En Tlanepantla sin máscara
junio 21, 2013
Luego sucedió el despeñadero de poetas: los eróticos con cantos y credos a las tetas y a los jugos femeninos y a las sustancias masculinas; los que cantaban el esplendor de natura y los que aireaban sus protestas contra la violencia y la desigualdad; los exhibicionistas, que leían acostados; y los elocuentes, como la bella y frondosa salvadoreña que declamó con el vigor de Demóstenes; la descendiente de muiscas (indígenas colombianos), que leyó cuando fui a desocupar los intestinos de tantos chorizos y carnes y chiles; el poeta que parece un doble del Angel Fernández jalapeño, igualito a un ewok, extraordinario. En fin, horas y horas de poesía, una mejor que otra. Ah, la uruguaya-brasileña, Nina Reis, que leyó en portugués, encantadora: se le entendió y se le disfrutó. Entre esos poetas había por lo menos cinco grandes, indudables poetas, que no voy a mencionar para no ofender a los otros (todos los que nos dedicamos a la literatura nos consideramos genios irrepetibles) porque olvidé sus nombres: eran muchos.
Y Maya Lima, la organizadora, derrochando afecto, cariño, repartiendo besos y perfumes.
Y Maya Lima, la organizadora, derrochando afecto, cariño, repartiendo besos y perfumes.
0 comentarios