Los farsantes
marzo 23, 2015
Desde hace mucho tiempo tengo la idea
de hacer una especie de tipología de farsantes, en parte para desenmascararlos,
en parte para divertirme, y también porque pienso que son material altamente
literaturizable. Xalapa es un auténtico semillero de farsantes (y naturalmente,
antes de que alguien comience a lanzar pedradas, me incluiré de inmediato entre
los farsantes jalapeños, y espero, me dedicaré a mí mismo una farsantología o
una farsantotomía – ¿cómo llamar a esta tipología de farsantes? Habrá que
meditar.)
En mi tipología de farsantes incluiré en
primera medida a uno de los siete imbéciles —Jalapa no sólo tiene Siete Sabios,
como Grecia, sino Siete Imbéciles—: se trata de un hombre que ocupó un alto
cargo en la vida académica de una muy importante institución universitaria, que
publicó muchos volúmenes de poesías y autoelogios, que recibió más de mil
diplomas, que soñó con el amor a los hombres y practicó el amor a las mujeres y
a la familia, que se mandó hacer su propia estatua, que fue elogiado por una
cáfila de farsantes en segundo grado, y que murió casi convertido en santo,
cuando era en realidad una fichita. Ya muerto comenzaron a inventarle
aniversarios y virtudes. Muy pronto sin duda habrá escuelas y facultades con su
nombre.
Lo verdaderamente
sorprendente de este tipo de farsantes es el hecho de que muchas personas les
siguen el juego, los ensalzan, los hacen
creer que es cierto lo que él mismo cree de sí mismo. La fama de este
tipo de farsantes va creciendo con el tiempo y el hecho de que haya publicado
muchos libros —a costa del erario público y las arcas universitarias, y sin esfuerzo
alguno más que la natural grilla– hace que una gran cauda de analfabetas o
analfabestias funcionales y disfuncionales se vaya poniendo a la cola de los
adoradores hasta convertirlo casi en santo ... cuando en realidad no es más que
un vanidoso sin obra, sin ley y sin nada que decirle al mundo más que retórica.
Alguien dirá que
publicar un libro es ya un logro grande. Claro que sí: cuando ese libro es
resultado de un trabajo serio y propio —no de amanuenses, esclavos, o
intelectualillos vendidos— y cuando ese libro pasó por verdaderas pruebas de
fuego: lectores capacitados, severos, de editoriales acreditadas. Pero cuando
el libro fue escrito por otros, negociado con editoriales corruptas, gestionado
mediante presiones políticas.. pues el libro no vale nada y el autor vale
menos.
No dudo que así,
con base a trabajo ajeno y a grillas, se hayan hecho muchos prestigios y que
esos prestigiosos intelectontos, con el tiempo lleguen a ocupar altos cargos, y
pasando el tiempo, los mencionados farsantes terminen convertidos en estatuas,
y objeto de culto. La gloria de muchos sabios se basa en la estupidez de la
gran mayoría.
Ponerle nombre y
apellido a este farsante sería una tontería. En estos momentos estoy
emprendiendo una tipología, y ella se refiere a todo un grupo de personas que
comparten una virtud farsística.
Pero sin duda los lectores tendrán en la punta de la lengua, temblándole, más de una docena de farsantes que desde el
inicio de su carrera debían tener ya en mente la estatua que les iban a erigir.
Llamemos pues a este tipo de farsantes: Farsantis
estatutuarius.
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