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El realismo mágico parodiado

febrero 08, 2013


Como sé que es difícil leer un artículo largo en pantalla, he optado por entresacar tres párrafos de una larga y magnífica reseña que hizo el crítico español Alejandro Hermosilla sobre mi novela Historia de todas las cosas. Después he incluido el artículo completo. Publicado con autorización de la revista Crítica de la Benemérita Universidad de Puebla.

MT con la mascota del equipo de básquet de la U Veracruzana
Alejandro Hermosilla escribe:
"La mera existencia de un libro como Historia de todas las cosas debería obligar a gran parte de la crítica española a plantearse hasta qué punto, su lectura del desarrollo de la literatura hispanoamericana durante el siglo XX, no se encuentra repleta de grandes vacíos, omisiones e injusticias".  
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"De lo que estoy convencido, de cualquier manera, es que tanto su homenaje como su parodia al realismo mágico, tuvieron mucho que ver con el vacío que se le hizo al libro.  Ya que la aguda forma a través de la que leía, interpretaba y daba su propia respuesta a muchos de los temas  recurrentes de la literatura de García Márquez, no era en absoluto cómoda. Al contrario. Se encontraba cargada de un jocoso humor, una soterrada ironía que, en algún caso, no sólo cuestionaba muchos de los tópicos con los que hasta entonces se concebía la literatura hispanoamericana sino que además nos confrontaba directamente con ellos. De hecho, el texto obligaba a realizarse toda una serie de preguntas controvertidas, no sólo en su tiempo sino hoy en día, nada fáciles de ser asimiladas y digeridas por el establishment literario. Por ejemplo, ¿se ha leído realmente bien a García Márquez?, ¿se ha realizado una lectura verdaderamente profunda del realismo mágico o únicamente superficial?, ¿estamos dispuestos a repensar nuestra visión sobre los acontecimientos de la historia americana las veces que sea necesario aun sabiendo que nunca vamos a encontrar un consenso común ni una verdad única?"
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"Sucede que, en realidad, el libro compuesto por Marco Tulio era otra cosa. Un diabólico artefacto que satirizaba tanto los relatos oficiales como los anti-oficiales y novelescos desde los cuales se ofrecía hasta entonces una visión de la construcción política y social del continente americano. Además de una reflexión acerca del lenguaje utilizado para  narrarnos la historia americana que no por ello, dejaba de hacer una celebración del mismo. Por lo que era una novela que se encontraba prácticamente en territorio de nadie. Y era, desde ahí, desde un rincón sumamente personal y rebelde que observaba y transfiguraba con sorna, sordidez y un negro y jocoso -pero no exento de sabia lucidez y humanidad– sentido del humor a una realidad incómoda, contrahecha, caótica, deslucida, árida y, por momentos, sí, terrible".
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Artículo completo.


Historia de todas las cosas de Marco Tulio Aguilera Garramuño.
Editorial Educación y Cultura, México; coedición Trama Editorial, Madrid, 2011.

                                                 Alejandro Hermosilla Sánchez
Publicado con autorización de la revista Crítica de la Benemérita Universidad de Puebla.

La mera existencia de un libro como Historia de todas las cosas debería obligar a gran parte de la crítica española a plantearse hasta qué punto, su lectura del desarrollo de la literatura hispanoamericana durante el siglo XX, no se encuentra repleta de grandes vacíos, omisiones e injusticias. Porque es inconcebible que, hasta ahora, prácticamente 40 años después de su primera versión (1974), no existan apenas reseñas de este libro en ningún medio peninsular y no se lo conozca ni se haya debatido sobre él con un mínimo de profundidad. Me imagino -entre otras muchas razones- que porque, debido a criterios comerciales, tal vez no se quisiera confundir a los  posibles lectores hispanos con un libro realizado por un autor de nombre diferente a los ya conocidos en aquella época -Borges, Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez-; o porque el texto en sí obligaba a plantear una serie de cuestiones que era necesario abordar con un mínimo de rigor si se quería ser justo con él.

De lo que estoy convencido, de cualquier manera, es que tanto su homenaje como su parodia al realismo mágico, tuvieron mucho que ver con el vacío que se le hizo al libro.  Ya que la aguda forma a través de la que leía, interpretaba y daba su propia respuesta a muchos de los temas  recurrentes de la literatura de García Márquez, no era en absoluto cómoda. Al contrario. Se encontraba cargada de un jocoso humor, una soterrada ironía que, en algún caso, no sólo cuestionaba muchos de los tópicos con los que hasta entonces se concebía la literatura hispanoamericana sino que además nos confrontaba directamente con ellos. De hecho, el texto obligaba a realizarse toda una serie de preguntas controvertidas, no sólo en su tiempo sino hoy en día, nada fáciles de ser asimiladas y digeridas por el establishment literario. Por ejemplo, ¿se ha leído realmente bien a García Márquez?, ¿se ha realizado una lectura verdaderamente profunda del realismo mágico o únicamente superficial?, ¿estamos dispuestos a repensar nuestra visión sobre los acontecimientos de la historia americana las veces que sea necesario aun sabiendo que nunca vamos a encontrar un consenso común ni una verdad única?

A este respecto, se comprenderá que Historia de todas las cosas era un libro realmente difícil. Porque no era únicamente -que también- un relato mágico sobre la fundación, construcción y desarrollo de un pueblo centroamericano en el que se nos relataban sucesos más o menos hilarantes, increíbles, maravillosos sobre sus diversos pobladores. No. Si únicamente  hubiera sido esto, muy probablemente, se la hubiera considerado una novela muy exportable si el autor hubiera aceptado pulir o atemperar ciertos incómodos ripios barrocos -para el lector común moderno- del texto. Sucede que, en realidad, el libro compuesto por Marco Tulio era otra cosa. Un diabólico artefacto que satirizaba tanto los relatos oficiales como los anti-oficiales y novelescos desde los cuales se ofrecía hasta entonces una visión de la construcción política y social del continente americano. Además de una reflexión acerca del lenguaje utilizado para  narrarnos la historia americana que no por ello, dejaba de hacer una celebración del mismo. Por lo que era una novela que se encontraba prácticamente en territorio de nadie. Y era, desde ahí, desde un rincón sumamente personal y rebelde que observaba y transfiguraba con sorna, sordidez y un negro y jocoso -pero no exento de sabia lucidez y humanidad– sentido del humor a una realidad incómoda, contrahecha, caótica, deslucida, árida y, por momentos, sí, terrible.

En este sentido, el libro engañaba. Porque, en verdad, -bajo su apariencia de novela barroca maravillosa o mágica- ofrecía una  visión sin templaza y misericordia del horror. Del vacío y el caos así como de la esquizofrénica indefensión vivida en muchos de aquellos pueblos americanos cuya realidad -desde la publicación de Cien años de soledad- comenzaba a ser caricaturizada. Vista como una curiosidad exótica sin tener en cuenta ni el sufrimiento ni las condiciones, en algún caso, infrahumanas en que vivían sus pobladores que únicamente gozaban del humor y la imaginación -de lo que es un ejemplo el narrador Mateo Albán dentro de la novela de Marco Tulio- para subvertir su inclemente destino. Un destino incómodo, contrahecho e incierto, como ponía de manifiesto su final abierto, que contrastaba con el del famoso libro de Márquez que parecía cerrarse en sí mismo envolviendo a los personajes en el tiempo de la fábula.

Al contrario, en Historia de todas las cosas nada concluía. Todos los caminos y senderos  permanecían abiertos. Como si al novelista le importara más la realidad que la fábula. Lo que provocaba un cierto desasosiego cuando se terminaba un texto que, ¿por qué no?, podía haber sido firmado -en lo que se refiere al nihilismo soterrado que lo recorre- por Juan Carlos Onetti. Porque no sólo cuestionaba internamente la épica sino, a su vez, -ya lo hemos dicho- lo anti-épico. Y, en este sentido, era mucho más que la apostilla al libro de Márquez o al realismo mágico.  Era su necesario desglose. La visión matizada y perfilada -además de satirizada- de un movimiento narrativo que provocó muchas pasiones y furor pero pocas reflexiones que diagnosticaran y calibraran con exactitud ni miedos, sus verdaderos logros y alcances.

Por lo tanto, suponía el toque de queda definitivo de un estilo y forma de ver las cosas que -pocos años después de su eclosión- comenzaba a estar agotado, había perdido gran parte de su componente creativo y rebelde y estaba siendo condenado a la domesticación -véanse los libros de Isábel Allende- y estereotipación. Contra la que el libro de Marco Tulio luchaba. Y a la que denunciaba de todas las formas posibles en una novela que ejercía -en lo que se refiere al realismo mágico- una función parecida a la que la segunda parte del Quijote cumplía respecto la primera. Y que, por esta razón, escandalizaba y sorprendía a partes iguales. Provocando todo tipo de elogios y silencios desmesurados que son, a mi entender, el mejor diagnóstico para demostrar que, en esencia, el libro todavía sigue sin comprenderse. Continúa sin verse como ese clásico satírico -necesario y relativizador- de la literatura hispanoamericana y su más famosa corriente estilística, que probablemente sea. Un libro que nos obliga de nuevo a replantearnos muchas de las cuestiones históricas que ya se daban por sabidas del continente americano. O al menos, a volver la vista a ellas. Y al que, más allá del vacío que se quiera hacer sobre él o incluso de sus méritos literarios, auguro que se deberá volver en un futuro para comprender mejor la historia no sólo de una literatura sino de un continente que, como bien sabemos por las Crónicas y, sobre todo, Ricardo Palma, es inseparable de las formas y maneras a través de las cuales ha sido fabulado, imaginado.

Alejandro Hermosilla es Doctor en Teoría de la literatura y literatura comparada por la Universidad de Murcia. Ha publicado hasta ahora tres ensayos sobre la literatura de Abel Posse, Daimón: una odisea al revés, Ernesto Sábato, Los hijos sin nombre: el silencio del olvido, y Sergio Pitol, Las máscaras del viajero; y, próximamente, hará lo propio con su texto creativo sobre la literatura de Mario Bellatin llamado La risa oscura: literatura y experimentación. 

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