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La diosa perra

marzo 01, 2014

Esta roca, de dimensiones colosales, protege a San Isidro de El General

Donde cuento la celebración pantagruélica en casa del patriarca Barrantes, en San Isidro de El General, en 2010, en la que se celebró mi regreso a la ciudad de mi adolescencia, que andando los años sería el escenario de mi novela Breve historia de todas las cosas.

Luego fuimos a La Georgina, casa histórica patrimonio de Costa Rica, donde hubo una larga filmación, firma pública del libro de visitas ilustres, discursos, una entrevista muy larga con canal 14 y se habló de lo que mi novela representaba para San Isidro, prácticamente un cimiento de la cultura, una de las cosas importantes que habían pasado en 100 años: la fundación del pueblo en 1910, la música de don Alfonso Quesada Hidalgo y mi novela, que proyectó a San Isidro al mundo.
La fundación de San Isidro fue llevada a cabo precisamente por el primer Barrantes, Sergio Barrantes, hombre no sólo vivo sino vivísimo, poseedor de 54 hectáreas de bosque y selva, a cuya casa nos dirigimos. Allí se oficiaría no sólo una cena pantagruélica y una bebeta tremenda, sino una de las escenas más memorables y acaso insoportables de mi vida. En un comedor gigantesco con ventanas monumentales que nos ofrecían el paisaje original más esplendido de palmas, árboles en estado diríase prehistórico, y atrás el rio, el viejo rio en el que hicimos de niños tantas fechorías y deleites, se llevó a cabo una especie de glorificación extrema de Mistercolombias.
Barrantes tenía una cámara digital recién comprada y comenzó a disparar fotos, lo que haría constantemente durante varias horas. Decía, mirando su contador: ya he tomado 60, me faltan 1117, flash, flash, flash: fotografió a L en todas las actitudes, me fotografió a mí y poco faltó para que me siguiera hasta el baño con su cámara con capacidad para tomar 1500 fotos. Pidió que lo fotografiaran conmigo entrelazando los brazos mientras bebíamos de altas copas como si fuéramos novios.
Barrantes tiene 85 años pero una energía de galeote bien alimentado. Su esposa, tan veterana como él, es una mujer dulce, mansa, sumisa. Doña Petrita recordó haber tenido gran amistad con doña Ruth, mi madre.
“A esta casa venía doña Ruth contigo, un muchacho flaco, de brazos y piernas muy largas. Tendrías doce o trece años y no te quedabas quieto ni un instante, te movías para arriba y abajo, hablabas, cantabas y no había forma de hacer que te sentaras quieto”.
Mientras tanto el patriarca Barrantes seguía eufórico, me servía ron con coca, insistía en que L bebiera, pero ella impávida seguía tomando agua. El patriarca le puso un plato con huevos de codorniz frente a L. Este plato exquisito es solo para mi hija—el patriarca había decidido adoptar a L, con quien había intimado desde la fiesta anterior--, los huevos son solo para mi hija, insistía de manera casi infantil.
L comió solo dos huevos, yo me comí el resto, unos veinte, deliciosos, y engullí carne de cerdo por montones. L ni la probó. Solo me miraba beber, comer, posar para las fotos y es como si estuviera diciendo yo te dejo, yo te dejo, nada más te miro.
Todos los concurrentes insistían en demostrar la trascendencia de Breve historia de todas las cosas, su fidelidad al pasado, el carácter de documento de la obra, me hacían preguntas cómo qué se siente ser famoso y yo decía.
-No se siente nada: yo regreso a Xalapa y allá no soy famoso, nadie me pone atención, soy como todos: trabajo, natación, leer, escribir y a veces salir de viaje y disfrutar de estas atenciones…pero generalmente mi vida es como la de cualquier oficinista al que su mujer manda a comprar tortillas.
No faltó quien dijera que mi novela es mejor que Cien años de soledad, y todos apoyaron y trataron de demostrarlo. Yo les dije:
-Mi novela es importante para ustedes porque en ella se ven reflejados y en verdad no importa si es mejor o peor que otra, simplemente es una novela en la que este pueblo se ve reflejado.
 La fiesta se prologó aunque yo estaba al borde del desmayo tras horas y horas de conferencias, entrevistas, traslados, viajes, emociones violentas, encuentros.
Comenzó a llover de nuevo torrencialmente, a las ocho de la noche me puse de pie y dije ya estoy muy cansado, no aguanto mas, y el patriarca dijo no, no otro trago y bueno, otro trago, más fotos, me regaló una hermosa edición de las obras completas de Cervantes en un tomo, me dijo que iba a hacer todo lo posible para traerme a San Isidro para que regresara y me instalara aquí y escribiera la segunda parte de la novela, y me retrato con su nieto Sergititito Barrantes: un muchacho rubio de ojos claros, inteligente, que habla con coherencia e información; menciona a Nietzsche y a Rilke con naturalidad, y me dijo Barrantes:
-Este muchacho, mi nieto, es tu sucesor, este muchacho es el que va a escribir la segunda parte de la Breve historia de todas las cosas.
 Termine la noche mareado, como ayer, con el vientre inflado como un odre lleno de todas las carnes, todos los vinos, todas las frituras, frijoles, arroz con pollo.
Esa noche pude dormir porque estaba agotado. Desde que llegué el martes no he parado ni un segundo, y si puedo escribir es porque me sobra la energía que habitualmente gasto en la natación. Me acuesto a las ocho o nueve de la noche y a las cuatro am ya estoy sin sueño y me encierro en el baño a escribir estas notas apresuradas.

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