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Oficio de moribundos y otros temas. Lo que no dije en León

mayo 01, 2013

Con alumnas del Colegio Saber tras una conferencia en FeNal
Para la mesa redonda con editores en la FeNal, Feria Nacional del Libro de León, Guanajuato, escribí estas reflexiones que no leí.

Importancia de la labor editorial y retos

Antes que nada tengo que decir que yo no soy precisamente un editor sino una persona, un escritor,  que ha trabajado cerca de la labor editorial en la Universidad Veracruzana, en la que llevo más de 30 años, durante los cuales he asistido a diversas épocas, marcadas precisamente por los directores editoriales. El primero de ellos, con el que trabajé en 1980 fue Sergio Galindo, cuya trayectoria en el plano editorial en México se ha convertido en legendaria.
Con un equipo muy pequeño de administradores, correctores y editores logró publicar a gran parte de la plana mayor de la literatura latinoamericana y española, así como de otros países de Europa y del mundo: comenzando por García Márquez, incluyendo a Onetti, a Juan García Ponce, Ortega y Gasset, Alvaro Mutis, Sergio Pitol y muchos otros. En aquellos tiempos la selección de los textos a publicar estaba centralizada precisamente en Sergio Galindo, cuyo gusto literario fue fundamental para la fundamentación de aquélla, que podría llamarse la Edad de Oro de la Edición Literaria en la provincia mexicana.
Habría que comparar esa época con la actual, en la que se publican trescientos o más  títulos anualmente, muchos de los cuales he de decir, no me parecen del todo dignos de ser publicados. La época actual, sin embargo, está marcada por la presencia de Sergio Pitol, quien se ha convertido en luz, brújula y dictador de políticas editoriales. Bajo su influencia se han publicado colecciones que no vacilo en calificar de históricas e irrepetibles. Entre ellas destaca la Biblioteca del Universitario, que publica a bajo precio y con magnífica factura, libros clásicos –los libros clásicos--: desde la Ilíada hasta Cumbres borrascosas, obras básicas de Pérez Galdos, Henry James y un largo etcétera. Menos destacable es la Colección Sergio Pitol Traductor, que si bien incluye obras invulnerables, también publica obras que me parecen desechables.
Con respecto a libros de autores recientes, la Editorial de la Universidad Veracruzana ha conservado hasta cierto punto la honradez editorial de publicar a quien lo merece, independientemente del nombre. Para que un libro llegue a publicarse requiere dos dictámenes positivos, que deben ser hechos por personas autorizadas. A este respecto tengo mis reservas. Muchos de los dictaminadores supongo que son académicos que despachan sus lecturas con desidia o desinterés, o tienen criterios anacrónicos (me atrevo a decir esto porque independientemente que fui lector de la Editorial, también sufrí dictámenes moralistas, de personas que me parece no están a la altura de los manuscritos que juzgan).
¿Será acaso que ha bajado la calidad de la literatura que se produce? ¿O que aquellos personajes que se encargan de seleccionar los libros que se van a publicar no tienen ni el tiempo ni la preparación ni el gusto literario indispensables? ¿Qué sucede en la Editorial Veracruzana? Los libros que llegan como propuestas son enviados a lectores que en muchos casos son académicos o profesores, más interesados en ganar puntos para los programas de productividad académica que en hacer lecturas sesudas, justas e inteligentes.
Yo he sido testigo de las dos caras de la moneda editorial: he sido lector de la Editorial (he de decir que hasta hace poco fui el único lector de planta, lo que me permitía hacer dictámenes en cuatro o cinco días, mientras que el general los libros que se mandan a dictámenes exteriores pueden tardar tres, cuatro y hasta cinco meses o más. Aclaro el verbo en pasado: yo “era” lector de la Editorial de la Universidad Veracruzana hasta que el director actual decidió que no lo fuera y su decisión tuvo que ver más con sus intereses y con lo que se llama en México grillas.
Como escritor sometí varios libros a dictamen y en algunos casos recibí observaciones tan extrañas como la siguientes: un dictaminador pidió que eliminara cinco cuentos de una antología y el otro solicitó que conservara esos cinco y eliminara los otros cinco: de modo que si hubiera de acatar las solicitudes de los dos dictaminadores tendría que haber dejado solo el prólogo. En otro caso me pusieron reparos moralistas a una novela algo atrevida.
Hablaré ahora de generalidades del oficio de los editores. De las prácticas ofensivas que pueden ejercer los editores, la peor es la de no informar a los autores sobre los dictámenes. Muchos editores simplemente no cumplen las reglas, reciben los manuscritos y se olvidan de los autores.  Y éstos se pasan los meses esperando y si son muy púdicos o muy diplomáticos simplemente se pueden disipar muchos años a la espera.
Centrándome en otro tema que es central a esta feria, hablaré del oficio del bibliotecario. Los bibliotecarios deben ser buenos lectores, deben saber discriminar lo que vale de lo que no vale, para surtir sus bibliotecas con libros de calidad. No deben comprar fondos, sino autores, y deben hacer todo lo posible por acercar los libros a los lectores. Una de las mejores formas de acercar los libros a los lectores es presentar a los mismos autores ante los potenciales lectores.
Dice Gabriel Zaid que en México todo está organizado para acabar con las librerías. Durante un tiempo las buenas novedades se encontraron en Sanborns, VIPS y en tiendas de autoservicio: ahora sólo se ven los best sellers norteamericanos y los de autoayuda. El oficio de librero y el de escritor se han transformado en oficios de difuntos o mendicantes.
Y con respecto a esos moribundos, las librerías. Leamos lo que dice Gabriel Zaid: “Ahora no se exhiben los libros más que unos cuantos meses, porque prevalece el derecho a devolverlos; con la complicación adicional del plástico retractilado que impide hojearlos, pero hace falta para protegerlos en el viaje de regreso al editor. Todo esto ha llevado a las librerías independientes al colapso. Venden poco y con márgenes reducidos que difícilmente sacan los gastos. Muchas han cerrado. Una persona que sepa de libros, que tenga mucha vocación por difundirlos y mucho sentido comercial, puede sobrevivir, hasta que se cansa. El mismo esfuerzo luce más en otras actividades. A pesar de lo cual, nunca faltan entusiastas que sueñan con poner una librería. Hay que decirles: a menos que tengas dinero para pagarte una afición costosa, no te metas. En México, todo está organizado para acabar con las librerías”.
Y continúa Zaid: “Los darwinistas ven todo esto filosóficamente. Si la ley de la selva destruye el medio ambiente en vez de mejorarlo, y convierte la selva en un desierto, el resultado (por definición) es óptimo, inmejorable. Cualquier intervención para que no se extienda el desierto, o para que reverdezca, sería antinatural. Si los bosques, el agua y la vida desaparecen, no hay que lamentarlo: no eran competitivos”.
Y así sucede con los libros de calidad, que ya no reciben los espacios en librerías, que ya no son publicitados, que no encuentran canales de difusión y que tienen que luchar el batalla totalmente desventajosa con los imperios editoriales, léase Planeta, Alfaguara, Random House Mondadori, que son los que están formando una nueva casta de lectores, los lectores ignaros, carentes de gusto, los que se dejan guiar por la publicidad y no por la opinión inteligente, informada, culta, de los buenos lectores que fueron en el pasado los reseñistas, los reseñistas serios, de los que quedan poco. Contra este sórdido panorama deben levantarse los bibliotecarios, que amparados en su conocimiento del campo, pueden convertirse en guías de lectura, en maestros y en auxiliares de maestros.

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