Hoteles en destinos turísticos y el escritor merolico
enero 14, 2013
Hace
tanto calor y brilla el sol de tal manera en este "destino turístico" que preferimos
estar encerrados en la habitación del Hotel casi todo el día. Ayer me levanté a
las cinco de la mañana y fui a nadar. Nadé desde el embarcadero hasta el primer
muelle, aproximadamente cuatro kilómetros, bordeando la playa. Cadúmenes de
peces azules y de peces casi transparentes vi y traté de perseguirlos. Como
sobraron bastantes libros de la presentación en Mérida decidí convertirme en
vendedor ambulante por la Calle Quinta de esta Babilonia. Vendí pocos pero gané
experiencia. Fui echado con poca diplomacia de un restaurante por el que parecía
ser el dueño del sitio. Aquí no aceptamos vendedores ambulantes, me dijo. Yo no
soy vendedor ambulante, le respondí, soy escritor. Y eso lo dije como si
dijera: Soy el rey de Francia y cuando yo hablo Dios me escucha. Antes de salir
le dije al individuo: ¡analfabeta!, él me respondió ¡pobre! Lo que me hizo
mucha gracia. Entendí: le gente viene a este paraíso a tomar sol, a beber, a echar
panza y ver pellejos sublimes. No a leer. Algunos recibieron mi oferta de
libros casi como un insulto. La experiencia de vender personalmente mis libros
la he repetido no sólo en la Feria del
Libro Universitario, donde agoté casi media edición de Mujeres
amadas sino en
la Feria de Minería, hace varios años, con Cuentos para después de hacer el amor. Me promovía ante un público curioso e
interesado como un merolico. La gente,
los escritores mexicanos pasaban cerca y me miraban con desprecio como diciendo
quién es este orate. Hasta el mismo editor Marco Antonio Jiménez Higuera estaba
avergonzado. La experiencia de cambiar de hotel de nuevo sucedió: a mi
máneger simplemente no le agradó la poca amabilidad del recepcionista del
Paraíso Hotel. No le agradó que las dos piscinas estuvieran muy lejos: una en la
azotea al lado de un abismo y otra muy lejos de la habitación: a ese
vil chapoteadero se llegaba tras recorrer un laberinto selvático. No le
agradaba el ulular de un búho y el maullar de un gato por la noche. No le
agradaba tampoco el precio: 1000 pesos. Por ese precio podríamos habernos
quedado en un NH o en un Holyday Inn, dijo. De modo que de nuevo a hacer
maletas y a regresar al Hotel MX, donde estuvimos antes de ir a Mérida. Un
gordo sin camisa (un naco, dijo mi máneger
y patrona LL) nos hizo esperar casi dos horas hasta que limpiaran el
cuarto. Mientras eso sucedía salí a hacer mi primera incursión como vendedor.
Vendí dos libros: 250 pesos. Suficiente para un desayuno de los tres. Terminé
la lectura de Lejos de Veracruz. Novela ligera, de aeropuerto,
graciosa, en la que el escritor-protagonista trata de ganarse la simpatía del
lector… y lo logra. Estoy escribiendo esto sentado en una silla en el baño, con
la lap top sobre una almohada que he colocado sobre mis rodillas, haciéndolo de
la misma forma que lo hice en el Hotel en San Isidro de El General.
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