NECRÓPOLIS DE SANTIAGO GAMBOA
julio 08, 2011NECRÓPOLIS: LA ISLA DEL FIN DEL MUNDO
Necrópolis, Santiago Gamboa, Editorial Norma, 2009, Bogotá.
Originalmente publicado en La palabra y el hombre, México, 2010
Un aire de apocalipsis y de farsa baña la novela Necrópolis, del colombiano Santiago Gamboa. No hace mucho tiempo leí una de esas listas arteras y envidiosas que publican las revistas de escándalo cultural: “Las peores novelas de año en Colombia”. Entre ellas destacaban dos novelas que conozco: una de Mario Mendoza (autor de Satanás, Premio Seix Barral) llamada Buda Blues, y Necrópolis del autor mencionado. De Gamboa sólo había tenido en mis manos antes una novela que abandoné al discurrir de pocas páginas. Era algo como la biografía de un muchacho, escrita de manera casi decimonónica. Necrópolis es algo muy diferente: alterna el relato de la estancia de un escritor en Israel, con la narración de las vidas de una serie de personajes estrafalarios: una especie de nuevo y depravado Jesucristo, que funda su nueva iglesia en Miami; una actriz porno, un ajedrecista travesti; un mecánico colombiano. Los personajes son verosímiles, en general afectados por algún tipo de tragedia y están retratados de manera efectiva, en un estilo torrencial que deprecia los recursos tradicionales del diálogo y que forma un tejido que la da fluidez a la narración. El más desaforado es Maturana, el nuevo Jesucristo.
Toda buena novela, que sea en realidad novela, es decir que plantee una novedad, debe tener su lógica propia y original, que el lector debe descifrar, aceptar o rechazar. Esta novela tiene en efecto su lógica que, de inicio, se plantea como un árbol: un tronco que es el relato del escritor y las ramas, que son las historias de los personajes que el escritor conoce en el congreso. El relato, los relatos, se despeñan velozmente, en general en primera persona irreverente y directa.
Según parece Gamboa, que ha vivido varios años en Europa y que recientemente fue embajador de Colombia en la India, ha tenido buen éxito en varios países, particularmente en Italia, y a menudo cuando se usa el viejo argumento de “Colombia no es sólo García Márquez” se le menciona junto con Fernando Vallejo, flojo prosista y genio del escándalo; Abad Faccilince, de quien sólo he leído un libro que me pareció artificioso, inflado y oportunista sobre la muerte de su padre y unos poemas de Borges hallados en el bolsillo del muerto; y la reciente estrella de todos los moles, William Ospina, de quien se dice que es lo mejor que ha dado Colombia en los últimos tiempos.
Necrópolis es de esas novelas en las que el lector tiene algo que esperar constantemente: no sólo el desenlace del extraño congreso, sino las peripecias de las vidas de los personajes, personajes tan bien definidos e inolvidables como Gunard, el ajedrecista que se viste de mujer en sus momentos de soledad y como Sabina Vedovelli, la actriz porno. Hay una columna vertebral –el congreso y lo que vive en él el escritor—y una serie de historias laterales tan poderosas, que uno no añora ni se impacienta por la necesidad que siente de regresar a la columna vertebral. El estilo se va acrisolando a medida que avanza, al principio es hosco, agresivo, vulgar, luego va moderando su agresividad y se va volviendo íntimo, entrañable. Al final es sereno, pausado. Deliciosa novela. Lo digo sin pudor y admito la sonsería del lugar común. Los ritmos y los tonos de las diversas historias varían, hasta llegar a una especie de paroxismo vital, en el relato de la estrella del cine porno, que lleva una vida desastrosa, acelerada y vil, que sin embargo resulta interesante no tanto por las peripecias de su existencia sino por la forma en que cuenta sus avatares, con una naturalidad tal, que uno puede llegar a pensar que aquel fornicar incesante, el drogarse, el humillarse, es una profesión tan digna como la de una monjita o una vendedora de libros a domicilio. Sorprende, de nuevo, el conocimiento de este mundo, y de otros mundos, que muestra el autor, que parece haber estado en todos los hoteles de la Tierra. Básicamente impresiona en esta novela el dominio de escenarios tan diversos como Villavicencio en Colombia, Israel en tiempo de guerra, París bohemio, Europa oriental.
Gamboa no es un estilista como García Márquez, sino un noqueador, un brusco, un rudo, que se gana la atención del lector a golpes, sin sutilezas ni fintas artísticas, su Necrópolis no se lee, se devora (y de nuevo no pido disculpas por el lugar común). Tras leer su obra entiendo por qué los exquisitos de Bogotá la calificaron como una de las peores del año. Ellos buscaban imágenes poéticas, metáforas, alambicamientos: lo que obtuvieron fue puñetazos en la nariz, realidad potenciada al extremo.
Una reflexión ácida, descarnada y lúcida sobre el estado actual del mundo, anclada en una vorágine de narraciones apasionantes de vidas de seres que viven al filo de la muerte con intensidad inusitada.
La obra recibió el premio La otra orilla, que le otorgó un jurado integrado por Roberto Ampuero, Jorge Volpi y Pere Sureda.
3 comentarios
Yo pensé que te caía gordo después de aquel artículo que publicaste diciendo que era feo.
ResponderEliminarQue me caiga mal su actitud no lo hace un mal novelista. Además después de su majadería se ha portado bien
ResponderEliminarEntendido. Me alegro, la verdad. Entre más buenas novelas hayan, mejor para todos. Saludos.
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