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La crítica dice maravillas de Historia de todas las cosas de Garramuño

febrero 07, 2013

DOSSIER DE LA NOVELA HISTORIA DE TODAS LAS COSAS DE MARCO TULIO AGUILERA GARRAMUÑO
Este dossier es un folleto promocional de la novela Historia de todas las cosas del ­­escritor colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño. Se ofrece con el objetivo de promover nuevas ediciones. Derechos disponibles en español para todos los países excepto México.
Derechos disponibles también para todos los idomas.
“En cada página de Historia de todas las cosas encuentro algo que me interesa, me gusta, me divierte. Hubiera querido que la novela no terminara nunca” (Peter Broad, Indiana, Pennsylvania).
En la presentación en Barcelona el escritor uruguayo Héctor D’Alessandro dijo: “Aventuro que dentro de pocos años Historia de todas las cosas será considerado un clásico”.
En Puebla Enrique Pimentel dijo: “Está a la altura de las mejores novelas del boom.”
En el Distrito Federal René Avilés Fabila dijo: “Entre la obra de Garramuño y la de García Márquez me quedo con la de Garramuño”.
En la Revista de la Universidad de México Guillermo Vega Zaragoza dijo: “Historia de todas las cosas no necesita ser comparada con Cien años de soledad.  Es una gran novela”.
El Premio Villaurrutia 2012 Felipe Garrido dijo: “Historia de todas las cosas es una novela de lectura indispensable. Es la nueva picaresca latinoamericana”.
Raymond Williams en International Review dijo: “Marco Tulio no necesita del boom: él puede hacer su propio boom”.
El novelista cubano Félix Luis Viera dijo: “Cuando después de leer una novela uno siente la urgencia de buscar al autor para felicitarlo es porque ha encontrado algo fuera de serie, como Historia de todas las cosas”.
La revista Newsweek en español destacó la noticia en su portada en el mes de diciembre de 2011 con el siguiente título: “Historia de todas las cosas: la nueva gran novela latinoamericana”.
Guillermo Samperio dijo, refiriéndose a que Sergio Pitol y Garramuño habitan en Veracruz: “Tras leer Historia de todas las cosas llegué a la conclusión que el mejor escritor que habita hoy en Veracruz es Aguilera Garramuño”.
Alejandro Badillo, El devorador de libros, en Puebla, dijo: “De las novelas sobrevivientes de los tiempos del boom,  Historia de todas las cosas es la que está más viva”.
La revista Otrolunes, que se publica en Berlín, le dedicó varios artículos, así como un largo ensayo del mismo Garramuño sobre el proceso de escritura de Historia de todas las cosas.
Mario Miguel Ojeda, director de Estudios de Postgrado de la Universidad Veracruzana dijo: “Garramuño es un outsider y un outlier, y su novela  Historia de todas las cosas lo demuestra: es una novela rotunda, original, sorprendente”.
Porfirio Carrillo, secretario académico de la Universidad Veracruzana dijo: “Pasé varias noches absorbido por  Historia de todas las cosas.  No paraba de reírme. Mi esposa me preguntaba constantemente por qué y yo tenía que leerle pasajes”.
Raúl Arias Lovillo, rector de la Universidad Veracruzana: “Recomiendo  Historia de todas las cosas con todo mi entusiasmo. Es una novela magnífica, que honra a  nuestra universidad, como la honra la obra de Sergio Pitol, nuestro Premio Cervantes”.
Historia de todas las cosas  no sólo me gustó, me encantó, me llenó de alegría, me hizo reír a carcajadas, me puso a imaginar San Isidro de El General, como pueblo, como espacio narrativo. La estructura narrativa está muy bien lograda, el manejo del lenguaje, el léxico, recupera el español de Cervantes y eleva el de hoy.” (Lirian Marulanda, Bogotá)
“He seguido la obra de Garramuño desde hace años. Siempre me ha parecido tremendo escritor    (Guillermo  Arriaga, cineasta Mexicano, director de “Amores perros”)
“Al igual que Cervantes con las novelas de caballería Garramuño le puso la tapa al pomo al realismo mágico o a lo real maravilloso haciendo una burla (casi pastiche) de las novelas y relatos que Carpentier glosó en su época como parte del boom. Lo diré de la manera más rápida, sin ambages ni paños tibios, sin “dar la con dulce” ni “el avión”: Historia de todas las cosa ha sido la mejor novela recién editada que he leído en las últimas dos décadas (hago esta aclaración porque en este lapso, por ejemplo, he devorado tardíamente La montaña mágica y otras obras ya clásicas que, con suerte, han pasado para mí la prueba del añejo), así como puedo asegurar que Frío de vivir, de  Carlos Castán, es el libro de cuentos que más me ha conmocionado en este periodo aludido”. (Guillermo Goussen Padilla, Nicaragua)
En Colombia: “Marco Tulio alcanzará la gloria con su primera novela  Breve historia de todas las cosas, remendada y convertida en Historia de todas las cosas”(Gustavo Álvarez Gardeazábal, La Luciérnaga).
“Es lo mejor que has escrito y lo mejor que escribirás” (García Márquez, comunicación personal.)
“Es lo más cercano a  Cien años de soledad que se ha creado en cuanto a calidad en Colombia” (Seymour Menton,  La novela colombiana: planetas y satélites).
Lo dije cuando salió la primera versión hace más de treinta años: que Garramuño iba a ser uno de los grandes. Lo ha cumplido a lo largo de muchos años y lo ha demostrado con  Historia de todas las cosas” (Jorge Ruffinelli, Universidad de Stanford).
En el programa radiofónico Librosquemuerden en Buenos Aires el escritor Omar Genovese comenta: “Historia de todas las cosas es superior a Cien años de soledad, es de un escritor colombiano que escribió una novela maravillosa, maravillosa”.

Historia de todas las cosas es hermosa, es insinuante, desafiante. La prosa cabalga en el mar, a veces en tropel; otras, suavecito como languideciendo en olas inacabables. La novela es como un microscopio que obliga a detenerse acá y allá en el hormiguero humano, con cantadito colombiano y bullicio de seres inmortales que se burlan de ello.
Ethel Krauze, escritora mexicana


Detalles de las obras de este autor en http://www.mistercolombias.blogspot.com
A CONTINUACIÓN ALGUNOS ARTÍCULOS COMPELTOS
---------------------------------------------------------------------------------------------------Reseña de Historia de todas las cosas de Marco Tulio Aguilera Garramuño. Editorial Educación y Cultura, México; coedición Trama Editorial, Madrid, 2011
(Artículo de próxima publicación en Revista Crítica  de Puebla).
                       Alejandro Hermosilla Sánchez.
La mera existencia de un libro como Historia de todas las cosas debería obligar a gran parte de la crítica española a plantearse hasta qué punto, su lectura del desarrollo de la literatura hispanoamericana durante el siglo XX, no se encuentra repleta de grandes vacíos, omisiones e injusticias. Porque es inconcebible que, hasta ahora, prácticamente 40 años después de su primera versión (1974), no existan apenas reseñas de este libro en ningún medio peninsular y no se lo conozca ni se haya debatido sobre él con un mínimo de profundidad. Me imagino -entre otras muchas razones- que porque, debido a criterios comerciales, tal vez no se quisiera confundir a los  posibles lectores hispanos con un libro realizado por un autor de nombre diferente a los ya conocidos en aquella época -Borges, Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez-; o porque el texto en sí obligaba a plantear una serie de cuestiones que era necesario abordar con un mínimo de rigor si se quería ser justo con él. De lo que estoy convencido, de cualquier manera, es que tanto su homenaje como su parodia al realismo mágico, tuvieron mucho que ver con el vacío que se le hizo al libro.  Ya que la aguda forma a través de la que leía, interpretaba y daba su propia respuesta a muchos de los temas  recurrentes de la literatura de García Márquez, no era en absoluto cómoda. Al contrario. Se encontraba cargada de un jocoso humor, una soterrada ironía que, en algún caso, no sólo cuestionaba muchos de los tópicos con los que hasta entonces se concebía la literatura hispanoamericana sino que además nos confrontaba directamente con ellos. De hecho, el texto obligaba a realizarse toda una serie de preguntas controvertidas, no sólo en su tiempo sino hoy en día, nada fáciles de ser asimiladas y digeridas por el establishment literario. Por ejemplo, ¿se ha leído realmente bien a García Márquez?, ¿se ha realizado una lectura verdaderamente profunda del realismo mágico o únicamente superficial?, ¿estamos dispuestos a repensar nuestra visión sobre los acontecimientos de la historia americana las veces que sea necesario aun sabiendo que nunca vamos a encontrar un consenso común ni una verdad única? A este respecto, se comprenderá que Historia de todas las cosas era un libro realmente difícil. Porque no era únicamente -que también- un relato mágico sobre la fundación, construcción y desarrollo de un pueblo centroamericano en el que se nos relataban sucesos más o menos hilarantes, increíbles, maravillosos sobre sus diversos pobladores. No. Si únicamente  hubiera sido esto, muy probablemente, se la hubiera considerado una novela muy exportable si el autor hubiera aceptado pulir o atemperar ciertos incómodos ripios barrocos -para el lector común moderno- del texto. Sucede que, en realidad, el libro compuesto por Marco Tulio era otra cosa. Un diabólico artefacto que satirizaba tanto los relatos oficiales como los anti-oficiales y novelescos desde los cuales se ofrecía hasta entonces una visión de la construcción política y social del continente americano. Además de una reflexión acerca del lenguaje utilizado para  narrarnos la historia americana que no por ello, dejaba de hacer una celebración del mismo. Por lo que era una novela que se encontraba prácticamente en territorio de nadie. Y era, desde ahí, desde un rincón sumamente personal y rebelde que observaba y transfiguraba con sorna, sordidez y un negro y jocoso -pero no exento de sabia lucidez y humanidad– sentido del humor a una realidad incómoda, contrahecha, caótica, deslucida, árida y, por momentos, sí, terrible.En este sentido, el libro engañaba. Porque, en verdad, -bajo su apariencia de novela barroca maravillosa o mágica- ofrecía una  visión sin templaza y misericordia del horror. Del vacío y el caos así como de la esquizofrénica indefensión vivida en muchos de aquellos pueblos americanos cuya realidad -desde la publicación de Cien años de soledad- comenzaba a ser caricaturizada. Vista como una curiosidad exótica sin tener en cuenta ni el sufrimiento ni las condiciones, en algún caso, infrahumanas en que vivían sus pobladores que únicamente gozaban del humor y la imaginación -de lo que es un ejemplo el narrador Mateo Albán dentro de la novela de Marco Tulio- para subvertir su inclemente destino. Un destino incómodo, contrahecho e incierto, como ponía de manifiesto su final abierto, que contrastaba con el del famoso libro de Márquez que parecía cerrarse en sí mismo envolviendo a los personajes en el tiempo de la fábula. Al contrario, en Historia de todas las cosas nada concluía. Todos los caminos y senderos  permanecían abiertos. Como si al novelista le importara más la realidad que la fábula. Lo que provocaba un cierto desasosiego cuando se terminaba un texto que, ¿por qué no?, podía haber sido firmado -en lo que se refiere al nihilismo soterrado que lo recorre- por Juan Carlos Onetti. Porque no sólo cuestionaba internamente la épica sino, a su vez, -ya lo hemos dicho- lo anti-épico. Y, en este sentido, era mucho más que la apostilla al libro de Márquez o al realismo mágico.  Era su necesario desglose. La visión matizada y perfilada -además de satirizada- de un movimiento narrativo que provocó muchas pasiones y furor pero pocas reflexiones que diagnosticaran y calibraran con exactitud ni miedos, sus verdaderos logros y alcances. Por lo tanto, suponía el toque de queda definitivo de un estilo y forma de ver las cosas que -pocos años después de su eclosión- comenzaba a estar agotado, había perdido gran parte de su componente creativo y rebelde y estaba siendo condenado a la domesticación -véanse los libros de Isabel Allende- y estereotipación. Contra la que el libro de Marco Tulio luchaba. Y a la que denunciaba de todas las formas posibles en una novela que ejercía -en lo que se refiere al realismo mágico- una función parecida a la que la segunda parte del Quijote cumplía respecto la primera. Y que, por esta razón, escandalizaba y sorprendía a partes iguales. Provocando todo tipo de elogios y silencios desmesurados que son, a mi entender, el mejor diagnóstico para demostrar que, en esencia, el libro todavía sigue sin comprenderse. Continúa sin verse como ese clásico satírico -necesario y relativizador- de la literatura hispanoamericana y su más famosa corriente estilística, que probablemente sea. Un libro que nos obliga de nuevo a replantearnos muchas de las cuestiones históricas que ya se daban por sabidas del continente americano. O al menos, a volver la vista a ellas. Y al que, más allá del vacío que se quiera hacer sobre él o incluso de sus méritos literarios, auguro que se deberá volver en un futuro para comprender mejor la historia no sólo de una literatura sino de un continente que, como bien sabemos por las Crónicas y, sobre todo, Ricardo Palma, es inseparable de las formas y maneras a través de las cuales ha sido fabulado, imaginado.
Alejandro Hermosilla es Doctor en Teoría de la literatura y literatura comparada por la Universidad de Murcia. Ha publicado hasta ahora tres ensayos sobre la literatura de Abel Posse, Daimón: una odisea al revés, Ernesto Sábato, Los hijos sin nombre: el silencio del olvido, y Sergio Pitol, Las máscaras del viajero; y, próximamente, hará lo propio con su texto creativo sobre la literatura de Mario Bellatin llamado La risa oscura: literatura y experimentación. 
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Historia de todas las cosas
Guillermo Goussen Padilla (Escritor nicaragüense. Artículo de próxima publicación en La Prensa de Nicaragua.)
 Lo diré de la manera más rápida, sin ambages ni paños tibios, sin “dar la con dulce” ni “el avión”: Historia de todas las cosa ha sido la mejor novela recién editada que he leído en las últimas dos décadas (hago esta aclaración porque en este lapso, por ejemplo, he devorado tardíamente La montaña mágica y otras obras ya clásicas que, con suerte, han pasado para mí la prueba del añejo), así como puedo asegurar que Frío de vivir, de  Carlos Castán, es el libro de cuentos que más me ha conmocionado en este periodo aludido.
Así las cosas, debo confirmar por qué Marco Tulio Aguilera Garramuño, el autor de esta novela, merece tal afirmación de un reseñista sin enseña ni obligatoriedad, sin penas ni glorias, sin cargo alguno en las editoriales de postín ni muchos menos paga o lote de libros al calce.
Cuando terminé de leer la novela de Garramuño se me vinieron a la cabeza tres imágenes casi fotográficas:
1)      El joven soberbio que a principios de los setenta,  flaco como una percha y desgarbado, pero con una estatura muy conspicua en el territorio istmeño, todavía no puteaba como loco contra el establishment literario; el montañista caminante y corredor de largo aliento que confiaba en sus lecturas y en sus estudios académicos como un marino avezado cree ver en el libro del agua la ruta siempre certera hacia el mejor puerto. Un muchacho de 20 y pocos años que estaba escribiendo una obra monumental, pero (como dicen en América Latina) le faltaba un poco más de verde para ser perico. No obstante, en su cortedad, el tipo se aventó con todos los fierros para pergeñar una novela que desde su génesis pensó como el fin de un malestar que ya chimaba o producía salpullido: darle fin a una fórmula multirreconocida y multipremiada: el realismo mágico o lo real maravilloso.

Marco Tulio -lo pienso así- siempre ha estado orgulloso de sus nombres latinos; quizá el Aguilera no le acomoda y por ello hasta ha hecho uso del Garramuño. Ha barajado una y otra vez cómo quieren que le digan para la posteridad. Amante de la palabra, ha buscado cómo, dónde y desde qué perspectiva acometer la empresa literaria que ya trae en mente: una novela que asocia mucho con los cronistas del Nuevo Mundo, como Gonzalo Fernández de Oviedo y su Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar océano, y a la que el entonces muchacho cachaco antepuso el “Breve” en un descuido del ego, quedando como Breve historia de todas las cosas.
Desde un comienzo, MTAG, el irreverente, intentaba hacer con los seguidores del realismo mágico los que Enrique González Martínez le hizo al modernismo con su “Tuércele el cuello al cisne…”
Toma como base la novela emblemática de Gabo, un poco de su técnica, pero luego se desentiende porque el no quiere hacer un plagio sino una ópera bufa, un remedo, una parodia que burla burlando se acerque a la iconoclasia, un pastiche, y para ello cuenta con una cultura sostenida por la lectura de todos los clásicos habidos y por haber. Sabe cómo se construye un espacio mítico-literario, le ha dado las tres vueltas al perro narrativo para acordar consigo mismo que Cervantes sigue siendo un vanguardista en asuntos de la voz cantante a la hora de relatar –un Cide Hamete Benengeli convertido en Mateo Albán, que a su vez es deudor de Mateo Alemán y su Guzmán de Alfarache-, le encantan los juegos verbales de Guillermo Cabrera Infante y el barroquismo de un Severo Sarduy, ha disfrutado las greguerías de Gómez de la Serna, el lenguaje escatológico de la picaresca española, admira cómo Rulfo pone a hablar a los muertos y los recicla en el tiempo sin tiempo que el mito vuelve perenne. Mientras todo sucede (o deja de suceder o sufre la procrastinación de un “ranador” que cuenta a sus compañeros de celda -¿les suena a Manco de Lepanto?- lo escrito en sus cuadernillos, propensos éstos a desaparecer o a ser utilizados como limpia culos por los “perfidiarios”) en su novela atreve algunos guiños a su panteón literario pues se siente como pez en las aguas procelosas de un Boom literario latinoamericano que se ha amafiado y que no le perdonará ser la Margarita que una estrella quiso coger. Tras su publicación en Argentina en Ediciones La Flor, la crítica le cargó el pesado fardo de epígono del realismo mágico y sucesor de GGM.
El mismo nativo de Aracataca dijo de él -palabras más, palabras menos- que Breve historia… debía ser la obra más importante de MTAG, como decirle a ese muchacho de 24 años que sería como el burro que había tocado la flauta.

2)      En los ochenta, tras un largo periplo por los Yunaites, las aguas siempre traicioneras de la academia, el periodismo literario y el Prêt-à-porter obligatorio para “escupir en rueda”, el pelao de amplios hombros, gran estatura y no patas flacas como su personaje Betóben Chúber recaló en Mexico, motivado por los pelos de una mujer que siempre jalan más que una yunta de bueyes. Y aquí buscó acomodo no tan Lejos de Veracruz, en Jalapa, y entre los outsiders intelectuales que Huberto Batis aglutinaba como reservoir dogs en su siempre memorable suplemento “Sábado”, de ese buen  periódico que el salinismo aniquiló, Unomásuno. Su columna “Descabezadero” fue partemadres, “guerrillera”, iconoclasta, antisistémica, aunque sus lectores tuviéramos que sufrir su ego sublimado a la n potencia (aquí tengo que aclarar que en mi vida he estado rodeado por muy buenos amigos “egoandantes”, como Guido Münch, Pablo Amor, Pepe Toño de Lara, Gustavo Peñalosa y “dos que tres” que no aguantarán la vara de ser balconeados. Sin embargo, debo decir que Marco Tulio no es mi amigo, como tampoco mi paisano Sergio Ramírez lo es, porque los amigos se buscan o buscan la oportunidad calva para verse, y eso está por verse…).

MTAG peleó su lugar en el establishment mexicano con estas banderas: soy un escritor culto con grados académicos. Nunca le besaré el pito a los que tienen poder. Gano los concursos en buena lid (los que no organizan las grandes editoriales), y no he construido mi casa en la nada, sino con el dinero de los premios, jejejeje. Como en México nunca me darán las becas de creador, puedo mentarle la madre a los mafiosos que las adjudican. Y la más cierta: soy un gran escritor que escribo sin afanes meretrices, pero buscando ser leído…
Y ahí es donde se ha equivocado, ya que él no es un escritor para lectores hebdomadarios ni "menstruarios", ni cautivos de las tristes estadísticas de América Latina, sino del lector “diarina y huevo”. Tampoco puede llegar a ser “de culto” pues tiene la necia idea de durar 130 años, por lo que no podrá competir con idolatrados como Roberto Bolaño ni Pedrito Infante. Es más, no se emborracha ni dispara “netas” para el futuro –como los Bukowski, Fante, etcétera-, mal punto para él.

Además, México, hay que decirlo, viene de una larga tradición que ha soslayado el realismo mágico, con su Julio Torri, Francisco Tario, Juan José Arreola, Pacheco, Fuentes y el  incombustible Rulfo, y menos ahora con los que hacen exotismo a la “visconversa”, o sea, los crackitos Volpi y Cia. Por eso a Garramuño le pesó la etiqueta de “epígono del realismo mágico”, “la zaga de Gabriel García Márquez”: mató un perro y le llamaron mataperros.
Pero no lo mató, porque condenado al ostracismo y a la etiqueta, los verdaderos epígonos como Isabel Allende y, en el caso de Nicaragua –que sí me interesa-, novelistas descubridores del hilo negro escupieron relatos de familias criollas o puertos fluviales y lacustres tan anacrónicos como el romanticismo más demodé.
Lo interesante es que MTAG siguió haciendo novelas y cuentos que no volvieron a tocar el tema “macondiano” ni reintentaron elevar al cielo a las paisanas continentales de Remedio La Bella por ninguna otra vía. Pero sí rescató a los Profesionales devenidos Intelectuales, y los frenápteros llenaron de genial locura el mundo garramuñano, para disfrute de nosotros, sus lectores.

3)      En este nuevo siglo se ve con más masa corporal y grasa, ha puteado como loco, escrito ya casi 30 libros, asistido a un chingo de congresos y presentaciones de su obra, ha visto cómo el poder le ha birlado uno y otro premio de las grandes editoriales, como el Alfaguara, para darlo a la mafiosa mayor de México por una mala novela llamada La piel del cielo. Para no renegar de su ego se ha puesto a nadar y, como toda persona competitiva, se ha dedicado a cosechar medallas categoría masters en las piscinas de Veracruz y anexas. Ah, ha dejado el básquet porque ya las “tabas” lo traicionan, pero quiere vivir 130 años…

Lo importante de este periodo es que viene trabajando su novela de 1974 “como si fuera la primavera…” ¿Con qué motivo si ya está editada y como dijo José Emilio Pacheco: “Yo publico para no seguir corrigiendo”?, uno se pregunta. Pero él –no lo olvidemos- ha tomado de referente al señor Miguel de Alcalá de Henares, y si éste sacó su segunda parte de El ingenioso hidalgo…”, ¿por qué Marco Tulio-Garrapata-Albán no debía ventilar su segunda versión -aunque el “ranador” siguiera en la cárcel por un delito que nunca cometió ni quedó registrado en  juzgado alguno y quizá sólo fue producto de su mente frenáptera?-: Historia de todas las cosas, así, sin “aljetivos” que apocopen, que reduzcan, que miniputeen. Porque MTAG ya piensa en el Nobel, y su humor es tan cabrón que sólo aspira a hacer reír a Dios, en el caso de que se confirmara su existencia y no compitiera con la capacidad facultativa y psipicuística de Mateo Albán.
Nunca leí Breve historia…pero tras devorar esta nueva versión llego a concluir que las doscientas páginas añadidas significan algo que sólo el Ulises griego y el de Joyce pueden confirmar: que los viajes ilustran a los lustrados, que en un segundo cabe hasta Borges y la trompeta de oro de Californio el simple, que la apoteosis es “eterna en cinco minutos”, que hay que joderse con lo que este cachaco de mierda y mirada fiera -pero que se ha vuelto un tranquilo san bernardo para sus lectores- ha aprendido en Mexicalpan de las Tunas.
¿Cuál aprendizaje? Cuestionó el Loco, y yo, que ya me he metido en la trama como un personaje de Woody Allen, le contesto: Hay muchos mexicanismos que enriquecen el mundo del historiador-literato encarcelado en San Isidro de El General, que la trama (¿existe?) me la creo más a partir de la interrupciones anacrónicas y “¡versallescas!”,  gritaría un estúpido cronista deportivo de la Televisa que ahora manda lavadólares a Nicaragua; que MTAG tiene los pelos de la mula literaria y los hila e hilvana como la Santa Flaca, esperando casamentarse con el Nobel siempre esperado en su larga espera desesperante (que no impaciente, la cual fue mal escribida por el “Borges” nica).
En este nuevo siglo, nuestro frenáptero ahora expuesto en esta reseña se encuentra con algo inédito: los cuatro mejores escritores colombianos viven en México (no me pregunten por qué, ya que es una pregunta que me hago a mí mismo cada día que con dios no me acuesto ni con dios me levanto, y menos con la gracia de dios ni la del espíritu santo). Ah, y por ahí mi amigo Ulisses Montoya cuestionaría la no inclusión de la Restrepo y su Delirio, pero yo le contestaría: Odio las tesis e ensayos (¿voy bien Marco Tulio?), por lo que no quiero extenderme para ganar puntos del “Snif” en la Academia. Entonces, visto lo visto (diría un gachupín peninsular, porque los hay deste lado de la Mar Océano, y son los peores porque tienen el síndrome de Cortés), se da la venturosa coincidencia de que los nietos de Vargas Vila (“amigo” del Paisano Inevitable; por favor, no le quiten las comillas mientras las islas de San Andrés y un cachimbo de cayos, como Roncador y Quitasueños, sigan en manos vallenateras) vivan en la “Región menos transparente del aigre”; que dos de ellos son exquisitos y muy cosmopolitas, y los otros “muy sinembargos”; o sea, que nada los conforma ni los asienta: uno por puto incomodaticio y anticardenalicio (por aquello del color púrpura), y el otro por puto contestatario, anarca frenáptero que va al cielo y va llorando… Pero Marco Aguilera (suena a Juan “Grabiel”, ¿no?), buscó a Gabo mientras el cerebro no se le obnubiló (al otro Grabiel), como quien busca sus señas de identidad (ésta te la debo Goytisolo), pero ya el mal estaba hecho: el viejo patriarca nunca aceptaría a quien se había “paseado” en su Otoño… Que no su coño.
Con Mutis ni insistir, a menos que lo buscara en el ¡Hola! Y Fernando Vallejo ya es un viejo muy amable, cuasi beatífico (“pero por favor no se lo digas nunca…”). Con esto bien podría cerrar el episodio de los escritores colombianos, y decir “fueron muy felices y comieron un cachimbo de perdices…” Pero no: por lo general cometo el error de que cuando empiezo a leer a alguien que me interesa, suelo también leer a sus coetáneos. Entonces me armé de la lectura de Héctor Abad Faciolince y su El olvido que seremos, y el premio Alfaguara 2011, Juan Gabriel (¿este juego me dice algo sobre alguna trompeta de algún arcángel?) Vázquez, El ruido de las cosas al caer. La primera novela, llamémosle testimonial, es una elegía a su padre, luchador ingenuo contra el poder omnímodo  del narcotráfico ya empoderado; la segunda, la premiada por quienes no han querido galardonar a MTAG y le prometieron el oro y el moro mientras le daban los ¿178,000? dólares a la Poniatowska, es una novela de regular manufactura cuya trama versa sobre el principio del tráfico de la droga, cuando los gringos nobles e ingenuos, cuasi cuáqueros, reclutaban a colombianos nobles e ingenuos para volar sobre el Caribe y llegar hasta la tierra de la libertad y el consumo pontífice… Mamadas pues, nada que contarle a dios.
Entretanto y entretenido, yo deambulaba con mi Historia de todas las cosas por parques y avenidas (me disgusta manejar porque me impide leer), hasta que un día decidí entrar a una cantina de antaño, en el Centro Histórico, y luego de una cerveza se me ocurrió ir al mingitorio y dejar mi libro. Mi castigo no obedeció al robo, sino a tener esta puta edad y todavía creer que el México que conocí en los años setenta me seguía aguardando con su tiempo mítico, invulnerable y maniqueo. Sí, la pena fue: te jodés, no podrá hablar de esta novela. Pero vino este ex reservoir dog, ahora aplacado, y me ofreció regalarme el libro si le tiraba a matar en una crítica… Y eso intento hoy, pero no puedo hacerle al francotirador porque pienso que es muy buen novelista, pero no ha logrado el buen éxito por algo que yo desconozco, y que las grandes editoriales creen saber, y que mi pareja –con ese pragmatismo que sólo las que domesticaron al animal y crearon la agricultura poseen-, tras leer las solapas del libro en cuestión, me dijo: “¿Cómo crees que las editoriales apuesten por un tipo que, de entrada, se cree la mamá de Tarzán, habla de múltiples premios literarios obtenidos, le mienta la madre a los jurados por no galardonarlo sabiendo de qué pie cojean, en un lugar en donde se odia al triunfador sin padrinos, y todavía presume de medallas por nadar en las albercas?" (mi pareja es buena ondina, yo no). Fin del partido.
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LO QUE DIJO SAMPERIO
Reseña incluida en La Palabra y el Hombre, México, agosto 2012
Cuando se habla de novela, se habla un tanto de totalidad. Henry James decía que la única obligación que de antemano podemos imponer a la novela, sin incurrir en arbitrariedad, es que sea interesante y sincera. Y agregaba que para alcanzar este resultado las formas eran innumerables y variadas como el temperamento del hombre, pero triunfaban en la medida en que se revelaba una inteligencia particular diferente a las demás.
Historia de todas las cosas se inscribe en esa revelación inteligente de la que habla James. Es una novela río, como se la ha definido, que construye un universo particular donde diversas historias se desarrollan en una sola con el propósito de revelamos las vidas palpitantes en San Isidro de El General a través de su crónica. Escuchemos: "Los recién llegados siempre se preguntaban que por qué un nombre tan rebuscado para un pueblo infame tan lejos de todo, pudiendo haberse conformado con algún patronímico ilustre o con el apelativo de un santo humilde sin pretensiones castrenses. Los lugareños, después de explicar al ignorante primate que San Isidro de El General -no del General- no era pueblo sino ciudad, confesaban su inefable ausencia de pasado. Y si contaban algo, todo resultaba tan contradictorio como la maraña de raíces contra la que luchó Denario Treviño en el lote de esquina del mundo en el que fincó su fortuna".

Garramuño diseña con entusiasta placer una novela en que cada una de las partes la cuenta un personaje distinto cuya vivencia discurre en una historia principal, como un afluente. La novela es pletórica en imaginación, abundante en personajes, prolija en el lenguaje y el autor conduce con maestría esa intensidad artística que nos entrega transformada en literatura.

El escritor alemán Friedrich Schiller consideraba, con justicia, que ningún genio podía desarrollarse en soledad, que los estímulos exteriores un buen libro, una conversación- movían más a la reflexión que años de trabajo solitario. Una idea debe nacer en compañía, pero su elaboración y su expresión se llevan a cabo en soledad, apuntaba. Garramuño vive de la discusión, del experimento, de la curiosidad y la diversidad, de la musicalidad y la filosofía, de la experiencia poética y de la vida que resplandece a su lado, y la comparte con una naturalidad maravillosa a través de su novela.

Muchos novelistas obtienen el material literario de su entorno cercano. Lo cual no es malo, pero al ser gente cercana, en ocasiones, no profundizan en los rasgos distintivos del personaje a desarrollar ni se divierten con ellos. Esto ocurre, sobre todo, entre jóvenes novelistas, pero no es regla. Lo curioso radica en el hecho de que Historia de todas las cosas fue publicada en Buenos Aires por ediciones La Flor cuando el autor tenía apenas 24 años, y con otro título Breve Historia de todas las cosas. La novela causó revuelo. La crítica lo situó de inmediato'a la sombra de su compatriota Gabriel García Márquez. El crítico Seymour Menton escribió que su primera obra era lo más cercano a Cien años de soledad que se había escrito en Colombia. Rayrnod Williams, intelectual del Círculo de Birmingham, afirmó que Marco Tulio no necesitaba del boom ni de García Márquez, pues era un escritor que podía hacer su propio boom él solo. El crítico uruguayo Jorge Ruffinelli vaticinó que andando el tiempo Garramuño sería uno de los grandes de' la literatura española. Mi admirado maestro Edmundo Valadés consideró que Breve historia de todas las cosas podría repetir el fenómeno de la obra mayor de García Márquez. La editorial argentina, en su contraportada, anunciaba lo siguiente: "Aguilera Garramuño no es un seudónimo utilizado por García Márquez para escribir una novela más divertida que Cien años de soledad. Aguilera Garramuño es el de la fotografía y, como se verá, no tiene bigotes". Así, pues, con este breviario crítico que se puede encontrar en la red y que ahora comparto con el propósito de ubicar la especial recepción crítica que tuvo la novela del joven Garramuño.

Historia de todas las cosas parte de un argumento simple. Mateo Albán, historiador y literato, hace una crónica -en donde también él es descrito- de las vicisitudes, conflictos, encuentros, desencuentros, historias, costumbres, de San Isidro de El General. Su novela es una exploración del ser humano. La estructura novelística de Garramuño pone el acento en la búsqueda del personaje y en la incursión sobre la crónica como fuente histórica y literaria, quizá en forma más enfática que en los sucesos mismos. Garramuño busca comprender, reflexionar sobre lo ocurrido en San Isidro, aunque lo acontecido sea en un pueblo imaginado, inexistente y vivo como el propio Macondo, basándose en las circunstancias y acontecimientos históricos que Mateo Alban, protagonista, describe y reflexiona. Ahora bien, los personajes de la novela establecen un grupo compuesto por tipos humanos que coinciden en mostramos, desde la tribuna, la problemática social, de espacio y de las emociones, personal y existencial, para nada gratuita, de los coloridos habitantes de San Isidro y su ánimo por encontrarse dentro de este mundo caótico, complejo, divertido, exuberante, propuesto por Garramuño. Esta labor tremenda de fabulación no es exclusiva de las musas; percibimos un trabajo denodado, resultado de largas y profundas investigaciones, lecturas, recuerdos, correcciones y reescrituras. No en vano el propio Gabriel García Márquez ha hecho excelentes comentarios sobre ella, los cuales, desde luego, suscribo.

Sin lugar a duda, el lenguaje en Historia de todas las cosas juega un papel fundamental. Garramuño concibe una lengua ampulosa, atrevida, pulcra, culta, que aguijonea los sentidos, que reta la inteligencia, con el propósito de construir un mundo de gracia extrema. Un lenguaje que arriesga e incorpora en grandes dosis el humor. Por ejemplo en los siguientes fragmentos "La costurera siguió enflacando hasta parecer una radiografía de sí misma". O bien: "a los heroicos lectores de este fementido mamotreto que llegó a ser casi la Trompeta del Juicio Final". O esta frase para referirse a una meretriz: "quien dedica su tiempo a la mercenaria colección de humores relegados". O los nombres de algunos personajes que aparecen a lo largo de la historia: la mal llamada Rabo de Puerca, la de Los Pesados Senos, Los Popis Boys, Denario Treviño, entre otros. El lenguaje como preocupación estilística que no excluye la experiencia de lo real, gestando un poderoso vehículo para exhibir la realidad imaginada y confrontar nuestro ridículo cotidiano e histórico.

Marcel Schwob decía que una de las encantos del novelista francés Flaubert será la de haber sentido con tanta intensidad que la fuerza creadora viene de la oscura imaginación de los pueblos y que las grandes obras de arte nacen de la colaboración de un genio con tradición anónima. Historia de de todas las cosas tiene su germen precisamente en el ímpetu creativo donde el mundo exterior y el mundo interior embonan en el rompecabezas de una colectividad imaginada, torrencial, resplandeciente: San Isidro de El General. Descubrir que vivimos en un laberinto también implica diseñar una arquitectura coherente. En este sentido, Garramuño es espléndido. Un intelectual de acción que conjuga los libros con los músculos y rescata su existencia con la escritura.

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HISTORIA DE TODAS LAS COSAS: LA PARODIA DEL REALISMO MÁGICO, JORGE ENRIQUE PIMENTEL (Puebla)

En la ingenuidad y vigor de la pintura de Rosseau  que ilustra la portada de la nueva novela de Marco Tulio Aguilera Garramuño hay algo así como un adelanto del  erotismo salvaje que campea en las páginas de  Historia de todas las cosas.  Hay en la pintura y en la novela un primitivismo feroz que nos enfrenta a una agresiva y fundamental propuesta erótica. El erotismo al que se entregan las criaturas angélicamente condenadas de San Isidro de El General, pueblo-ciudad protagonista de esta obra, es un despliegue fársico hecho de jadeos primaverales y de resuellos agónicos, más cerca de las fiestas del dios Priapo que de los  de los rituales demorados e íntimos de los castos  pornógrafos. Y  esa erótica presente en la novela, me parece, corre paralela, a la del texto poético: en la sintaxis, en la adjetivación barroca y exuberante  de Marco Tulio, hay toda una propuesta erótica y que, de alguna manera, hace vigente la afirmación de Octavio Paz cuando nos dice que la relación entre erotismo y poesía es tal, que puede decirse sin afectación, que,  primero, el erotismo  es una poética corporal y que, la segunda,  la poesía, es una erótica verbal. En esta novela, el amor, el sexo, las mujeres, son un cuerpo en medio de una selva de palabras, como lo es La mujer en el sofá  en esta selva que pinta El Aduanero Rosseau. No me  parece exagerado decir que Marco Tulio reinventa esa erótica verbal para su propio beneficio,  y que al hacerlo reinventa, inventa otras cosas, entre ellas a sí mismo. Y es cierto, Marco Tulio Aguilera Garramuño es un invento que uno debe buscar en las calles de San Isidro de El General, o más bien en las páginas de Historia de todas las cosas, esa novela que se publica reenergetizada o remasterizada, causando de nuevo inquietud y sorpresa en el mundo literario de habla hispana, quizá porque han transcurrido ya 36 años desde que saliera publicada por primera vez en Argentina por ediciones La Flor, la misma editorial que publicó a Quino y su Mafalda. Originalmente la novela de Marco Tulio fue publicada  bajo el circunspecto título de Breve Historia de todas las cosas. A pesar de los años transcurridos y a pesar de haber sido reescrito e incansablemente revisado por su autor, este libro esperpéntico, sudoroso, amoroso  y extenso, es uno de esos bichos que va por ahí con la mala fama a cuestas: que si es Cien años de Soledad, pero más divertido; que si el autor es el mismísimo García Márquez , o más bien el mismísimo Antigarcía Márquez; que  si  su apetito de extiende más allá de los mitos fundacionales, se estaciona en los personajes que como un mosaico abigarrado  invertido deambulan por calles, casas, cantinas y burdeles de San Isidro de el General movidos por el puro impulso de su libido, su hambre, o su desazón.

Más allá de chismes literarios y meticherías de críticos, Historia de todas las cosas es una novela que se sostiene por su enorme calidad literaria, así como por su exuberancia imaginativa. Su aliento selvático nos planta sin misericordia en medio de una plaza, a veces en medio de una selva, donde el sol rezuma y mata los malos pensamientos. Los humanos de carne y hueso de este pintoresco pueblo habitan según algunos estudiosos sin remedio en Colombia aunque otros insisten en suponer que habitan en Costa Rica. Son seres extremistas que se deslumbran y se desbarrancan en los socorridos moldes de la picaresca universal.

Para mí, Historia de Todas las cosas es, sin duda, una de las obras fundamentales, capitales, de la moderna picaresca en lengua española. Porque la larguísima corte de los milagros de Historia de todas las cosas, como su nombre lo indica, refleja o retrata los estereotipos más convencionales, para desmandarse con ellos, para desnudarlos y ponerles ropas nuevas y de esa forma presentarnos una cara renovada de las largas, existentes y vigentes en todo latinoamericano que se respete.

Atento a su propio proceso creativo, el narrador de historia de todas las cosas  se mete, como chivo en cristalería, a comentar pasajes y a opinar sobre lo acontecido con una impunidad que sólo la proverbial soberbia de su autor puede sustentar, pues el universo creativo de Marco Tulio Aguilera Garramuño, el dios único y único diablo el defenestrador principal, es quien sostiene el sartén por el mango y pobre del que se queje, incluso si es el autor mismo.

Historia de Todas las cosas no es sólo una novela, sino también es una trampa, una trampa porque Marco Tulio Aguilera Garramuño es también uno de los mejores cuentistas que hay actualmente en la lengua española. Esa novela que es una novela río, también  puede leerse, como él lo hace, de manera  al azar, en cualquier capítulo, porque también tiene atrás la maestría que ejerce en el cuento, muchos de estos capítulos pueden ser cuentos por sí mismos, ¿no? Como sucede un poco con las historias que nos cuenta el Quijote, y  bueno, aquí también hay un paralelismo que decía yo en la mañana: así como  el Quijote de Cervantes es una recreación satírica de las novelas de  caballerías, así también yo leo Historia de todas las cosas, como esa recreación satírica que puede superar en calidad y en intención a las novelas, no sólo de García Márquez, sino de todo el realismo mágico, bueno, Historia de Todas las cosas no es pues la epopeya de la vida latinoamericana, no persigue entender ni fundar una mitología ni una épica, es una travesía por un imaginario narrado por un aventurero de la palabra, una parodia de la vida sentimental, pasional y cotidiana de seres que parecen sacados de los más oscuros retratos de la historia del día a día de cada pueblo nuestro, de cada casa, de cada alcoba, de cada burdel, de cada esquina donde se gestan las pequeñas risibles y grandes ambiciones de personajes demasiado cercanos a nosotros mismos.

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LA RISA LIBÉRRIMA DE GARRAMUÑO
GUILLERMO VEGA ZARAGOZA, REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO
2/18/12 (PAG. 109)

Así como se sigue considerando que todos
los escritores mexicanos son hijos de Pe -
dro Páramo, para muchos es casi ley que
todos los escritores colombianos sean hijos
de Aureliano Buendía. Pero en el caso de
Marco Tulio Aguilera Garramuño (Bogotá,
Colombia, 1949) no era para menos. En
1975, cuando sólo tenía veinticuatro años,
tuvo el infortunio de que su primera novela,
Breve historia de todas las cosas la promoviera
Ediciones de La Flor como que era
mejor que Cien años de soledad y que Marco
Tulio era un escritor mejor que Gabriel
García Márquez pero sin bigote. Las coincidencias
eran muchas (sin contar el hecho
de que ambas fueron publicadas originalmente
por editoriales argentinas): la historia
de un pueblo y de sus pintorescos habitantes,
el ánimo voraz de la novela total y una
narrativa exuberante como la selva misma.
Sin embargo, en ese entonces muchos
lectores se fueron con la finta. Ahora sabemos
que Aguilera Garramuño no era ni es,
ni por cerca, un seguidor del “realismo má -
gico”. Así lo demostraría con su vasta obra
posterior, que incluye más de treinta libros,
los cuales han recibido diversos premios y
reconocimientos, entre los que destaca el
Premio Nacional de Cuento San Luis Po -
tosí por sus célebres Cuentos para después
de hacer el amor.
En el caso de su primera novela, se tra -
tó más bien de un ejercicio de parodia, ple -
no de humor, que se desdoblaba en una
crítica más puntual a la idiosincrasia de los
pueblos latinoamericanos, retratando sus
la cras, infortunios y desatinos, pero pocos
parecieron entender el chiste. Uno de los
pocos que apreciaron con justeza la apuesta
fue ni más ni menos que Seymour Menton,
quien señaló en La novela colombiana.
Planetas y satélites (FCE, 2007): “Breve
historia de todas las cosas es una especie de
parodia de Cien años de soledad, que se distingue
de su modelo por el tono predominantemente
humorístico y por su afiliación
con la novela autoconsciente, o sea la no -
vela estilo Rayuela que comenta su propio
proceso creativo”. Luego de hacer un análisis
comparativo puntual y detallado entre
las dos obras, Menton concluye: “Aunque
no tenga las dimensiones universales y tras -
cendentes de Cien años de soledad, la novela
de Aguilera Garramuño es de mayor mag -
nitud que todos los otros satélites macondinos
de la última década”.
Pero treinta y seis años después, Aguilera
Garramuño decidió trabajar de nuevo
sobre esa primitiva experiencia. Ahora la
ha rebautizado como Historia de todas las
cosas que es —y no es al mismo tiempo—
una versión corregida y aumentada de aque -
lla primera incursión novelística. Lo es por -
que conserva gran parte de las anécdotas que
tienen como escenario el poblado imagina -
rio de San Isidro de El General, ubicado en
Costa Rica, y aparece la galería de personajes
ya conocidos, una inacabable corte de
los milagros que ya poblaba las páginas de la
alucinante narración original.
Y no lo es porque, ya desde el título, el
autor ha decidido hincar aún más sus sardónicos
dientes. Ya no se trata de una “bre -
ve historia”: se trata de “La historia” de
todas las cosas. Ha llenado huecos, ha in -
troducido nuevos personajes, ha replan tea -
do escenas y descripciones, la ha aumentado
hasta sobrepasar las quinientas páginas, pro -
poniendo al lector una experiencia literaria
renovada. En efecto, esta reciente versión
se lee de manera diferente y sobresalen en
ella, ya sin tomar tanto en cuenta la im -
pronta macondiana, los mejores artilugios
con los que siempre ha contado el autor,
como lo ha demostrado en otras novelas co -
mo Mujeres amadas, Las noches de Ventura,
La pequeña maestra de violín y La her -
mosa vida.
A la manera de Rabelais, en Historia de
todas las cosas Aguilera Garramuño ha realizado
“una obra basada en la risa que de -
grada, corporiza y vulgariza ante la imposibilidad
de llegar a la verdad con certeza”,
como ha dicho Diógenes Fajardo, a propósito
de Gargantúa y Pantagruel. En el
mismo sentido, Mijail Bajtin ha señalado
que Rabelais rechazó los moldes literarios
de su tiempo “mucho más categóricamente
que Shakespeare o Cervantes, quienes
se limitaron a evitar los cánones clásicos
más o menos estrechos de su época”. En
Rabelais, dice Bajtin, “no hay dogmatismo,
au toridad ni formalidad unilateral”. Las
imá genes rabelaisianas son “decididamente
hostiles a toda perfección definitiva, a
toda estabilidad, a toda formalidad limitada,
a toda operación o decisión circunscritas
al dominio del pensamiento y la concepción
del mundo”.
Así Aguilera Garramuño en este libro
desternillante, libérrimo, totalmente disfru -
table, como Rabelais, se ha resistido a ajus -
tarse a los cánones y reglas del arte literario
dominantes, tal cual lo señala el propio na -
rrador de la novela: “Tengo, amigos, el de -
recho de inventar lo que se me dé la gana.
Fácil, en la tramoya literaria todo se pue -
de, hasta lo que no se puede. El que quiera
oír o leer, que oiga o lea, y el que no, que
ponga a enfriar sus pelotas. En lo que es -
cribo, señor orate, soy rey soberano, dios y
el mundo se callan”.

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HISTORIA DE TODAS LAS COSAS: LA NUEVA GRAN NOVELA LATINOAMERICANA
Alexandi Gutiérrez Hortúa
(En Newsweek en español, noviembre 2012)
Marco Tulio Aguilera Garramuño es un escritor colombiano que vive hace 32 años en México y que desde la ciudad de Xalapa ha ido configurando una de las obras literarias más consistentes y valiosas de la literatura latinoameriana. Sus proyectos son de una ambición que podría considerarse anacrónica y no obstante sus obras tienen una vigencia y un prestigio crecientes. Libro a libro ha ido edificando su obra, que ha recibido gran cantidad de premios de gran nivel.
Habiendo rebasado los sesenta años, mantiene una disciplina espartana que le permite ser uno de los atletas máster más destacados de México. Compite con frecuencia en torneos de natación en varios estados de la república y habitualmente gana tres o cuatro medallas. En octubre del año pasado acometió la proeza de ganar siete medallas en el Torneo Máster Aquabel en Veracruz. Meses antes había nadado desde la ciudad de Veracruz hasta Isla Sacrificios ida y vuelta en mar abierto, acompañando a un grupo de triatlonistas.
Entre  los proyectos literarios ya cumplidos de Aguilera Garramuño está haber publicado tres libros de cuentos con temática erótico-amorosa: Cuentos para después de hacer el amor,  Cuentos para ANTES de hacer el amor  y El imperio de las mujeres. El primero de ellos ya va por su 14ava edición y fue clasificado pro la revista  Semana de Colombia como uno de los libros de cuentos más importantes del siglo XX en ese país.
Otro de sus proyectos magnos está a punto de ser cumplido. Se trata de la serie de cinco novelas que ha llamado  El libro de la vida, de las cuales se han publicado hasta la fecha  Mujeres amadas, Las noches de Ventura, La hermosa vida, La pequeña maestra de violín. Resta por publicar  El sentido de la melancolía,  obra en la que aborda “la enfermedad del siglo”, la depresión.
Y el año pasado, 36 años después de su primera edición en Argentina, vuelve a ver publicada la obra que pretendió competir en calidad con Cien años de soledad. Se llama  Historia de todas las cosas. En su primera edición la escribió cuando era un joven de 24 años y desde entonces ha cargado injustamente con el estigma de ser un imitador de Gabriel García Márquez.
La publicó Ediciones La Flor de Argentina, del prestigioso editor Daniel Divinsky, en 1975; quien escribió las siguientes palabras en la contraportada: “Nosotros los editores de este libro, declaramos al lector: Que Aguilera Garramuño no es un seudónimo utilizado por García Márquez para escribir una novela más divertida que "Cien años de soledad". Aguilera Garramuño es el de la fotografía, y no tiene bigote. Que "Breve historia de todas las cosas" es la novela más imaginativa, loca, entretenida y rica que haya pasado en mucho tiempo por nuestras manos. Que garantizamos al lector satisfacción completa, si no se le devolverá el importe de su compra en la tienda principal de San Isidro de El General. Que el pueblo San Isidro de El General no es Macondo y su único parecido es que ambos sólo podrían estar en latinoamérica. Que todos los comentarios bibliográficos de este libro lo relacionaran con García Márquez, siendo esto una mentira: a nosotros nos gusta más Aguilera Garamuño."
La novela fue entregada por el autor a García Márquez en su propia mano, Gabo la recibió escéptico y una semana más tarde llamó a Aguilera Garramuño para felicitarlo. “No creo que sea mejor que Cien años de soledad, pero no le hace falta. Es una novela extraordinaria y original”.
Muchos lectores autorizados pensaron lo mismo y unos pocos acusaron a la obra de ser un subproducto del realismo mágico. La edición argentina no se vendió de manera tan copiosa como esperaba el editor, pues Argentina por esos días estaba en la peor crisis de su existencia y gobernada por la feroz tiranía de los militares.
Salió en 1979 una segunda edición de 25.000 ejemplares en Plaza y Janés de Colombia, y ahí terminó la carrera de la novela, que no fue olvidada por la crítica y los lectores, pero sí relegada por su autor, que se dedicó a sobrevivir en Estados Unidos, Colombia y México, y que comenzó a publicar otros libros que tuvieron repercusión pero no llegaron a tener a eco nivel mundial.
Lo más cerca que estuvo Aguilera Garramuño de alcanzar difusión mundial, fue en el año 2000, cuando quedó finalista del Concurso Alfaguara con su novela El amor y la muerte, concurso que ganara Elena Poniatowska. La editorial ocultó que la novela de Garramuño había sido finalista, pero la crítica de muchos países subrayó el ocultamiento y el escritor levantó una polémica contra Alfaguara, afirmando que se premia lo que se vende, no la calidad.
Aguilera Garramuño, urgido por una pulsión narrativa y un poder literario que han reconocido críticos de muchos países, ha publicado libros que se han transformado en clásicos. Por ejemplo, el ya mencionado  Cuentos para después de hacer el amor, que a la fecha lleva 14 ediciones y El pollo que no quiso ser gallo, cuentos infantiles, que ha vendido casi 50 000 ejemplares en varios países.
En la memoria de los lectores quedó, sin embargo, la primera novela,  Breve historia de todas las cosas,  que fue considerada por el prestigioso académico norteamericano Seymour Menton como lo más cercano que se haya escrito a Cien años de soledad; se recuerda que esa obra entró en la historia de la literatura latinoamericana exaltada en libros de John Brushwood, Wolfgang Luchting, Raymond Williams, Anderson Imbert y en artículos de medios literarios de muchos países.La Estafeta Literaria de Madrid le dedicó una página, y Germán Vargas, uno de los siete sabios de Cien años de soledad, destacó su gozosa calidad, así como lo hicieron más de 100 críticos. Aun así el autor decidió dejar relegada esa novela y dedicarse a demostrar que no es, de ninguna manera, una sombra del célebre Gabo.
Como dato curioso, años después el filósofo norteamericano Ken Wilber publicó un libro con el mismo título. Y aun más curioso, un escritor español, 15 años después de la publicación de Cuentos para después de hacer el amor, publicó un libro con el mismo título.
36 años después de la publicación de Breve historia de todas las cosas, una pequeña y prestigiosa editorial del estado de Puebla, llamada Educación y Cultura, publicó  una novela que ahora se llama  Historia de todas las cosas. Es la misma vieja novela escrita por un autor casi adolescente, alimentada con la experiencia narrativa a lo largo de los años, y con 220 páginas más. Aguilera Garramuño afirma que va a demostrar que lo que dijo su editor original, si no era verdad entonces, sí lo es ahora.
La novela fue presentada en octubre del año pasado en Barcelona por el editor Ricardo Moreno Botello, también por Alexandri Gutiérrez Hortúa (autor de estas líneas) y por el escritor uruguayo, Héctor D’Alessandro, quien consideró que la “nueva vieja” novela de Aguilera Garramuño pronto será considerada como un clásico a la altura de  Cien años de soledad.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Marco Tulio Aguilera Garramuño, Historia de todas las cosas, Educación y Cultura, México, en coedición con Trama Editorial, Madrid, 2011. 515 páginas.
Adrián López~Cruces

A finales del año pasado se reeditó la novela Historia de todas las cosas de Marco Tulio Aguilera Garramuño (MTAG), escritor colombiano radicado en México desde hace varios años. Lo de “reeditada” tiene un sentido mucho más profundo de lo que habitualmente se le da al término: el texto fue modificado con amplitud y además creció en cientos de páginas. Es una obra nueva, de hecho el título anterior era Breve historia de todas las cosas (Ediciones de la Flor, Argentina, 1975) [1].El arco de tiempo que tomó esta novela en acabarse comprende un período importante para la narrativa latinoamericana: el cierre del boom, sus consecuencias e inversiones. Ni la obra ni su autor niegan esta condición. El referente central es, naturalmente, Gabriel García Márquez (GGM) y en particular, no podía ser de otra manera, Cien años de soledad.
Pero la relación de MTAG con el boom, y con sus protagonistas y sus implicaciones, no es sencilla, es una red de tensiones y atracciones en la que las influencias (y aquí ya debemos agregar elementos que se remontan a Don Juan Manuel y Rabelais, para llegar hasta Cabrera Infante [2]) no son simplemente asimiladas, sino que son digeridas sin piedad (¿puede haber piedad en digestión alguna?) para tomar su lugar en el ingente y vibrante organismo que MTAG hace brotar de su pluma y del cual, a lo largo de la profusa escritura y a través del espeso cúmulo de referencias, él es el único progenitor.
Podemos ahondar un poco más en lo anterior: GGM, Cien años..., Macondo, sus antecedentes y repercusiones (como foco principal, mas no de manera exclusiva) son destazados para transformarse en otros personajes más que habitan e intervienen en San Isidro de El General, ese imposible y delirante pueblo que se cree ciudad y que cuando llega a ser ciudad se dispersa en la caza de su origen, en la invocación de sus fantasmas.
San Isidro de El General de la Quebrada de los Chanchos es un pueblo-ciudad de delirante, lujuriosa, rica, extravagante vitalidad. Situado en Costa Rica, se halla habitado por personajes inolvidables: las prostitutas Sietecolores, Musoc y Malandra, el sargento Robustiano, las hermanas Sol, Cielo, Estrella y Lucero, que harían palidecer a las musas, los vagos del parque y los intelectuales provincianos, poetas, músicos, muchos locos hermosos, simples, adorados por el pueblo. San Isidro es un aleph de 515 páginas que se antojan pocas para una fantasía tan rica y exuberante.
Más allá de la farsa o el pastiche, MTAG logra lo que Gadamer reconoce al observar el concepto de estilo en Goethe: «Un artista crea un estilo en la medida en que ya no imita amorosamente, sino que al mismo tiempo inventa un lenguaje. A pesar de atarse a una visión dada, ésta no supone ninguna atadura para él, pues se expresa a sí mismo. Por rara que sea la coincidencia entre ´imitación fiel´ y amaneramiento individual (forma de interpretar), es precisamente dicha coincidencia la que constituye el estilo.»[3] Y quizás llega más allá, dependiendo de si entendemos “amorosamente” en el sentido de una suerte de amor cortés hacia los modelos y la tradición literaria, o como el amor que puede sentir un chef por el animal que le es indispensable para preparar el suculento platillo que nos servirá. Todo es válido si el resultado es tan rico, en muchas de las acepciones de la palabra. Sin duda mucho se escribirá sobre este libro, por ejemplo, sobre la intrincada forma en la que MTAG presenta, muta y difumina al narrador (“ranador”, como él mismo se hace llamar) o del vertiginoso empleo del tiempo, que no dispone los eventos en una estructura fija (lineal o no), sino que forma con ellos una argamasa dinámica donde las confusiones, anacronismos, precipitados adelantos y dilatadas postergaciones desvían el flujo de lo que ocurre hacia exóticos paisajes a los que de otro modo nunca habríamos arribado. También será indispensable que alguien realice un estudio comparativo entre la primera versión de la novela y la que ahora llega a nuestras manos, no son muchas las oportunidades que se tienen de atisbar el proceso de gestación de una obra de arte de estas proporciones. Pero esta nota lo único que pretende es invitar a sumergirse en esta Historia de todas las cosas y experimentar cómo el humor, la erudición y el desparpajo en la utilización de la lengua dan vida a un universo único e irreductible en sus más de quinientas páginas. Y que lo haga un autor tan ducho como MTAG sin temor e incluso olvidando todo lo dicho aquí; que lo haga por el puro placer, pues como el mismísimo ranador nos advierte:
«Que entienda el que quiera o pueda entender. Y además no se trata de entender el mundo sino de disfrutarlo, de gozar el lenguaje como un mango que se disuelve en la boca. ¿Buscarle un sentido a esto? Bah.»
Porque, irónicamente, es esta falta, esta libertad ante el dominio de lo “correcto” y lo “razonable”, la que dota de pleno sentido a la literatura y a esta espléndida novela.

[1] El camino de la novela a lo largo de los años es descrito por Alexandi Gutiérrez Hortúa en la revista Newsweek en español, y se puede consultar aquí: http://mistercolombias.blogspot.com/2011/12/la-nueva-gran-novela-latinoamericana-en.html.
[2] El árbol genealógico es bosquejado por Héctor D’Alessandro en la presentación que se hizo del libro en España, puede consultarse en http://mistercolombias.blogspot.com/2011/11/todo-lo-que-dijo-dalessandro-sobre.html
[3] En Wahrheit und Methode, citado en Unseld, Sigfried. Goethe y sus editores. Galaxia Gutenberg.

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Todo lo que dijo Héctor D'Alessandro sobre Historia de todas las cosas en el Portal del Ángel en Barcelona

Sobre Historia de todas las cosas, novela de Marco Tulio Aguilera Garramuño, coeditada por Trama Editorial de España y Ediciones de Educación y Cultura de México, en Agosto 2011)

Héctor D’Alessandro*

‎Tras terminar Historia de todas las cosas, novela de Marco Tulio Aguilera Garramuño, hubiera querido exclamar como Gracián al leer a Marcial, que las Musas al acabar de leer su obra no pudieron poner “Finis”, sino “Fenix”, puesto que lo que deseé infinitamente fue que continuara la fiesta de la lectura. Este libro fue publicado cuando su autor, nacido en Bogotá, tenía 24 años de edad, nada menos que uno de los números de Dios. A Marco Tulio lo conocí hace casi un año en la república de Internet y en setiembre en persona en Barcelona. Un hombre tranquilo e inteligente con una mesurada y humorística distancia respecto de su estereofónica imagen a través de los medios; un hombre además generoso intelectualmente y entusiasta.
La biografía de esta novela me llevaría muchas cuartillas y recomiendo a los entusiastas que lean el libro de ensayos Poéticas y obsesiones, del mismo autor, donde narra la génesis de su novela. (“La novela: seda entre las manos”.) Breve historia de todas las cosas, que así se tituló esta obra en su primera edición de los años setenta, ha perdido aquello de breve que parecería irónico. La novela actual es enorme, gigante, grandota, mamotrética. Y sobre todo desfachatada y exuberante; que fueron los dos primeros adjetivos que me vinieron a las mientes nada más comenzar a leerla y continuaban acosándome muchas páginas más tarde. Pertenece a la tradición, por su prosa, de Cervantes y Quevedo, y por la exageración hiperbólica de los gestos y acciones de sus personajes, a la del doctor Rabelais.Como hablar sale gratis, algunos han dicho que se parece a Cien años de soledad, y es posible entender la razón de tal comparación, incluso decir, como se dijo, que era una parodia de aquella novela, y es cierto también que esta novela se parece a sí misma más que a otras, es única y original en tanto no se le puede comparar con ninguna otra novela que haya leído. El pueblo que le da contexto a la acción y cuya historia se narra a través de sus personajes que se antojan infinitos e inagotables, llamado San Isidro de El General de la Quebrada de los Chanchos, también llamado en la novela una suerte de “Aquítequedas” y “el culo del mundo”, es un pueblo realmente existente en la república de Costa Rica, de la cual Marco Tulio debe ser ya por lo menos ciudadano más que ilustre.
El sistema de comparaciones, alusiones e imaginería, que los franceses nos enseñaron a distinguir para desasnarnos acerca de la catadura del narrador, marca el mapa del territorio literario y es festivo y diferente y sobre todo lleno de alusiones cultas a la tradición literaria universal.
Hay una “mar océana” de comparaciones jocundas, vitales, preindustriales, pueblerinas y jugosas por todo el orbe de la novela, como puede haberlas enCien años de soledad, sólo que en la obra de Gabo son solemnes, y en las de Marco Tulio, supremamente graciosas y felices: hay “un calor que multiplicaba la imagen” (¿cómo no lo va a haber?), hay la “pestilencia a orín de coneja en el sobaco del Vladimiro que alborotaba a las niñas”. Hay incluso la exageración de chiste de que algunas personas ante la duplicación de los objetos por el calor a cierta hora del día “no sabían por cuál puerta entrar en sus casas”, hay un violinista que asesina a todos los pájaros de alrededor con sus prácticas del instrumento musical, hay un negro que despierta de un sueño profético con un objeto en sus manos que lo conducirá a su propósito en esta vida, hay monjas de malos hábitos que salen volando y que parecen aletear con sus manos burlándose de la candidez de Remedios la bella, hay una especie de iluminado que hace cantar a la naturaleza vegetal y que habla con Dios como por teléfono, hay un tal Benjuil Mnemjián que haría palidecer al Blacamán de Gabo, hay compositores famosos que interpretan violines Peugeot y trompetistas que hacen sonar trompetas de oro que anuncian el nuevo mundo, hay gringos escapados de Viet Nam y gran cantidad de putas, unas muy sofisticadas (la “Sietecolores” y otras de una vulgaridad escalofriante, por ejemplo), hay prostíbulos de rubias auténticas y rubias falsas y hay prostíbulos de burras finas y muy educadas… y hay tantas cosas, personajes, situaciones, que uno no puede evitar pensar en el aleph de Borges, pero ampliado, hasta la respetable cantidad de 515 páginas. 515 páginas que se antojan breves. No sé quién dijo que las buenas novelas, cuando son largas, parecen breves. Y las malas novelas, cuando son breves, se hacen eternas. Todo lo anterior, ese maremágnum de situaciones y personajes bizarros y muy queribles, se encuentran en medio deun arbolado de alusiones a las más diversas tradiciones, que al lector culto le hacen disfrutar y relamerse: Pepe Kardon, el escéptico, un personaje, un vagazo que se la pasa en el parque, cuando acaba con algo, no es con cualquier cosa sino con “el porvenir de una ilusión”. Una cierta dama es, en alusión a la poemática homérica, la “de los pesados senos”. Hay un “desierto de amor y un marmuerto de poesía”. Y hay en todo esto un juego constante y sistemático que es lo más inteligente de la novela a mi entender: el modelo que escoge Marco Tulio para entroncar su novela con una tradición y el modelo que escoge para situar su territorio imaginario en una tradición imaginaria colectiva. El uso acertado de la alusión a las grandes obras de las tradiciones filosóficas Occidental y no Occidental para abaratarlas, para devolverlas a la tierra, al barro, revolcarlas un poquito entre el pueblo, demuestra que el propósito de esta novela no es un poco más de turismo folclórico en las vidas de unos seres extraños sino ir más allá e inscribir conscientemente a la novela en una tradición de la Gran Novela del Mundo. Y en este sentido ganó la partida. Joyce dijo que había escrito unas novelas fáciles para buscarse un sitio y una complicadísima para tener a los profesores y a la crítica ocupados durante centenares de años. Marco Tulio comenzó a la visconversa: hizo primero la obra difícil y luego las fáciles. Por eso García Márquez le profetizó que nunca volvería a escribir a este nivel. Y es justamente a esto donde nos lleva la novela: a un gran nivel.
Y el punto más alto de la misma es un aspecto que la emparenta con Guillermo Cabrera Infante de manera mucho más conexa que con cualquier otra tradición. Su deseo voluntario y llevado a cabo con éxito de jugar con las palabras y con las frases, sobre todo las frases hechas, esa especie de taras del lenguaje y conducirlas por el derrotero juguetón que a Marco Tulio le dio la gana.
Es esta una novela donde se inventan palabras todo el tiempo. Desde el bautismal “frenápteros” con el que se advoca a los seres de mente alada y los “frenólitos”, seres de pensamiento petrificado, hasta los “saúdes” seres hechos exclusivamente para el amor, pasando por un bestiario personal que conforma todo un nuevo universo personal, curiosamente al alcance de cualquier buen lector. Este eje conceptual estará en función mientras dura la novela. Milan Kundera, para crear personajes e ideas filosóficas que sustenten a sus narraciones busca en lo “denso” y lo “leve” en Nietzsche, Marco Tulio, como latinoamericano, lo inventa todo, incluso los conceptos desconocidos hasta ese momento en que sustentar su creación. Imagino a un personaje de su pueblo de novela, situado en un mundo circunferencial en el cual el culo está en todas partes y el ojete en ninguna, diciendo o declarando que “Aquí no necesitamos a ningún Nietzsche”. (Lo ven, ya se me contagió, esto es lo que pasa con las novelas oníricas, rimbombantes, espectaculares y lúdicas, que se le meten a uno entre las sinapsis como un virus y se ponen a andar solitas.)
Pero, ¡alto! Sigan porque hay mas invenciones, hay “trascendenteadicto”, hay “intelectontos”, hay una mujer “espectaculear”, un “latrocínico”, hay “intelectontos”, “nariztotélicos” y acontecimientos “tempestivos”.
Y no acaba ahí, va mucho más allá, porque entre otras joyas, hay también la destrucción calibrada del sinsentido común, puesto que hay un “vulgar hierro frustrado”, hay un “fructuosa mente”.
Y no acaba aquí la magia de esta extraordinaria novela inventada por un estudiante universitario porque se aburría en clase de filosofía, no les cuento más para que lo investiguen ustedes y disfruten como yo lo hice sorprendido.
El camino de la novela nunca es recto, está lleno de bifurcaciones sin jardín y con flora, que en el momento menos pensado alude a elementos que dejan de ser metafóricos y por obra del grande ingenio de Marco Tulio, pasan a ser “meta(ysaca) fóricos”.
Algo para leer y no dormir, para cultivar un buen y productivo insomnio, para quedarse asombrado como ese personaje medio nerudiano adaptado a la convivencia en San Isidro de los “grandes ojos fijos de pescado frito”.
Por último y para que no digan que no soy serio, Historia de todas las cosas a diferencia de Cien años de soledad, tiene una perspectiva o propósito moral radicalmente distinto: al acabar la novela uno se queda con un buen sabor de boca, no queda aquella sensación bíblica de condena del mito de García Márquez sino que abrimos la puerta a un mundo de esperanza, de belleza, de dificultades y, de un modo significativo, de colaboración entusiasta en la incompleta obra de Dios. No creo aventurado afirmar que esta novela muy pronto será considerada un clásico, al lado de las mejores del boom.

· Héctor D'Alessandro. Escritor uruguayo residente en Barcelona, coach de Programación Neurolingüística.

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febrero 27, 2012
A Marco Tulio Aguilera Garramuño, de origen colombiano, lo conocí en Monterrey en 1975. Yo era joven y apenas había publicado tres libros. Marco Tulio era mucho más joven y había editado igual número. Era, por añadidura, un promotor cultural de excelencia. Impetuoso y de amplia generosidad, algo poco común entre escritores. Marco Tulio me invitó a dar una conferencia y hasta allá fui.

Marco Tulio fue famoso desde su primera obra publicada en Buenos Aires. Su bibliografía es impresionante y tengo la certeza de que todos los que se acercan a sus libros deben aceptar que están ante un escritor poderoso, inquieto, conocedor del lenguaje y un eterno explorador de estructuras. Destaco algunos títulos: Mujeres amadas, Cuentos en lugar de hacer el amor, Cuentos para antes de hacer el amor, Agua clara en el Alto Amazonas e Historia de todas las cosas. Vale la pena señalar que hay en el autor lo que Sabines llamaría un amoroso. Escribe un erotismo inquietante y maravilloso, por ello el autor ha comentado libros ejemplares en tal sentido: Lolita. En su conferencia “El gran modelo (notas sobre el erotismo y la literatura)”, Marco Tulio se define en este sentido: como un autor pleno de erotismo en cuya estirpe se encuentran Miller y Lawrence. Si escribir una novela es una insolencia, como dice Marco Tulio, Historia de todas las cosas, en su intento totalizador, es una insolencia infinita.

A pesar de su éxito nacional e internacional, de ser un autor bien conocido y respetado por sus méritos literarios, por su vida deportiva y sus inquietudes de promotor cultural, Marco Tulio prefiere una vida no tan pública. Rehúye el contacto con el poder y prefiere tratar a sus pares en cierta intimidad. Su espíritu aventurero puede ser notado en un libro como el citado Agua clara en el Alto Amazonas. De su abultada bibliografía destaca la edición actual de Historia de todas las cosas, un libro físicamente hermoso, lleno de experiencias de vida, de letras y de historias deslumbrantes. Sus personajes son todos extraños, poco comunes. La manera en que el narrador los presenta y describe, los hace hablar, los escenarios donde se mueven son, sobre todo, tropicales. Es un mundo de sol, de luminosidad extrema.

Su vida, contada por el mismo Marco Tulio en un texto breve capaz de ser encontrado en internet, es muy veloz, va y viene, viaja, está en mil actividades. Pronto conoce el éxito. En Jalapa se convierte en escritor sedentario. Sin embargo, no es así en su prosa narrativa ni en su actitud frente a los demás. Hay quien lo encuentra arrogante. Es retador, como es posible apreciar en un texto excelente y ameno: “Encuentros con García Márquez”. Eso a muchos puede no gustarle, a mí me parece una conducta adecuada. La hallo divertida y sincera.

Así lo recuerdo en Monterrey en 1975, así lo he visto en el DF, Puebla y Jalapa.
Vicente Leñero alguna vez me dijo que todos los oficios y los viajes, los romances y los choques con otras personas, resultan susceptibles de transformarse en literatura. Eso exactamente ha hecho Marco Tulio. Breve historia de todas las cosas, Mujeres amadas, y Paraísos hostiles son libros de gran importancia para las letras latinoamericanas. Todos tienen buenos tirajes y ventas, están traducidos. Sin embargo, no tiene el reconocimiento que debería tener. Esto lo digo luego de leer su Historia de todas las cosas, obra que conocí bajo el título de Breve historia de todas las cosas, novela inicial, publicada en Argentina y que ameritó comentarios de críticos exigentes: John Brushwood, Seymour Menton, Wolfgang Luchting (por cierto, traductor de Vargas Llosa al alemán), Gustavo Álvarez Gardeazábal y otros más.

Historia de todas las cosas es rica, posee un lenguaje provocativo, como en general lo es el autor. Sus personajes son espléndidos, viven y se atreven a saltar de las páginas para contarnos de viva voz, con sus palabras y términos locales, un sinfín de historias que para un mexicano del DF resultan exóticas, semejante impresión me produjo en 1967 la lectura de Cien años de soledad. La de Marco Tulio es una novela de intensidad poética y hermosas metáforas, una y otra vez sometida a una impúdica revisión. No hay palabras que estén de más o de menos. Es una novela exacta y un intento de capturar las pasiones y los sentimientos humanos, tal como lo hizo Balzac.

Que yo admire esta novela no significa que vea como hermanas menores las otras o los cuentos de Marco Tulio. Son distintos. Aquí es donde este colombiano y otro, García Márquez, se separan largamente. En el segundo, si uno lee con detenimiento las obras anteriores a Cien años de soledad, se da cuenta que son portentosos ensayos para llegar a su obra maestra. Dentro del resto, hay libros que apenas se sostienen, como El general en su laberinto, una terquedad más de Álvaro Mutis que del propio Gabo. La figura inmensa de Bolívar es humanizada a tal grado que pierde dignidad, se achica.
Me alegra estar en 2012 hablando de un libro y de un autor que conocí en 1975 y cuya amistad he mantenido. Coincido con una idea expresada en la cuarta de forros de este libro: ha creado su propio mundo, parece poco, es mucho.


Para más información, visite la web oficial del escritor René Avilés Fabila en http://www.reneavilesfabila.com.mx/

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