Más Máscara: Murakami, atletismo, Universidad del Valle
marzo 30, 2012
De nuevo en la Casa del Escritor en Puebla. Son las cinco de la mañana. Dormí poco. Leí unas páginas de De qué hablo cuando hablo de correr. Me llamó la atención un fragmento en el que Murakami habla de su decadencia como corredor y de su regreso a Cambridge, ya habiendo rebasado los 45 años. El regreso, la cercanía del río y el amiente le motivan a regresar al jogging. En dos meses y medio bajé siete libras. La grasa que se había comenzado a acumular ligeramente alrededor de mi estómago también se esfumó. Siete libras. Me gustaría que imaginaran que van a una carnicería, piden tres kilos de carne y luego vuelven a casa caminando con ellos en la mano; tal vez así puedan hacerse una idea de lo que es cargar ese peso. El caso es que hoy me pesé en una farmacia: 100 kilos 200 gramos. También a mi regreso de Costa Rica y de la tremenda odisea gastronómica que fue aquello, llegando al aeropuerto del DF me pesé: más de 100 kilos. Y resulta que me ha comenzado a lastimar un dolorcillo, insignificante, pero persistente en la parte izquierda del pecho. Ya lo dije. Cometí la imprudencia de decírselo a L y ella inmediatamente dijo: “Pues precisamente este viernes tengo cita con el cardiólogo y quiero que me acompañes”. Ni modo: será otra tarde perdida. Debo recordármelo: tengo 63 años y aunque quiera ocultarlo jugando horas enteras en lucha cuerpo a cuerpo contra el gran Rigo (150 kilos de más grasa que músculo), debo aceptar que la decadencia es inevitable. Con la natación parecía que sí era posible mantener la renovación del cuerpo: no había mes en que no mejorara mis marcas: llegue a cubrir los 25 metros en casi 15 segundos; los 50 en 35 segundos, los cien en un minuto 35 (verificar tiempos en agenda). Anoche conversé frente al público, acompañado por un joven académico de la BUAP, Iván Ruiz (que aprovechó para descerrajar su sabiduría durante 15 minutos antes de mi intervención): el tema, ya lo dije, el erotismo. En general hallé bastante atención entre el público, particularmente entre las mujeres, y con mayor concentración entre las maduritas, que fueron las que en mayor cantidad compraron libros. Hubo un instante en que toqué un tema que me pareció recordable: el tema del acto sexual como obra de arte irrepetible, que sucede una o dos veces en la vida. Recordé mi acto más memorable (para entonces L se había retirado de la sala de conferencias y ya podía hablar con más libertad): una casa muy sencilla, humilde, con una pequeña habitación, L y yo estábamos solos, los rayos del sol sólo iluminaban a cama a las dos de la tarde, yo y mi mujer (“la mujer de mi vida” dirían en telenovelas) culminando un hermoso acto cuando el sol nos doraba los cuerpos. Años más tarde en Playboy escribí un artículo titulado “El orgasmo femenino: estudio de campo” en el que narré este instante. Llegué a la conclusión, supongo que poética, de que en ese acto engendramos al querido Gato, que hoy anda perreando un empleo y con un humor de perro. Al final las consabidas firmas. Dos señoras me entregaron capítulos de sus novelas en proceso. Son las 5:30 am, L duerme en la sala de este apartamento de la Casa del escritor. Mis ronquidos no la dejaban dormir, tampoco la almohada demasiado dura. Ahora escribo ya llegando a Xalapa, de nuevo en el ADO. La lectura del libro de Murakami me ha inspirado: en general no se considera un hombre brillante, aunque sí disciplinado: cuenta que se le ocurrió decir “voy a ser novelista” fue cuando en un partido de beisbol un jugador dio un strike. En mi caso yo diría que fue más dramático o por lo menos más literario. Y ésta es una historia que he contado mil veces en entrevistas y conferencias: me había preparado durante un año para una carrera de 5000 metros planos, la final de los Juegos Universitarios de Colombia, 1973. El grupo de competidores salió de la meta a buen ritmo, yo tomé la delantera porque nadie quería hacerlo. Esperaba que alguien me rebasara y se pusiera a la punta pero eso no sucedió. Mi contrincante más acérrimo, el flaco Carvajal, permaneció chupando rueda durante 4200 metros, y faltando 800 metros, arrancó y no pude alcanzarlo. Perdí: sólo alcancé segundo lugar. Una psicóloga que me hizo exámenes durante mi enfermedad me dio sus resultados: bajo nivel de resistencia a la frustración; carácter casi infantil: si no gano, me enojo. Y, pues, me enojé, decidí abandonar el atletismo radicalmente. Y antes entrenaba, durante mis primeros años de estudio de Filosofía, corría entre 5 y 10 kilómetros diarios de lunes a sábado… Y súbitamente me vi refunfuñando en un cuartito de asistencia de Cali, acumulando rencor y energías. Y llegó el insomnio. Una y otra noche, en la que yo lo que hacía era leer leer, leer, como Alonso Quijano y súbitamente se me ocurrió escribir un cuento. Escribí un cuento que llamé “Sonría” y que un mes más tarde apareció publicado en el Magazín Dominical bajo el titulo de “El sabio ignotante”. Jubilo, señores, me había graduado de escritor. Eso lo descubrí en el Cine Calima. Esta es la versión número uno de mi iluminación. Mi esposa la ha escuchado 40 veces y dice que es un invento, como casi todo lo que digo y escribo. La mejor definición que se ha hecho de mí la hizo GAG: MT es un mediocre que trabaja. Me gusta.
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