Marelo Luján según Pablo Hernán di Marco

septiembre 15, 2013

Dos excesos: excluir la razón, no admitir más que la razón. 
Blaise Pascal
Un café en Buenos Aires

Por: Pablo Di Marco (Corresponsal Libros y Letras en Buenos Aires):
Parte I
   Estos días terminé de escribir un breve ensayo para la “Fundación Tierra de Promisión” en el que afirmé que un escritor no está obligado a ser ni un entrevistado brillante ni un conferencista seductor. Un escritor tiene una sola obligación: escribir bien. Pero por fortuna existen escritores como Marcelo Luján, cuyas reflexiones en una charla de café son tan atrayentes como sus varias veces premiados cuentos y novelas. Para quienes (todavía) no conocen su obra, acá les ofrezco un adelanto de su cálida lucidez.  
—Ya que sos un reconocido escritor de novela negra te pido un favor: recomendale al lector que no consume ese género un par de clásicos imprescindibles, de esos que no se olvidan. 
M: Si no conocen el género, tendrán que empezar por los clásicos, que no son pocos, por cierto. Cosecha roja, de Dashiell Hammett y El largo adiós, de Raymond Chandler. Y si superan la prueba, sería bueno que leyeran a Manuel Vázquez Montalbán, Los mares del sur, por ejemplo. Y a Paco Ignacio Taibo II. Y a Juan Madrid. Y a Andreu Martín. Y como estamos tomando un café en Buenos Aires, me gustaría recomendar a nuestros nuevos lectores a la Dama negra de la literatura latinoamericana: Claudia Piñeiro. Las viudas de los jueves o Betibú,dos novelas en donde la autora utiliza los elementos clásicos del género para describir y criticar, y en buenos pasajes denunciar, las prácticas de la sociedad actual.
—¿Conocés Colombia? ¿Qué sabés de literatura colombiana?
M: Mi querida amiga cachaca, Constanza Martínez, se va a disgustar al leer esto pero debo confesarlo: nunca estuve en Colombia, lamentablemente. Ella me invitó un montón de veces pero uno siempre es demasiado pobre como para hacer algunos viajes, y demasiado orgulloso como para permitir que los billetes los pague el anfitrión. En 1998 me mandó a Buenos Aires una edición preciosa de Entre cachacos, la segunda compilación de textos periodísticos de Gabriel García Márquez. También El olor de la guayaba, libro imposible de conseguir en Argentina, al menos en aquel momento. Había leído a muy temprana edad todas sus novelas y todos sus cuentos y cuando ya no quedó más ficción (recuerdo que lo último era Noticia de un secuestro), me enganché con sus notas periodísticas. Primero con su etapa europea: sensacional. Después Constanza me mandó desde Bogotá el volumen cachaco y las conversaciones con Apuleyo Mendoza. De modo que supe qué era una guayaba (no existía esa fruta en Argentina e ignoro si existe hoy) pero, muy a mi pesar, nunca estuve en Colombia. Tengo buenos amigos, algunos escritores, algunos muy prestigiosos. El año pasado, en la Semana Negra de Gijón, conocí a Santiago Gamboa: un tipo estupendo y cuya narrativa es absolutamente envidiable. También con Mario Mendoza compartimos alguna mesa en Gijón. Creo que ese año presentaba Buda blues, una novela extraordinaria. Además, Fernando Vallejo me enloqueció con La virgen de los sicarios: la fama es una estatua que cagan las palomas. Genial, Vallejo.
—No te sientas mal por no saber lo que es una guayaba, Marcelo. Cuando el año pasado asistí a una premiación en Colombia me pidieron que vista una guayabera, y yo ni sabía lo que era. Por suerte se aprende. Cambiando de tema, ayer terminé de leer Diario de la Argentina, de Jorge Asís.  Y no hubo página en que no haya pensado: “Este Asís debe ser un tipo muy jodido, pero la novela que escribió es irresistible”. ¿El ser buena persona es una ventaja o un lastre a la hora de escribir?
M: Puede ser una ventaja y también puede ser un lastre. Depende de qué se esté queriendo contar. Juan José Saer decía que ficción no equivale a mentira. A partir de esa afirmación, deberíamos andarnos con ojo de los escritores que narran maldades. Y no porque el mal esté dentro de ellos o sean pequeños satanases en carne y cuerpo. No. Más bien porque ficcionar acertadamente siempre implica un alto grado de conocimiento del medio. Con todo, yo soy uno de ellos: creo en el mal como elemento inherente al ser humano, creo en el mal como uno de los grandes motores de nuestra raza, que está de un modo tácito por encima del amor y del poder y por encima, incluso, del dinero. El género negro actual, que no es el policial clásico, se alimenta constantemente de esto.

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