Darío Jaramillo Agudelo: Memorias de un hombre feliz

noviembre 08, 2014

Los hombres, los machos –todos los hombres son machos- han tenido frases despectivas, algunas tremendamente ofensivas, contra las mujeres. Recuerdo una de un presocrático: “Monstruos hay en la tierra y en el cielo, pero ninguno comparable a la mujer”. Y dando un enorme salto, recupero una frase muy colombiana de nuestros días: “Mujer que no jode es macho”. 
Hay una novela que descalifica a la mujer y por extensión al matrimonio: La Sonata a Kreutzer de Tolstoi… Tolstoi, a quien no le iba muy bien en el matrimonio y que llevaba un Diario secreto cosido a su chamarra para que no cayera en manos de su esposa, anotó muchísimas frases corrosivas contra la mujer, contra su mujer y contra las mujeres en general. 
La Sonata a Kreutzer es el alegato más vigoroso, despiadado y convincente contra el matrimonio y contra la mujer. Sobre este tema pueden consultar este link http://mistercolombias.blogspot.mx/2011/09/tolstoi-diarios-secretos-misoginia.html 
Tolstoi considera que su esposa es “como una piedra de molino” que lleva atada al cuello, con la cual debe cargar. Fantasea frecuentemente con la muerte de su mujer y de hecho, en su novela más famosa, Ana Karenina, la protagonista termina arrojándose bajo las ruedas de un tren…fantasía muy masculina que cultivan los hombres, particularmente cuando el matrimonio ha pasado de ser un paraíso a un infierno. 
Todo lo anterior era apenas para ambientar el comentario a la novela Memorias de un hombre feliz (Universidad Veracruzana, 2000) del colombiano Darío Jaramillo. En ella la esposa del narrador-protagonista resulta aborrecible. Es posesiva, autoritaria, territorial, manipuladora, implacable, irrefutable, ordenada hasta la obsesión. Memorias de un hombre feliz de Darío Jaramillo Agudelo. Yo diría que es una novela que podría haber escrito Chéjov, muy bien escrita, un alegato feroz contra el matrimonio (como lo es La Sonata a Kreutzer de Tolstoi). Leamos un fragmento diciente: 
Pocos matrimonios están predestinados a que la pareja permanezca unida durante toda la vida de ambos. El fundamento que nuestra cultura ha dado al matrimonio es el amor de la pareja. Se supone que un hombre y una mujer se encuentran en algún momento de su viuda, se miran a los ojos y se enamoran, o uno asedia al otro hasta seducirlo, y en ese momento, libremente, según el discurso habitual, unen sus vidas hasta la muerte. En realidad, están tan embriagados por el deseo, que ignoro como se admite que sean libres y que estén lo suficientemente lúcidos para tomar decisión tan trascendental como definir quién será su compañía para el resto de la vida. 
Hace más de veinte años La muerte de Alec, novela de Jaramillo Agudelo, fue finalista del Premio Jorge Isaacs, en el que fui jurado junto con José Donoso y Johnathan Tittler. En ella ya se mostraba una pluma fina, elegante e incisiva de quien desde entonces se perfilaba como un animal literario neto. Jaramillo ha logrado una alta cristalización en esta nueva novela, que se disfruta de principio a fin (con algunos leves baches: cuando se empantana en una especie de retrato-de-familia resulta –me parece- redundante o improcedente).
El protagonista es un hombre obsesionado por los relojes, y por lo tanto por la precisión, casado con una bruja obsesiva, posesiva, irrefutable, que ocupa todas sus horas en ordenar su casa, la vida ajena y el mundo que la rodea. 
Desde el principio el lector, con quien el narrador-protagonista establece una confianza cercana, casi fraternal o más bien cómplice, define el trayecto y desenlace de la historia, que podría sintetizarse así: cómo terminé de hartarme de mi mujer, cómo la eliminé y cómo alcancé la felicidad. 
Escrita con pulcritud quirúrgica, sin alambicamientos, recurriendo con frecuencia a reflexiones de carácter filosófico y a observaciones bastante agudas sobre la naturaleza humana y particularmente sobre la naturaleza femenina (“Es redundante decir que las mujeres son hábiles para mentir”), plagada de observaciones punzantes, en ocasiones filosóficas convencionales, a veces de carácter irónicamente pedagógico (“ En el mundo actual, nada disimula mejor la estupidez que la riqueza”, “En el ser humano habita una bestia agresiva y cada uno tiene que lidiar con su demonio”) lo que destaca por sobre todo lo demás es el carácter cínico, práctico, en ocasiones amoral del protagonista, que un día toma la decisión de liberarse de su mujer. Llega a esta decisión a partir de razones eminentemente científicas, que tienen que ver con el culto que el hombre le rinde a los relojes, tan certeros y previsibles, tan diferentes a los seres humanos, y particularmente a las mujeres, por completo inexplicables. Hay una frase que yo reseñista repito con frecuencia: las mujeres siempre tienen la razón… y si no la tuvieran habría que dársela… o simplemente abandonarlas o asesinarlas. El lector tiene la opción. No es misoginia. Es sentido práctico.

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