El prostíbulo de los viejitos. Regreso a San Isidro de El General II
noviembre 26, 2013Faustino Chamorro, mi gran maestro segoviano, en la Normal de Pérez Zeledón, donde me gradué de maestro normalista |
Me
encontraré con muchos buenos y viejos, bastante viejos, amigos… Y tal vez con
unos cuantos enemigos que consideran que insulté en la novela a sus nietos, a
sus padres… pero bueno: cómo puede uno pasar por la vida sin levantar polvo…
Traje Necrópolis, la novela de
Santiago Gamboa, para terminar de leerla pero no ha habido condiciones. Todo el
tiempo lo hemos pasado: sentados viajando, comiendo, hablando, dormitando,
mirando revistas de estupideces. Espero que en este viaje de conferencias no me
cargue con unos kilos de más y que después tenga que sufrir para bajarlos... o
simplemente deba aceptar la derrota y cambiar de talla.
En Heredia
Una conferencia formal “Escenas de amor y eros en la obra de García Márquez” (la misma conferencia con que inauguré el pasado Congreso de Literaturas Hispánicas en Pensylvania). Hice lo que no acostumbro: leer la conferencia. Aunque había olvidado los anteojos traté de descifrar lo que había escrito en Xalapa. Bizqueando salí airoso del asunto. Luego hablé de forma rápida sobre mi presencia en Costa Rica. Mi maestro, mi gran maestro, Faustino Chamorro, hoy profesor emérito de la Universidad de Costa Rica me llevó al hotel varias fotos viejas y dos severos tomos en los que se sintetiza su erudita aportación a la cultura tica. Me regaló una corbata segoviana, una especie de cordón con un emblema de oro, que se ciñe en torno al cuello. Vi mucha emoción en él, gran modestia, aunque es el gran maestro no sólo de San Isidro sino de Costa Rica. Mucho de lo que soy se lo debo a él, a su erudición, buen humor, energía superior, a su espíritu grande y generador de luz, a su creatividad y en cierta medida a su sentimiento de superioridad sobre el mundo que lo rodea. Luego cominos arroz con pollo, la comida que los ticos comen en todos los eventos. (En Costa Rica se come arroz con pollo o gallo pinto al desayuno, al almuerzo, en los matrimonios, bautizos y todos los grandes eventos. ¡Pura vida!) Después el viaje bordeando la ciudad de San José por lo de la restricción vehicular, colinas suben y bajan, calles tortuosas, laberínticas, trazadas sobre paisajes de belleza apasionante. Luego hicimos el viaje a San Isidro de El General, mi pueblo y el espacio donde se desarrolla mi primera novela, por la carretera en la que hace casi cuarenta años, cuando era un adolescente flacuchento y fanfarrón trabajé como timekeeper. Gran emoción recorriendo mis viejos territorios. San Isidro de El General ya no es el pueblo de 6000 habitantes que habité hace décadas sino una ciudad de más de 60 mil, con malls, una gran autopista que ya tiene 70 muertos por mes, infinidad de deslumbrantes iglesias de sectas extravagantes, varias universidades, muchos edificios nuevos, pero, sigue siendo una ciudad llena de mujeres de belleza que causa espanto a los hombres e infarto a las esposas y con una enorme cantidad de prostitutas.
Mario, nuestro conductor y guía, nos señaló una puertita, apenas a ciento cincuenta metros de la catedral. Frente a ella había una fila de ancianos como la que se haría en México para comprar tortillas. Sentada en el quicio de la puerta una bella chica de ojos verdes, que apenas tendría 17 años. “Esa es la que se llama La Casa de Los Viejitos”, dijo Mario, “se atiende solamente a ancianos. Son campesinos que vienen de la montaña a buscar su dosis de placer. La puticas los atienden a bajo precio en cuartitos minúsculos en sesiones de diez minutos máximo”.
En Heredia
Una conferencia formal “Escenas de amor y eros en la obra de García Márquez” (la misma conferencia con que inauguré el pasado Congreso de Literaturas Hispánicas en Pensylvania). Hice lo que no acostumbro: leer la conferencia. Aunque había olvidado los anteojos traté de descifrar lo que había escrito en Xalapa. Bizqueando salí airoso del asunto. Luego hablé de forma rápida sobre mi presencia en Costa Rica. Mi maestro, mi gran maestro, Faustino Chamorro, hoy profesor emérito de la Universidad de Costa Rica me llevó al hotel varias fotos viejas y dos severos tomos en los que se sintetiza su erudita aportación a la cultura tica. Me regaló una corbata segoviana, una especie de cordón con un emblema de oro, que se ciñe en torno al cuello. Vi mucha emoción en él, gran modestia, aunque es el gran maestro no sólo de San Isidro sino de Costa Rica. Mucho de lo que soy se lo debo a él, a su erudición, buen humor, energía superior, a su espíritu grande y generador de luz, a su creatividad y en cierta medida a su sentimiento de superioridad sobre el mundo que lo rodea. Luego cominos arroz con pollo, la comida que los ticos comen en todos los eventos. (En Costa Rica se come arroz con pollo o gallo pinto al desayuno, al almuerzo, en los matrimonios, bautizos y todos los grandes eventos. ¡Pura vida!) Después el viaje bordeando la ciudad de San José por lo de la restricción vehicular, colinas suben y bajan, calles tortuosas, laberínticas, trazadas sobre paisajes de belleza apasionante. Luego hicimos el viaje a San Isidro de El General, mi pueblo y el espacio donde se desarrolla mi primera novela, por la carretera en la que hace casi cuarenta años, cuando era un adolescente flacuchento y fanfarrón trabajé como timekeeper. Gran emoción recorriendo mis viejos territorios. San Isidro de El General ya no es el pueblo de 6000 habitantes que habité hace décadas sino una ciudad de más de 60 mil, con malls, una gran autopista que ya tiene 70 muertos por mes, infinidad de deslumbrantes iglesias de sectas extravagantes, varias universidades, muchos edificios nuevos, pero, sigue siendo una ciudad llena de mujeres de belleza que causa espanto a los hombres e infarto a las esposas y con una enorme cantidad de prostitutas.
Mario, nuestro conductor y guía, nos señaló una puertita, apenas a ciento cincuenta metros de la catedral. Frente a ella había una fila de ancianos como la que se haría en México para comprar tortillas. Sentada en el quicio de la puerta una bella chica de ojos verdes, que apenas tendría 17 años. “Esa es la que se llama La Casa de Los Viejitos”, dijo Mario, “se atiende solamente a ancianos. Son campesinos que vienen de la montaña a buscar su dosis de placer. La puticas los atienden a bajo precio en cuartitos minúsculos en sesiones de diez minutos máximo”.
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