El amor en las obras de Shakespeare
junio 12, 2013
El presente es un ensayo de 30 páginas sobre el concepto de amor en las obras de Shakespeare, originalmente publicado en mi libro Poéticas y obsesiones (Universidad Veracruzana, Colección Biblioteca, 3a edición 2009).
En algunas obras de Shakespeare en las que el tema central es el amor, éste se presenta de diversas formas. Como artificio, como lucha de contrarios, como una forma de la vanidad, como batalla contra la adversidad, como juego de niños, como un capricho de los duendes y las hadas, como una fiesta y una apoteosis que viola todas las normas y salta todas las barreras, como la perfecta imposibilidad.
La mujer shakesperiana, en términos generales, parece
tener un conocimiento más innato del tema."De los ojos de las mujeres tomo
esta doctrina: ellos siguen centelleando aún en el fuego prometeico: ellos son
los libros, las artes, las academias, que muestran, contienen y nutren al mundo
entero". Como bien lo dice Armando, personaje de Los trabajos de amor
perdidos "la flecha de cupido es demasiado para la maza de
Hércules".
Los hombres de Shakespeare, por el contrario, asumen el
amor más como una empresa en la que deben conquistar un territorio. Solamente
en las obras más serias, que son las de su madurez, como Romeo y Julieta,
el amor se asume como algo más profundo y tanto los hombres como las mujeres lo
toman con mayor seriedad.
En Los trabajos de amor perdidos leemos que
"verde es el color de los amantes". Y es verde, sin duda, porque éste
es el color de la esperanza. Además, porque los que aman son verdes, jóvenes,
como retoños, que viven del futuro y sueñan con los frutos de sus esperanzas. Y
si resultan ser viejos de edad, reverdecen, como toncos secos plantados en tiera fértil.
En Los trabajos
de amor perdidos, obra primera de la pluma de Shakespeare, se puede leer la
intención de demostrar que las mujeres saben amar de una forma más intensa,
cierta y verdadera, mientras que los hombres en general toman el amor a la
ligera. Tal como lo señala Frank Ernest Hill en su biografía [1] esta
obra "trata de un amor artificial y carente de grandeza, pero tratado como
si fuera importante y natural".
El argumento de la obra es el siguiente: El Rey de
Navarra y varios de los integrantes de su corte --Longaville, Biron, Dumain--
deciden hacer una promesa: vivir y estudiar en reclusión durante tres años, no
ver una mujer en ese término, no tocar alimento en un día a la semana y hacer
una sola comida en los demás días, dormir sólo tres horas por la noche y
"hacer noche oscura de la mitad del día", es decir, vivir a tientas
la mitad del día.
Poco, poquísimo tiempo pueden conservar la promesa, y la
causa de su infidelidad es naturalmente...la mujer. La hija del Rey de Francia
visita Navarra, con un séquito de damas. La primera hace caer al Rey de Navarra
y las segundas, a los hombres de la corte del Rey.
Pero antes de caer, los que hicieron la promesa, intentan
resistir, circunstancia que pica el orgullo de las mujeres, quienes deciden
hacer sufrir a los hombres. Les ponen como condición para ceder a sus amores:
¡Que se impongan un año completo de privaciones, reclusión y sacrificios!
Vemos aquí puesta en juego la ya conocida habilidad de
las mujeres, que queriendo ser manipuladas, resultan manipulando. Vemos cómo
la mujer logra jugar con los hombres cuando éstos creen hacerlo con ellas; cómo
las mujeres son difíciles para la entrega y los hombres fáciles; cómo los
primeros creen estar enamorados y buscan atolondradamente la satisfacción a sus
deseos; cómo las mujeres son más prudentes y exigen ciertas ceremonias, dan
plazos más largos, para estar más seguras una vez que den el paso definitivo de
entregarse.
Armando, un soldado del Rey que también se enamora,
describe hasta que punto puede enamorarse:
"Amo
hasta el mismísimo suelo (que es bien bajo), donde el zapato de mi amada (que
es más bajo), guiado por su pie (que es lo más bajo), va caminando. Si amo seré
perjuro; lo que es una gran prueba de falsía. ¿Y cómo puede ser verdadero el
amor que se intenta con falsía? El amor es un demonio familiar; el amor es un
diablo; no hay angel malo sino el amor. Sin embargo, así fue tentado Sansón, y
tenía admirable fuerza; sin embargo, así fue seducido Salomón, y tenía muy buen
ingenio. La flecha de Cupido es demasiado dura para la maza de Hércules".
Nadie se resiste a la fuerza
del amor. Ni Hércules con su fortaleza ni Sansón con su poder ni Salomón con
su sabiduría y su ingenio. Cuánto menos los demás seres humanos, que no somos
héroes ni de estirpe divina.
Veamos los efectos que tiene el amor sobre el Rey de
Navarra, a través de Boyet, espía de la Princesa de Francia:
Porque
os ama, Princesa de Francia, todas las acciones del Rey de Navarra se retiraron
al palacio de sus ojos, atisbando a través del deseo; su corazón, como un ágata
con vuestra imagen grabada, expresaba su orgullo en su mirada. Su lengua, toda
impaciente por hablar y no ver, tropezaba con la prisa de estar en su vista:
todos los sentidos se refugiaban en ese sentido, para sentir solo mirando a la
más bella de las bellas; me parece que todos sus sentidos estaban encerrados en
sus ojos, como las joyas en un cristal, para que las compre un príncipe; ofreciendo
su valor desde donde estaban encristalados, se exhibían para ser comprados a
vuestro paso. Su rostro revestía tales asombros que todos los ojos veían sus
ojos hechizados por sus contemplaciones. Os dará Aquitania y todo lo que es
suyo, si le dais, por mi ruego, un solo beso amoroso.
Por un beso amoroso el
enamorado puede dar todos sus reinos. ¿Qué egoísmo puede tener un enamorado, si
antes de ofrecer las cosas materiales, ya ha entregado su voluntad y su
corazón?
Una de las características del
enamorado es que lo da todo sin recelo alguno. Lo contrario a un enamorado no
es una persona sin amor, sino un egoísta. Un enamorado hace cualquier cosa para
ganar el amor, y una vez que lo consigue se vuelve doblemente locuaz. Pierde el
sentido de las reglas sociales, se entrega a una fiesta: la fiesta de vivir.
¿En conclusión? El amor vuelve locos y extravagantes a
los más cuerdos y solemnes. Biron es el noble más burlón y acerbo de la corte
del Rey de Navarra. Y sin embargo también él cae en las garras del amor y se
lamenta (placenteramente, claro) de ello:
Ah,
y yo, de veras, enamorado. Yo, que he sido el azote del amor, un verdadero
policía para un suspiro melancólico, un crítico, más aún, un vigilante nocturno,
un pedante avasallador de ese niño más magnificente que ningún mortal! Ese niño
vendado, gimoteante, cegato y extraviado, ese enano gigantesco joven y viejo,
Don Cupido, el Rey de las rimas amorosas, el señor de los brazos cruzados, el
soberano ungido de suspiros y gemidos, monarca de todos los ociosos y los
descontentos: príncipe temible de las enaguas, rey de las pretinas, único
emperador y gran general de los seres humanos.
¿Qué es el amor a estas luces?
Un niño vendado, gimoteante, cegado y extraviado; un enano gigantesco, joven y
viejo; el rey de las rimas amorosas; el señor de los brazos cruzados (tal vez
porque el enamorado no tiene cabeza para otra cosa que no sea amar); el
soberano ungido de gemidos y suspiros; monarca de todos los ociosos y los
descontentos; Príncipe temible de las
enaguas; Rey de las pretinas (acaso porque tras el amor se oculta el ardor --y por eso San Pablo dice que es mejor
casarse que quemarse); el único emperador y gran general de los seres humanos.
Con respecto a un patán,
incapaz de amor, escribe: "Es un animal, sensible sólo en las partes
groseras".
Hay, pues para el primer Shakespeare, básicamente dos
tipos de sensibilidad: la del cuerpo y la del alma. Pero tales sensibilidades
se comunican. La sola sensibilidad del cuerpo es animalidad; la sola
sensibilidad del alma es gozmoñería y hipocresía. La sensibilidad
auténticamente humana es la que incluye cuerpo y alma, emociones y pasiones,
virtudes y defectos.
Amor es aprender a disfrutar de los defectos del amado. El verdadero
amante no quiere cambiar a su amado para adaptarlo a sus
caprichos, sino que quiere
disfrutar de los defectos de su amado para que se conviertan en sus propios
caprichos.
Biron dice de su amada Rosalinda que ella es "el sol
que hace brillar todas las cosas". Se entiende bien que para el enamorado,
su amada es la que le da sentido y belleza al
mundo. La idea había sido utilizada por Dante, quien atribuye al amor el
equilibrio de las esferas celestes.
Biron, el antes escéptico, una vez enamorado, alega en
favor del amor:
(...)
pero el amor, que se aprende ante todo en los ojos de una mujer, no vive solo y
emparedado en el cerebro, sino, con la moción de todos los elementos, corre tan
veloz como el pensamiento en toda facultad, y da a toda facultad doble
facultad, por encima de su función y su deber. A los ojos les añade una
preciosa visión; los ojos de un amante dejan ciega a un águila con su mirar; el
oído de un amante escucha el más sordo ruido aun cuando no lo escuche el
suspicaz oído del ladrón; la sensibilidad del amor es más suave y fina que los
blandos cuernos de los enredados caracoles; la lengua del amor hace grosero el
gusto del delicado Baco [2] En
cuanto al valor, ¿no es el amor un Hércules, siempre trepando a los árboles en
las Hespérides? Sutil como la esfinge, dulce y musical como el claro laúd de
Apolo, con su pelo por cuerdas; y cuando habla amor, la voz de todos los dioses
arrulla el cielo con la armonía. Jamás se atrevió un poeta a tocar una pluma
mientras su tinta no estuvo templada con los suspiros del amor (...) De los
ojos de las mujeres tomo esta doctrina: ellos siguen centelleando aún en el
fuego prometeico: ellos son los libros, las artes, las academias, que muestran,
contienen y nutren al mundo entero.
Es visible en este parlamento
y en los de los demás personajes, la
intención de deslumbrar con palabras, con fuegos artificiales, en busca de un
efecto fulminante sobre los espectadores. Tal tendencia en este Shakespeare es
el reflejo de las virtudes y defectos de las obras de sus maestros Marlowe y
Lyly. Con el asentamiento de la originalidad de Shakespeare y el hallazgo de su
propia voz, Will comenzaría a ofrecer en sus obras concepciones más personales
del amor. El amor ya no será solamente un juego de artificios sino una búsqueda
de conocimiento y plenitud.
El tema dominante de La
doma de la furia es la lucha por el poder entre hombre y mujer y el
subsiguiente dominio del hombre sobre la ella. La furia, la fierecilla, es
Catalina: un demonio, una arpía, un engendro, una maestra emérita del insulto y
el desaguisado, una loca de atar, digna de habitar en una jaula. El padre se
plantea la necesidad de casarla a ella, antes que a su hermana, Blanca, que es
una paloma: obediente, sencilla, amable, hacendosa. Parecería labor imposible
casar a la fiera. Sin embargo aparece Petrucho, que pretende llevar a cabo la
doma de la furia. Veamos cómo afronta su labor:
PETRUCHO
. ¿Para qué vine aquí sino con la intención de cortejar a Catalina? ¿Pensáis
que un poco de estrépito me puede embotar los oídos? ¿No he oído en mis tiempos
rugir leones? ¿No he oído el mar, agitado por los vientos, enfurecerse como un
jabalí iracundo empapado en sudor? ¿No he oído los grandes cañones en campaña,
y la artillería celeste tronando en los cielos? ¿No he oído, en una batalla
indecisa, ruidosos toques al arma, corceles relinchantes y trompetas
resonantes? ¿Y me vienes a hablar de una lengua de mujer, que no hace ni la
mitad de ruido en su disparo que una castaña en la lumbre de un labrador? Bah,
bah, asusta a los niños con el coco.
Aquí Shakespeare nos presenta,
evidentemente caricaturizados (pero toda caricatura no es otra cosa que la
búsqueda de los elementos esenciales, por medio de la exageración)a los dos
protagonistas de la batalla que se ha venido librando a lo largo de la historia
de la humanidad: el hombre y la mujer. La una es presentada como la furia, el
otro como el dominador de la furia. El hombre como la razón; la otra como la
sinrazón. A lo largo de la obra veremos que el hombre intenta dominar a la
mujer con sus mismos elementos. Apela a al absurdo, al exceso, a el
trastocamiento de los elementos.
Y en efecto, Petrucho no se asusta. Agrega <<yo soy
duro y no cortejaré como un niño>>. ¿Cómo pretende cortejar y ganar a
semejante basilisco?
PETRUCHO
. Supongamos que chilla: bueno, pues le diré con claridad que canta tan
dulcemente como un ruiseñor; digamos que se pone ceñuda: diré que tiene tan
claro aspecto como las rosas mañaneras recién lavadas con rocío; digamos que se
calla y no quiere decir una palabra: entonces elogiaré su elocuencia y diré que
habla con penetrante elocuencia; si me manda al cuerno, le daré las gracias
como si me pidiera que me quedara una semana; si se niega a casarse, preguntaré
qué días se hacen las amonestaciones y cuándo son las bodas.
Y en cuanto le presentan a la
arpía comienza su labor de gota sobre la piedra.
PETRUCHO
.Buenos días, Cata: pues ese es tu nombre, he oído decir.
CATALINA
.Bien habéis oído, pero sois un poco duro de oído: me llaman Catalina los que
hablan de mí.
PETRUCHO
.Mientes, a fe, pues te llamas Cata a secas, Cata la caprichosa, y a veces Cata
la maldita; pero Cata, la más linda Cata de la Cristiandad (...) Cata de mi
consuelo: al oír elogiar tu bondad en todas las ciudades, hablar de tus
virtudes, y ensalzar tu belleza, aunque no tan profundamente como te era
debido, me he movido a pretenderte como mujer.
CATALINA
¡Te has movido! En buena hora; pues como te has movido para venir, muévete para
marcharte; desde el primer momento me di cuenta que eres muy mueble.
PETRUCHO
. ¿Como un mueble?
CATALINA
.Una banqueta de tres patas.
PETRUCHO
.Has acertado: ven a sentarte encima de mí.
CATALINA
.Los burros están hechos para las cargas, y tú también.
PETRUCHO
.Las mujeres están hechas para cargarse de hijos, y tú también.
CATALINA
.No soy tan burra como tú, si hablas de mí.
Se siguen insultando hasta que
Catalina lo abofetea. Culmina una larga escena de improperios mutuos.
PETRUCHO
.No, oye, Cata: de veras no te escaparás así.
CATALINA
.Si me quedo te enojaré, déjame marchar.
Y aquí se inicia la estrategia
de Petrucho: comienza a voltearle el mundo, a fingir que él lo ve todo al revés
y a querer que ella lo vea de manera semejante:
PETRUCHO
.No, ni pizca: te encuentro muy amable. Me habían dicho que eras áspera y
esquiva y malhumorada, y ahora encuentro que la noticia era puro embuste; pues
eres placentera, alegre y muy cortés, pero lenta de palabra, aunque dulce como
las flores de primavera; no eres capaz de ponerte ceñuda, no sabes mirar de
soslayo ni te muerdes los labios, como las muchachas iracundas, ni encuentras
placer en llevar la contraria al hablar, sino que entretienes a tus
pretendientes con benevolencia, con amable conversación, suave y afable. ¿Por
qué el mundo dice que Cata renquea? ¡Ah, mundo calumnioso! Cata es derecha y
esbelta como una rama de avellano, y más dulce que las almendras.
No es fácil la labor de
Petrucho. Catalina amarra a su hermana, descalabra a un fingido maestro de
música, abofetea a su pretendiente. Petrucho se plantea su labor como la del
domador y dice que no le arredrarían ni los trabajos de Hércules. A espaldas de
Catalina, el pretendiente arregla con el padre para casarse, luego se va y
solamente regresa unos minutos antes de la boda. Pero cuando vuelve, lo hace
vestido con fachas desarregladas y extravagantes. La boda se lleva a cabo de la
forma más loca posible. Un personaje que
asiste a ella, la describe: <<Cuando el sacerdote le preguntó a
Petrucho que si quería a Catalina por
mujer, él dijo: "¡Claro que sí, por los clavos de Cristo!", y juró
tan fuerte que el sacerdote, todo asombrado, dejó caer el libro, y cuando se
agachaba para recogerlo, el loco del novio le dio tal bofetada, que se cayeron
el cura y el libro>>.
Petrucho se porta de la forma más absurda: le tira comida
al sacristán en la cara, agarra a la novia por el cuello y <<la besó en
los labios con tan clamoroso chasquido que toda la iglesia hizo eco>>.
Luego no asiste a la fiesta de bodas, se lleva a su esposa porque según él su
esposa es <<mi hacienda, mis muebles: ella es mi casa, todo lo de mi
hogar, mis campos, mi granero, mi caballo, mi buey, mi burro, mi lo que
sea>>. Luego en el viaje se porta de la forma más despótica posible con
sus sirvientes y con su mujer. Llegan a una fonda y Petrucho pide de comer.
Tira la carne arguyendo que está mala, aunque estaba buena; no deja que su
esposa coma ese día ni al siguiente, no la deja dormir y tampoco le hace
acercamiento conyugal alguno.
Catalina comienza a ver su futuro turbio y se queja. Pero
Petrucho no ceja: afirma que el día es noche y obliga a su mujer a decir que
así es. Y cuando ella lo acepta, Petrucho le dice que está equivocada. La
obliga a besarlo en público. Luego, cuando siente que su furia está domada,
regresa a casa del padre, donde va a mostrar que en efecto, ha logrado sobajar
el orgullo y la terquedad de Catalina.
Es claro que Shakespeare, en esta obra asume la defensa
del hombre y no se detiene a reflexionar sobre la situación domestica de la
mujer, su aburrimiento, su falta de alicientes. Con esta obra el autor defiende
toda una ideología en boga entonces e incluso ahora: la de la indispensable
obediencia de la mujer, la de su inferioridad frente al hombre.
El resultado es que la mujer termina por ceder, y tanto
que hacia el final es ella quien emprende discursos para probar la superioridad
del hombre y lo conveniente de la sujección del la mujer a sus dictados:
CATALINA
.(...) Igual obediencia que el súbdito al príncipe debe una mujer a su marido;
y cuando es reacia, terca, malhumorada, agria, y no obedece a su honrado deseo,
¿qué es sino una malvada rebelde desordenada, una traidora imperdonable contra
su amante señor? Me da vergüenza que las mujeres sean tan tontas como para
hacer la guerra cuando deberían arrodillarse pidiendo paz; y que busquen el
mando, la supremacía y el dominio, cuando están sujetas a servir, amar y
obedecer. ¿Para qué son nuestros cuerpos blandos y débiles y suaves, incapaces
de lucha y agitación en el mundo, sino para que nuestra condición suave y
nuestros corazones vayan bien de acuerdo con nuestras condiciones externas?
¡Vamos, gusanos tercos e incapaces!
Cuesta trabajo creer que
Shakespeare, un espíritu tan lúcido, haya hecho un alegato tan vigoroso del
machismo, sin que haya en el fondo una carcajada irónica. Podemos entender
semejantes palabras en labios de Catalina, como un reflejo de lo que sucedía en
aquellos tiempos con las mujeres, quienes sin duda se rebelarían al verse tan
deplorablemente pintadas.
En esta obra se plantea el amor como una batalla de
poderes, ya no simplemente como fuegos de artificio verbales. En esta batalla
domina el más fuerte, que termina siendo el hombre.
En Las alegres casadas de
Winsdor hay una evolución hacia otra concepción del amor: la mujer ya no es
la víctima, sino el hombre. El tema de la obra no es el amor sino el falso
amor, el fingimiento. Se escenifica el triunfo de la honestidad sobre el pecado
y de la colectividad sobre el individuo. Las alegres casadas, la señora Ford y
la señora Page, representan la virtud de la mujer casada, puesta en entredicho
por un individuo que Shakespeare presenta como una verdadera caricatura:
Falstaff. Falstaff, gordo hasta el abuso, burlón, oportunista, lascivo,
vanidoso, ambicioso, mentiroso, hipócrita, adulador, pero además de ello
extremadamente ingenuo, discurre por las calles de Winsdor pretendiendo seducir
a mujeres honestas. Entre las señoras honestas y Falstaff aparece, como una
Celestina, la señora Deprisa, chismosa hasta el delirio, enredadora, dispuesta
a cualquier cosa con tal de complicar la trama social en la que se mueve como
un pez en el agua clara.
Falstaff, prepotente, cree posible engañar al mismo
tiempo a las señoras Ford y Page, pero resulta engañado por ellas, apaleado,
lanzado al Támesis dentro de un cesto de ropa mugrosa y finalmente escarnecido,
quemado, golpeado y pellizcado en el bosque a donde acude para gozar de las dos
señoras que ya lo han hecho vapulear.
Falstaff es una figura importante, un símbolo de lo que
podría llamarse <<el falso amor>>, ése que se finge, mediante
retórica, para alcanzar solamente los fugaces deleites de la carne. Este falso
amor es el amor de los vanidosos, que utilizan a las otras personas para sus
propósitos y luego huyen, a buscar otros falsos amores.
De nuevo, como en Los trabajos de amor perdidos,
vemos la adulación y la mentira como vía directa de acceso al corazón de la
mujer. Pero ahora la mujer es menos
maleable, pues está armada con la virtud.
SEÑORA
FORD. Un sencillo pañuelo, sir John: a mi frente no le va bien otra cosa, y
tampoco eso siquiera.
FALSTAFF.
Eres una tirana por decir eso; harías una perfecta dama de Corte, y la firme
solidez de tu pie daría excelente movimiento al andar en el semicírculo del
guardainfante. Veo lo que serías si la
Fortuna no fuese enemiga tuya, igual que la Naturaleza ha sido tu amiga. Vamos,
no lo puedes ocultar.
SEÑORA FORD. Creedme, no hay tal cosa en mí.
SEÑORA
FORD. ¿Qué me ha hecho amarte? Que eso te convenza. Hay algo extraordinario en
ti: vamos, yo no sé mentir, y decir que eres esto y lo otro, como tantos de
esos susurrantes capullitos de espino, que parecen mujeres en traje de hombre,
y huelen como la calle de los perfumes en la época de primavera. No puedo menos
de amarte, sólo a ti, y tú lo mereces.
SEÑORA FORD. No me traicionéis, señor: temo que amáis a
la señora Page.
FALSTAFF.
Igual podría decir que me gusta pasar por la puerta de la prisión por deudas,
lo cual es para mí tan odioso como el olor de un horno de cal.
SEÑORA
FORD. Bueno, el Cielo sabe cómo os quiero, y algún día los veréis.
FALSTAFF. No olvidéis que lo mereceré.
SEÑORA
FORD. No, os debo decir que lo mereceréis, y si no, no podría pensar de este
modo.
Entre sus ficciones y
desvaríos Falstaff pronuncia expresiones
y frases interesantes: <<Oh amor, culpa bestial>>,
<<Ah, poderoso Amor, que en ciertos aspectos haces al hombre ser un
animal; y en otros al animal ser hombre>>.
La idea del engañador engañado que se presenta en esta
obra, va más allá del nivel anecdótico e incurre en profundidades. Se trata, en
realidad, de que quien engaña a otra persona, aunque logre aparentemente su
objetivo, resulta perjudicado, pues está <<desnaturalizando>> su
naturaleza, perdiendo autenticidad. Quien miente se miente. Quien roba se roba.
Quien engaña se engaña. Quien baja, tarde o temprano tendrá que subir. Tales
son las leyes más íntimas de la materia y del espíritu. Y no hay sustancia
--¿cómo llamar al amor? ¿Sentimiento? No creo que la palabra baste. La palabra
<<sustancia>> me parece más amplia, pues se relaciona con el
substrato, con lo que subyace, con lo más íntimo e irreductible --que participa
tan sutilmente del maridaje entre la materia y el espíritu, como el amor.
La introducción de este nuevo elemento, la virtud, en las
obras de Shakespeare, las hace menos juguetonas, pues invita ya no sólo al
juego de artificios, sino a la reflexión.
Mucho ruido para nada. Esta es otra comedia de enredo al estilo de Los
trabajos de amor perdidos, donde un Príncipe se dedica a armar matrimonios
para su deleite. Aquí se trata de casar a Beatriz con Benedico, y a Claudio con
Hero. Los dos primeros, verdaderos ejemplares masculino y femenino de seres
extremosos y extravagantes. Beatriz es una escéptica en asuntos de hombres, una
maldiciente, una maliciosa, una criatura exigente, intolerante, egoísta,
semejante a la Catalina de La doma de la furia. Veamos su carácter
pintado en esta escena:
LEONATO.
A fe mía, sobrina, jamás conseguirás marido si eres tan maldiciente de lengua.
ANTONIO.
A fe, es demasiado maliciosa.
BEATRIZ.
Demasiado maliciosa es más que maliciosa. De este modo, disminuiré lo que envía
Dios, pues se dice que <<a la vaca maliciosa, Dios le da cuernos
cortos>>, sino a una vaca demasiado maliciosa, no le da ningunos.
LEONATO.
Así, siendo demasiado maliciosa, Dios no
te dará cuernos.
BEATRIZ.
Eso sí, si no me da marido, por cuya bendición le rezo de rodillas todas las
mañanas y las noches. Dios mío, yo no podría aguantar un marido con barbas en la cara; preferiría
dormir sin sábanas.cuernos cortos
LEONATO.
Podrías encontrar un marido que no tuviera barba.
BEATRIZ.
¿Qué iba a hacer con él? ¿Vestirle con mi ropa y convertirle en dama de
compañía? El que tiene barba, es más que
un joven; el que no tiene barba, es menos que un hombre; y el que es más que un
joven, no es para mí, y el que es menos
que un hombre, no soy para él.
LEONATO.
Bueno, entonces irás al infierno.
Otra vez se presenta el amor
como batalla de contrarios. De nuevo se inclina Shakespeare hacia el lado de
los hombres. A más de terca, maldiciente, rigurosa, Beatriz --cuyo nombre no
sin sutileza usa Shakespeare, recordando sin duda a la de Dante-- se muestra
orgullosa en grado sumo:
BEATRIZ.
No, no iré al infierno. Sólo a la puerta, y allí el demonio me saldrá al
encuentro como un viejo cornudo y dirá: << Tú vete al Cielo, Beatriz,
vete al Cielo; aquí no hay sitio para vosotras las doncellas>>. (...) Iré
al Cielo. Allí San Pedro me enseñará dónde se sientan los solteros y allí
viviremos alegres mientras dura el día.
Leonato insiste en que a pesar
de la pesadez de su sobrina, espera verla << un día acomodada con un buen
marido >>. A lo que Beatrtiz responde:
BEATRIZ.
No mientras Dios no haga a los hombres de otro elemento que la tierra... No,
tío, no quiero: los hijos de Adán son hermanos míos, y de veras, considero un
pecado casarme en mi parentela.
Con respecto a Beatriz, Hero,
hija de Leonato y por lo tanto prima de la pretensiosa, dice:
HERA.
(...) La Naturaleza jamás ha formado un
corazón de mujer con materia más orgullosa que el de Beatriz. El
Desprecio y la Burla cabalgan centelleando en sus ojos, desdeñando lo que
miran, y su ingenio se tiene en tan alta estima a sí mismo, que para ella
cualquier cosa parece floja. Ella no puede amar, ni aceptar forma ni proyecto
de amor: tan ufana de sí misma está (...)
Se sigue de aquí que, para
alcanzar el amor es indispensable una dosis de humildad, una desvirtuación del
amado, un sobajamiento.
Sigue:
...Jamás
he visto un hombre, por inteligente, noble, joven y de aspecto exquisito que
fuera, que ella no le leyera las letras al revés: si era rubio, ella juraría
que el caballero podría ser su hermana; si moreno, vaya, la Naturaleza,
dibujando una caricatura había echado un borrón; si alto, una lanza de mala
cabeza; si bajo, un camafeo mal tallado: si hablador, vaya, un vanidoso inflado
por todos los vientos; si silencioso, vaya, un estúpido que no se movía con
ninguno. Así a todos los hombres los vuelve del revés, y nunca accede a la
verdad y la virtud lo que merecen la sencillez y el mérito.
Benedico, por su parte, es un
burlador sin par, digno rival y pareja de Beatriz. El se llama a sí mismo
<<declarado tiranizador de mujeres>> y es un misógino declarado:
<<Que una mujer me haya concebido, se lo agradezco; de que me haya
criado, le doy las más humildes gracias;
pero que vaya a soplar el cuerno de caza en mi frente o colgarlo en una
bandolera invisible me tendrán que perdonar todas las mujeres. Porque no quiero
hacerles el agravio de desconfiar de ninguna, me haré a mí mismo la justicia de
no confiar en ninguna: y la conclusión (que me hace más ilusión) es que viviré
soltero>>.
El Príncipe trama hacer enamorar a Benedico y a Beatriz.
Dice : <<La broma será cuando Benedico y Beatriz crean que el otro está
loco de amor, sin que haya tal cosa>>.
Benedico, como Beatriz, no está dispuesto a entregar su
amor, puesto que todas las mujeres le parecen imperfectas:
BENEDICO.
Me extraña mucho que cuando un hombre ve lo tonto que es otro hombre cuando
entrega al amor sus acciones, después de haberse reído de tan bobas locuras en
otros, se convierta en el motivo de su propia burla enamorándose: tal hombre es
Claudio.
Benedico y Beatriz se insultan
en el primer acto y ya en el segundo comienzan a amarse, o a fingir que se
aman, merced a los enredos tramados por el Príncipe y sus amigos. La pareja
comienza a ser urdida por el Príncipe, aunque reconoce que <<en cuanto
llevaran una semana de casados, se volverían locos a fuerza de
hablarse>>.
Parecería
imposible concertar una unión entre semejante pareja. Mas he aquí que
Shakespeare encuentra la forma de hacerlo, y de manera muy convincente, eso sí,
sin más razones que las sinrazones del amor: <<Muchos cortejadores
empiezan a hacer la corte a mujeres a las que no creen dignas, y sin embargo
cortejan y son capaces de jurar que aman>>.
BEATRIZ.
¿Qué fuego hay en mis oídos? Puede ser cierto esto? ¿Estoy tan condenada por mi
orgullo y desdén? Adiós desprecio, adiós orgullo virginal: a espaldas de ellos
no queda viva ninguna gloria. Y tú, Benedico, sigue amando; corresponderé a tu
amor, domesticando mi salvaje corazón a tu mano amorosa. Si amas, mi
benevolencia te incitará a unir nuestros amores en sagrada ligadura. Pues otros
dicen que tienes méritos, y yo lo creo mejor que de oídas.
El amor es mostrado aquí como
una forma de la vanidad. El hombre comienza a amar cuando se supone amado y lo
mismo sucede con la mujer. Se plantea aquí la vieja teoría de que el amor es un
invento, un embeleco. Y esto estaría plenamente justificado por el hecho de que
una palabra basta para derrumbar la construcción imaginaria.
Sueño de una noche de verano es una
farsa, que poco tiene de trágica; es también una comedia de enredos, divertida,
en la que sutilmente se reflexiona sobre los engaños y venturas del amor. Aquí el amor se presenta como un juego, en
el que gana el más hábil. Esta obra está ambientada en la Atenas clásica y
trata de nuevo de un conflicto amoroso en el que se entrecruzan relaciones:
Hermia ama a Lisandro y es correspondida; Demetrio ama a Hermia; Helena ama a
Demetrio; Teseo, duque de Atenas, ama a Hipólita. En el asunto intervienen los
poderes, los intereses políticos y... los duendes y hadas, que todo lo
tergiversan.
Un primer diálogo interesante se presenta cuando Teseo,
Duque de Atenas, abandona la escena, después de conminar a Hermia para que se
case con su candidato, Demetrio. Quedan solos Lisandro y Hermia:
LISANDRO.
¿Qué hay, mi amor? ¿Por qué están tan pálidas tus mejillas? ¿Qué azar hace que
sus rosas se marchiten tan de prisa?
HERMIA.
Quizá es por falta de lluvia, que bien
podría concederles con la tempestad de mis ojos.
LISANDRO. !Ay de mí! Por todo lo que he leído y he oído
jamás en relato o historia, el camino del verdadero amor nunca avanzó con
facilidad: pero, o fue diferente en la sangre...
HERMIA.
!Ay de mí! Demasiado alto para injertarse tan bajo...
LISANDRO.
...o muy diverso en cuanto a la edad...
HERMIA. !Ah, dolor! Demasiado viejo para unirse a la juventud...
LISANDRO. ...o dependió de la elección de los
parientes...
HERMIA.
Entonces, si los verdaderos enamorados han sido siempre tan contrariados, está
en el destino como una ley: enseñémosle pues la paciencia de nuestra prueba,
porque es una contrariedad acostumbrada, como algo debido al amor, igual que
los pensamientos, sueños, suspiros, deseos y lágrimas: pobres seguidores de la
fantasía.
No descubre nada nuevo
Shakespeare, porque no hay nada nuevo que descubrir. Los verdaderos enamorados
han sido siempre contrariados. La naturaleza, Dios y los hombres se oponen a
él. De ahí su encanto.
Puesto que el Duque de Atenas se opone al matrimonio de
Lisandro y Hermia, ellos deciden escapar. Ya en el bosque, al caer la noche,
Lisandro quiere dormir al lado de su amada.
LISANDRO.
Dulce amor, te desmayas de tanto errar por el bosque, y, a decir verdad, he
olvidado nuestro camino: descansaremos, Hermia, si te parece bien, y
esperaremos ayuda del día.
HERMIA. Sea así, Lisandro: búscate un lecho, pues yo
apoyaré la cabeza en este declive.
LISANDRO.
Una sola hierba nos servirá a los dos de almohada: un solo corazón, un solo
lecho, dos pechos y una sola fidelidad.
HERMIA. No, buen
Lisandro, amado mío, por mi amor, échate más
allá; no te tiendas tan cerca.
LISANDRO. Oh, dulcísima, entiende el sentido de mi
inocencia: el amor entiende el sentido, en la conversación del amor: quiero
decir que mi corazón está entretejido con el tuyo, de modo que podemos hacer
con ellos un solo corazón. Dos pechos encadenados con un juramento; de modo que
son dos pechos y una sola fidelidad. Entonces a tu lado no me niegues sitio
para acostarme, pues, al acostarme así, no es a tu costa.
HERMIA.
Lindos juegos de ingenio hace Lisandro. Pero mal quedarían mis maneras y mi
orgullo si Hermia pretendiera decir que Lisandro la ha engañado. Sin embargo,
dulce amigo, por amor y cortesía, tiéndete un poco mas allá, por pudor humano;
tal separación, bien puede decirse, conviene a un soltero virtuoso y a una
doncella. Quédate lejos por ahora, y buenas noches, dulce amigo: no cambies
jamás tu amor mientars dure tu dulce vida.
He aquí el modelo del amor
desde tiempos inmemoriales: la mujer pone los obstáculos y el hombre quiere
saltarlos. Ella busca el acercamiento gradual al misterio; él intenta esquivar
toda prueba concibiendo al amor como juego, carente de reglas, por lo tanto
irresponsable. La mujer, más cercana a la teología, al mito; el hombre proclive
al positivismo, a la ganancia inmediata sin medir consecuencias.
En el bosque Lisandro cae víctima de la travesura del
Duende Berto. Este unta unguento de flores en los párpados de Lisandro, quien
se enamorará de la primera mujer que vea. Esta resulta ser, precisamente,
Helena, quien los ha denunciado y perseguido.
Las cosas se complican: al despertar, Hermia descubre que
su amado Lisandro ya no la ama; Helena halla que Demetrio, que antes la
repudiaba, la adora; la Reina de las Hadas, Titania, se descubre enamorada de
un zafio con orejas de burro. Y todos esos enredos han sido motivados por
Oberón, el rey de las Hadas, y su travieso emisario el Duende Berto.
El sueño de una noche de verano consiste precisamente en un trastocamiento de los
sentimientos de los personajes, en un cambio de afectos, que trastorna el ritmo
de la vida cotidiana de los protagonistas.
Una vez que pasa esa noche de verano y que Oberón decide
deshacer el hechizo, todo vuelve a la normalidad. Todo o casi todo, pues hay
una variación. La única mujer que carecía de amor, ahora lo tiene: Helena
descubre que, tras esa noche, Demetrio ha comenzado a amarla. Quedan así
concertadas todas las parejas para una boda colectiva: Teseo, Duque de Atenas,
con Hipólita, reina de las Amazonas; Lisandro con Hermia y Demetrio con Helena
de Atenas.
Se puede decir que esta obra es un precedente del happy
end, y un alejamiento de la imaginería medieval, que coloca a la mujer muy
lejos del hombre, como imagen divina, y por lo tanto intocanble. La mujer ya no
es Beatriz, sino La Alcanzable, La Posible, es decir, entidad de carne y hueso,
como el hombre.
Veamos algunos diálogos interesantes:
OBERON.
¿Qué has hecho? Te has equivocado y has puesto el jugo de amor en los ojos de
un fiel amante: por tu error algún amor verdadero se estropeará, sin que se
haga verdadero ninguno falso.
DUENDE.
Entonces el Hado impone su suprema ley: que por un hombre que mantenga su
fidelidad, un millón falten a ella, confundiendo juramento con juramento.
OBERON. Por el bosque, ve más rápido que el viento, y
trata de encontrar a Helena de Atenas. Está toda enferma de amor, pálida de
tristeza, con suspiros de amor, que cuestan caros a la sangre fresca. Procura
traerla aquí con algún engaño, y yo le hechizaré a él los ojos cuando aparezca
ella.
Es muy interesante el
planteamiento de una lucha entre el Hado, la fatalidad, el destino, y el mundo
de duendes y hadas, que intentan favorecer a los amantes, aun en contra de las
primeras fuerzas, que son, sin duda, más poderosas. Tal procedimiento
shakespeariano, nos recuerda su antecedente, el de la literatura griega --de
Homero, particularmente--, en la cual algunos dioses tutelan y protegen a
algunos hombres y tuercen sus destinos.
Demetrio, que antes aborrecía
a Helena, ahora la idolatra, gracias al <<jugo de amor>> que le
puso el Duende Berto en los ojos mientras dormía:
DEMETRIO.
!Oh, Helena, diosa, ninfa perfecta, divina! ¿A qué compararé tus ojos, amor
mío? El cristal es fangoso: !ah, qué maduros en aspecto, qué tentadores se
ponen tus labios, esas cerezas besadoras! El puro blanco congelado, la nieve de
Tauro, acariciado por el viento oriental, se vuelve cuervo cuando levantas la
mano. !Ah, déjame besar esa princesa de puro blanco, ese sello de bienaventuranza!
Veamos ahora como se complican
las cosas, cuando los protagonistas descubren sus sentimientos tergiversados
durante la noche de verano:
LISANDRO. Espera, dulce Helana, escucha mi escusa: mi
amor, mi vida, mi alma, bella Helena.
Así le dice Lisandro a Helena,
a quien antes detestaba.
HELENA. ¡Ah, estupendo!
HERMIA. Amado mío, no te burles así de ella.
Pues Hermia supone que
Lisandro la sigue amando.
DEMETRIO. Si ella no sabe rogar, yo sé obligar.
LISANDRO. Ni tú puedes obligar ni ella rogar. Tus amenazas no tienen más fuerza que los
débiles ruegos. Helena, te quiero, por mi vida: juro por la que quiero perder
por ti, que demostraré la falsía de éste que dice que no te quiero.
DEMETRIO. Yo digo que te quiero más de lo que él puede quererte.
LISANDRO. Si eso dices, apártate y demuéstralo también.
DEMETRIO. Aprisa, vamos.
Los que antes detestaban a
Helena, están a punto de batirse por
ella, gracias al <<jugo
de amor>> del duende.
HERMIA. Lisandro, ¿dónde va a parar esto?
LISANDRO. Quita allá, etíope.
El antes amantísimo, ahora
llama a Hermia, su ex-amada, <<etíope>>,
es decir, negra. Y luego le
sigue endilgando una serie de epítetos
poco gratificantes:
<<gata, basura, vil, serpiente, negra tártara,
medicina aborrecida, potingue
odioso>>.
Tal vez aquí Shakespeare, de forma poética nos quiso
hacer notar la volubilidad de los amantes, que pasan del amor más idílico a los
insultos menos pronunciables por un quítame allá esas pajas.
Y Hermia --que no está afectada por el <<jugo de
amor>>-- , se levanta indignada contra la que le roba el amor de
Lisandro: le dice <<ladrona de amor, saltimbanqui, devoradora de
flores>>.
Por fortuna Oberón, Rey de las Hadas, se compadece de los
mortales y de su esposa, Titania, reina de las Hadas, a quienes ha ocasionado
confusos sentimientos y ha hecho amar sin motivo a quienes antes no amaban.
OBERON.
Bienvenido, buen Berto: ¿ves qué dulce espectáculo? Ya me empieza a dar pena su
locura.
Se refiere a la locura de
Titania, reina de las hadas, que se enamoró de un tejedor con orejas de burro.
Y es que Oberón se había enojado con su reina por haber raptado a un niño que
halló en el bosque.
OBERON.
Al encontrarla hace poco detrás del
bosque, la regañé y me disgusté con
ella, por buscar dulces favores de ese
odioso imbécil (Se refiere al tejedor con cabeza de burro) pues le había
ceñido sus peludas sienes con una corona de flores frescas y fragantes; y el
rocío que tantas veces se hincha en los capullos como redondas perlas de
Oriente, ahora estaba en los lindos ojos de las florecillas como lágrimas que
lamentaran su propia deshonra. Después de burlarme de ella a mi gusto, y de que
ella me pidiera paciencia con palabras suaves, le pedí ese niño robado, y me lo
dio en seguida, enviando a su duende para que me lo llevara a mi glorieta en el
País de las Hadas. Y ahora que tengo al muchacho, desharé ese odioso extravío
de sus ojos. Y tú, amable Berto (se dirige al duende), quita esa
transformada pelambre de la cabeza de este estúpido ateniense, para que, al
despertar a la vez que los demás, puedan volverse todos a Atenas sin pensar en
lo ocurrido esta noche sino como la cruel molestia de un sueño.
La confusión entre sueño y
realidad en esta obra es semejante a la de La vida es sueño, de Calderón
de la Barca, donde el protagonista se duerme príncipe y se despierta miserable,
y vive entre los dos mundos sin saber cuál es real y cuál ficticio.
Una vez que llegan Teseo y su amada Hiopólita al bosque y
conocen toda la historia de los cuatro confusos enamorados, en el acto quinto,
se lleva a cabo este parlamento:
HIPOLITA.
Es extraño, Teseo mío, lo que cuentan estos enamorados.
TESEO.
Más extraño que cierto. Jamás puedo creer esas fábulas viejas, ni esos
caprichos de hadas. Los enamorados y los
locos tienen mentes tan hirvientes, fantasías tan creativas, que captan más de
lo que jamás comprenda la fría razón. El Lunático, el Enamorado y el Poeta
están todos llenos de imaginación. Uno ve más diablos de los que puede contener
el vasto infierno: es el Loco. El Enamorado, igual de frenético, ve la belleza
de Elena en un rostro egipcio. Los ojos del Poeta, dando vueltas en alto
frenesí, miran desde el cielo a la tierra, desde la tierra al cielo. Y,
conforme la imaginación da cuerpo a las formas de cosas desconocidas, la pluma
del Poeta las convierte en figuras, y da, a la aérea nada, una residencia en el
espacio, y un nombre. Tales trucos tiene la robusta imaginación, que, sólo con
recibir alguna alegría, concibe algún portador de esa alegría. Y en la noche, imaginando algo temible, !qué
fácilmente se supone que un matorral es un oso!
El Lunático, el Enamorado y el
Poeta están todos llenos de imaginación. Los tres entran en un estado alterado,
en el que no domina su razon, sino la fantasía.
El final de la obra se desenvuelve entre festejos, bailes
y jolgorios: tres matrimonios se llevan a cabo. Teseo, Duque de Atenas, se casa
con la reina de las Amazonas; Lisandro con Hermia; Helena con Demetrio. Aparte
de ello, Titania y Oberón se reconcilian. Sueño de una noche de verano
es una obra festiva, en la que se reflexiona sobre el carácter voluble de los
enamorados y las transformaciones a las que ellos están sujetos. Conocer estas
transformaciones, soportarlas, incluso disfrutar de ellas, debe ser una parte
importante de la educación sentimental de los enamorados.
Shakespeare, a la manera de un
juego, de un sueño (el sueño es una forma del juego, pues libera al ser humano
de las reglas) muestra las características del amor. Pero de un amor
particular: el que es voluble, es decir, ese falso amor cuyo adalid es
Falstaff.
Romeo y Julieta prueba la ya vieja verdad de
que el verdadero gran amor es el amor imposible. Julieta es impulsada al
matrimonio con Paris, un joven noble y de fortuna. Pero ante este destino
anunciado se interpone Romeo, quien desencadenará la tragedia, y por lo tanto,
el amor; o a la inversa, que en literatura casi son lo mismo tragedia y amor:
recordar a Heathcliff y Cathy, a Efraín y María y a una cauda interminable de
amores desventurados.
Aún antes de conocer a Julieta, Romeo anda
trastornado. Su padre describe su situación:
"Más de una
mañana he visto a Romeo en el bosquecillo de sicomoros, aumentando con lágrimas
el fresco rocío de la mañana, y añadiendo más nubes a las nubes con sus hondos
suspiros; pero tan pronto como el sol, que todo lo anima, empieza en el más
lejano oriente a descorrer las umbrosas cortinas del lecho de la aurora, mi
melancólico hijo escapa de la luz a la casa, y se aprisiona a solas en su
cuarto: cierra las ventanas, deja fuera la hermosa luz del día, y se hace una
noche artificial. Negro y extraño ha de resultar este humor, a no ser que un
buen consejo elimine la causa"
¿Cuál es el motivo de las tribulaciones de Romeo? No
es amor, puesto que todavía no conoce a Julieta, sino un estado de ánimo propicio,
una predisposición, un estado receptivo del alma, una susceptibilidad
especial. Susceptibilidad que hallará su recipiente en Julieta. En cuanto
logra verla --tras colarse disfrazado a una fiesta de los Capuleto-- cae virtualmente
fulminado de amor [3].
Vale la pena reproducir la escena en plenitud:
ROMEO (En
monólogo, en cuanto ve a Julieta) ¡Ah, enseña a las antorchas a brillar
claro! ¡Parece colgar sobre la mejilla de la noche como una rica joya en la
oreja de una etíope! ¡belleza demasiado rica para usarse, demasiado preciosa
para la tierra! ¡Así parece una nívea paloma entre una parvada de cuervos, como
esa dama por encima de sus acompañantes. Terminada la pieza observaré dónde se
pone, y haré feliz mi ruda mano tocando la suya. ¿Amaba mi corazón hasta ahora?
!Jura que no, vista mía! !Pues nunca he visto verdadera belleza hasta esta
noche!
(...)
Es la belleza de Julieta la que enamora a Romero.
Platón, en El simposio señala que en el camino ascendente hacia el amor,
el hombre se ve atraído primero por lo exterior, y gradualmente se va elevando
hacia otras esferas. Es por lo tanto, primero un encantamiento, un
sojuzgamiento que la persona amada ejerce hacia el amado. Luego, con la
interposición de obstáculos, el amor crece, como sucede en la leyenda de
Tristán e Isolda: el amor cuanto más imposible, más se magnifica.
Los
enamorados son pintados por Shakespeare como entidades duales: son santos
y son demonios. La dualidad: he ahí uno de los secretos más grandes del amor.
Se
inicia el juego del amor en el que el concepto de pecado se invierte. Gracias
al pecado de haberle rozado la mano, Romeo se permite besar a Julieta. Y para
borrar ese pecado, ahora será Julieta la que pida un beso.
JULIETA. Entonces mis
labios tienen el pecado que han tomado.
ROMEO. ¿Pecado de mis
labios? !Oh invasión dulcemente
reprochada! Devuélveme mi pecado. (La vuelve a besar).
Ahora Julieta demuestra que no es de ninguna manera
novata en las
lides del amor:
JULIETA. Besas
conforme a las reglas del arte.
Según Romeo en uno de sus soliloquios amor es:
--Humo que sale del vaho de los suspiros
--Al disiparse, un fuego que chispea en los
ojos de los amantes; al ser sofocado,
un mar nutrido por las lágimas de los
amantes
--Una locura muy sensata
--Una hiel que ahoga
--Una dulzura que conserva
Romeo exalta a su amada: "El sol que todo lo ve
nunca ha visto su parangón desde que empezó el mundo".
La
nodriza, hablando con la madre de Julieta, hace broma de las inclinaciones
amorosas de la niña desde su pubertad:
SEÑORA CAPULETO. No
tiene todavía catorce años.
NODRIZA. Apuesto
catorce dientes a que no tiene catorce años. ¿Cuánto falta para el primero de
agosto?
SEñORA CAPULETO.
Quince días y pico.
NODIRZA. Con pico o
redondos, ése es el día del año: cuando llegue la víspera del primero de agosto
por la noche tendrá los catorce (...)A los once años ya se tenía sola; ya lo
creo, por la cruz, que sabía correr y patalear por ahí; pues precisamente el
día antes se había partido la frente; y entonces mi marido levantó a la niña:
<<Eso --le dice--: ¿con que te caes de cara? Te caerás de espalda cuando
tengas más entendimiento: ¿verdad que sí, Juli?>> Y, por Nuestra Señora,
que esa granujilla dejó de llorar y dijo: <<Sí>> ¡Hay que ver
ahora, cómo una broma viene a cuento! De veras, que aunque viva mil años, nunca
lo olvidaré: <<¿Verdad que sí, Juli?>>, le dice él, y ella,
tontuela, se consoló y dijo: <<Sí>>.
¿Qué sugiere, o más que sugerir, dice, la nodriza?
Pues que Julieta, desde muy pequeña, ya conocía, aunque de habladas, el destino
al que estan dirigidas las mujeres. Y no sólo lo sabía, sino que parecía
comenzar a disfrutarlo desde entonces.
Al pasar frente a la casa de su amada dice Romeo:
"¿Puedo pasar de largo si mi corazón está aquí?". Y al decirlo
coincide con Fray Luis de León, quien en su glosa al Cantar de los Cantares
señala que el amado al amar, se pierde a sí mismo y a su voluntad.
Como
vemos, Romeo pasa de una altísima metáfora (los ojos de su amada pueden hacer a
los pájaros confundir la noche con el día) a una trivialidad, un lugar común.
JULIETA. ¡Ay de mí!
ROMEO. ¡Habla! Oh,
vuelve a hablar, claro ángel!, pues eres tan glorioso para esta noche, apareciendo sobre mi cabeza, como un helado
mensajero del cielo ante los asombrados ojos en blanco de los mortales, cuando
caen de espaldas al mirarle caminando por las nubes de perezoso paso, y
navegando por los senos del aire.
Decía Dante de su Beatriz, que no parecía hija de
mortales sino de dioses. Así, Romeo exalta de Julieta comparándola con un
mensajero celestial, que dejaría pasmados a quienes la contemplaran. En el
amor se da una magnificación del ser amado, una mitificación, una cortina de
humo. Se niegan las pequeñeces y se engrandecen las virtudes.
El
amor hace que el hombre reniegue de su pasado, que asuma una nueva identidad.
Tal característica es notable en el siguiente pasaje:
JULIETA. ¡Ah, Romeo,
Romeo! ¿Por qué eres Romeo? Niega a tu padre y rehúsa tu nombre; o, si no
quieres, sé sólo mi amor por juramento, y yo no seré más una Capuleto.
ROMEO. Te tomo por tu
palabra: llámame sólo amor, y me bautizaré de nuevo; desde ahora jamás seré
Romeo.
Cualquiera pensaría que las palabras de Romeo son
retórica, música de palabras entre amantes que poco significado tienen. Pero si
se piensan con detenimiento, se descubre la profunda verdad que encierran. En
efecto, cuando alguien ama, más le valdría cambiar de nombre, pues en efecto ya
es otra persona.
¿Quién
duda que el amor es atrevido? Veámoslo en la obra:JULIETA. ¿Cómo has llegado
hasta aquí, dime y para qué? Las tapias del jardín son altas y difíciles de
trepar, y este lugar es mortal, considerando quien eres, si alguno de mis
parientes te encuentra aquí.
ROMEO. Con las
ligeras alas del amor sobrepasé estos muros,
pues las lindes de piedra no pueden sujetar fuera al amor, y, lo que pueda hacer el amor, se atreverá a
intentarlo el amor.
JULIETA. Si te ven
aquí te asesinarán.
ROMEO. Ay, más
peligro existe en tus ojos que en veinte de sus espadas: sólo con que me mires
con dulzura, tengo armadura contra su enemistad.
El enamorado se cree invulnerable. Vive como un
niño, con poca conciencia del peligro: por eso se aventura y por eso disfruta
de la vida sin temores.
Hay
una escena tenuemente erótica, en la cual, Romeo se lanza a solicitar una mayor
intimidad:
ROMEO. ¡Ah! ¿Me vas a
dejar así tan insatisfecho?
La respuesta de Julieta es a la vez sutil y
cortante, asombrosa para una joven de su edad: "¿qué satisfacción puedes
tener esta noche?"
En el juego de las palabras Julieta se muestra
profunda como el más hondo de los poetas: "Sólo deseo lo que tengo: mi
generosidad es ilimitada como el mar, y mi amor tan hondo como él: cuanto más
te doy, más tengo, pues ambos son infinitos".
Lo que Julieta le pide al amoroso que llega a su
balcón es promesa de matrimonio. Honestidad, fidelidad, no juego vano, sino
compromiso. Julieta desdeña las largas vías de asedio y da un salto brutal, en
su segundo encuentro. Apenas si conoce la voz, y la silueta de su amado y ya solicita matrimonio u olvido: no es
trágica sino implacable.
Fray
Lorenzo afirma que el amor de los jóvenes reside en los ojos: es superficial,
corresponde a la impresión que la belleza física ocasiona en quien lo sufre.
Nos podemos preguntar si el amor de Romeo y Julieta no corresponde a este tipo
de clasificación, puesto que muy poco es lo que han podido verse y mucho lo que se opone a la relación. Se
repite la vieja certeza de que más se
aprecia lo que se consigue con mayor dificultad.
Los
griegos llamaban al enamoramiento "una especie da rabia o locura".
Shakespeare sin duda conocía los textos de los filósofos que lo precedieron.
"El loco de amor es como un idiota,
que corre de acá para allá para meter su juguete en un agujero", dice
Mercucio, amigo de
Romeo, que presenta la otra faceta del amor: un
simple subterfugio que oculta que el precio de todo se reduce a la compra de la
carne. Romeo no es tan casto como podría pensarse ni Julieta tan puritana como
algunos quieren interpretar. Romeo quiere solución inmmediata, pago pronto a
las urgencias del amor; Julieta quiere someterse al rito religioso y a los
subterfugios de cuerpo y alma. Romeo es prototipicamente hombre y Julieta
esencialmente hembra. Shakespeare,
profundo conocedor de la naturaleza humana y gran ironista, utiliza a Mercucio
para jugar con el concepto de amor, que enloquece a los hombres y los pone
inquietos, hasta que el amor se consuma de una forma puramente fisiológica:
metiendo el juguete en un agujero. Mucho se le ha reprochado al autor esta
tendencia, frecuente en sus obras, a recurrir a palabras fuertes, a conceptos
que aunque ruboricen y escandalicen a los pudibundos, resultan para espíritus
leves ser estrictamente reales. Hay que recordar que el teatro de Shakespeare
se escenificó fuera de las murallas de Londres, para esquivar los embates de la
censura municipal, dominada por los puritanos y que sus espectadores eran gente
basta, que exigía diversión e incluso realismo truculento. Era, por lo tanto,
un teatro fuerte, atrevido, que disfrutaba criticando y haciendo uso de las
debilidades humanas.
ROMEO. !Amén amén!, pero venga la tristeza que venga, no
puede contrapesar el intercambio de gozo que me da un solo breve minuto de la vista de ella.
Reúne nuestras manos con sagradas palabras, y luego que la muerte, devoradora
del amor, haga lo que se atreva a hacer: ya es bastante solo que pueda llamarla
mía.
FRAY LORENZO. Estos
violentos deleites tienen fines violentos, y mueren en su triunfo, como el
fuego y la pólvora, que se consumen al besarse: la más dulce miel empalaga en
su propia delicia y echa a perder el apetito con probarla: así que ama con
moderación: eso es lo que hace el amor duradero: quien se precipita llega tan
tarde como quien va lento.
El consejo de Fray Lorenzo es digno de detenerse a
meditarlo: Ama con moderación, pues eso es lo que hace al amor duradero.
En cierta forma la pasión se opone al amor, pues siendo explosiva, cuanto más
se eleva la temperatura de la relación, a más profundos abismos puede conducir
a los amantes.
Entra
Julieta. Aquí viene la dama: ah, tan
ligero pie jamás consumirá el
perdurable pedernal. Quien ama podría cabalgar
el hilo de araña que flota ocioso al capricho del aire de verano, y no se caería: tan leve es la vanidad.
En otras palabras, para quien ama, todo es posible.
El amoroso es como el niño, cuya imaginación vence cualquier reto.
JULIETA. Buenas tardes a mi confesor espiritual.
FRAY LORENZO. Romeo
te dará las gracias, hija, por nosotros dos.
JULIETA. A él
igualmente, o si no, esas gracias estarían
de sobra.
Este diálogo es más sutil --o grosero-- de lo que
parece. Romeo le dará a Julieta <<las gracias>> de su cuerpo y su
espíritu. Eso dice Fray Lorenzo. Y Julieta, que no deja de ser aguda ni un solo
instante, responde: Pues si Romeo me da las <<gracias>>, también se
las dará él mismo, pues al darme placer y felicidad, se los dará a su propia
persona.
ROMEO.
Ah, Julieta, si la medida de tu gozo está tan
rebosante como la mía, y es mayor tu habilidad para
blasonarla, entonces endulza con tu aliento este aire vecino, dejando que el
lenguaje de la rica música despliegue la soñada felicidad que ambos recibimos
en este deseado encuentro.
JULIETA. El
pensamiento, más rico en materia que en palabras, se jacta de su substancia, no
de su ornamento: son sólo mendigos los que pueden contar su haber, pero mi
sincero amor ha crecido hasta tal exceso que no puedo echar la cuenta ni de la
mitad de mi riqueza.
Exclama más adelante Romeo: "!Ah dulce Julieta,
tu belleza me ha hecho afeminado, y ha ablandado en mi ánimo la fuerza del acero!",
pues por su deseo de conciliar a Tebaldo y a Mercucio, termina por ser causante
de la muerte del segundo, su amigo. Romeo se ve forzado, por <<la fuerza
del destino>> a matar a Tebaldo, el primo preferido de Julieta. Los hilos
de la tragedia se ven apretando. ¿Resultado? Que Romeo es desterrado y los
recientes marido y mujer deben verse separados.
Pero
antes de que Romeo parta, es indispensable una, por lo menos una noche de amor.
La escena se inicia en el Jardín de los Capuleto, cuando Julieta convoca a su
amado:
JULIETA. (...)Corre
tu espesa cortina, noche que rea- lizas
el amor, para que los ojos del día fugitivo cierren los párpados, y Romeo salte
a estos brazos sin ser visto ni ser notado. Los amantes saben ver para hacer
sus ritos amorosos a la luz de sus propias bellezas; o, si el amor es ciego, es
lo que mejor le va a la noche. Ven, noche cortés, matrona de sobrio ropaje,
toda de negro, y enseñame a perder una partida gananciosa...
Lo que perderá Julieta, será a su favor, pues
dejando de ser niña, perderá la castidad, pero comenzando a ser ama, ganará el
placer y el conocimiento.
(...)enséñame a
perder una partida gananciosa, jugada entre dos virginidades sin mancha:
recubre mi sangre desenfrenada, que golpea mis mejillas, con tu negro manto,
hasta que el tímido amor, haciéndose atrevido, considere el acto de sincero
amor como sencillo pudor.
Aquí es notable lo que entre líneas se pregona: en
la noche de bodas los valores de los amados se invierten, y lo que antes se
consideraba impudor, a partir del connubio, será pudor. Todo podrán
permitirse los esposos y no habrá quien tenga derecho a juzgarlos, sino sus
propias conciencias.
Extraña
una ausencia notoria en la escena en la cual Romeo se envenena, tras encontrar
a Julieta (aparentemente) muerta en la tumba. Romeo en ningún momento invoca a
Dios ni muestra alegría o esperanza alguna de imaginar la posibilidad de
encontrarse con Julieta después de la muerte. Tal vez Shakespeare, que sabía
sobre la vida e intuía sobre la muerte mucho más que la mayoría de los seres
humanos, no quiso incluir en esta escena a Dios por una razón de orden
dramático: para que la tragedia fuese definitiva, al ser la muerte irreversible.
Pero,
paradoja, muerto Romeo, Julieta revive de su sueño cataléptico.
JULIETA. (despertando)
. !Ah, padre consolador! ¿Dónde está mi señor? Recuerdo muy bien donde debía
estar yo, y aquí estoy: ¿dónde está mi Romeo?(...) ¿Qué hay aquí? ¿Una copa
apretada en la mano de mi fiel amor? Ya veo: el veneno ha sido su fin
prematuro: !Ah cruel! !Lo has bebido todo sin dejarme una gota propicia que me
sirviera después! Besaré tus labios: quizá quede en ellos un poco de veneno,
para hacerme morir con un cordial (Le besa) !Tus labios están calientes!
Cuando Julieta escucha ruidos, ella decide apresurar
su fin:
JULIETA. ¿Qué, hay
ruido? Entonces he de ser rápida. !Ah feliz puñal! (Toma el puñal de Romeo y
se apuñala). Esta es tu vaina: enmohécete aquí, y hazme morir. (Cae
sobre el cuerpo de Romeo y muere).
Las palabras finales de la obra, pronunciadas por el
Príncipe de Verona, dan cuenta del valor que Shakespeare asignaba a su
tragedia. Sin duda <<nunca hubo una historia de más dolor que ésta de
Julieta y su Romeo>>.
Esta
obra es la de la imposibilidad del amor. Los personajes ya no son
caricaturescos sino apasionados. El amor es para ellos un veneno, un fuego que
a la vez que consume se consume. El amor es una condena, una persecución
interminable, que no halla salvación ni siquiera más allá de la muerte. En esta
obra encontramos un planteamiento más serio sobre el amor: los personajes no
intentan burlar a nadie, no son falsos o excesivos. Esto demuestra que el
verdadero amor sólo puede ser objeto de tragedia. El falso amor es propicio a
la comedia, como hemos visto en las obras anteriores.
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