CARTA DE MARIO MENDOZA. RECUERDO DE TOMÁS GONZÁLEZ
30 de noviembre de 2009
¿QUÉ SENTIDO TIENE ESCRIBIR HOY?
Mario Mendoza, autor de Satanás, Buda Blues y Pago de sangre es uno de esos escritores admirables que escriben por placer y cuyos libros, todos, o por lo menos los que he leído, son estremecedores, escritos con rudeza, a veces incluso con descuido. Su fuerza está en lo que cuenta, no en cómo lo cuenta. Conocí a Mario en Medellín y congenié con él. Es difícil encontrar en la insoportable fauna de los escritores a un escritor modesto e interesado en los demás. Mario es esa rara avis. Acabo de recibir una carta suya que quiero compartir con mis visitantes (aclaro que Mario autorizó su publicación).
Marco Tulio, yo cada vez creo más en que no hay que preocuparse por el mundo de las publicaciones, la crítica y demás. Nosotros nunca podremos controlar ese universo, que, en gran medida, está regido por el mercado, es decir, por el capitalismo. La belleza no tiene nada que ver con eso. Los ritmos de la oferta y la demandan están muy lejos de la estética. Así que lo mejor es seguir camellando a fondo sin preocuparnos por eso. Yo incluso estoy preparado todos los días para retirarme, para en algún momento dado no publicar más. Si las editoriales algún día me cierran las puertas, quizás me hagan un favor. Seguiré leyendo y escribiendo por el simple placer de vivir allá, adentro, en los libros, donde la realidad siempre es más reveladora. Así que, cuando llegue, bienvenidos sean la lejanía y el silencio.
La carta anterior me recuerda una conversación que tuve con el escritor colombiano Tomás González en Coney Island. Durante una semana pernocté en su apartamento en Nueva York. Hicimos una caminata a la orilla de la playa. Tomás, que es un hombre tan modesto como Mario, y extremadamente solitario, me decía que a él poco le interesaba publicar. Que lo suyo era escribir y que su felicidad consistiría en escribir una novela interminable, que lo mantuviera ocupado el resto de la vida. Tomás regresó a Colombia y vive en Chía, localidad cercana a Bogotá. Poco se sabe de él. Sus novelas son sencillas, profundas y conmovedoras. Otro testimonio semejante he recibido de un querido amigo escritor cubano, Félix Luis Viera, que leyó las notas anteriores y escribió en un breve texto:
MT: Coño, terrible las conclusiones de estos dos escritores colombianos, lo peor de todo es que tienen razón. Últimamente he recibido observaciones semejantes de otros escritores compatriotas míos.
30 de noviembre de 2009
¿QUÉ SENTIDO TIENE ESCRIBIR HOY?
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TOMÁS GONZÁLEZ |
Marco Tulio, yo cada vez creo más en que no hay que preocuparse por el mundo de las publicaciones, la crítica y demás. Nosotros nunca podremos controlar ese universo, que, en gran medida, está regido por el mercado, es decir, por el capitalismo. La belleza no tiene nada que ver con eso. Los ritmos de la oferta y la demandan están muy lejos de la estética. Así que lo mejor es seguir camellando a fondo sin preocuparnos por eso. Yo incluso estoy preparado todos los días para retirarme, para en algún momento dado no publicar más. Si las editoriales algún día me cierran las puertas, quizás me hagan un favor. Seguiré leyendo y escribiendo por el simple placer de vivir allá, adentro, en los libros, donde la realidad siempre es más reveladora. Así que, cuando llegue, bienvenidos sean la lejanía y el silencio.
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E.A. Parra, Elmer, Mario Mendoza, MT en Medellín |
La carta anterior me recuerda una conversación que tuve con el escritor colombiano Tomás González en Coney Island. Durante una semana pernocté en su apartamento en Nueva York. Hicimos una caminata a la orilla de la playa. Tomás, que es un hombre tan modesto como Mario, y extremadamente solitario, me decía que a él poco le interesaba publicar. Que lo suyo era escribir y que su felicidad consistiría en escribir una novela interminable, que lo mantuviera ocupado el resto de la vida. Tomás regresó a Colombia y vive en Chía, localidad cercana a Bogotá. Poco se sabe de él. Sus novelas son sencillas, profundas y conmovedoras. Otro testimonio semejante he recibido de un querido amigo escritor cubano, Félix Luis Viera, que leyó las notas anteriores y escribió en un breve texto:
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FÉLIX LUIS VIERA |
MT: Coño, terrible las conclusiones de estos dos escritores colombianos, lo peor de todo es que tienen razón. Últimamente he recibido observaciones semejantes de otros escritores compatriotas míos.
UNA PAGINA DE SIN
MASCARA FRENTE AL ESPEJO. (PAG 1017). Tras la publicación de Doctor Amóribus y El sentido de la melancolía, me espera la corrección de esta monstruosidad de novela, con lo que habré concluido El libro de la vida...
Hoy 13 de octubre
de 2012, a las 6: 49 de la tarde terminé, con enorme alivio, la lectura de El
mal de Montano de Vila-Matas, el insufrible. Más allá de las sensaciones y
razonamientos
que me
produjo durante varios días el libro (la novela, más bien: una especie de
itinerario de lecturas, plagado de citas textuales, en general subrayables)
poco me queda: el libro podría reducirse a la siguiente frase: la historia de
la humanidad es el relato hecho carne del gradual extinguirse del espíritu. Un
Hegel al revés. Entendí: 1, que Vila-Matas anticipó mi proyecto de Sin máscara
frente al espejo 2, que uno escribe para escribir y que eso es lo único que a
uno como escritor le importa 3, que el matrimonio es un yugo y una cadena de la
cual el escritor trata de escapar toda la vida 4, que en realidad uno siempre
termina escribiendo un diario 5, que uno, si quiere ser un escritor, y serlo a
fondo, sin piedad y sin aliento, no tiene otra alternativa que ser la medida de
todas las cosas 6, y que si no lo fuera, se dedicaría a otro oficio. Y a otra
cosa. Entrevista a mi amigo el novelista Tomás González: me entero que vive
lejos del mundo, aislado, cerca del pueblo de Cachipay, al lado de un torrente
de agua salvaje y cristalina, con tres perros, varios gatos y gansos, que su
mujer, Dora, ya no vive con él, que Tomás ahora tiene por compañera a una
campesina muy morena y muy paciente, que a dos de sus hermanos los asesinaron,
que tiene gran éxito literario (El nuevo García Márquez, se titula, con muy
poca originalidad, la entrevista en la revista El Gatopardo) y que sus novelas
las han traducido a varios idiomas, me entero también que no quiere ver a nadie
y que se ha armado de una filosofía de vida que le permite comprender con una
sonrisa oriental la muerte, al violencia, la desgracia de vivir en un país como
Colombia, donde suceden a diario las cosas más atroces. Hoy vi en la calle la
siguiente escena: una mujer estuvo a punto de atropellar a un muchacho que
atravesaba una avenida con aire soñador; la mujer se bajó de su brillante
camioneta de esposa de nuevo rico, se plantó frente al muchacho y comenzó a
proferir los insultos más atroces; el muchacho le recetó un puñetazo en pleno
hocico, que la dejó sentada en el arroyo; los que asistimos a la escena no
quisimos intervenir: el muchacho se alejó caminando tranquilamente: poco faltó
para que le aplaudiéramos. Hay en el anterior párrafo una especie de espíritu
que me gustaría fuera el estribillo, leit motiv o razón o guía de ruta de todo
lo que estoy escribiendo: pasar de un tema a otro, de una escena a otra, de un
razonamiento a otro, sin transición: movido apenas por la contigüidad de las
caprichosas descargas eléctricas que recorren mis redes neuronales.
Es un día espléndido. Dos hombres recorren los
vericuetos del Central Park tomados de las manos. Me veo caminando por
Greenwich Village. Luego desde la calle 59 hasta el Ferry que sale rumbo a la
Estatua de la Libertad. Seguí todo Broadway, sin saber ni querer saber si iba
para el norte o para el sur, hasta que topé con la terminal del Ferry y supe
dónde estaba. Luego subí por Water Street y llegué a China Town, atravesé
Little Italy y llegué a la Trece. Una caminata de más de 10 kilómetros. Llevaba
poco dinero y por eso ahorré. La idea es comprar lo básico el último día. Mi
deseo es recorrer de norte a sur y de este a oeste todo Manhattan. Me interesa
más la gente que los museos. Del Metropolitan salí con una certeza: el siglo
XX, comparado con el XIX y con otros siglos, es un desastre. Se salvan dos o
tres pintores y escultores. El resto es desechable. "Lo que pasa es que
tenemos el vicio de la narración. No podemos ver más allá", dice Tomás
González, "perdimos la capacidad de contemplar con deleite el mundo".
Tomás es un verdadero monje. Se levanta a las seis de la mañana, escribe su novela. Desayuna. A las 11 sale a correr. Se baña, trabaja en sus traducciones y en sus artículos. Duerme una siesta. Por la tarde sigue trabajando en la computadora. A las ocho de la noche llega su mujer. Piden a un restaurante que les manden la cena. Ven media hora televisión, noticias. Se acuestan a leer. A las 11 ya están dormidos. Tomás casi nunca sale de la casa si no es forzado por su mujer. Detesta las fiestas y las visitas. Con los invitados que llegan a esta casa es suficiente. "Los invitados y mi familia son mi vida social. La parte inevitable de la vida", dice. "Si pudiera vivir solo en un cuarto, lo haría y únicamente saldría a ver el mar una vez al mes".
En el Metroplitan sólo vi un cuadro de un mexicano. Ninguno de un colombiano. Es frecuente estar hablando en inglés y de pronto darse cuenta de que los dos hablantes son latinoamericanos y seguir hablando en español. Los hindúes, los chinos, los japoneses han aprendido a negociar en español. Se ven muchos vagos que duermen en los parques. Forman grupos o asociaciones de borrachines o drogadictos o vagabundos extranjeros. Lo que es inegable es que hay una gran libertad. Es anticonstitucional pedir documentos. New York es una ciudad abierta al mundo. Aquí no es tan obvio como en otras partes el odio racial.
Caminando por el centro financiero de Manhattan veo a un grupo de negros vestidos como Kalimán, un personaje de caricatura mexicana. Están en torno a un latino que esgrime un cuadro de Cristo y vocifera: "¡Vean a este marica! Este no es Dios y ¿saben porqué..? Porque Dios era negro, negro, lo oyen". Yo soy el único espectador. Se dirige a mí pero grita como alienado. Luego intenta probar con ayuda de la Biblia que Dios era negro y lo hace con unas trampas risibles. "Miren, aquí dice que Cristo tenía los pies verdes como el pasto. Pero eso quiere decir que tenía los pies negros. Y el que tiene pies negros tiene cara negra, hermanos. Miren, Cristo no es como esos homosexuales de gabardina y traje que ven pasar por esta calle". Señala a los ejecutivos que pasan indiferentes. "Dios era negro y aquí en la Biblia dice que Cristo tenía los ojos rojos. ¿Saben por qué? Porque tomaba vino. Y a los borrachos se les ven los ojos rojos. Cristo fumaba marihuana, ¿saben?"
Finalmente me alejo. Ellos siguen gritando. Nadie se detiene a escucharlos. A mi paso por las calles he entrado a dos o tres sex shops. Hay todo lo imaginable. En casetitas de 2 metros cuadrados los espectadores ven un minuto de película pornográfica por 25 centavos. Videos de masoquismo, sadismo y todos los ismos posibles. Poca gente los visita. La mayoría de los que atienden son chinos, taiwaeses o mexicanos. La revista de moda se llama Barely Legal. Ofrece las primicias visuales de jovencitas que apenas acaban de llegar a los 18. Son muchachas de belleza pasmosa que en vano querría imitar Miguel Angel. Ningún artista humano ha sido capaz de competir con Dios o la naturaleza. Frente a esas bellezas, las que ofrecen Cot, Corot o Bougereau son pollos congelados. La disponibilidad abierta de pornografía produce una especie de anestesia o desinterés. En la televisión por canal se puede ver a hombres masturbándose.
NY enloquecido por el triunfo de los Yankees en la serie mundial. Hago un rápido viaje al Metropolitan a comprar afiches de Pierre Auguste Cot y un libro de postales de Bougereau. Mi idea es usar un cuadro de Bougereau para la portada de Juegos de la imaginación, que es una selección de mis cuentos exclusivamente eróticos, libro que todavía está en proceso de negociación. Compro dos mochilas de cuero para mis hijos por 20 dólares cada una. Camino por Broadway, atravieso Chinatown y Little Italy de nuevo. Camino tanto que termino lesionándome una pantorrilla y sin embargo sigo caminando. Avanzo cojeando. Invito a Tomás y a su esposa a cenar en restaurant ucraniano. Yo pago la cuenta y veo volar los últmos dólares que gané con la venta de mis libros.
Un trasero por diez dólares
De mis caminatas por Manhattan no queda casi nada para escribir. Todo se reduce al gozo de la experiencia, al placer visual, al sentimiento de que estoy en una ambiente diferente al mío. En ocasiones pienso que sería muy fácil escapar de Xalapa e instalarme en Nueva York, pero luego se me ocurre que habría muchos inconvenientes. De todos modos me hago el propósito de investigar la posibilidad de hacer un doctorado en la Universidad de Columbia, como pretexto para instalarme aquí.
De mi regreso a Xalapa me consuela la idea de que ya estoy conectado a internet y ello me pone en el mundo sin necesidad de salir del pueblo donde recibo el cheque que sostiene a mis hijos mientras crecen. En Nueva York se reúne el mundo entero. Investigo precios en un hotel del Soho: 48 dólares por dos personas.
Este tiempo de libertad, mientras mi esposa se ocupa de la casa, es muy importante. Investigo en una librería. De todos mis libros sólo tienen dos ejemplares de la vieja edición de Cuentos para después de hacer el amor que hizo la Oveja Negra en Colombia. No importa. Si no soy rico ni famoso, por lo menos soy feliz. Recorriendo las salas del Metropolitan dedicadas a Corot he apreciado algo que ya sabía: las mejores obras son las que se hacen en el anonimato. Cuando llegan la fama y la fortuna casi todos los artistas comienzan a producir en serie o simplemente se callan. También aprendí esto: que a los artistas que no son genios sólo les es dado producir dos o tres obras perdurables.
Visita al Museo de Ciencias Naturales. Es la mejor historia de la humanidad que se pueda imaginar. Meteoritos del tamaño de un elefante, imaginarlos volando por el espacio. La infinitud de los elementos y los metales. La presencia casi viva de los homínidos, desde Lucy, el primer esqueleto femenino bien conservado, hasta los hombres de las cavernas. Un recorrido por el Amazonas. Los diversos tipos de bosques y selvas reproducidos a escala natural. Esqueletos de dinosaurios y de reptiles voladores de tamaño inverosímil.
Regresé a pie al apartamento de Tomás por la Octava Avenida. Tras un recorrido por tiendas donde una blusa de seda china cuesta 600 dólares y un suéter de cachemira 800, se llega a la zona de peep show, donde se puede encontrar toda la pornografía imaginable. Las portadas de los videos a veces son espantosas. Mujeres con el coño ensangrentado siendo apuñaladas mientras tienen cara de éxtasis. En el Hollywood las muchachas desnudas llaman a los clientes para que entren a una casetita por el módico precio de un dolar. Ya allí se abre una ventanita y aparece la muchacha elegida. Yo escogí a un criatura hermosa, en la que no vi el gesto abyecto, calculador o aburrido de las otras. Estaba en el cuarto totalmente desnuda y lo compartía con otra artista del sexo que le estaba dando el espectáculo a otro tipo asomado en una ventanita situada al lado opuesto de donde yo estaba. What do you want from me?, preguntó. No supe qué responderle pues en realidad yo no sabía lo que quería de ella. Tal vez solamente rendirle culto a la experiencia, como decía la polaca Casha. Le pregunté su nacionalidad. Dijo que italiana. Luego me urgió. Qué era lo que yo quería de ella. What do you have for me?, preguntó. Esto era sin duda una obvia solicitud de dinero. Se frotó los dedos pulgar e índice de la mano derecha e insistió. What do you have for me? Le respondí que ya había pagado mi dolar y la verdad es que no pensaba pagar más. Finalmente cedí. Busqué en la oscuridad mi billetera. Tenté los billetes y rogué para que saliera uno pequeño. Se lo entregué. Miró con desprecio el billete. Era de diez dólares. I am going to dance for you. Eso dijo. Me dio la espalda, se agachó, me enseñó el trasero y la ventanita se cerró. Ver un culo italiano por diez dólares, dije con resignación, saliendo de nuevo a la Octava.
Seguí caminando. Una tras otra se alinean las sex shops, con artículos para fetichistas y películas en apartados: con actrices gordas, con ancianas, con negras, con orientales, con sádicos y masoquistas. El olor característico de estos sitios es una mezcla de látex húmedo, orines, papel higiénico y cigarro en orinal. Encontré uno de esos sitios clausurado "por prácticas sexuales peligrosas para la salud."
Es triste ver a mexicanos e hispanos sometidos a trabajos humillantes como repartir papeletas de propaganda que nadie quiere, o estar todo el día bajo la lluvia repitiendo dolar, dolar. El espectáculo de los edificios es imponente. Se forman largos corredores de rascacielos por los que el sol casi no entra. Imagina uno que aquellos corredores son como inmensos cañones creados por el hombre, de las dimensiones del Cañon del Colorado o del Cañon del Sumidero.
De este viaje a New York me quedan los rostros de la muchacha árabe que me vendió las mochilas para mis hijos: unos ojos profundos, negros, sonrientes y con una agradabilísima expresión de simpatía y aprecio. Me queda la mirada despectiva de la desnudista italiana. También la conciencia de mi pequeñez y anonimato y el aprecio por lo poco que tengo. Hoy invité a mis anfitriones a un restaurante italiano. Los dólares vuelan y apenas me queda para el taxi de regreso al aeropuerto.
Tomás es un verdadero monje. Se levanta a las seis de la mañana, escribe su novela. Desayuna. A las 11 sale a correr. Se baña, trabaja en sus traducciones y en sus artículos. Duerme una siesta. Por la tarde sigue trabajando en la computadora. A las ocho de la noche llega su mujer. Piden a un restaurante que les manden la cena. Ven media hora televisión, noticias. Se acuestan a leer. A las 11 ya están dormidos. Tomás casi nunca sale de la casa si no es forzado por su mujer. Detesta las fiestas y las visitas. Con los invitados que llegan a esta casa es suficiente. "Los invitados y mi familia son mi vida social. La parte inevitable de la vida", dice. "Si pudiera vivir solo en un cuarto, lo haría y únicamente saldría a ver el mar una vez al mes".
En el Metroplitan sólo vi un cuadro de un mexicano. Ninguno de un colombiano. Es frecuente estar hablando en inglés y de pronto darse cuenta de que los dos hablantes son latinoamericanos y seguir hablando en español. Los hindúes, los chinos, los japoneses han aprendido a negociar en español. Se ven muchos vagos que duermen en los parques. Forman grupos o asociaciones de borrachines o drogadictos o vagabundos extranjeros. Lo que es inegable es que hay una gran libertad. Es anticonstitucional pedir documentos. New York es una ciudad abierta al mundo. Aquí no es tan obvio como en otras partes el odio racial.
Caminando por el centro financiero de Manhattan veo a un grupo de negros vestidos como Kalimán, un personaje de caricatura mexicana. Están en torno a un latino que esgrime un cuadro de Cristo y vocifera: "¡Vean a este marica! Este no es Dios y ¿saben porqué..? Porque Dios era negro, negro, lo oyen". Yo soy el único espectador. Se dirige a mí pero grita como alienado. Luego intenta probar con ayuda de la Biblia que Dios era negro y lo hace con unas trampas risibles. "Miren, aquí dice que Cristo tenía los pies verdes como el pasto. Pero eso quiere decir que tenía los pies negros. Y el que tiene pies negros tiene cara negra, hermanos. Miren, Cristo no es como esos homosexuales de gabardina y traje que ven pasar por esta calle". Señala a los ejecutivos que pasan indiferentes. "Dios era negro y aquí en la Biblia dice que Cristo tenía los ojos rojos. ¿Saben por qué? Porque tomaba vino. Y a los borrachos se les ven los ojos rojos. Cristo fumaba marihuana, ¿saben?"
Finalmente me alejo. Ellos siguen gritando. Nadie se detiene a escucharlos. A mi paso por las calles he entrado a dos o tres sex shops. Hay todo lo imaginable. En casetitas de 2 metros cuadrados los espectadores ven un minuto de película pornográfica por 25 centavos. Videos de masoquismo, sadismo y todos los ismos posibles. Poca gente los visita. La mayoría de los que atienden son chinos, taiwaeses o mexicanos. La revista de moda se llama Barely Legal. Ofrece las primicias visuales de jovencitas que apenas acaban de llegar a los 18. Son muchachas de belleza pasmosa que en vano querría imitar Miguel Angel. Ningún artista humano ha sido capaz de competir con Dios o la naturaleza. Frente a esas bellezas, las que ofrecen Cot, Corot o Bougereau son pollos congelados. La disponibilidad abierta de pornografía produce una especie de anestesia o desinterés. En la televisión por canal se puede ver a hombres masturbándose.
NY enloquecido por el triunfo de los Yankees en la serie mundial. Hago un rápido viaje al Metropolitan a comprar afiches de Pierre Auguste Cot y un libro de postales de Bougereau. Mi idea es usar un cuadro de Bougereau para la portada de Juegos de la imaginación, que es una selección de mis cuentos exclusivamente eróticos, libro que todavía está en proceso de negociación. Compro dos mochilas de cuero para mis hijos por 20 dólares cada una. Camino por Broadway, atravieso Chinatown y Little Italy de nuevo. Camino tanto que termino lesionándome una pantorrilla y sin embargo sigo caminando. Avanzo cojeando. Invito a Tomás y a su esposa a cenar en restaurant ucraniano. Yo pago la cuenta y veo volar los últmos dólares que gané con la venta de mis libros.
Un trasero por diez dólares
De mis caminatas por Manhattan no queda casi nada para escribir. Todo se reduce al gozo de la experiencia, al placer visual, al sentimiento de que estoy en una ambiente diferente al mío. En ocasiones pienso que sería muy fácil escapar de Xalapa e instalarme en Nueva York, pero luego se me ocurre que habría muchos inconvenientes. De todos modos me hago el propósito de investigar la posibilidad de hacer un doctorado en la Universidad de Columbia, como pretexto para instalarme aquí.
De mi regreso a Xalapa me consuela la idea de que ya estoy conectado a internet y ello me pone en el mundo sin necesidad de salir del pueblo donde recibo el cheque que sostiene a mis hijos mientras crecen. En Nueva York se reúne el mundo entero. Investigo precios en un hotel del Soho: 48 dólares por dos personas.
Este tiempo de libertad, mientras mi esposa se ocupa de la casa, es muy importante. Investigo en una librería. De todos mis libros sólo tienen dos ejemplares de la vieja edición de Cuentos para después de hacer el amor que hizo la Oveja Negra en Colombia. No importa. Si no soy rico ni famoso, por lo menos soy feliz. Recorriendo las salas del Metropolitan dedicadas a Corot he apreciado algo que ya sabía: las mejores obras son las que se hacen en el anonimato. Cuando llegan la fama y la fortuna casi todos los artistas comienzan a producir en serie o simplemente se callan. También aprendí esto: que a los artistas que no son genios sólo les es dado producir dos o tres obras perdurables.
Visita al Museo de Ciencias Naturales. Es la mejor historia de la humanidad que se pueda imaginar. Meteoritos del tamaño de un elefante, imaginarlos volando por el espacio. La infinitud de los elementos y los metales. La presencia casi viva de los homínidos, desde Lucy, el primer esqueleto femenino bien conservado, hasta los hombres de las cavernas. Un recorrido por el Amazonas. Los diversos tipos de bosques y selvas reproducidos a escala natural. Esqueletos de dinosaurios y de reptiles voladores de tamaño inverosímil.
Regresé a pie al apartamento de Tomás por la Octava Avenida. Tras un recorrido por tiendas donde una blusa de seda china cuesta 600 dólares y un suéter de cachemira 800, se llega a la zona de peep show, donde se puede encontrar toda la pornografía imaginable. Las portadas de los videos a veces son espantosas. Mujeres con el coño ensangrentado siendo apuñaladas mientras tienen cara de éxtasis. En el Hollywood las muchachas desnudas llaman a los clientes para que entren a una casetita por el módico precio de un dolar. Ya allí se abre una ventanita y aparece la muchacha elegida. Yo escogí a un criatura hermosa, en la que no vi el gesto abyecto, calculador o aburrido de las otras. Estaba en el cuarto totalmente desnuda y lo compartía con otra artista del sexo que le estaba dando el espectáculo a otro tipo asomado en una ventanita situada al lado opuesto de donde yo estaba. What do you want from me?, preguntó. No supe qué responderle pues en realidad yo no sabía lo que quería de ella. Tal vez solamente rendirle culto a la experiencia, como decía la polaca Casha. Le pregunté su nacionalidad. Dijo que italiana. Luego me urgió. Qué era lo que yo quería de ella. What do you have for me?, preguntó. Esto era sin duda una obvia solicitud de dinero. Se frotó los dedos pulgar e índice de la mano derecha e insistió. What do you have for me? Le respondí que ya había pagado mi dolar y la verdad es que no pensaba pagar más. Finalmente cedí. Busqué en la oscuridad mi billetera. Tenté los billetes y rogué para que saliera uno pequeño. Se lo entregué. Miró con desprecio el billete. Era de diez dólares. I am going to dance for you. Eso dijo. Me dio la espalda, se agachó, me enseñó el trasero y la ventanita se cerró. Ver un culo italiano por diez dólares, dije con resignación, saliendo de nuevo a la Octava.
Seguí caminando. Una tras otra se alinean las sex shops, con artículos para fetichistas y películas en apartados: con actrices gordas, con ancianas, con negras, con orientales, con sádicos y masoquistas. El olor característico de estos sitios es una mezcla de látex húmedo, orines, papel higiénico y cigarro en orinal. Encontré uno de esos sitios clausurado "por prácticas sexuales peligrosas para la salud."
Es triste ver a mexicanos e hispanos sometidos a trabajos humillantes como repartir papeletas de propaganda que nadie quiere, o estar todo el día bajo la lluvia repitiendo dolar, dolar. El espectáculo de los edificios es imponente. Se forman largos corredores de rascacielos por los que el sol casi no entra. Imagina uno que aquellos corredores son como inmensos cañones creados por el hombre, de las dimensiones del Cañon del Colorado o del Cañon del Sumidero.
De este viaje a New York me quedan los rostros de la muchacha árabe que me vendió las mochilas para mis hijos: unos ojos profundos, negros, sonrientes y con una agradabilísima expresión de simpatía y aprecio. Me queda la mirada despectiva de la desnudista italiana. También la conciencia de mi pequeñez y anonimato y el aprecio por lo poco que tengo. Hoy invité a mis anfitriones a un restaurante italiano. Los dólares vuelan y apenas me queda para el taxi de regreso al aeropuerto.
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Con Yoani Sánchez, la bloguera cubana |
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Con Tomás González, autor de tremendas novelas |
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Con Mordzinsky, autor de las mejores fotos de escritores que conozco |
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Para cumplir con las fantasías extravagantes de Mordzinski, corrí vestido en contravía de la maratón de Medellín 2014 |
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De Bougereau |
La historia de Horacio, novela del medellinense (ex niuyorkino y ahora vecino de Bogotá) Tomás González, tiene todo el encanto de la aparente sencillez, de la dificilísima sencillez, que hace que el lector recorra sus páginas como inmerso en una sinfonía familiar, en la que nada del mundo paisa está ausente. Más que costumbrista, de ninguna manera costumbrista, en esta novela se encuentra lo que tienen de universal los paisas: su lenguaje tan gráfico y colorido -pocas veces he hallado tantas “groserías”, malas palabras o insultos, tan bien puestos en un texto: se disfrutan las palabras como se disfrutaría una buena bandeja paisa -no se trata de las pesadas enumeraciones de Carlos Fuentes sino de la correcta colocación de estos exabruptos, lo que los convierte en cristalizaciones de vida. Las situaciones, los personajes, la comida, la vegetación, el amor a los animales, la transición de lo rural a lo urbano y del burro al avión, todos ellos sirven de marco a esta historia de Horacio, un hombre de edad avanzada que se aproxima entre angustias sin fin a la muerte sin saberlo y que mientras tanto disfruta de sus manías, del amor a su esposa y que vive en medio de una gran familia con muchas mujeres, hermanos, sobrinos, todos viviendo simultáneamente en un sorprendente equilibrio, en el que el autor en ningún momento pierde el control. El placer que poporciona esta novela es que nos lanza a la intimidad de una multitud de seres y nos hace vivir sus pequeños deleites, sus dramas y sus sueños, sin que en ningún momento el lector sienta la grandilocuencia de la novela, la epopeya, los efectos maravillosos, los trucos cinematográficos: todo es sencillo, elemental y sorprendente, con un brillo cristalino que sólo puede dar la verdad. Una verdad conseguida a golpe de trabajo y gracias al don de la poesía que disfruta Tomás González y también a una actitud verdaderamente ejemplar ante la vida: Tomás ha escrito sin prisa, sin ambiciones inmediatas, con paciencia de alquimista, esta novela deliciosa, exquisita digna de cualquier elogio. Uno se pregunta cuál es el encanto de esta novela en la que no pasan muchas cosas (se compra un Volkswagen, luego es el vehículo es decomisado y y después es regresado a su dueño, crecen los terneros en los vientres de las vacas, Horacio avanza hacia la muerte) y no halla otra respuesta que ésta: el brillo de la percepción omnisciente del narrador (todo lo ve, lo sabe, lo describe con luz) le ofrece al lector una perspectiva privilegiada de un mundo conocido, pero que se nos va escapando de las manos por la turbiedad (la limitación) de nuestra percepción y por la móvil turbulencia de estos tiempos. Es pues el ojo de Tomás González el que nos hace disfrutar de este mundo paisa y universal. Indagando en el método de la escritura: entre el movimiento de bajar una escalera e ir a buscar unos calzones al tendedero y el de regresar al baño, se desarrollan gran cantidad de eventos: es el habilísimo manejo del tiempo, a través de los ojos de un personaje que mira los instantes epifánicos (no hay que despreciar las enseñanzas que Joyce haya podido dejar en Tomás González, pero tampoco despreciar la idea de que hasta ahora en español no se han logrado los efectos que logró Joyce en Ulises: tal vez ahí yace el encanto de la prosa de esta novela: en una apropiación totalmente natural de una técnica omniabarcante). Sigo preguntándome, cuál es el encanto de esta novela. Y encuentro una respuesta provisional: por una parte, los personajes, tan bien trazados, tan dignos de ser amados, pincelados sin descripciones morosas, solo por sus actos y por algún rasgo espiritual o físico; por otra parte, la capacidad para cambiar de foco, romper el relato y de pronto mencionar el canto de un sinsonte, la acumulación de una tormenta en el cielo; por otra, la capacidad poética de seleccionar imágenes fulgurantes, que entran en la novela con absoluta naturalidad. La narración del alumbramiento de la vaca Estrella es una obra diestra, una especie de sinfonía del nuevo mundo, contrapunteada por otras diez o veinte historias de seres humanos padeciendo y el doctor Eladio corriendo entre la vaca con el ternero atravesado, la zarca con su ataque de asma y los diez pacientes de muerte que se acumulan en el consultorio. Lo de la reproducción del lenguaje es una maravilla: Tomás rescata las joyas, las innovaciones del lenguaje, creadas por los paisas (Contame, pues, hombre, Carlina/Doblehijueputa/cagada vida/
Publicado 12th September 2011
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Una hermosa foto de Héctor Darío Vicario |
Y
a otra cosa. Entrevista a mi amigo el novelista Tomás González: me entero
que vive lejos del mundo, aislado, cerca del pueblo de Cachipay, al lado de un
torrente de agua salvaje y cristalina, con tres perros, varios gatos y gansos,
que su mujer, Dora, ya no vive con él, que Tomás ahora tiene por compañera a
una campesina muy morena y muy paciente, que a dos de sus hermanos los
asesinaron, que tiene gran éxito literario (“El nuevo García Márquez”, se
titula, con muy poca originalidad, la entrevista en la revista El Gatopardo) y
que sus novelas las han traducido a varios idiomas. Me entero también que no
quiere ver a nadie y que se ha armado de una filosofía de vida que le permite
comprender con una sonrisa oriental la muerte, al violencia, la desgracia de
vivir en un país como Colombia, donde suceden a diario las cosas más
atroces.
Y a
otra cosa. Hoy vi en la calle la siguiente escena: una mujer estuvo a punto de
atropellar a un muchacho que atravesaba una avenida con aire soñador; la mujer
se bajó de su brillante camioneta de esposa de nuevo rico, se plantó frente al
muchacho y comenzó a proferir los insultos más atroces; el muchacho le recetó
un puñetazo en la jeta, puñetazo que la dejó sentada en el arroyo; los que
asistimos a la escena no quisimos intervenir: el muchacho se alejó caminando
tranquilamente: poco faltó para que le aplaudiéramos. Hay en el anterior
párrafo una especie de espíritu que me gustaría fuera el estribillo, leit motiv
o razón o guía de ruta de todo lo que estoy escribiendo: pasar de un tema a
otro, de una escena a otra, de un razonamiento a otro, sin transición: movido
apenas por la contigüidad de las caprichosas descargas eléctricas que recorren
mis redes neuronales.
"Existen dos
maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra
serlo", Sigmund Freud.
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Tomás González |
Noticia: Padre y tío violaban a niña de
doce años. (Alcalorpolítico).
Hice una especie de boletín para guiar
al inexperto reportero de cultura de El
Espectador, que me va a hacer una entrevista (entrevista que busqué,
naturalmente). Firmé el boletín con el nombre de la subdirectora de la editorial que está
publicando mis libros desde hace cuatro años.
Sé que soy egoísta, impío, poco
solidario, no me importa el dolor ajeno. Soy un tipo difícil, casi
insoportable. El día de mi pasado cumpleaños nadie me llamó, nadie se acordó de
mí. En casa LL casi me obligó a aceptar un pequeño pastel con una vela. No hubo
invitados. Mi carácter antisocial tal vez me obligue a de
mi casa y comenzar a vivir solo, en un apartamento, viendo avanzar la carcoma
de los años y luchando contra ella tozudamente: básquet hasta que mis rodillas
aguanten (tengo condromalasia y me da pereza explicarla) y natación hasta que
escuetamente no pueda manejar mi propio auto para ir a la piscina.
Bogotá, 2010. En Bogotá he sido recibido por los grandes
editores (Planeta, Random House-Mondadori, Alfaguara) con diversos grados de
entusiasmo: desde la cortés y breve recepción de la colombiana que está al
frente de Planeta, pasando por la paciente y atenta atención de la
argentina que dirige Alfaguara, hasta llegar a la entusiasta, bien informada y
ostensible complicidad del director de Random House- Mondadori, que me pareció
lo más cercano a un buen lector, un hombre ilustrado y con don de gentes. Ante
todos ellos hice una exposición de motivos por los cuales es conveniente
publicar mis libros. A cada uno de di un dossier sobre cada obra.
Es cuestión de esperar. Ni optimismo ni
pesimismo. Todo, todo me da lo mismo. Lo mío es escribir. Mi mundo solipsista.
Leo ahora La luz difícil de Tomás González, el bueno, el sobrio,
el triste, en cuyo apartamento en Nueva York pernocté casi un mes hace diez o
doce años.
Tomás González: el encanto de la sencillez
aplicado a contar (revivir) una vida sombría: muerte, vejez, enfermedad,
parálisis. Tiene gran éxito en Alemania (dicen) y vive lejos del mundo en Cachipay,
un pueblito alejado de la civilización, tras la dolorosa enfermedad de
su esposa y de la muerte uno de sus hijos.
La novela, la buena novela (para mí) debe
tener una dosis adecuada de prosaiquismo, de elementalidad. He llegado a la
página 966 esta novela que tengo en proceso.
Un aforismo de mi gurú Maracuyá:
El matrimonio es el castigo que se
asigna a los que alguna vez se amaron.
Tendré que hablar sobre mi gurú.
Una pregunta lanzada en Facebook por Luis H. Aristizábal, el más célebre twitero de Colombia, desencadenó una polémica que fue alimentada arteramente y cum grano salis por una afirmación mía sobre la calidad de mi literatura.
Una
pregunta interesante: a partir de ayer, ¿cuál es el mejor escritor colombiano,
vivo?
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Alfredo Duran Tomás Gonzáles
Julieta Solincêe
¡Tomás González!
Luis H. Aristizabal Jajajajaja!
DIego LOndoño
Lo dije en serio. Siempre es un gusto leerte.
Luis H. Aristizabal Lo sé, Diego y se agradece la intención a pesar de
la desmesura.
Marco Tulio Aguilera La respuesta es obvia, Luis: yo soy el mejor por
cantidad y calidad, además por ser campeón master de natación en México.
Andrés Mauricio Muñoz Chaparro Tomas González, Evelio Rosero y el maestro Burgos
Cantor se disputan ese sitio.
Gemay
Torres Salazar Fernando Cruz Kronfly.
Marco Tulio Aguilera Fernando no se entiende a sí mismo
Caracol Tigre Estamos graves...
Julieta Solincêe
Se había demorado el ego de Aguilera Garramuño en manifestarse, ego que poco
entiende de lutos, pero si de vanidades tontas.
Marco Tulio Aguilera Tomás es elemental, Evelio es irregular, Burgos es
confuso.
Gemay
Torres Salazar Me gustaría que expresara sus razones más claras,
son muy flojas.
Marco Tulio Aguilera No existe escritor sin ego, sólo que la mayoría
son hipócritas: yo soy naturalito.
Marco Tulio Aguilera Tendría es escribir un ensayo y en FB los ensayos
aburren. Si me piden el nombre del mejor escritor colombiano diría William
Ospina.
Esteban Hincapié Barrera Luis Fayad
Julieta Solincêe
No existe ser humano sin ego, pero es obvio que para escribir como Tomás, por
ejemplo, se necesita de una humildad y sutilieza que un nadador que ha
insistido en vivir resentido a la sombra de GGM, no tiene. Y que pesar porque
malo malo no es.
Marco Tulio Aguilera Fayad es un mediocre: su mejor novela está mal
escrita: los parientes de Ester. Además es corrupto: fui jurado con él en un
concurso y no había leído nada y quería premiar (y premió) un libro de cuentos
infame en asociación con Suescún que llegaba a las deliberaciones borracho.
Gemay
Torres Salazar Pues hombre, con mucho respeto, pero para sostener
lo que dice sería bueno que lo escribiera; en Colombia hay muchos medios que lo
podrían publicar. Son supuestos sin una sustentación clara y es mejor leer
razones, no vociferaciones.
Marco Tulio Aguilera Si Julieta hubiera leído mis libros podría hablar,
pero si habla de oidas, como la mayoría, su opinión no vale. Escribir sobre
libros mediocres es una tontería y una pérdida de tiempo. El que haya leído mis
libros, que critique. El que no, que se calle.
Gemay
Torres Salazar Perfecto don Marco Tulio, haré el intento de
conseguir sus textos acá en mi apartado pueblo. Igual, seguiré sosteniendo lo
que digo. Saludos para usted.
Marco Tulio Aguilera Germán: cada quien tiene derecho a tener su
opinión y la puede expresar como quiera. Solo que la mayorías las callan. Yo no
lo acostumbro: de ahi mi mala y mi buena fama.
Julieta Solincêe
Gemay: el discurso de el Maestro Aguilera está basado en hablar mal de los
otros y en disecar cada cumplido que alguna vez le hicieron y ponérselos en la
solapa en cada charla. Y lo que nunca entendió es que si toda esa energía que
sigue botando en autoproclamación y en hablar mal de otros con criticas
autoritarias, la hubiera utilizado en alimentar mejor su imagen, seríamos nosotros
los que estaríamos hablando maravillas de su obra, no él.
Marco Tulio Aguilera Y me parece pertinente la pregunta de Aristizábal.
Valdría la pena discriminar entre buenos escritores y escritores mediocres,
basándose en razones autorizadas. Yo ya tengo mis opciones: Tomás, William,
Rosero.
Marcela Rodriguez Fernando Vallejo y William Ospina.
Julieta Solincêe
Y por cierto, claro que conozco su obra Maestro Aguilera, pero conocí su
discurso también y me decepcionó.
Marco Tulio Aguilera Qué bobada: yo no hablo mal de otros: yo leo y
juzgo su literatura. Lo mío es juicio crítico, no chisme sobre la vida de un
escritor o acatamiento de promociones publicitarias. Y a Julieta le informo que
a mí no me hicieron un juicio positivo hace 35 años, sino que de todos mis
libros ha habido crítica excelente, que puede encontrar en internet.
Marco Tulio Aguilera Me parece que Fernando es legible, pero no un gran
escritor. No ha cuajado ni un solo libro memorable.
Marco Tulio Aguilera Julieta: menciona tres libros de los 30 que he
publicado y a qué discurso te refieres.
Tulio Fernandez Para mí, a pesar de tener una sola novela, la
magnífica Sin remedio, Antonio Caballero es el mejor escritor colombiano vivo
Fernand Medrano-Banquet Yo había comprado la cara idea de que los
escritores no se morían. Pero con el fallecimiento de Gabo, estoy empezando a
creer que me estafaron.
Luis H. Aristizabal A la misma pregunta, en Twitter las opiniones
están muy muy divididas. Han mencionado al menos a quince candidatos al título.
Marco Tulio Aguilera Me retiro: que siga la polémica pero que no hagan
votación como en Libros y Letras, donde todos los parientes votan para premiar
a alguien de la familia
Caracol Tigre Yo no he leído al tal Marco Tulio, pero después de
leer todo esto estaré muy pendiente de los libros con ese nombre para evitar
hacerlo...
Marco Tulio Aguilera La verdad es que no me importa si este señor
Caracol Tigre me lee o no, con ese pseudónimo no creo que haya leído ni el
Catecismo del padre Astete
Gemay
Torres Salazar No Caracol Tigre, la idea es sopesar la obra. Un
autor pasa a la posteridad por su obra, no por sus comentarios. La obra es
perdurable, ella se sostiene solita. Amanecerá y veremos.
Caracol Tigre Creer que la idiotez del autor no afecta al libro,
diga lo que diga el libro, me parece una opinión muy inocente... Y en todo
caso, no es mi opinión.
Harold Trompetero Tomás González por supuesto
Federico Jimenez Rubinstein En Colombia no tienen ni la más puta idea de lo
que ha escrito Garramuño: opinan sin elementos de juicio
Caracol Tigre Tal vez deberíamos dejar de pensar bajo esos
esquemas, en que debe haber un "más grande escritor colombiano vivo",
la sola idea me parece perversa por múltiples
Julieta Solincêe
Federico Jimenez me suena a tan alter-ego de Garramuño y no sé por qué...
Alejandro
Patiño Sánchez Tomás González.
Jess Ar Tomás González.
Isauro Bustos Acosta Fernando Vallejo y/o Juan Gabriel Vasquez
Andrés Mauricio Muñoz Chaparro Juan Esteban lo será, sí señor, de acuerdo por
completo; pero le tocará pelearse ese lugar con Juan Cárdenas, Gerardo Ferro,
Adolfo Ariza, Andrés Felipe Solano, David Betancourt, Luis Miguel Rivas y
Ballesteros. Pero bueno, todo esto es con el ánimo de filosofar sobre el
asunto, porque en realidad cada escritor tiene su público y construye su obra
al margen de cualquier tipo de disputa que a la hora de la verdad resulta una
necedad a la que a veces se entrega el medio literario.
Salomon Kertzman
Jaime Jaramillo Escobar. Fernando Vallejo. Juan Esteban Constain por ahora ha
leido mas de lo que ha escrito.
Andrés Mauricio Muñoz Chaparro Pero eso le pasa a todos ¿no? Imposible escribir
más de lo leído.
Eduar Jaramillo Incluyan a Fernando Cruz Kronfly. Hay que hacer
una lista por lo menos de 20 autores y someterla a discusión. La pregunta por
el mejor implica tener una obra sólida o con un solo libro ya se es, además,
"escritor" da cabida tanto a novelistas, poetas, ensayistas como a
críticos e historiadores. Se debe formular la pregunta de otra manera.
Hernando Urriago Benítez Hernán Hoyos.
Alberto Zelaya Yo, que no solo no soy colombiano y soy pésimo
escritor, pero estoy vivo, si es que todo esta vaina no es más que un sueño.
Constanza Rueda Riaño Colombia cuenta con grandes escritores ! No han
ganado el Nobel, pero los hay muy buenos.
El
exceso en la moderación es perjudicial para la salud.
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