Mujeres enamoradas de D.H. Lawrence: el arte de la novela
julio 15, 2013
Gerald y Gudrun detestan y se burlan de
la perspectiva de tener un hogar y una estabilidad y se empeñan en un largo
duelo, tratando de encontrar un punto de contacto a partir del cual establecer
una relación duradera, que no sacrifique las aspiraciones de uno y otra.
La otra
pareja está conStituida por Rupert Birkin —obvio portavoz de Lawrence en la
novela—: intelectual brillante, medio ocioso, siempre teorizante, de débil constitución, que avanza hacia una
relación con Úrsula, hermana de Gudrun. La pareja Rupert Birkin-Ursula se
entrega al amor sin reservas después de largos acercamientos y disquisiciones
Mujeres
enamoradas movió al escándalo, no sólo por los conceptos
negativos hacia el matrimonio, en contra de la Inglaterra de sus tiempos, a la
que consideraba corrupta de pies a cabeza, sino por las insinuaciones de la
conveniencia del amor entre hombres. Las dos parejas hombre-mujer se acercan,
pero también se acercan los hombres, planteando una nueva posibilidad de
relación, una relación que subrepticiamente se plantea como superior a la de
hombre-mujer; una relación que Rupert Birkin no alcanza a definir pero a la
cual aspira y que defiende recurriendo a argumentos de todos los campos
posibles.
En la obra
hay una racionalización obstinada de las conveniencias del establecimiento de
complicidades —“pactos de sangre”, “hermandades”— entre hombres. Las mujeres,
se plantea, nunca podrán entender los misterios de la amistad íntima entre
hombres. La relación entre hombres, plantea de forma oblicua Lawrence,
permitiría un encuentro entre superiores.
Otro tema
frecuente en la novela es la corrupción de Inglaterra y la humanidad en
general, su avance irremediable hacia el fin. Birkin llega a plantear que sería
mejor un mundo en el que desapareciera por completo la raza humana y
subsistieran sólo la tierra, la fauna, la flora, todo lo que es natural, libre
de razonamiento y de finalidad ulterior.
El capítulo
XIII de Mujeres enamoradas presenta con gran minuciosidad y despliegue
lógico la lucha esencial del espíritu masculino contra el espíritu femenino: la
voluntad de poder (es clara la presencia de Nietzsche en las argumentaciones de
Lawrence) y la hipotética superioridad
del hombre, frente a la voluntad de amor de la mujer y su irreductible
secreto. El capítulo XIII está
estructurado como una batalla de poderes: la lucha entre Úrsula —mujer de
fuertes convicciones, carácter agresivo e independiente— y Rupert Birkin,
aristócrata de la imaginación, que no se atreve, por orgullo o individualismo,
a llamar a sus sentimientos “amor”.
En esta
novela se percibe una gran dificultad, una tensión constante, entre los personajes, que buscan
relacionarse: toda relación es impura: es de atracción y también de repulsión.
Hay una especie de falta de naturalidad, de ausencia de espontaneidad, que
refleja tal vez la cultura individualista (narcisista) propia de Inglaterra, no
sólo en el período de industrialización, sino posteriormene, e incluso, antes,
durante la época del esplendor del Imperio Británico. La defensa de la
superioridad racial y cultural del hombre blanco, rubio, anglosajón, es motivo
importante en Mujeres enamoradas.
Esta superioridad se ve particularmente encarnada en el ejemplar masculino que
es Gerald Circh. El narrador reitera la exaltación de la belleza y el fulgor de
los rubios de ojos azules, como representantes de lo mejor y lo más rescatable
de la raza humana. Otro motivo, más pálido, sin duda, es la alabanza a la belleza femenina, a su
suavidad, sensibilidad, misterio y sentido de la tragedia cotidiana. Un tercer
motivo es el canto a las clases dominantes, y la especie de pena o menosprecio
que suscitan los humildes.
La ideología
conservadora, individualista, permea toda la novela y encuentra su mejor
representante en Gerald Circh, que se resiste a entregar su individualidad, y
que sin embargo topa con el duro peñasco de una personalidad irreductible como
la de Gudrun, espíritu artístico, que lo domina, lo dobla y termina por
vencerlo —el modelo sobre el que trabajó Lawrence para crear su personaje, fue,
según los estudiosos, la escritora Katherine Mansfield.
Desde el
punto de vista del narrador omnisciente se compara a la mujer con la yegua que
se encabrita frente al tren que pasa y que es obligada por el jinete Gerald Circh a soportar el
ruido, el peligro, el terror que le ocasiona
la máquina estruendosa que pasa a escasos centímetros de su hocico; luego se
compara a Ursula y Rupert Birkin con un par de gatos en celo, que se cortejan.
El gato de Birkin, según Birkin mismo, muestra una sabiduría superior, que
subyuga a la gata salvaje, como los hombres, con su sabiduría superior deben
subyugar a la mujer.
Cuando Úrsula y Birkin finalmente se rinden
(despúes de casi 400 páginas de razonamientos, escaramuzas y escenas) a los
placeres del cuerpo, lo hacen bajo el puente donde los mineros acostumbran
hacer el amor con sus amigas. En ello hay un mensaje implícito: si los seres
superiores se entregan a los deleites del cuerpo, están condescendiendo a ser
como la gente vulgar, como el bajo pueblo. El amor es sometimiento de un ser
inferior a un ser superior: esta idea es la que a lo largo de la novela
mantiene a los sexos en lucha y la que vivió el mismo Lawrence durante su
turbulenta vida amorosa.
D.H.
Lawrence fue uno de los pioneros de la literatura, posterior a la época
victoriana en Inglaterra, que se atrevió
a acercarse al cuerpo, a los placeres de la sensualidad y la sexualidad, pero
lo hizo indirectamente, por medio de símbolos y de alusiones, muy lejos de la
cercanía y el desparpajo con que Henry Miller trataría los mismos asuntos. En Mujeres
enamoradas hay varias escenas de elevado contenido erótico, pero éste se
halla mezclado o matizado con todo tipo
de velos bíblicos, míticos, místicos. De todos modos las alusiones, los
tapujos, los símbolos que Lawerence usó en esta novela para velar los pasajes eróticos fueron
estudiados con minuciosidad y alevosía: ello hizo que tuviera graves problemas
con la censura. Un párrafo nos mostrará la forma típica de aludir a lo sexual
en esta obra:
Gudrun se
inclinó a besarle apasionadamente, pero
con tanta pasión que él quedó extrañado (...) Estaba contento de que le besara.
Parecía como si quisiera llegar al fondo de su corazón con sus besos, como si
quisiera llegar a su fuente de vida. Y quería que tocara la fuente de su ser,
era lo que más deseaba.
Hay varias lecturas posibles
del anterior fragmento: una de orden místico y otra de orden estrictamente
sexual; una tercera, que mezcla los dos; una cuarta, simbólica. Se toca el tema
del contacto físico, sexual, pero se le dan connotaciones trascendentales, que
lo elevan. De todos modos tal elevación no fue suficiente para apaciguar a los
censores de Lawrence.
Pero, ¿qué es lo que las
mujeres quieren en el fondo?”, pregunta
Gerald.
“Dios lo sabe”, responde Birkin. “Cierto tipo de
satisfacción en una repulsión básica, supongo. Parece que se arrastran por un
profundo túnel de oscuridad, y nunca estarán satisfechas hasta que hayan
llegado al final”.
Aquí tal vez se halle un punto
medular de la novela: se habla de la imposibilidad de que las mujeres amen y se
dice que de alguna forma ellas encuentran en el contacto una especie de
repulsión que se esfuerzan por superar. A esta repulsión, afirma, llaman
“amor”. Pero ninguna superación del rechazo, ninguna experiencia bastará para
colmar a la mujer: ellas nunca estarán están satisfechas. La misoginia, o por
lo menos el temor o la reserva hacia las mujeres, son evidentes en Birkin, como
lo fueron en Lawrence, que nunca pudo establecer una relación armoniosa con una
mujer.
La siguiente
escena ejemplifica la imposibilidad, implícita en la novela, de la mujer para
darse por completo:
Úrsula podía entregarse a sus iniciativas masculinas. Pero no podía ser
ella misma, no se atrevía a adelantarse totalmente desnuda e ir así ante su
desnudez, abandonándose en una pura fe con él. O bien se abandonaba totalmente
a él, o bien se apoderaba de él y tomaba toda su alegría y contento de él. Y
gozaba de él plenamente, pero nunca estaban plenamente juntos, en el mismo
momento, siempre había uno que se
quedaba un poco por fuera. A pesar de todo ella estaba contenta en la
esperanza, gloriosa y libre, llena de vida y de libertad. Y seguía siendo suave
y paciente, por ahora.
Lawrence escribió sobre la insatisfacción de la mujer, sobre el poder y
la vanidad del macho y también sobre sus debilidades y esplendores. Sin
embargo, más allá de este enfrentamiento de dos corrientes: la del macho y la
de la hembra, planteaba otro enfrentamiento y otra búsqueda, la del macho en
persecusión del macho. En su novela, que asume claramente tonos didácticos, de
alguna forma llegó a la conclusión de que hay una radical imposibilidad de
comunicación entre el macho y la hembra, plantea que el único punto de
encuentro se halla en la expresión de una sexualidad claramente marcada por lo
bestial. El tema de la homosexualidad masculina no lo afronta Lawrence del
todo, lo deja como territorio de la utopía.
Sin embargo, allende la
relación macho-hembra y la relación macho-macho, hacia el final de la novela,
después de un fallido intento de concretar la relación entre el espléndido
Gerald Circh y la irreductible Gudrun, aparece un nuevo elemento, que no es ni
macho ni hembra, sino espíritu artístico prácticamente puro, casi mecánico. Se
trata de Loerke, artista judío, que trastorna del todo a Gudrun, haciéndole
concebir que sí hay posibilidad de comunicación entre un hombre y una mujer,
pero lejos del plano corporal, en el territorio de las esencias, del arte, de
las ideas supremas.
Mujeres enamoradas es una
novela de extremos, de caricaturas, de
posiciones radicales, claramente racista y etnocentrista. Ningún personaje parece
un ser humano pleno: todos son de alguna manera unilaterales, radicales, sin
matices. Todos los valores de la época son cuestionados. Se ha tildado a la
novela de apocalíptica porque busca por todos los medios socavar el viejo orden
social. Se ha utilizado a Lawrence como estandarte de una especie de liberación sexual. No hay duda que Henry
Miller lo leyó con atención. Se ha dicho que Lawrence es un mal escritor que
escribió buenas novelas. Una verdad es que en las casi mil páginas de Mujeres
enamoradas hay reflexiones inquietantes y válidas sobre el amor, las mujeres, los hombres, el
homosexualismo, la raza, el destino. Hay discursos moralistas y alegatos
machistas y fascistoides. Hay un defensa de la “frialdad nórdica”, frente al
“culto africano a la sensualidad”. Hay intentos de plantear la necesidad
del ascetismo, aunque los personajes no
puedan practicarlo y terminen entregándose a sus impulsos. Un aspecto
equilibrante de esta novela de extremos es que todas las razones, todos los
argumentos, tienen sus complementarios, sus anversos y son expuestos casi con
el mismo entusiasmo.
No es paradójico que la
novela concluya con la muerte del macho magnífico y el triunfo, o por lo menos
la supervivencia, de la hembra libre, artística, cosmopolita, decidida. Hay, es
claro, un canto a la libertad, un rechazo a la familia, un deseo de vivir
grandes emociones que no se podrían encontrar en la rutina. Todo ello dentro de
una estructura de novela decimonónica, que nos permite introducirnos en la
mente de los personajes, mediante el
trámite del discurso indirecto.
De nada le valió a Lawrence
poner sus ideas en labios ajenos: de todos modos fue perseguido por los
conceptos que defendieron sus personajes. Vivió soñando con una sociedad
utópica, lejos de la civilización, en la que hubiera libertad sexual
irrestricta. La persecusión es, claramente, el destino de todos los autores que
rompen con las convenciones y se enfrentan a su época.
En un
prólogo a Mujeres enamoradas, escrito en
1919, Lawrence escribió: “Esta novela pretende ser tan sólo un relato del deseo
del escritor, de sus aspiraciones, de sus luchas: en una palabra, un relato de
las experiencias más profundas del yo”. Y también agrega: “Los misterios y las
pasiones sensuales son tan sagrados como los misterios y las pasiones
espirituales”
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