¿Se puede corregir el pasado?
mayo 16, 2013Cuando un
autor se reescribe: la Breve (y la no
tan breve) historia de todas las cosas
de Marco Tulio Aguilera Garramuño
Peter G. Broad, Ph.D.
Professor of Spanish Emeritus
Indiana University of Pennsylvania
Indiana, PA 15705
peterbroad7@gmail.com
Una foto de 1982 con José Donoso en deliberaciones de Concurso Jorge Isaacs |
Desde el principio de su carrera
como narrador, Aguilera Garramuño ha reescrito cuentos, y títulos con bastante
frecuencia. También cambió el final de su novela Mujeres amadas en la segunda edición. Estos cambios y
modificaciones a veces mejoran de forma notable las versiones originales, pero
en otras ocasiones no tanto. Hace poco Aguilera Garramuño afirmó en su blog
que: “Si yo viviera 200 años probablemente reescribiría todos mis libros tres o
cuatro veces. La idea es que todo se puede mejorar siempre. Creo que soy mejor
escritor (o por lo menos mejor estilista) ahora que hace 35 años” (Descabezadero, 30 de octubre de 2012).
La publicación de la nueva versión
de Historia de todas las cosas ofrece
la perfecta oportunidad de examinar tal declaración con el fin de estudiar el
desarrollo artístico del autor a través de las decisiones que ha tomado al
reescribir su novela casi cuarenta años después de escribirla por primera vez.
En este estudio veremos primero algunos ejemplos de las previas reescrituras de
las obras de Aguilera Garramuño con el fin de ver los recursos que emplea al
emprender tal reescritura. Luego compararemos algunos ejemplos destacados de
las modificaciones que ha sufrido la novela en su nueva versión. De esta
manera, sin estudiar toda su trayectoria literaria, tendremos una visión de
cómo se ha desarrollado la escritura de Aguilera Garramuño a lo largo de su
carrera como narrador. Como indicó un crítico mexicano en Corónica: “Será indispensable que alguien realice un estudio
comparativo entre la primera versión de la novela y la que ahora llega a
nuestras manos, no son muchas las oportunidades que se tienen de atisbar el
proceso de gestación de una obra de arte de estas proporciones” (López). El
estudio comparativo exhaustivo tendrá que esperar otra ocasión, pero aquí por
lo menos lo vamos a iniciar.
Quizás la principal característica
de la reescritura de Aguilera Garramuño sea su empeño en buscar palabras más
exactas para expresarse. Antes de examinar la novela que nos ocupa aquí,
miremos primero unos ejemplos previos de lugares donde el autor reescribió
eficazmente porciones de sus cuentos.
Considérese, por ejemplo, esta
oración en dos versiones que demuestran de forma muy clara el esfuerzo, hasta
el cariño con el que Aguilera Garramuño se acerca a su prosa. Viene de “El
suave olor de la sangre”, cuento que apareció por primera vez en las ediciones
primeras de Cuentos para después de hacer
el amor. El narrador-protagonista, que está asaltando un autobús junto con
una pandilla de hombres vestidos más o menos de neo-aztecas, se dirige a los
pasajeros: “Como podrán notar si miran con cuidado a lo largo de la extensión
de este vehículo automotor hay la cantidad de trece jóvenes sonrientes y
armados con puñales, dagas, macanas, llaves inglesas, picahielos, cuchillos
matamarranos y estiletes, de modo que lo más conveniente para la salud y el
correcto tejido de la piel es que permanezcan en silencio, inmóviles y
tranquilos como en misa.” Eficazmente el autor ha logrado comunicar la idea de
que se trata de una persona que intenta elevar su discurso a algo más que una
simple amenaza de asaltante, pero que carece de una formación adecuada para
hacerlo. Así dice, por ejemplo, “vehículo automotor”, frase de resonancia
cuasi-jurídica. También refuerzan este tono las palabras excesivas que emplea,
como “a lo largo de la extensión de” y “la cantidad de”, frases que sólo sirven
para resaltar el carácter del discurso y no para comunicar.
Cuando reescribe este cuento para Cuentos para antes de hacer el amor,
Aguilera Garramuño hace unos cambios sutiles pero eficaces en la oración: “Como
podrán notar si miran con cuidado a lo largo de la extensión de este vehículo
automotor hay la cantidad de trece jóvenes sonrientes y armados con puñales,
dagas, macanas, llaves inglesas, picahielos, cuchillos matamarranos, estiletes
y hasta inclusive martillos de emergencia, de modo que lo más conveniente para
la salud y el correcto tejido de la piel es que permanezcan en silencio,
inmóviles, tranquilos, como en misa, digo.” El primer cambio es la adición de
otra arma, “y hasta inclusive martillos de emergencia”. Representa un reductio ad absurdum de una lista ya
excesiva, precedida de una frase más de ignorante que presume de cultura, “y
hasta inclusive”. El otro cambio es el modo de terminar la oración, donde el
efecto que se busca es devolver la expresión a un nivel más convincentemente
hablado y menos literario al agregar la palabra “digo”.
Otro ejemplo de cómo trabaja
Aguilera Garramuño su estilo al reescribir un cuento se encuentra en las
palabras con las que se abre “Cantar de niñas”, cuento con el que comienza la
colección Los grandes y los pequeños
amores: “Con su noble sonrisa, plácida y segura, la vi ejerciendo una
encantadora felicidad de niña.” Esta sencilla y rítmica oración, casi versos de
romance (puede dividirse fácilmente en un heptasílabo, dos octosílabos y otro
heptasílabo, con rima asonante entre los dos heptasílabos), establece un aire
de tranquilidad y sobriedad que, quizás irónicamente se desarrolla luego en una
historia de la obsesión de un hombre mayor hacia una niña, al estilo de la Lolita de Nabokov, aunque sin llegar a
cumplirse ningún acto sexual. Esta oración inicial le da al cuento el tono del
epígrafe, unos versos de Antonio Machado:
Del romance castellano
no busques la sal
castiza:
mejor que romance viejo,
poeta, cantar de niñas.
Es una
apertura perfectamente lograda.
Sin embargo, no es la primera
versión publicada del cuento. En las versiones originales de Cuentos para después de hacer el amor,
aparece bajo el título de “Fruta verde”. Es el mismo cuento, pero el autor continuó
perfeccionándolo después. La primera oración de esta versión dice así: “Muy
blanca, con su hermosa sonrisa plácida y segura, la vi ejerciendo una serena
felicidad de niña”. Es también una frase bien hecha, pero los cambios la han
mejorado notablemente. La tranquilidad está allí en las dos versiones, sugerida
por palabras como “plácida”, “segura” y, en la versión original, “serena”.
Pero, al sustituir “serena”, observación objetiva, por “encantadora”,
interpretación subjetiva, Aguilera Garramuño ha logrado iniciar con una sola
palabra la comunicación de lo que siente el señor al contemplar a esta niña. La
frase “muy blanca” que inicia la versión original, aparte de su ritmo, no añade
nada a la imagen que se va creando. En cambio la “noble sonrisa” eleva la
imagen a un nivel de placer maduro, desarrollando así lo introducido en el
epígrafe. (En la versión original no hay epígrafe.)
Un ejemplo de una reescritura no tan
bien lograda, al menos para mí, es el fin de la novela Mujeres amadas. En la versión original la frase final, que viene
justo después de una metedura de pata que rompe definitivamente la relación
entre el narrador/protagonista y la que había sido su amante (grita el nombre
de la hermana de la amante en el momento del clímax). Esta novela es una larga
reflexión sobre teorías filosóficas y literarias del amor, y este fin de la
relación le lleva al protagonista, Ramos, a decir: “Ahora sólo me queda como lo
que quizás siempre fue: Literatura” (206). Es un perfecto resumen de toda la
novela precedente.
Sin embargo, al reeditar la novela
para la segunda edición, Aguilera Garramuño agregó un párrafo más. En éste hace
referencia a que recibió años más tarde, después de la publicación de la
novela, una carta en que un individuo le dice que él había vivido la misma
experiencia con la mujer en que se basa el personaje de la amante. Por un lado
se enredan así aún más la vida y la literatura, lo real y lo inventado, y uno
no sabe si es la realidad la que destruye la fantasía o la fantasía la que
destruye la ficción, o qué. Siempre he preferido la primera versión por lo que
comunica con poquísimas palabras. El párrafo adicional, desde luego, introduce
la técnica del fin abierto, pero no cuadra bien con el resto de la novela.
Para resumir, entonces, hemos visto
que Aguilera Garramuño, al reescribir pule su lenguaje, buscando la expresión
exacta para lo que quiere comunicar, sea una idea o, más importante, un tono o
un efecto sicológico. Por otra parte, podemos decir que también es capaz de
seguir trabajando el texto hasta más allá de la mejor expresión de sus ideas.
Las dos características se encuentran en abundancia en la reescritura de la
novela.
Lo primero que se nota al comparar
la Breve (y la no tan breve) Historia de todas las cosas es la
ampliación que ha sufrido la novela. La primera versión cuenta con veinticinco
capítulos, pero la segunda ha crecido a cincuenta y cuatro. Sólo veintiuno de
los capítulos originales se encuentran en la segunda versión de forma
reconocible, pero no todos aparecen en el mismo orden, hay nuevos capítulos
intercalados, y hay poco que no se ha modificado de alguna manera.
Para los que todavía no hayan tenido
el placer de leer la Historia, he
aquí un breve y totalmente inadecuado resumen: a lo largo de la novela se narra
el desarrollo de San Isidro de El General, pueblo costarricense convertido en
pequeña ciudad al construirse la Carretera Panamericana. Poco a poco vamos
viendo cómo los mismos personajes y sus descendientes se adaptan y no se
adaptan a las nuevas realidades. La voz que narra todo esto es la de un señor a
quien la justicia dejó olvidado en la cárcel desde la revolución de 1948, y
quien admite que mucho de lo que describe lo inventa, pero sin indicar qué
parte. En una reseña publicada en la revista Crítica, Alejandro Hermosilla Sánchez dice que es:
“Un libro que está hecho tanto para disfrutar
con sus personajes y enseñanzas como para rememorar los problemas que
enfrentó el escritor cuando lo escribía: como si se tratara de un combate y, a
la vez, de una colaboración entre Marco Tulio y la tradición literaria de
la que procedía con el fin de crear un híbrido narrativo que no fuera ni
totalmente continuista ni absolutamente irreverente con un pasado que
estaba más interesado en cuestionar e interrogar que en criticar o reverenciar”
(Hermosilla).
Es todo esto y
más.
Como se notó antes, parte de lo que
hace Aguilera Garramuño al escribir es acariciar el lenguaje, buscarle la mejor
forma de comunicar sus ideas. Esto lo vimos en los cuentos citados, y se puede
apreciar también en la primera página de la nueva versión de la novela. Esta
página corresponde a la primera página del cuarto capítulo de la novela
original. Narra la llegada a San Isidro del primer negro, pues en aquella época
les estaba prohibido a los negros vivir más que en la costa del Caribe. En la Breve historia dice así: “como él no
tenía ningún negocio pendiente en Puerto Limón y como estaba desesperado por
asuntos de amores, se vino a aventurar tierra adentro” (37). En la Historia la frase ha sido ampliada con
un nuevo elemento: “como él no tenía ningún negocio pendiente en Puerto Limón y
como estaba desesperado por asuntos de amores y recuperándose de una picadura de machaca que le había tenido el
aguijón enhiesto quince días con sus noches correspondientes, se vino a convalecer y a aventurar tierra adentro”
(15). Lo que ha hecho aquí Aguilera Garramuño es sacarle más jugo a la
anécdota, agregándole un nivel fisiológicamente humorístico.
La Breve historia, en vez de comenzar con la llegada del primer negro,
cuenta la historia de los judíos que vinieron a San Isidro de El General.
Empieza así: “Los yamiles, abrahames y demás judíos que no habían conseguido
que el Gobierno Municipal pavimentara la calle por donde ellos tenían
instaladas sus tiendas, sacaban agua del caño con un bastón a cuyo extremo
amarraban un tarro y lo lanzaban a guisa de regadera sobre el polvo rojo para
aplacarlo” (11). En la Historia los
judíos vienen después del negro, en el capítulo dos. Aquí otra vez el autor ha
ampliado la frase, esta vez añadiendo adjetivos para dar más color a la escena:
“Escribió el historiador-literato: Los baruches, ibrahimes, emires, sultanes,
califas y demás latrocínicos, no habiendo conseguido que el gobierno municipal
pavimentara la Calle del Comercio donde tenían instaladas sus tiendas, carpas y
changarros, sacaban el agua cristalina de los arroyos originales con un bastón
a cuyo extremo amarraban un tarro y lo lanzaban a guisa de regadera sobre el
polvo rojo para aplacarlo” (25).
En el segundo caso el autor ha
añadido mención del narrador (que llama “ranador”), ha ampliado la lista de
nombres judíos en un reductio ad absurdum
que va de judíos a árabes y añade una palabra inventada que implica la
deshonestidad comercial. En vez de la simple pero posiblemente ambigua palabra tiendas, tenemos la adición de sinónimos
para las dos posibles acepciones para convertir la palabra sencilla en una
frase retórica. También, en vez del caño, sacan el agua, ahora cristalina, de
los arroyos originales, reforzando la idea de que aquí estamos en los primeros
momentos del mundo que se está inventando.
Otro tipo de ampliación en la
segunda versión se relaciona con el aspecto vagamente autobiográfico de la
novela, idea reforzada en esta versión por la adición de un personaje llamado
Garrapata, y tiene más bien el fin de insertar algún ejemplo de algo que le ha
afectado al autor en su vida personal y que no podría haberse incluido en la
primera versión por no haber ocurrido todavía. Hay varios casos, pero un
ejemplo nos basta. He aquí la frase original: “En todo caso los derrumbes
aumentaban, los mendigos proliferaban y el Obispo llegó” (199). En la nueva
versión dice así: “En todo caso los derrumbes aumentaban, los mendigos proliferaban
y el obispo Gruesa y Cordera, hombre voluntarioso que usaba siempre la misma
sotana sucia por vocación de santidad hasta que la prenda comenzaba a podrirse
sobre su cuerpo, criatura ventripotente, cuyo rostro sufría los estragos de la
gravedad, particularmente en su triple papada, su nariz de corbatín roja como
la de un payaso, llegó” (393).
La adición de la descripción del
obispo con su nombre no parecería tener ningún sentido especial más que agregar
un toque de sarcasmo a la idea de un obispo gordo de falsa humildad. Pero, los
que conocemos algo de la biografía de Aguilera Garramuño sabemos que estaba en
conflicto constante con el antiguo arzobispo de Xalapa, ciudad en la que
reside, un tal monseñor Obeso y
Rivera, quien quería echarle del país por pornógrafo. En 1974, cuando se
publicó la primera versión de la novela, el autor no había estado nunca en
Xalapa ni fue obispo el señor Obeso.
Aguilera Garramuño no dejó intacto
el final de la novela tampoco. Como vimos antes con Mujeres amadas, agregó otro párrafo más. En este caso, sin embargo,
hasta podría verse como una justificación de lo que hemos venido diciendo aquí.
En las dos versiones la atención se
vuelve sobre Mateo Albán, el supuesto narrador/autor de la novela, el que ha
estado en la prisión de San Isidro desde tiempos de Pepe Figueres. En la primera versión la narración vuelve al
comienzo, sugiriendo una circularidad al tiempo:
“Mateo Albán quiso salir
y gritó.
Cuando
pidió la revisión de su sentencia supo que había sido derogada hacía tiempos,
que la única prisión había sido su propio cuerpo y que los fantasmas de su
novela le habían robado los años porque en cuanto salió se percató de que los
yamiles, moiseses y demás judíos todavía no habían conseguido que el Gobierno
Cantonal pavimentara las calles donde ellos tenían instaladas sus tiendas y por
eso sacaban agua del caño con un bastón a cuyo extremo amarraban un tarro …”
269-270).
Las últimas
palabras son idénticas a las primeras.
En la nueva versión la repetición de
estas palabras no tiene el mismo efecto, pues no son ahora las primeras
palabras del texto. Dice así:
“Mateo Albán quiso salir
y gritó.
Cuando
pidió la revisión de su sentencia, supo que no existía, que su nombre no
aparecía en papel alguno, que la única prisión había sido su propio cuerpo y
que los fantasmas de su novela le habían robado los años porque en cuanto salió
de la cárcel, caminó hacia el parque y subió por la calle del Comercio se
percató que los baruches, ibrahimes, emires, sultanes, califas y demás latrocínicos,
no habiendo conseguido que el gobierno municipal pavimentara la calle donde
ellos tenían instaladas sus tiendas, sacaban agua del caño con un bastón a cuyo
extremo amarraban un tarro …” (514).
De nuevo las palabras son casi idénticas a cuando aparecieron en el
capítulo cuatro, excepto que falta la adición de los sinónimos de tienda y el
agua ha vuelto a salir del caño. Pero luego viene un párrafo más, que es como
una descripción de lo que es la reescritura de la novela:
“Entonces
entendió, como en una iluminación, que el mundo no era del todo bueno, pero sí
divertido, y que había que reinventarlo todos los días, hasta que saliera bien.
El buen Dios había dejado la tarea pendiente” (515).
OBRAS CITADAS
Aguilera
Garramuño, Marco Tulio. Breve historia de
todas las cosas. Buenos Aires: Ediciones de la Flor,
1974.
Aguilera
Garramuño, Marco Tulio. Cuentos para
antes de hacer el amor. Bogotá: Plaza y Janés, 1995
Aguilera
Garramuño, Marco Tulio. Cuentos para
después de hacer el amor. Bogotá: Oveja Negra, 1985.
Aguilera
Garramuño, Marco Tulio. Descabezadero,
30 de octubre de 2012.
http://mistercolombias.blogspot.com/2012/10/vida-en-kansas-university-en-lawrence.html
Aguilera
Garramuño, Marco Tulio. Historia de todas
las cosas. México D.F.: Educación y Cultura, 2011.
Aguilera
Garramuño, Marco Tulio. Los grandes y los
pequeños amores. México D.F.: Conaculta, 1992.
Aguilera
Garramuño, Marco Tulio. Mujeres amadas.
Jalapa: Universidad Veracruzana, 1988.
Aguilera
Garramuño, Marco Tulio. Mujeres amadas.
Xalapa: Universidad Veracruzana, 1996.
López, Adrian.
“Historia de todas las cosas, reeditada en México”.
http://www.revistacoronica.com/2012/06/historia-de-todas-las-cosas-reeditada.html
Hermosilla
Sánchez, Alejandro. “Historia de todas
las cosas de Marco Tulio Aguilera Garramuño:
Un diabólico artefacto.” Crítica (152).
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