Las memorias de García Márquez
junio 02, 2013
Vivir para contarla. El título me saltó como un chango a la espalda desde el principio y me hizo pensar en una vida vivida como espectáculo. No una vida para vivirla, sino para observarla a la distancia, de la manera fría y calculada con la que el escultor mira el bloque de mármol; una vida contemplada desde el exterior, desde arriba, con ojo de narrador, que intenta hallar qué hay en ella de narrable, de interesante, de explotable. Primero que todo tengo que decir que Gabo -digámoslo en confianza, pues ya parece ser pariente de todos, una especie de papá grande o abuelo universal- cae de lleno y sin autocompasión en el abismo que la mayoría de libros de memorias bordean: el de la autoalabanza, la glorificación (o, en su caso, la justagloria.) Sí, habla bien de ese personaje que conoció en su infancia, pubertad y principios de madurez, dice que fue una especie de niño prodigio, que recitaba poemas enteros del Siglo de Oro, que cantaba como un mirlo y pintaba como un Miguel Angel; dice que sus títulos académicos le fueron otorgados por el don de su gracia (afirma que es incapaz a la fecha de sumar siete más cuatro sin armar toda una fórmula algebráica) y que terminó sus estudios con el pecho acorazado de medallas, no por merced de su inteligencia o su disciplina. Dice que era recibido en cantinas, burdeles y redacciones periodísticas con aplausos, con exclamaciones inverecundas (¡Ya llegó el genio! ¡Llegó el gran Gabo! Cuando publica su primer cuento, el grande crítico Zalamea exclama “¡Con García Márquez nace un nuevo y notable escritor”.) Informa que no tuvo que hacer grandes esfuerzos en la vida porque tuvo amigos, y como dice un famoso filósofo de Guadalajara, los amigos son mejores que Dios. Dice que decían de él que su correspondencia la recibía en los burdeles y no en su casa familiar, comme il faut; se autocondecora con el título de “veterano de tres blenorragias”. Dice que su primer premio literario no lo buscó sino que se lo ofrecieron. Dice que el mundo literario antes de él en Colombia estaba casi vacío... Trata de convencernos de que siempre cagó rosas, nunca espinas.
(Mi esposa sostiene que no va a leer las
memorias de Gabo, pues las considera de entrada una mentira de pe a pa. Le
respondo: Pero es que esas memorias no son para creérselas, sino para
disfrutarlas -defiendo yo al Gabo contra el escepticismo de Anacoluta, que cada
vez descree más de la raza letal y nefasta de los intelectuales).
Entre las características más destacadas que el Gabo cree descubrir en
sí mismo se halla la timidez, argumento que repite por lo menos veinte veces en
el libro. Pienso que más que timidez es compasión por el género humano
que desde hace ya bastante tiempo tiene que soportar el oprobio de coexistir
con del escritor más famoso del mundo. Por eso de alguna forma el Gabito evita
mezclarse con la gente común y escoge preferentemente a presidentes, actores y
actrices, gente que no se sentirá tan aplastada por su deslumbrante aura de
genio inapelable. Es pues tímido ante la multitud, pero con sus conocidos,
gente a la que puede mirar a los ojos mientras les habla, se comporta como un
magno sabio, un papa irrefutable, el más grande de los simpáticos que
engendrado haya el universo. Sólo cuando uno se lo encuentra a solas con Gabo
es que puede hablar con él de humano a humano. De otra forma entra en acción la
máscara que nuestro escritor debe ponerse muy a pesar suyo, cosa que no le ha
de agradar. Entonces debe huir pues se trata en efecto de un tímido social.
Debe estar entre los suyos para estar a sus anchas y perder la patológica
timidez. Lo que no es reprochable, sino por completo explicable: nos pasa
a todos. Para llevar al extremo el asunto basta imaginar a un noruego típico
rodeado por una tribu de pigmeos. Eso es Gabo: un nórdico entre pigmeos. Y esta
primera parte de sus memorias (que resultó siendo con el paso de los años
primera y última) es la fábula del ascenso de un mortal al Olimpo. Como a los
dioses, le lloverán alabanzas, tantas, que ninguna voz discordante alcanzará a
escucharse en medio de la algarabía.
Para quienes, como yo, no hayan quedado satisfechos con este primer
volumen y no estén dispuestos a quedar satisfechos con los dos siguientes hay
una consoladora noticia. Una información que tendrán los lectores de este
libro sin máscara: Gabriel García Márquez está escribiendo, muy en secreto, sus
verdaderas memorias, una obra de altísimo calibre en todos los ámbitos, en la
que no dirá ni una sola mentira, no inventará la más leve fábula y con la que
va a demostrar para siempre y de manera irrefutable, que la realidad supera a
la más desaforada fantasía. Pero esta obra solamente será publicada de manera
póstuma, pues contiene materiales tan extraordinariamente delicados, que harán
temblar los cimientos no sólo de la literatura, sino de la humanidad en pleno.
Tal obra sentará los cimientos de una nueva moral, una nueva política y
una nueva forma
de entender a las mujeres.
0 comentarios