MERIDIANO DE SANGRE. BLOOD MERIDIAN, CORMAC MCCARTHY
agosto 07, 2013Es inevitable pensar en Shakespeare y sus tragedias
que harían palidecer a Tarantino al leer Meridiano de sangre, del escritor norteamericano Cormac McCarthy, una
prueba verdaderamente feroz para
cualquier lector: en la obra se
despliega un estilo a la vez seco y deslumbrante, lleno de imágenes, a veces
crípticas e incluso aparentemente sin sentido; personajes trágicos, que se
someten a un destino aciago que sienten irrevocable; una sucesión interminable
de masacres cada vez más atroces; un desprecio por la humanidad en pleno y la
certeza de que los dioses, si existen, son totalmente indiferentes a las
desventuras de los hombres…
… los dioses de
la venganza y la compasión duermen en sus respectivas criptas y… tanto si
exigimos cuentas, como la destrucción de todos los libros, nuestros gritos no
suscitan más que un mismo silencio…
Si alguien cree que la situación actual de la frontera de
México con Estados Unidos (masacres colectivas, hordas de miserables asediando
los límites con el imperio norteamericano, ciudades convertidas en territorios
de guerras innumerables entre grupos de narcos;
ejércitos estadounidense y mexicano luchando o siendo cómplices secretos
de fantasmales bandas de narcos; delincuentes comunes, contrabandistas, y la laya entera de los malandrines, los
monstruos criminales y las bestias humanas disputándose el territorio palmo a
palmo… y en medio de este mortal, mefítico, infernal caldo de cultivo, caravanas
de migrantes desharrapados cruzando en dolientes peregrinaciones los desiertos equipados apenas con zapatos, la
ropa básica, una mochila y tal vez una cantimplora con agua caliente)… si
alguien cree que la situación actual de la frontera México-Estados Unidos es
atroz, tiene que leer esta novela de Cormac McCarthy, Meridiano de sangre.
Novela que no es en realidad novela sino que se aproxima a
ser documento histórico, basado –según confesión del propio autor- en My Confession: The
Recollections of a Rogue, de Samuel Chamberlain.
En
una entrevista reciente en el New
York Times el autor dijo: “The ugly fact is books are made out of books. The
novel depends for its life on the novels that have been written”.
Y eso
hizo McCarthy: escribir una novela feroz, sin aliento, basada en el libro de
Chamberlain y en otros documentos que dan testimonio de lo que fue la frontera
entre Estados Unidos y México en el siglo XIX.
Los
mexicanos son pintados aquí como una “raza inferior, casi de sub hombres”:
Nos
enfrentamos a una raza de degenerados. Una raza mestiza, poco mejor que los
negros. Puede que ni eso. En México no hay gobierno. Qué diablos, en México no
hay Dios. Ni lo habrá nunca. Nos enfrentamos a un pueblo manifiestamente
incapacitado para gobernarse. ¿Y sabes lo que ocurre con el pueblo que no sabe
gobernarse? Exacto. Que vienen otros a gobernar por ellos.
Estas
son opiniones del capitán White, encargado de reclutar mercenarios para que
vayan a exterminar a los apaches que asuelan la frontera. Una vez reunido un
pequeño batallón de mercenarios se desata una orgía (una cruzada) de sangre en
la que son exterminados apaches, mestizos, blancos, mexicanos, hombres,
mujeres, niños y bestias: como auténticos bárbaros que parecen querer revivir a
Atila, los mercenarios coleccionan
collares de orejas y bultos llenos de cabelleras: por cada una de las cuales
reciben buena paga. Paga que paradójicamente surge de los gobiernos mexicanos
de los estados limítrofes con Estados Unidos.
Abundan
las escenas de crueldad inhumana:
… al poco rato llegaron a un arbusto del que
colgaban bebés muertos…
No había bancos en la iglesia y el piso de
piedra estaba cubierto de los cuerpos escalpados y desnudos y parcialmente
devorados de unas cuarenta personas que se habían parapetado en aquella casa de
Dios huyendo de los paganos…
Esos hijos de puta (los comanches) son crueles
de verdad. Me contaron de un muchacho del llano, allá donde los colonos
holandeses, que fue capturado. Le hicieron andar. Seis días después llegó
a Frederiksburg arrastrándose a cuatro
patas en pelota viva, ¿y sabéis lo que le habían hecho? Pues arrancarle la
planta de los pies.
Tenían la lengua fuera y atravesada por palos puntiagudos
y les habían cercenado las orejas y sus torsos habían sido abierto con pedernal
de forma que las entrañas les colgaban por fuera.
Y así
sigue la novela: los mercenarios atraviesan paisajes interminables: desiertos,
montañas, en general áridos, asesinando cuanto se les pone al frente, siendo
testigos del salvajismo de comanches, ananzazis, apaches, persiguiendo y siendo
perseguidos en una orgía de sangre que se prolonga por casi 400 páginas de
letra pequeña (en la edición de Debolsillo, RHM).
Uno
de los personajes protagónicos es el juez Holden, que defiende la necesidad del
exterminio de los más débiles, de los de sangre impura, para que reinen los
nobles, los elegidos. El juez es una especie de filósofo nietzscheano que lanza
sus sermones al viento en el desierto y
en las ciudades, en soledad y en medio de multitudes. Habla a manera de
parábolas…
Óyeme bien, dijo. En el escenario hay sitio
para un único animal. Los demás están destinados a una noche que es eterna e
innombrable. Las candilejas iluminarán su descenso hacia la oscuridad.
El
otro protagonista es un personaje a quien se le designa solamente como “el
chaval”: se trata de un testigo de la cruzada de sangre y un observador de todo
lo que sucede: no juzga: nada más observa. Es como el Meursault de El extranjero: un personaje lanzado a un
mundo que no entiende
En la
novela no hay un narrador visible. Hay algo como un dios omnisciente a quien el
lector no tiene otra alternativa que achacarle este universo de desastre: no se
trata de que la realidad retratada sea desastrosa, sino que la forma de
abordarla es cataclísmica.
En la
novela hay una sola escena de humanidad: se trata de la escena en la que las
prostitutas sacan a un idiota al que exhiben como un animal de circo en una
jaula y lo bañan con afecto casi maternal.
Abundantes ecos de Shakespeare, de Faulkner, de Camus hay en esta obra, de la que ha dicho
Harold Bloom: “En el umbral del siglo XXI me parece la obra imaginativa más
impresionante entre todas las de los escritores
estadounidenses vivos”. Me parece cuestionable el carácter de
“imaginativa”: más bien me parece un prodigio de recreación de una época y un
tiempo.
No
siendo versado en asuntos de historia no me atrevería a poner en cuestión su
verosimilitud. Lo que sí me parece incuestionable es que es una novela
impresionante, incuestinable, comparable a Esperando
a los bárbaros de Coetzee. (Hago la
aclaración que esta comparación fue hecha originalmente por José Ovejero, en Ética de la crueldad.
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