Cuatro fábulas: Eramos felices; Palabras de Mamá; Las predicciones; El elefante
octubre 23, 2013
ÉRAMOS
FELICES
Éramos felices, afirmó el hombre
ante el cadáver de su mujer y sus siete hijos, no sé por qué lo hizo si éramos
felices, repitió con lágrimas en los ojos. El amante de la mujer, allí
presente, estuvo de acuerdo. Esposo y amante lloraron juntos.
LAS
ÚLTIMAS PALABRAS DE MAMÁ
Mi mamá me dijo no te dejes tocar
por los muchachos, y después murió. Ahora, con setenta años encima, sentada en
mi mecedora, mientras pienso en lo absurdo y triste que es el mundo, me
pregunto qué quiso decir.
LAS
DOS PREDICCIONES DE ABU NAIM
Hubo tales embaucadores en Babilonia que los grandes poseedores de
dinero no tuvieron que preocuparse por tomar decisiones en su vida, ya que
estaban convencidos que éstas se hallaban fijadas en el rumbo de los planetas
antes de nacer y en los horóscopos de los sabios. Cada mañana se levantaban con
el surgir del sol, metían la mano bajo la almohada y con gran cuidado leían
cada uno de sus pasos, cada gesto, cada minúscula acción para cumplirlas,
porque si no lo hacían, según los hacedores de horóscopos, estarían rebelándose
contra el orden del universo y podrían acarrear la destrucción del orbe. Al
poco tiempo de estar los hacedores de horóscopos en el oficio, no sólo los
nobles sino el llano pueblo comenzó a creer a pie juntillas en lo predicho. Los
que no tenían recursos para mandarse hacer
horóscopos individuales apelaban a los genéricos, que exhibían en los
templos. Y los que no podían entrar a los templos por butras de ley, se las
ingeniaban para mirar los horóscopos de los demás y adaptarlos a sus propias
circunstancias. Abu Naim, el más famoso hacedor de horóscopos, predijo dos
eventos: uno mayúsculo y otro íntimo: la caída de Babilonia ante la arremetida
de las fuerzas de Alejandro y el futuro de su propia vida, que sería el del más
grande esplendor de horoscopista alguno. Lo primero se cumplió. Lo segundo no. Alejandro
halló un pueblo resignado a obedecer el
destino que Abu Naim decía haber leído en los cuerpos celestes. La primera
medida que Alejandro tomó fue contra el cuello de Abu Naim. Según los apócrifos
esto se debió a que el conquistador se había puesto de acuerdo con el horoscopista
para que predijera la caída de Babilonia. Y naturalmente el conquistador estaba
interesado en sepultar el secreto con su inventor. Abu Naim murió rodeado de la
admiración de sus conciudadanos, quienes nunca pudieron comprender cómo logró predecir un hecho tan
trascendental y no obstante eludir la precognición de su propia y nimia muerte.
La gloria de Alejandro sigue incólume gracias a que el secreto se conserva. Los
apócrifos nunca fueron tomados en serio.
Y nunca lo serán. Por eso es que no hay que creer ni a los horoscopistas
ni a los redactores de la historia.
DE
MANO EN MANO SE PERDIÓ UN ELEFANTE
El mahará Drishna de la quinta
generación Ming recibió un elefante de regalo. Es decir, no lo recibió. Debió
recibirlo de acuerdo a las reglas de la lógica legal. Porque, cómo es posible
que se pierda un elefante gigante cuando
todos los locales son enanos; un elefante blanco, donde todos son grises,
parduscos o color cieno. Nadie sabe. El caso es que el emperador Lang se lo
entregó a su mensajero Baki, el mensajero al capitán Bali y el capitán Bali lo
presentó al marahá Drishna. Cada uno dio testimonio de su parte de entrega y
recepción del paquidermo. Las entregas de los elefantes comprados, de regalo y
capturados constan en documentos del palacio. Los testimonios son irrefutables.
Pero el elefante blanco no se halla en lasa cuadras del triste marahá, al que
sólo le faltaba ese ejemplar para agotar el universo de elefantes conocidos.
Cientos de interrogatorios, pesquisas, intentos de soborno y sesiones de
tortura han fracasado. El marahá, decepcionado por su imposibilidad de completar
la colección, ha decidido prescindir de los intermediarios. Cuando quiere que
se haga algo, lo hace él mismo. Y cuando alguno de sus súbditos se ofrece a
servirle, él le replica con el proverbio que indudablemente se hará inmortal: De mano en mano se perdió un elefante.
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