Mucho ruido para nada (El concepto de amor en Shakespeare IV)
junio 11, 2016
Cuarta conferencia
Mucho ruido para nada. Esta es otra comedia de enredo al estilo de Los
trabajos de amor perdidos, donde un Príncipe se dedica a armar matrimonios
para su deleite. Aquí se trata de casar a Beatriz con Benedico, y a Claudio con
Hero. Los dos primeros, verdaderos ejemplares masculino y femenino de seres
extremosos y extravagantes. Beatriz es una escéptica en asuntos de hombres, una
maldiciente, una maliciosa, una criatura exigente, intolerante, egoísta,
semejante a la Catalina de La doma de la furia. Veamos su carácter
pintado en esta escena:
LEONATO.
A fe mía, sobrina, jamás conseguirás marido si eres tan maldiciente de lengua.
ANTONIO.
A fe, es demasiado maliciosa.
BEATRIZ.
Demasiado maliciosa es más que maliciosa. De este modo, disminuiré lo que envía
Dios, pues se dice que <<a la vaca maliciosa, Dios le da cuernos
cortos>>, sino a una vaca demasiado maliciosa, no le da ningunos.
LEONATO.
Así, siendo demasiado maliciosa, Dios no
te dará cuernos.
BEATRIZ.
Eso sí, si no me da marido, por cuya bendición le rezo de rodillas todas las
mañanas y las noches. Dios mío, yo no podría aguantar un marido con barbas en la cara; preferiría
dormir sin sábanas.cuernos cortos
LEONATO.
Podrías encontrar un marido que no tuviera barba.
BEATRIZ.
¿Qué iba a hacer con él? ¿Vestirle con mi ropa y convertirle en dama de
compañía? El que tiene barba, es más que
un joven; el que no tiene barba, es menos que un hombre; y el que es más que un
joven, no es para mí, y el que es menos
que un hombre, no soy para él.
LEONATO.
Bueno, entonces irás al infierno.
Otra vez se presenta el amor
como batalla de contrarios. De nuevo se inclina Shakespeare hacia el lado de
los hombres. A más de terca, maldiciente, rigurosa, Beatriz --cuyo nombre no
sin sutileza usa Shakespeare, recordando sin duda a la de Dante-- se muestra
orgullosa en grado sumo:
BEATRIZ.
No, no iré al infierno. Sólo a la puerta, y allí el demonio me saldrá al
encuentro como un viejo cornudo y dirá: << Tú vete al Cielo, Beatriz,
vete al Cielo; aquí no hay sitio para vosotras las doncellas>>. (...) Iré
al Cielo. Allí San Pedro me enseñará dónde se sientan los solteros y allí
viviremos alegres mientras dura el día.
Leonato insiste en que a pesar
de la pesadez de su sobrina, espera verla << un día acomodada con un buen
marido >>. A lo que Beatrtiz responde:
BEATRIZ.
No mientras Dios no haga a los hombres de otro elemento que la tierra... No,
tío, no quiero: los hijos de Adán son hermanos míos, y de veras, considero un
pecado casarme en mi parentela.
Con respecto a Beatriz, Hero,
hija de Leonato y por lo tanto prima de la pretensiosa, dice:
HERA.
(...) La Naturaleza jamás ha formado un
corazón de mujer con materia más orgullosa que el de Beatriz. El
Desprecio y la Burla cabalgan centelleando en sus ojos, desdeñando lo que
miran, y su ingenio se tiene en tan alta estima a sí mismo, que para ella
cualquier cosa parece floja. Ella no puede amar, ni aceptar forma ni proyecto
de amor: tan ufana de sí misma está (...)
Se sigue de aquí que, para
alcanzar el amor es indispensable una dosis de humildad, una desvirtuación del
amado, un sobajamiento.
Sigue:
...Jamás
he visto un hombre, por inteligente, noble, joven y de aspecto exquisito que
fuera, que ella no le leyera las letras al revés: si era rubio, ella juraría
que el caballero podría ser su hermana; si moreno, vaya, la Naturaleza,
dibujando una caricatura había echado un borrón; si alto, una lanza de mala
cabeza; si bajo, un camafeo mal tallado: si hablador, vaya, un vanidoso inflado
por todos los vientos; si silencioso, vaya, un estúpido que no se movía con
ninguno. Así a todos los hombres los vuelve del revés, y nunca accede a la
verdad y la virtud lo que merecen la sencillez y el mérito.
Benedico, por su parte, es un
burlador sin par, digno rival y pareja de Beatriz. El se llama a sí mismo
<<declarado tiranizador de mujeres>> y es un misógino declarado:
<<Que una mujer me haya concebido, se lo agradezco; de que me haya
criado, le doy las más humildes gracias;
pero que vaya a soplar el cuerno de caza en mi frente o colgarlo en una
bandolera invisible me tendrán que perdonar todas las mujeres. Porque no quiero
hacerles el agravio de desconfiar de ninguna, me haré a mí mismo la justicia de
no confiar en ninguna: y la conclusión (que me hace más ilusión) es que viviré
soltero>>.
El Príncipe trama hacer enamorar a Benedico y a Beatriz.
Dice : <<La broma será cuando Benedico y Beatriz crean que el otro está
loco de amor, sin que haya tal cosa>>.
Benedico, como Beatriz, no está dispuesto a entregar su
amor, puesto que todas las mujeres le parecen imperfectas:
BENEDICO.
Me extraña mucho que cuando un hombre ve lo tonto que es otro hombre cuando
entrega al amor sus acciones, después de haberse reído de tan bobas locuras en
otros, se convierta en el motivo de su propia burla enamorándose: tal hombre es
Claudio.
Benedico y Beatriz se insultan
en el primer acto y ya en el segundo comienzan a amarse, o a fingir que se
aman, merced a los enredos tramados por el Príncipe y sus amigos. La pareja
comienza a ser urdida por el Príncipe, aunque reconoce que <<en cuanto
llevaran una semana de casados, se volverían locos a fuerza de
hablarse>>.
Parecería
imposible concertar una unión entre semejante pareja. Mas he aquí que Shakespeare
encuentra la forma de hacerlo, y de manera muy convincente, eso sí, sin más
razones que las sinrazones del amor: <<Muchos cortejadores empiezan a
hacer la corte a mujeres a las que no creen dignas, y sin embargo cortejan y
son capaces de jurar que aman>>.
BEATRIZ.
¿Qué fuego hay en mis oídos? Puede ser cierto esto? ¿Estoy tan condenada por mi
orgullo y desdén? Adiós desprecio, adiós orgullo virginal: a espaldas de ellos
no queda viva ninguna gloria. Y tú, Benedico, sigue amando; corresponderé a tu
amor, domesticando mi salvaje corazón a tu mano amorosa. Si amas, mi
benevolencia te incitará a unir nuestros amores en sagrada ligadura. Pues otros
dicen que tienes méritos, y yo lo creo mejor que de oídas.
El amor es mostrado aquí como
una forma de la vanidad. El hombre comienza a amar cuando se supone amado y lo
mismo sucede con la mujer. Se plantea aquí la vieja teoría de que el amor es un
invento, un embeleco. Y esto estaría plenamente justificado por el hecho de que
una palabra basta para derrumbar la construcción imaginaria.
Sueño de una noche de verano es una
farsa, que poco tiene de trágica; es también una comedia de enredos, divertida,
en la que sutilmente se reflexiona sobre los engaños y venturas del amor. Aquí el amor se presenta como un juego,
en el que gana el más hábil. Esta obra está ambientada en la Atenas clásica y
trata de nuevo de un conflicto amoroso en el que se entrecruzan relaciones:
Hermia ama a Lisandro y es correspondida; Demetrio ama a Hermia; Helena ama a
Demetrio; Teseo, duque de Atenas, ama a Hipólita. En el asunto intervienen los
poderes, los intereses políticos y... los duendes y hadas, que todo lo
tergiversan.
Un primer diálogo interesante se presenta cuando Teseo,
Duque de Atenas, abandona la escena, después de conminar a Hermia para que se
case con su candidato, Demetrio. Quedan solos Lisandro y Hermia:
LISANDRO.
¿Qué hay, mi amor? ¿Por qué están tan pálidas tus mejillas? ¿Qué azar hace que
sus rosas se marchiten tan de prisa?
HERMIA.
Quizá es por falta de lluvia, que bien
podría concederles con la tempestad de mis ojos.
LISANDRO. !Ay de mí! Por todo lo que he leído y he oído
jamás en relato o historia, el camino del verdadero amor nunca avanzó con
facilidad: pero, o fue diferente en la sangre...
HERMIA.
!Ay de mí! Demasiado alto para injertarse tan bajo...
LISANDRO.
...o muy diverso en cuanto a la edad...
HERMIA. !Ah, dolor! Demasiado viejo para unirse a la juventud...
LISANDRO. ...o dependió de la elección de los parientes...
HERMIA.
Entonces, si los verdaderos enamorados han sido siempre tan contrariados, está
en el destino como una ley: enseñémosle pues la paciencia de nuestra prueba,
porque es una contrariedad acostumbrada, como algo debido al amor, igual que
los pensamientos, sueños, suspiros, deseos y lágrimas: pobres seguidores de la
fantasía.
No descubre nada nuevo
Shakespeare, porque no hay nada nuevo que descubrir. Los verdaderos enamorados
han sido siempre contrariados. La naturaleza, Dios y los hombres se oponen a
él. De ahí su encanto.
Puesto que el Duque de Atenas se opone al matrimonio de
Lisandro y Hermia, ellos deciden escapar. Ya en el bosque, al caer la noche,
Lisandro quiere dormir al lado de su amada.
LISANDRO.
Dulce amor, te desmayas de tanto errar por el bosque, y, a decir verdad, he
olvidado nuestro camino: descansaremos, Hermia, si te parece bien, y
esperaremos ayuda del día.
HERMIA. Sea así, Lisandro: búscate un lecho, pues yo
apoyaré la cabeza en este declive.
LISANDRO.
Una sola hierba nos servirá a los dos de almohada: un solo corazón, un solo
lecho, dos pechos y una sola fidelidad.
HERMIA. No, buen
Lisandro, amado mío, por mi amor, échate más
allá; no te tiendas tan cerca.
LISANDRO. Oh, dulcísima, entiende el sentido de mi
inocencia: el amor entiende el sentido, en la conversación del amor: quiero
decir que mi corazón está entretejido con el tuyo, de modo que podemos hacer
con ellos un solo corazón. Dos pechos encadenados con un juramento; de modo que
son dos pechos y una sola fidelidad. Entonces a tu lado no me niegues sitio
para acostarme, pues, al acostarme así, no es a tu costa.
HERMIA.
Lindos juegos de ingenio hace Lisandro. Pero mal quedarían mis maneras y mi
orgullo si Hermia pretendiera decir que Lisandro la ha engañado. Sin embargo,
dulce amigo, por amor y cortesía, tiéndete un poco mas allá, por pudor humano;
tal separación, bien puede decirse, conviene a un soltero virtuoso y a una
doncella. Quédate lejos por ahora, y buenas noches, dulce amigo: no cambies
jamás tu amor mientars dure tu dulce vida.
He aquí el modelo del amor
desde tiempos inmemoriales: la mujer pone los obstáculos y el hombre quiere
saltarlos. Ella busca el acercamiento gradual al misterio; él intenta esquivar
toda prueba concibiendo al amor como juego, carente de reglas, por lo tanto
irresponsable. La mujer, más cercana a la teología, al mito; el hombre proclive
al positivismo, a la ganancia inmediata sin medir consecuencias.
En el bosque Lisandro cae víctima de la travesura del Duende
Berto. Este unta unguento de flores en los párpados de Lisandro, quien se
enamorará de la primera mujer que vea. Esta resulta ser, precisamente, Helena,
quien los ha denunciado y perseguido.
Las cosas se complican: al despertar, Hermia descubre que su
amado Lisandro ya no la ama; Helena halla que Demetrio, que antes la repudiaba,
la adora; la Reina de las Hadas, Titania, se descubre enamorada de un zafio con
orejas de burro. Y todos esos enredos han sido motivados por Oberón, el rey de
las Hadas, y su travieso emisario el Duende Berto.
El sueño de una noche de
verano consiste precisamente en un trastocamiento de los sentimientos de los
personajes, en un cambio de afectos, que trastorna el ritmo de la vida
cotidiana de los protagonistas.
Una vez que pasa esa noche de verano y que Oberón decide
deshacer el hechizo, todo vuelve a la normalidad. Todo o casi todo, pues hay
una variación. La única mujer que carecía de amor, ahora lo tiene: Helena
descubre que, tras esa noche, Demetrio ha comenzado a amarla. Quedan así
concertadas todas las parejas para una boda colectiva: Teseo, Duque de Atenas,
con Hipólita, reina de las Amazonas; Lisandro con Hermia y Demetrio con Helena
de Atenas.
Se puede decir que esta obra es un precedente del happy
end, y un alejamiento de la imaginería medieval, que coloca a la mujer muy
lejos del hombre, como imagen divina, y por lo tanto intocanble. La mujer ya no
es Beatriz, sino La Alcanzable, La Posible, es decir, entidad de carne y hueso,
como el hombre.
Veamos algunos diálogos interesantes:
OBERON.
¿Qué has hecho? Te has equivocado y has puesto el jugo de amor en los ojos de
un fiel amante: por tu error algún amor verdadero se estropeará, sin que se
haga verdadero ninguno falso.
DUENDE.
Entonces el Hado impone su suprema ley: que por un hombre que mantenga su
fidelidad, un millón falten a ella, confundiendo juramento con juramento.
OBERON. Por el bosque, ve más rápido que el viento, y
trata de encontrar a Helena de Atenas. Está toda enferma de amor, pálida de tristeza,
con suspiros de amor, que cuestan caros a la sangre fresca. Procura traerla
aquí con algún engaño, y yo le hechizaré a él los ojos cuando aparezca ella.
Es muy interesante el
planteamiento de una lucha entre el Hado, la fatalidad, el destino, y el mundo
de duendes y hadas, que intentan favorecer a los amantes, aun en contra de las
primeras fuerzas, que son, sin duda, más poderosas. Tal procedimiento
shakespeariano, nos recuerda su antecedente, el de la literatura griega --de
Homero, particularmente--, en la cual algunos dioses tutelan y protegen a
algunos hombres y tuercen sus destinos.
Demetrio, que antes aborrecía
a Helena, ahora la idolatra, gracias al <<jugo de amor>> que le
puso el Duende Berto en los ojos mientras dormía:
DEMETRIO.
!Oh, Helena, diosa, ninfa perfecta, divina! ¿A qué compararé tus ojos, amor
mío? El cristal es fangoso: !ah, qué maduros en aspecto, qué tentadores se
ponen tus labios, esas cerezas besadoras! El puro blanco congelado, la nieve de
Tauro, acariciado por el viento oriental, se vuelve cuervo cuando levantas la
mano. !Ah, déjame besar esa princesa de puro blanco, ese sello de
bienaventuranza!
Veamos ahora como se complican
las cosas, cuando los protagonistas descubren sus sentimientos tergiversados
durante la noche de verano:
LISANDRO. Espera, dulce Helana, escucha mi escusa: mi amor, mi vida, mi alma, bella Helena.
Así le dice Lisandro a Helena,
a quien antes detestaba.
HELENA. ¡Ah, estupendo!
HERMIA. Amado mío, no te burles así de ella.
Pues Hermia supone que Lisandro
la sigue amando.
DEMETRIO. Si ella no sabe rogar, yo sé obligar.
LISANDRO. Ni tú puedes obligar ni ella rogar. Tus amenazas no tienen más fuerza que los
débiles ruegos. Helena, te quiero, por mi vida: juro por la que quiero perder
por ti, que demostraré la falsía de éste que dice que no te quiero.
DEMETRIO. Yo digo que te quiero más de lo que él puede quererte.
LISANDRO. Si eso dices, apártate y demuéstralo también.
DEMETRIO. Aprisa, vamos.
Los que antes detestaban a
Helena, están a punto de batirse por
ella, gracias al <<jugo
de amor>> del duende.
HERMIA. Lisandro, ¿dónde va a parar esto?
LISANDRO. Quita allá, etíope.
El antes amantísimo, ahora
llama a Hermia, su ex-amada, <<etíope>>,
es decir, negra. Y luego le
sigue endilgando una serie de epítetos
poco gratificantes:
<<gata, basura, vil, serpiente, negra tártara,
medicina aborrecida, potingue
odioso>>.
Tal vez aquí Shakespeare, de forma poética nos quiso hacer
notar la volubilidad de los amantes, que pasan del amor más idílico a los
insultos menos pronunciables por un quítame allá esas pajas.
Y Hermia --que no está afectada por el <<jugo de
amor>>-- , se levanta indignada contra la que le roba el amor de
Lisandro: le dice <<ladrona de amor, saltimbanqui, devoradora de
flores>>.
Por fortuna Oberón, Rey de las Hadas, se compadece de los
mortales y de su esposa, Titania, reina de las Hadas, a quienes ha ocasionado
confusos sentimientos y ha hecho amar sin motivo a quienes antes no amaban.
OBERON.
Bienvenido, buen Berto: ¿ves qué dulce espectáculo? Ya me empieza a dar pena su
locura.
Se refiere a la locura de
Titania, reina de las hadas, que se enamoró de un tejedor con orejas de burro.
Y es que Oberón se había enojado con su reina por haber raptado a un niño que
halló en el bosque.
OBERON.
Al encontrarla hace poco detrás
del bosque, la regañé y me
disgusté con ella, por buscar dulces favores de ese odioso imbécil (Se refiere al tejedor con cabeza de burro)
pues le había ceñido sus peludas sienes con una corona de flores frescas y
fragantes; y el rocío que tantas veces se hincha en los capullos como redondas
perlas de Oriente, ahora estaba en los lindos ojos de las florecillas como
lágrimas que lamentaran su propia deshonra. Después de burlarme de ella a mi
gusto, y de que ella me pidiera paciencia con palabras suaves, le pedí ese niño
robado, y me lo dio en seguida, enviando a su duende para que me lo llevara a
mi glorieta en el País de las Hadas. Y ahora que tengo al muchacho, desharé ese
odioso extravío de sus ojos. Y tú, amable Berto (se dirige al duende),
quita esa transformada pelambre de la cabeza de este estúpido ateniense, para
que, al despertar a la vez que los demás, puedan volverse todos a Atenas sin
pensar en lo ocurrido esta noche sino como la cruel molestia de un sueño.
La confusión entre sueño y
realidad en esta obra es semejante a la de La vida es sueño, de Calderón
de la Barca, donde el protagonista se duerme príncipe y se despierta miserable,
y vive entre los dos mundos sin saber cuál es real y cuál ficticio.
Una vez que llegan Teseo y su amada Hiopólita al bosque y
conocen toda la historia de los cuatro confusos enamorados, en el acto quinto,
se lleva a cabo este parlamento:
HIPOLITA.
Es extraño, Teseo mío, lo que cuentan estos enamorados.
TESEO.
Más extraño que cierto. Jamás puedo creer esas fábulas viejas, ni esos
caprichos de hadas. Los enamorados y los
locos tienen mentes tan hirvientes, fantasías tan creativas, que captan más de
lo que jamás comprenda la fría razón. El Lunático, el Enamorado y el Poeta
están todos llenos de imaginación. Uno ve más diablos de los que puede contener
el vasto infierno: es el Loco. El Enamorado, igual de frenético, ve la belleza
de Elena en un rostro egipcio. Los ojos del Poeta, dando vueltas en alto
frenesí, miran desde el cielo a la tierra, desde la tierra al cielo. Y,
conforme la imaginación da cuerpo a las formas de cosas desconocidas, la pluma
del Poeta las convierte en figuras, y da, a la aérea nada, una residencia en el
espacio, y un nombre. Tales trucos tiene la robusta imaginación, que, sólo con
recibir alguna alegría, concibe algún portador de esa alegría. Y en la noche, imaginando algo temible, !qué
fácilmente se supone que un matorral es un oso!
El Lunático, el Enamorado y el
Poeta están todos llenos de imaginación. Los tres entran en un estado alterado,
en el que no domina su razon, sino la fantasía.
El final de la obra se desenvuelve entre festejos, bailes y
jolgorios: tres matrimonios se llevan a cabo. Teseo, Duque de Atenas, se casa
con la reina de las Amazonas; Lisandro con Hermia; Helena con Demetrio. Aparte
de ello, Titania y Oberón se reconcilian. Sueño de una noche de verano
es una obra festiva, en la que se reflexiona sobre el carácter voluble de los
enamorados y las transformaciones a las que ellos están sujetos. Conocer estas
transformaciones, soportarlas, incluso disfrutar de ellas, debe ser una parte
importante de la educación sentimental de los enamorados.
Shakespeare, a la manera de un
juego, de un sueño (el sueño es una forma del juego, pues libera al ser humano
de las reglas) muestra las características del amor. Pero de un amor
particular: el que es voluble, es decir, ese falso amor cuyo adalid es
Falstaff.
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