. Me parece repetitivo, común y corriente, vulgar y triste. Es un mundo absolutamente cerrado en el que el erotismo, un erotismo enfermizo, centrado en las felaciones de una criatura inocente hacia un fauno, lo van descargando, agotando, derrotando, hasta dejarlo convertido en un pellejo, en una nada, de la que sin embargo, de alguna manera surge, como el ave fenix, volando el amor. Es un cuento de hadas pero al revés. También es la historia de la Cenicienta en versión triple X. Cuando terminé mi sesión de cuatro horas ante la computadora salí del estudio casi huyendo, a buscar algo diferente. Lo que encontré fue otra realidad terrible, frente a la cual no puedo hacer nada: a L la están llamando todas las noches a las tres de la mañana, ella levanta el auricular y nadie responde. Esto ya lleva varios días, desde que ella regresó a México y como es tan susceptible, ya no puede dormir. Hoy le hablé por teléfono (9 minutos: 30 dólares) y lloró, le ofrecí regresar inmediatamente a Xalapa, dijo que no, que terminara mi trabajo, que ella iba a aguantar, que si se sentía mal esta misma noche se iba a ir con los niños a un hotel. ¿Qué puedo decirle? Irresponsable, como de costumbre, esta noche iré a escuchar la Orquesta Sinfónica de Calgary. Casi puedo decir que esto que le sucede pasará. Puede ser simplemente alguna de las que fueron mis pasadas mujeres que quieren hablar conmigo, o el loco de N, quien quiere pelear. Si eres tú, N, cálmate. Búscate uno de tu tamaño o de tu condición mental. No sé.
Ahora escucho las sonatas para violín y piano de Beethoven, mientras lavo platos y arreglo el estudio, que ha permanecido en desorden desde que L se fue. En la mesa del comedor dije algo sencillo pero terrible: "Llevo cinco años trabajando en esta serie de novelas, pero si un día me doy cuenta que no sirven, las tiro a la basura y tan tranquilo". Es cierto. Al escribir no pierdo el tiempo, estoy viviendo, y como dice Paul Valery: Vivir es suficiente. Pedir más es querer ser Dios.


En el campus de la U de Indiana, Penn

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