Carita sonriente
octubre 25, 2013
Inicio de novela en proceso...
Comenzaré este incalificable relato por el final, que es en realidad
el principio. ¿Existe en verdad el
principio de algo? No lo creo. No lo sé ni me importa. Hay campos que se
resisten a los asedios de la ciencia. El amor es de todos, el principal. Antes
del relato me atreveré a postular una verdad que considero irrefutable,
absoluta e incluso terrible: cuando un hombre comete ese acto inadjetivable que
se llama matrimonio, no se casa con una mujer, sino con un misterio. Sé que la
idea es una catedral gótica de la vulgaridad. No estoy dispuesto a retirarla.
Más bien pretendo, con la venia de algunos amigos como Federico Nietszche y
Daniel Santos, dar bases que alguien considerará deleznables —pero, ¡atención!,
que las pirámides y otras construcciones prodigiosas sentaron sus bases sobre
arena y sin embargo siglos después siguen de pie y chiflando— y ... ¡Bah! Nada
tan aburridor como los prólogos, de modo que entraré en materia. 30 de
diciembre. Doce de la noche. Mañana a esta misma hora estaré casado aunque no
conozca a la que va a ser mi mujer. Revisé mis diarios a ver si Flor de Tlicue había
quemado alguno de ellos. Estaban completos, desde 1978, cuando comencé la
redacción de este libro de la vida describiendo las peripecias con la Princesa
de Huamantla, pasando por la larguísima tragicomedia con Bárbara Blaskowitz y
luego la primavera tormentosa con su hija Trilce, y la larga procesión de
mujeres, hembras, varonas, engendros, ángeles, arcángeles y demiugros propicios
o dolorosos que resultaron de hojalata, fantoches y criaturas de fantasía que
visitaron mi cama —mi pedazo de hule espuma que hace las veces de cama— y a
veces los linderos de mi corazón: Alma Daylight, que me revolcó la peregrina
idea de que el amor es posible en tiempos de miseria espiritual. La doctora
nariz de cotorro, con sus anfetaminas, sus angustias, sus guardias nocturnas.
La Tota, con su pelambre espantosa y sus botas de mosquetera. La polaca
Korolenko (“Bésame el cuellito”.) Aquella a la que le gustaba el trote del
macho aunque la zangolotearan. La muñeca de porcelana con su nariz minuciosa,
sus pecas infinitas tan mal distribuidas y su ceceo infantil. Las niñas de la
academia de Clitemnestra, que fueron el sueño de una noche de verano con todo y
burro de elegantes orejas. La otra Bárbara —Bárbara-Erika— que pasó
directamente de la cama a ser protagonista de un cuento en el que borboteaba
como un caldero de brujas su insaciabilidad aterrorizante. Las que se
atravesaron en mi camino en Cali y Bogotá. La gordita intelectual que se quería
suicidar lanzándose desde la ventana del cuarto en el último piso del Hotel Tequendama. La poeta pantera y su noche
de descarada lujuria cuando pagamos la habitación con el único reloj de buena
marca que he tenido en mi vida. La cubanita adolescente que me desnudó de mis
intenciones primitivas y me dejó como un cangrejo sin caparazón al sol de la
Habana. La otra polaca, gallina vieja, con una insoportable nostalgia endémica,
que regresó a su patria llevando como único equipaje su viola Guarneri. La
espantosa Iris Moonligth, con su show de sombreros y sus inconfesables
prácticas en Chachalacas. Bárbara, Bárbara, Bárbara, tantos años entregada al
amor de cien machos ventripotentes, dictatoriales, mansos o espirituales. Y
finalmente, como un puerto de salvación, acertijo y futuro impredecible, Flor
de Tlicue. Mi vida como caricatura o como ascenso hacia la luz. El amor pleno o
la tortura infinita. Entre la pena y la nada elijo a Flor de Tlicue. ¿Será o
sería una broma despiada de la providencia, el azar o algún demonio juguetón? Who
knows? Chiiiinga su mater el que se raxe.Y todas esas mujeres entreveradas con novelas, con fantasías, sudores
y canastas en el basquetbol, con expectativas de paraísos en promociones
indeclinables. Las mujeres habían sido mi vida. Con ellas había pecado y con
una de ellas, alcanzaría la santidad de un amor auténtico. Supongo. Mañana me
caso, señores. Dios ha pagado con
largueza mi entusiasmo amoroso, mi desafuero. Razón tenía Blake: Por el camino
de los excesos se llega al paraíso de la
sabiduría. ¿Será? ¿Quién desde la vorágine del instante vivido puede destramar
el sentido final, ¿el sentido final?, de la existencia? “Amor, cuando estés
sufriendo piensa que esto pasará pronto y que seremos felices como
lombrices en tierra buena después de la
lluvia”, dijo Flor.Comencé a tocar el violín. Flor de Tlicue miraba por encima
de mi hombro. “¿Qué ves en ese papel?” Estoy leyendo las notas que interpreto
en el violín. “Todos los días tocas violín?” Cuando no tengo mujer sí. “Y, ¿por
qué ahora tocas si me tienes a mí?” Porque estoy luchando contra ti. Supongo
que cuando me poseas por completo me olvidaré del instrumento. “¿Qué prefieres,
al violín o a Flor de Tlicue?” Estoy tratando de decidirlo. “¿Si yo te pidiera
que abandonaras el violín, lo harías?” Casi con certeza. “Y si te pidiera que
abandonaras la literatura, ¿lo harías?” Ene con o: no.
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