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Presentación de Todos los hombres, de Ethel Krauze, en la Feria del libro universitario, FILU 2013

mayo 03, 2013


Todos los hombres  de Ethel Krauze
Marco T. Aguilera Garramuño
Se lee (o leo) la novela  Todos los hombres  de Ethel Krauze (Alfaguara México, 2012) como el que escucha en la noche de las noches de la vida de una mujer la confesión definitiva… o las confidencias de una mujer que quiere revelar (y revelarse) los arcanos de los instantes más significativos de su vida. Trata  asuntos y temas que en manos de una narradora menos trágica y sufridora tal vez hubieran sonado cursis o auto recriminantes.  No es una novela de la novelista o la protagonista que se asesta golpes de pecho arrepintiéndose de su pasado o enorgulleciéndose de grandes, pequeños y medianos amores o de los amores intrascendentes o de las simples ilusiones que se llevan las aguas del tiempo. Asistimos a confesiones difíciles de ardores casi infantiles y de ardores de la edad adulta, de escaramuzas entre una mujer y sus hombres, asistimos casi como mirones al despliegue del curriculum genital y el curriculum emocional que se entreveran y confunden, conocemos de rencores y acercamientos entre madre,  hija y nieta, en cadenas de amarguras que no terminan ni en el infinito.
No nos receta Ethel con pelos, señales y secreciones cada uno de los amores u amoríos de su protagonista (ni muy abundantes ni muy escasos, ni excesivamente apasionados ni demasiado marcados por la represión), Aurora, sino que nos ofrece quintaesencias, momentos de cristalización, ombligos de sentido. No es la novela de una Mesalina o una Anais Nin, tampoco la de una Ana Frank ni el esplendoroso relato de la trágica y melodramática historia de Isadora Duncan: es la novela de una arquitecta mexicana que confiesa que ha vivido pero que sabe que nunca ha vivido suficiente y a fondo, como quisiera o hubiera querido. Siempre queda insatisfecha: con el amor, con la maternidad, con la vida en general.
Casi a punto de terminar la novela –cuando ya le llega a Aurora la menopausia y a la pareja la azotan las desavenencias, las discusiones, las amenazas de separación—se me ocurre casi irracionalmente la siguiente expresión: “El encanto de las revistas femeninas”. La razón es que Ethel incurre y recurre en los lugares comunes propios de los matrimonios que llevan muchos años, y lo hace con tal levedad que uno piensa estar leyendo una novela rosa. Pero no. No es rosa. Lo que es rosa es la vida. Todos los hombres (obra que coquetamente Ethel promueve con el título de  Todos (mis) hombres  en Facebook) resulta ser una novela realista, y por lo tanto con los ingredientes de las vidas convencionales: cuando la mujer se vuelve insoportable porque discute por todo; cuando el hombre se vuelve descarado en su interés por las jovencitas; cuando el periódico es más interesante que la comunicación a la hora del desayuno.
            En una entrevista reciente Ethel Krauze comenta que la novela no se centra ni se basa solamente en su vida y sus experiencias, sino que “incluye escenas de historias que le han compartido otras mujeres”. Elude, con este expediente (falso o verdadero, eso no importa), la posible acusación de que haya explotado su propia vida y la de sus hombres, para alimentar su obra. Y para mí, que de alguna manera comparto sus experiencias –-al ser casi su contemporáneo y al haberme cruzado en el trayecto vital de la autora apenas una vez en uno de los célebres encuentros de escritores de los años 80’s (donde ella era el centro de atención de varios hombres en una noche de copas y terminó siendo la sirena que escapó a refugiarse sola, en su habitación de hotel, mientras los asediantes se quedaban o nos quedábamos consolándonos con algunos tequilas--, para mí, hubiera sido más sabrosa la novela si hubiera involucrado su vida de escritora, sin inventar a esa protagonista, Aurora, que de alguna manera me dejó insatisfecho. ¿Qué me faltó en esta protagonista? Un proyecto vital, una vida independiente, que Aurora no se hundiera en un matrimonio convencional. Rescato, eso sí, una sensualidad insuficientemente explotada, tal vez por recato o por estrategia literaria. No se trata de que este lector curioso que soy yo quisiera pelos y señales, sino un desarrollo más pleno.
            Viví la lectura con intensidad, más con ojos de cómplice, que con bisturí de escritor o crítico, y puedo decir que me mantuvo absorto durante el corto trecho de su lectura.

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