Entrevista con Tomás González
diciembre 12, 2013De Alba03: “Es imposible inventar cosas nuevas”. Conversación con el escritor colombiano Tomás González
Juan Camilo Rodríguez y María Ignacia Schulz
Martes, 10 Diciembre 2013
Tomás González, considerado el secreto mejor guardado de la literatura colombiana, conversó con alba sobre los elementos que intencionalmente se repiten en su obra, su relación personal con Europa y su profundo respeto por la poesía que lo lleva a la reescritura constante de Manglares, su único libro de poemas.[1]
J: Tomás, vienen dos libros tuyos...
TG: Sí. El de cuentos sale en diciembre de 2012 y una novela a finales del 2013.[2] La novela, Temporal, sucede en el golfo de Morrosquillo. El de cuentos, El lejano amor de los extraños, tiene el título de uno de los cuentos, que son de amor y desamor, un tema en el que se insiste e insistirá mientras haya literatura o arte en general, igual que en el de la muerte. Llevaba mucho tiempo bregándole a esos cuentos. El cuento corto es muy difícil, y no lograba terminarlos o sentir que los había terminado.
J: Hablemos un poco de tus obras. En Los caballitos del diablo apreciamos un trabajo explícito con el lenguaje; la cadencia y el ritmo son protagonistas.
TG: En esta novela traté de olvidarme de la trama propiamente dicha y ensayé que el desarrollo fuera producido por el ritmo, que se fuera abriendo a medida que el ritmo iba agarrando resonancia. Por eso la parte musical es más importante. Yo quería que la novela participara más de la música que de la historia. A veces es agobiante tener que inventar una historia y hacer todo el trabajo de arquitectura, mampostería, plomería y demás.
M: ¿Estás contento con el resultado?
TG: Sí, porque hice lo que me había propuesto hacer. Lo que pasa es que esta novela es más compleja de leer que mis otras novelas. La música del lenguaje juega un papel más importante para el avance del tiempo que el desarrollo de la trama, y por eso resulta más exigente para el lector.
M: La novela podría interpretarse como demasiado intelectual, ¿no se genera cierta barrera entre ella y el lector?
TG: Es posible que eso ocurra, pero prefiero no considerarlo un problema sino una característica del libro. Todo va en el gusto de cada lector. Algunos podrían preferir ese tipo de aproximación que para otros sería barrera. Tal vez la mayoría prefiera un acercamiento más directo, como en La luz difícil, donde el sentimiento está más cerca, se toca. En Los caballitos del diablohay que pasar un poco por el trabajo estético, que es intelectual e implica un mayor esfuerzo de parte del lector. Yo hubiera preferido que me salieran las dos cosas al tiempo, pero no siempre se puede.
J: Leyendo tu novela Primero estaba el mar, para un colombiano es fácil pensar en un finquero de ciudad, versión hippie de Arturo Cova[3], lector y aventurero. Esta historia se lee ahora desde fuera y también toca una fibra honda de los lectores. ¿Qué hay de universal en ella?
TG: Creo que es la nostalgia por el paraíso. La búsqueda de eso que todos perdimos. La ilusión de que en algún momento uno va a poder volver a entrar al paraíso terrenal. Es una búsqueda que repetimos una y otra vez, y así pasamos cada vez por la misma tragedia: buscamos la felicidad y más bien encontramos la muerte.
J: A diferencia de la edición en español, la edición alemana de Primero estaba el mar explica que J. es tu hermano y hasta nos da el lugar específico de la historia. El libro en español dejaba que el lector soñara o coligiera el lugar y no aclaraba que algún familiar estuviera ahí. ¿Qué tanto apruebas y qué tanto crees que sea pertinente insistir en lo biográfico?
TG: Eso fue más bien decisión de Peter Schulze-Kraft, su traductor, quien consideró muy importante incluir esa información en la versión alemana. Yo soy de la opinión de que una novela no necesita más información que la novela misma, y en una edición española me opondría a cualquier tipo de prólogo o información adicional, pero Peter insistió en que había que tenderle una especie de puente al lector alemán, y yo confío en su criterio.
J: Es difícil no leer esta novela como fundacional. Muchos temas que resurgirán en otros libros tuyos (cementerios, plantas, grietas, orillas, fuerza de la vida, muerte, familias y casas) están ahí. Tú ya has dicho que te repites deliberadamente, ¿cómo se ha ido construyendo esa sucesión de temas y cómo los has hecho tuyos?
TG: Es como un caleidoscopio. Los mismos elementos están siempre allí, pero las circunstancias cambian y el dibujo se hace completamente distinto con cada giro. Es imposible inventar cosas nuevas, uno tiene lo que tiene y es sobre ese mismo material que se trabaja contando distintas historias. La luz dificil y Primero estaba el mar tienen las obsesiones que mencionas, pero las historias son muy distintas una de la otra, aunque los elementos sean el amor por la vegetación, el amor por el mar, la frontera con la muerte, etc.
J: Tomás, vienen dos libros tuyos...
TG: Sí. El de cuentos sale en diciembre de 2012 y una novela a finales del 2013.[2] La novela, Temporal, sucede en el golfo de Morrosquillo. El de cuentos, El lejano amor de los extraños, tiene el título de uno de los cuentos, que son de amor y desamor, un tema en el que se insiste e insistirá mientras haya literatura o arte en general, igual que en el de la muerte. Llevaba mucho tiempo bregándole a esos cuentos. El cuento corto es muy difícil, y no lograba terminarlos o sentir que los había terminado.
J: Hablemos un poco de tus obras. En Los caballitos del diablo apreciamos un trabajo explícito con el lenguaje; la cadencia y el ritmo son protagonistas.
TG: En esta novela traté de olvidarme de la trama propiamente dicha y ensayé que el desarrollo fuera producido por el ritmo, que se fuera abriendo a medida que el ritmo iba agarrando resonancia. Por eso la parte musical es más importante. Yo quería que la novela participara más de la música que de la historia. A veces es agobiante tener que inventar una historia y hacer todo el trabajo de arquitectura, mampostería, plomería y demás.
M: ¿Estás contento con el resultado?
TG: Sí, porque hice lo que me había propuesto hacer. Lo que pasa es que esta novela es más compleja de leer que mis otras novelas. La música del lenguaje juega un papel más importante para el avance del tiempo que el desarrollo de la trama, y por eso resulta más exigente para el lector.
M: La novela podría interpretarse como demasiado intelectual, ¿no se genera cierta barrera entre ella y el lector?
TG: Es posible que eso ocurra, pero prefiero no considerarlo un problema sino una característica del libro. Todo va en el gusto de cada lector. Algunos podrían preferir ese tipo de aproximación que para otros sería barrera. Tal vez la mayoría prefiera un acercamiento más directo, como en La luz difícil, donde el sentimiento está más cerca, se toca. En Los caballitos del diablohay que pasar un poco por el trabajo estético, que es intelectual e implica un mayor esfuerzo de parte del lector. Yo hubiera preferido que me salieran las dos cosas al tiempo, pero no siempre se puede.
J: Leyendo tu novela Primero estaba el mar, para un colombiano es fácil pensar en un finquero de ciudad, versión hippie de Arturo Cova[3], lector y aventurero. Esta historia se lee ahora desde fuera y también toca una fibra honda de los lectores. ¿Qué hay de universal en ella?
TG: Creo que es la nostalgia por el paraíso. La búsqueda de eso que todos perdimos. La ilusión de que en algún momento uno va a poder volver a entrar al paraíso terrenal. Es una búsqueda que repetimos una y otra vez, y así pasamos cada vez por la misma tragedia: buscamos la felicidad y más bien encontramos la muerte.
J: A diferencia de la edición en español, la edición alemana de Primero estaba el mar explica que J. es tu hermano y hasta nos da el lugar específico de la historia. El libro en español dejaba que el lector soñara o coligiera el lugar y no aclaraba que algún familiar estuviera ahí. ¿Qué tanto apruebas y qué tanto crees que sea pertinente insistir en lo biográfico?
TG: Eso fue más bien decisión de Peter Schulze-Kraft, su traductor, quien consideró muy importante incluir esa información en la versión alemana. Yo soy de la opinión de que una novela no necesita más información que la novela misma, y en una edición española me opondría a cualquier tipo de prólogo o información adicional, pero Peter insistió en que había que tenderle una especie de puente al lector alemán, y yo confío en su criterio.
J: Es difícil no leer esta novela como fundacional. Muchos temas que resurgirán en otros libros tuyos (cementerios, plantas, grietas, orillas, fuerza de la vida, muerte, familias y casas) están ahí. Tú ya has dicho que te repites deliberadamente, ¿cómo se ha ido construyendo esa sucesión de temas y cómo los has hecho tuyos?
TG: Es como un caleidoscopio. Los mismos elementos están siempre allí, pero las circunstancias cambian y el dibujo se hace completamente distinto con cada giro. Es imposible inventar cosas nuevas, uno tiene lo que tiene y es sobre ese mismo material que se trabaja contando distintas historias. La luz dificil y Primero estaba el mar tienen las obsesiones que mencionas, pero las historias son muy distintas una de la otra, aunque los elementos sean el amor por la vegetación, el amor por el mar, la frontera con la muerte, etc.
J: Desde el mismo epígrafe de Primero estaba el mar está ese aire arquetípico. La vida resurge y todo suenaa cuento ancestral.
TG: Sí, y de sentimiento religioso también, místico. Es el mismo que se mantiene en los otros libros y el mismo que mantengo en mi práctica de Zen. Es la conciencia de posibilidad de tocar el infinito en los poemas y en las novelas, de llegar a ese límite donde el individuo alcanza el punto donde va a dejar de ser individuo. Siempre he buscado que los acontecimientos concretos y pequeños de los personajes estén enmarcados en esta perspectiva profunda, mística. Para mí la literatura que vale la pena es la que lo intenta y lo logra. Por eso no puedo sentir respeto por esos enredijos de trama que buscan agarrar del cuello al lector, vender millones de ejemplares y ganarse algún premio multimillonario. Para mí eso es mala literatura, por muy bien escrita que esté. No es suficiente con escribir bien.
J: Muchas de tus novelas narran hechos violentos y muertes, pero tal vez ninguna tan brutal y feroz como Para antes del olvido al narrar hechos de la Primera Guerra Mundial. Si entendemos tu obra como una reflexión sobre la convivencia con la violencia, "sorprende" (y que sean claras las comillas) que sea en Europa donde esta violencia es más explícita y arrasadora.
TG: Siempre me ha molestado que los europeos tengan la tendencia a considerar que la violencia de nosotros es distinta a la de ellos. Incluso le dicen a uno que qué es lo que tiene el agua en Colombia, que nos hace tan violentos. Esto viniendo de sociedades donde la violencia ha sido infinitamente mayor que la de nuestros países. El gobierno de Estados Unidos ordenó lanzarles bombas atómicas a dos ciudades, es decir, ordenó matar 200000 personas en diez minutos. ¿Cuándo hemos nosotros asesinado de esa forma? Y no porque no esté en nosotros hacerlo, pues eso está en el ser humano, sino porque no tenemos la tecnología. Las matanzas durante la Primera Guerra y después, muy poco después, en la Segunda, fueron a gran escala, el infierno absoluto. Por eso molesta la buena conciencia de la que a veces sufren personas que por lo demás uno estima mucho. Esas personas sinceramente piensan que nosotros en Colombia tenemos algún problema psicológico que ellas no tienen. Lo cual es absurdo. En Europa desde hace muchos siglos, milenios, vienen desatándose periódicamente los horrores más profundos y masivos. Algo en el agua, tal vez.
M: Ya has comentado que Europa te parece muy oscura, asfixiante, te sientes muy extranjero aquí. ¿Es Europa una posibilidad en el futuro?
TG: Yo no podría vivir en Europa, pues por algún motivo me produce tristeza. Tal vez sea la casualidad de que he venido siempre en otoño, entonces no sé cómo es aquí el verano ni la primavera. No conozco la parte más luminosa. Hace apenas dos o tres años me hubiera encantado vivir un año en Berlín, que es la ciudad que me gusta –la menos oscura, a mi modo de ver, y eso a pesar de la historia que tiene–. Ya no. Me cuesta mucho trabajo ya salir de mis montañas. Y si me viera obligado a irme de mi país, elegiría Nueva York o tal vez Nueva Orleans.
J: ¿Continuamos con Para antes del olvido? Desde el título se hace explícito el deseo de rescatar con la memoria y la literatura a seres que se quieren. ¿Cumple la literatura esta función?
TG En Para antes del olvido lo que yo buscaba era más bien mostrar dónde se empieza a perder esa memoria, el punto donde se empieza a disolver el recuerdo y, con él, la realidad.
J: Sí, la palabra "disolución" se repite mucho...
TG: Sí. Y ésa era la meta de la novela. Se trataba de mostrar el punto donde la destrucción y la construcción son idénticas en apariencia. Cuando se levanta una catedral y se está en la mitad de su construcción su apariencia es muy parecida a la de una que se está derruyendo y va a mitad de camino hacia su destrucción. Allí era donde yo quería llegar: al punto donde pareciera lo mismo, pero en realidad se fuera hacia el olvido.
J: Revisando tu obra uno ve muchas familias en casas de campo, como en La historia de Horacio. En este caso el recuerdo tiene algo de idílico y cálido...
TG: Es por el hecho de que se reproduce mi infancia. Esa calidez que mencionas es el cariño que se le tiene a lo que se vivió entre los seis y catorce años. Esa magia no vuelve y tampoco ese terror.
M: Abraham entre bandidos es, por su parte, una novela estrechamente relacionada con la realidad política colombiana, la época de la Violencia. Con tantas obras escritas sobre el tema, ¿no pensaste que el lector ya estaba cansado de este tipo de relatos?
TG: Yo sabía que la gente estaba muy cansada de eso, pero era una historia que me venía dando vueltas desde hacía veinte años. Y no había logrado escribirla bien. Había hecho ya dos ensayos; o sea que me daba lo mismo si le gustaba o no a la gente. Yo quería terminarla por fin. Pienso que el de la violencia política de los años cincuenta va a ser un tema eterno en Colombia. Cada escritor en algún momento va a querer escribir su versión de cómo sintió esa violencia.
M: Resultó un libro muy preciso en la descripción de los personajes y de las situaciones.
TG: Me documenté bien. Se hn escrito cosas muy buenas y muy vívidas sobre la Violencia. Leí mucho y de ahí salieron algunos personajes. También estaban las historias que contaban en la época de mi niñez, en la finca de mi abuela –en Santuario, Risaralda– sobre los horrores que habian ocurrido en aquella región. Recuerdo ahora la historia de la muchacha vecina que se encontró un costal por un camino, lo abrió y resultó que había estado lleno de cabezas humanas cercenadas. A causa de la impresión empezó a perder la pigmentación de la piel. Se puso carateja. Había muchas historias de ese calibre que nos contaban a los niños.
J: En La luz difícil, que tiene varias alusiones a tu poemario Manglares, se narra cómo todo confluye: cómo el dolor y la muerte residen con la vida y la alegría. Aquí se hace explícita una estética común a tu obra. ¿Cómo se fue construyendo y haciendo evidente?
TG: Al principio fue todo intuitivo; fui avanzando y de cierto tiempo para acá he empezado a contemplar lo que he hecho, a mirarlo desde afuera, como si yo fuera un crítico. He visto los elementos que se repiten y que me obsesionan y ya los empiezo a utilizar intencionalmente para ver qué pasa, si haciéndolo puedo explorar otros territorios. Mirar cómo se pueden abrir mis posibilidades futuras de escritura, a dónde me pueden llevar, o cómo tomar posesión de las herramientas que fui creando intuitivamente. No sé si sea bueno o malo, la demasiada conciencia de lo que se hace no siempre es beneficiosa, pero hay que ensayar y ver lo que pasa.
M: Entre la publicación de Abraham entre bandidos y de La luz difícil hay muy poco tiempo. Pero entre la mayoría de tus obras siempre hay mínimo tres años, ¿trabajaste en La luz difícil antes?
TG: Creo que sí. El tema de la ancianidad de David, que es el protagonista, lo venía pensando desde antes. Quería hacer una novela sobre David anciano, pero no sabía más. Pensé que su vejez iba a ser en uno de esos apartamentos frente al mar, en Coney Island, pero me vine a Colombia y me di cuenta de que no iba a ser así. Conmigo se vino David, que terminó por alcanzar su ancianidad avanzada en La Mesa de Juan Díaz (municipio en el departamento de Cundinamarca en Colombia). Y ahí ya se aclaró todo: en ese momento me llegó la anécdota de este muchacho que se accidenta, y se fueron juntando las piezas de la novela. Pero venía desde hace mucho rato pensando en eso, en el asunto de la ancianidad. Para mí, ese era el tema principal.
J: Ya hemos hablado del amor que subyace en la novela; otro elemento es el humor, algo así como el chiste que se hace en un velorio de un ser querido, un chiste que resume el amor que le tenemos. ¿Cómo se da ese humor?
TG: El sentido del humor es una herramienta de supervivencia muy grande que tiene este animal que llamamos ser humano. Con la risa se saca uno el clavo de la muerte y de todo. El humor es liberador.
M: En Manglares se observa un proceso consciente de escritura. Poemas aparecen y desaparecen, algunos son objetos de profundas transformaciones. ¿Es tu propio juego con el lector o contigo mismo?
TG: No, no es con los lectores, es conmigo más bien. Creo que cada versión refleja lo que yo soy en ese momento. Seguramente ya no me estaba sintiendo muy reflejado en los poemas que salieron o que se transformaron. Prefiero que el libro me refleje tal como te lo mandé y no con los poemas que saqué.
M: ¿Por qué esa necesidad de tener una obra en creación constante precisamente con la poesía y no con otros géneros?
TG: Porque yo me siento más reflejado en poesía. En novela hay una cosa indirecta: estoy creando un personaje y ese soy yo en cierto modo, pero no completamente. Y como siempre uno cambia, entonces a medida que yo cambio, el libro va a ir cambiando. Esa era la idea.
M: Tú has expresado tu respeto por la poesía, te parece de los géneros más difíciles. ¿Hay cierto temor por sacar un libro de poesía concluido o es una estrategia que le pide comprensión al lector?
TG: Son las dos cosas. Por un lado es como si dijera: "Esto es provisional, pero aquí pueden ver de lo que sería capaz después. Denme tiempo". Por el otro, pienso que terminar un libro es un poco triste, fúnebre. Tenerlo siempre inconcluso hace que esté más vivo. Y hay la posibilidad de que los poemas vayan a quedar mucho mejores. Está vivo también en ese sentido. Vivo en todos los sentidos.
M: ¿Es Manglares tu libro?
TG: (Silencio). De poesía, sí.
M: Sólo tienes uno de poesía (risas). ¿Y de narrativa?
TG: No tengo favoritos. Ahora estoy escribiendo otra novela, pero me preocupa que en ella tengo a otro señor viviendo en otra finca. Tal vez sea que ya no puedo dejar de escribir sobre señores en fincas porque ya no voy conociendo nada más. Y compré una que tiene cuatro lagos, como en Los caballitos del diablo, pero fue coincidencia. Una amiga que llegó el otro día allá me dijo que yo estaba viviendo en la novela. Tengo un cuarto lleno de pinturas también. Es inevitable que cosas así pasen, porque si uno escribe sobre algo, es porque le interesó y, cuando realmente lo tiene en la vida, pues pone los cuadros que había puesto en el libro.
M: Finalicemos hablando un poco de la crítica. La crítica positiva que recibiste por Primero estaba el mar te motivó a seguir escribiendo, comentaste en una entrevista. En estos momentos, con casi una decena de libros publicados, con cierto público que te aprecia –tanto en Colombia como afuera– ¿qué papel juega para tí la crítica?
TG: Me orienta. Me orienta para lo que voy a escribir ahora, para lo que voy a empezar a trabajar. Mal que bien puedo ver los puntos más débiles de mi trabajo y también los puntos fuertes. La crítica me ayuda a tenerlos en cuenta para lo que estoy haciendo. Prestándole atención a la crítica estoy oyendo a los lectores, pues un crítico no es más que un lector que sabe expresar muy bien sus opiniones.
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[1] El poemario Manglares tiene dos ediciones publicadas (1997 y 2006). La tercera, bajo el sello editorial Alfaguara (Colombia, 2013), salió aproximadamente un año después de nuestro encuentro con Tomás González en Berlín, en otoño del 2012. Cada edición es revisada y por lo tanto diferente en cuanto a los poemas que incluyen.
[2] El libro de cuentos El lejano amor de los extraños se publicó en noviembre del 2012 y la novela Temporal en septiembre del 2013, ambos por Alfaguara (Colombia).
[3] Protagonista de la novela La Vorágine (1924) del escritor colombiano José Eustasio Rivera (1888-1928).
TG: Sí, y de sentimiento religioso también, místico. Es el mismo que se mantiene en los otros libros y el mismo que mantengo en mi práctica de Zen. Es la conciencia de posibilidad de tocar el infinito en los poemas y en las novelas, de llegar a ese límite donde el individuo alcanza el punto donde va a dejar de ser individuo. Siempre he buscado que los acontecimientos concretos y pequeños de los personajes estén enmarcados en esta perspectiva profunda, mística. Para mí la literatura que vale la pena es la que lo intenta y lo logra. Por eso no puedo sentir respeto por esos enredijos de trama que buscan agarrar del cuello al lector, vender millones de ejemplares y ganarse algún premio multimillonario. Para mí eso es mala literatura, por muy bien escrita que esté. No es suficiente con escribir bien.
J: Muchas de tus novelas narran hechos violentos y muertes, pero tal vez ninguna tan brutal y feroz como Para antes del olvido al narrar hechos de la Primera Guerra Mundial. Si entendemos tu obra como una reflexión sobre la convivencia con la violencia, "sorprende" (y que sean claras las comillas) que sea en Europa donde esta violencia es más explícita y arrasadora.
TG: Siempre me ha molestado que los europeos tengan la tendencia a considerar que la violencia de nosotros es distinta a la de ellos. Incluso le dicen a uno que qué es lo que tiene el agua en Colombia, que nos hace tan violentos. Esto viniendo de sociedades donde la violencia ha sido infinitamente mayor que la de nuestros países. El gobierno de Estados Unidos ordenó lanzarles bombas atómicas a dos ciudades, es decir, ordenó matar 200000 personas en diez minutos. ¿Cuándo hemos nosotros asesinado de esa forma? Y no porque no esté en nosotros hacerlo, pues eso está en el ser humano, sino porque no tenemos la tecnología. Las matanzas durante la Primera Guerra y después, muy poco después, en la Segunda, fueron a gran escala, el infierno absoluto. Por eso molesta la buena conciencia de la que a veces sufren personas que por lo demás uno estima mucho. Esas personas sinceramente piensan que nosotros en Colombia tenemos algún problema psicológico que ellas no tienen. Lo cual es absurdo. En Europa desde hace muchos siglos, milenios, vienen desatándose periódicamente los horrores más profundos y masivos. Algo en el agua, tal vez.
M: Ya has comentado que Europa te parece muy oscura, asfixiante, te sientes muy extranjero aquí. ¿Es Europa una posibilidad en el futuro?
TG: Yo no podría vivir en Europa, pues por algún motivo me produce tristeza. Tal vez sea la casualidad de que he venido siempre en otoño, entonces no sé cómo es aquí el verano ni la primavera. No conozco la parte más luminosa. Hace apenas dos o tres años me hubiera encantado vivir un año en Berlín, que es la ciudad que me gusta –la menos oscura, a mi modo de ver, y eso a pesar de la historia que tiene–. Ya no. Me cuesta mucho trabajo ya salir de mis montañas. Y si me viera obligado a irme de mi país, elegiría Nueva York o tal vez Nueva Orleans.
J: ¿Continuamos con Para antes del olvido? Desde el título se hace explícito el deseo de rescatar con la memoria y la literatura a seres que se quieren. ¿Cumple la literatura esta función?
TG En Para antes del olvido lo que yo buscaba era más bien mostrar dónde se empieza a perder esa memoria, el punto donde se empieza a disolver el recuerdo y, con él, la realidad.
J: Sí, la palabra "disolución" se repite mucho...
TG: Sí. Y ésa era la meta de la novela. Se trataba de mostrar el punto donde la destrucción y la construcción son idénticas en apariencia. Cuando se levanta una catedral y se está en la mitad de su construcción su apariencia es muy parecida a la de una que se está derruyendo y va a mitad de camino hacia su destrucción. Allí era donde yo quería llegar: al punto donde pareciera lo mismo, pero en realidad se fuera hacia el olvido.
J: Revisando tu obra uno ve muchas familias en casas de campo, como en La historia de Horacio. En este caso el recuerdo tiene algo de idílico y cálido...
TG: Es por el hecho de que se reproduce mi infancia. Esa calidez que mencionas es el cariño que se le tiene a lo que se vivió entre los seis y catorce años. Esa magia no vuelve y tampoco ese terror.
M: Abraham entre bandidos es, por su parte, una novela estrechamente relacionada con la realidad política colombiana, la época de la Violencia. Con tantas obras escritas sobre el tema, ¿no pensaste que el lector ya estaba cansado de este tipo de relatos?
TG: Yo sabía que la gente estaba muy cansada de eso, pero era una historia que me venía dando vueltas desde hacía veinte años. Y no había logrado escribirla bien. Había hecho ya dos ensayos; o sea que me daba lo mismo si le gustaba o no a la gente. Yo quería terminarla por fin. Pienso que el de la violencia política de los años cincuenta va a ser un tema eterno en Colombia. Cada escritor en algún momento va a querer escribir su versión de cómo sintió esa violencia.
M: Resultó un libro muy preciso en la descripción de los personajes y de las situaciones.
TG: Me documenté bien. Se hn escrito cosas muy buenas y muy vívidas sobre la Violencia. Leí mucho y de ahí salieron algunos personajes. También estaban las historias que contaban en la época de mi niñez, en la finca de mi abuela –en Santuario, Risaralda– sobre los horrores que habian ocurrido en aquella región. Recuerdo ahora la historia de la muchacha vecina que se encontró un costal por un camino, lo abrió y resultó que había estado lleno de cabezas humanas cercenadas. A causa de la impresión empezó a perder la pigmentación de la piel. Se puso carateja. Había muchas historias de ese calibre que nos contaban a los niños.
J: En La luz difícil, que tiene varias alusiones a tu poemario Manglares, se narra cómo todo confluye: cómo el dolor y la muerte residen con la vida y la alegría. Aquí se hace explícita una estética común a tu obra. ¿Cómo se fue construyendo y haciendo evidente?
TG: Al principio fue todo intuitivo; fui avanzando y de cierto tiempo para acá he empezado a contemplar lo que he hecho, a mirarlo desde afuera, como si yo fuera un crítico. He visto los elementos que se repiten y que me obsesionan y ya los empiezo a utilizar intencionalmente para ver qué pasa, si haciéndolo puedo explorar otros territorios. Mirar cómo se pueden abrir mis posibilidades futuras de escritura, a dónde me pueden llevar, o cómo tomar posesión de las herramientas que fui creando intuitivamente. No sé si sea bueno o malo, la demasiada conciencia de lo que se hace no siempre es beneficiosa, pero hay que ensayar y ver lo que pasa.
M: Entre la publicación de Abraham entre bandidos y de La luz difícil hay muy poco tiempo. Pero entre la mayoría de tus obras siempre hay mínimo tres años, ¿trabajaste en La luz difícil antes?
TG: Creo que sí. El tema de la ancianidad de David, que es el protagonista, lo venía pensando desde antes. Quería hacer una novela sobre David anciano, pero no sabía más. Pensé que su vejez iba a ser en uno de esos apartamentos frente al mar, en Coney Island, pero me vine a Colombia y me di cuenta de que no iba a ser así. Conmigo se vino David, que terminó por alcanzar su ancianidad avanzada en La Mesa de Juan Díaz (municipio en el departamento de Cundinamarca en Colombia). Y ahí ya se aclaró todo: en ese momento me llegó la anécdota de este muchacho que se accidenta, y se fueron juntando las piezas de la novela. Pero venía desde hace mucho rato pensando en eso, en el asunto de la ancianidad. Para mí, ese era el tema principal.
J: Ya hemos hablado del amor que subyace en la novela; otro elemento es el humor, algo así como el chiste que se hace en un velorio de un ser querido, un chiste que resume el amor que le tenemos. ¿Cómo se da ese humor?
TG: El sentido del humor es una herramienta de supervivencia muy grande que tiene este animal que llamamos ser humano. Con la risa se saca uno el clavo de la muerte y de todo. El humor es liberador.
M: En Manglares se observa un proceso consciente de escritura. Poemas aparecen y desaparecen, algunos son objetos de profundas transformaciones. ¿Es tu propio juego con el lector o contigo mismo?
TG: No, no es con los lectores, es conmigo más bien. Creo que cada versión refleja lo que yo soy en ese momento. Seguramente ya no me estaba sintiendo muy reflejado en los poemas que salieron o que se transformaron. Prefiero que el libro me refleje tal como te lo mandé y no con los poemas que saqué.
M: ¿Por qué esa necesidad de tener una obra en creación constante precisamente con la poesía y no con otros géneros?
TG: Porque yo me siento más reflejado en poesía. En novela hay una cosa indirecta: estoy creando un personaje y ese soy yo en cierto modo, pero no completamente. Y como siempre uno cambia, entonces a medida que yo cambio, el libro va a ir cambiando. Esa era la idea.
TG: Son las dos cosas. Por un lado es como si dijera: "Esto es provisional, pero aquí pueden ver de lo que sería capaz después. Denme tiempo". Por el otro, pienso que terminar un libro es un poco triste, fúnebre. Tenerlo siempre inconcluso hace que esté más vivo. Y hay la posibilidad de que los poemas vayan a quedar mucho mejores. Está vivo también en ese sentido. Vivo en todos los sentidos.
M: ¿Es Manglares tu libro?
TG: (Silencio). De poesía, sí.
M: Sólo tienes uno de poesía (risas). ¿Y de narrativa?
TG: No tengo favoritos. Ahora estoy escribiendo otra novela, pero me preocupa que en ella tengo a otro señor viviendo en otra finca. Tal vez sea que ya no puedo dejar de escribir sobre señores en fincas porque ya no voy conociendo nada más. Y compré una que tiene cuatro lagos, como en Los caballitos del diablo, pero fue coincidencia. Una amiga que llegó el otro día allá me dijo que yo estaba viviendo en la novela. Tengo un cuarto lleno de pinturas también. Es inevitable que cosas así pasen, porque si uno escribe sobre algo, es porque le interesó y, cuando realmente lo tiene en la vida, pues pone los cuadros que había puesto en el libro.
M: Finalicemos hablando un poco de la crítica. La crítica positiva que recibiste por Primero estaba el mar te motivó a seguir escribiendo, comentaste en una entrevista. En estos momentos, con casi una decena de libros publicados, con cierto público que te aprecia –tanto en Colombia como afuera– ¿qué papel juega para tí la crítica?
TG: Me orienta. Me orienta para lo que voy a escribir ahora, para lo que voy a empezar a trabajar. Mal que bien puedo ver los puntos más débiles de mi trabajo y también los puntos fuertes. La crítica me ayuda a tenerlos en cuenta para lo que estoy haciendo. Prestándole atención a la crítica estoy oyendo a los lectores, pues un crítico no es más que un lector que sabe expresar muy bien sus opiniones.
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[1] El poemario Manglares tiene dos ediciones publicadas (1997 y 2006). La tercera, bajo el sello editorial Alfaguara (Colombia, 2013), salió aproximadamente un año después de nuestro encuentro con Tomás González en Berlín, en otoño del 2012. Cada edición es revisada y por lo tanto diferente en cuanto a los poemas que incluyen.
[2] El libro de cuentos El lejano amor de los extraños se publicó en noviembre del 2012 y la novela Temporal en septiembre del 2013, ambos por Alfaguara (Colombia).
[3] Protagonista de la novela La Vorágine (1924) del escritor colombiano José Eustasio Rivera (1888-1928).
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