Método práctico para escribir novelas
octubre 01, 2015
EL OFICIO DE ESCRIBIR NOVELAS (II)
Este es el texto de la conferencia que pronuncié en la Sala Carlos Fuentes Lemos de la Biblioteca USBI de la Universidad Veracruzana el martes 22 de septiembre. Quien prefiera escucharla en video puede buscarla en este mismo blog en dos partes. Arriba le puse un título absurdo porque fue lo primer que se me ocurrió y porque ya he pronunciado varias conferencias diferentes con el mismo título.
Esta no es la primera vez que pronuncio una conferencia con
el nombre de “El oficio de escribir novelas”. Ya pronuncié otra, con el mismo
título, en la Universidad de Costa Rica, en la sede de la ciudad de Heredia.
Pronuncié otra, de temática semejante, en la Universidad Nacional de Colombia y
otra en la antigua Escuela para Escritores en la ciudad de Xalapa. Lo que
diferencia la presente conferencia es el hecho de que me voy a centrar en la
diferencia que establezco o descubro entre el oficio de escribir novelas y el
arte de hacerlo. Llamo oficio al trabajo de picar piedra, rascar la tierra, sembrar,
levantar cimientos; y llamo arte al trabajo más bien espiritual de refinar,
pulir, cosechar, buscar la estructura, el sentido. Al arte de escribir novelas
se llega por medio del oficio de vivir, lo que incluye vivir en sentido
estricto –amar, sufrir, trabajar, soportar, envidiar, disfrutar o sepultar afectos
o personas, enfermarse, sanar, odiar, pelear, reconciliarse, etcétera hasta la
muerte-; al arte de escribir novelas se llega aprendiendo a sentir, a buscar
una sensibilidad diferente, aprendiendo a leer la realidad y a cifrarla, a
discriminar lo que es literatura de lo que no lo es. Una de las actividades más
importantes de quien quiere, sospecha o simplemente llega a escribir novelas,
es la de buscar una buena selección de amigos. Por eso es cierto aquello que
dijo Sergio Pitol: uno es lo que lee. La insatisfacción es básica para el buen
novelista. Es difícil escribir una buena novela si uno está satisfecho con la
vida, con la sociedad, con el mundo. Así como las familias felices no tienen
historia (lo dijo Tolstoi en la primera línea de Ana Karenina), podríamos decir que muy pocos escritores felices han
podido escribir buenas novelas. También me atrevería a decir que muy pocas
novelas felices son buenas novelas. En general las tragedias y desdichas son el
mejor caldo de cultivo para las buenas novelas y si lo pensamos bien, las
tragedias, particularmente las griegas, son en realidad novelas dialogadas y
ambientadas.
Vayamos ahora al tema del arte, del
arte de la novela. Allende el oficio de la novela, está el arte de la novela,
que reside, a mi modo de ver en lo que podríamos llamar burdamente el arranque, ese momento en el que tras el
largo y arduo y deleitoso oficio de vivir, el personaje, nuestro personaje, el
escritor en potencia, de pronto siente que hay un átomo original a punto de
explotar como un big-bang, del cual, si nuestro escritor sabe identificar la
iluminación, la inspiración o el coágulo, saldrá un cúmulo de letras, capítulos
o hasta un volumen completo, una especie de hijo todavía informe o deforme, o a
medio hacer, al que luego nuestro escritor primerizo debe pulir, debe buscar
una estructura, un punto de vista, un hijo a medio hacer al que le debe agregar
una mano o un brazo si le falta, o cortar un tercer brazo o un par de cabezas
accesorias. En esta etapa es donde reside, a mi modo de ver el arte de la
novela. Pero hay que aclarar que arte y oficio no están separados, sino que de
alguna manera nacen y crecen juntos. Si los he separado es para poder hablar de
ellos y para explicarme y explicarles, si es que ello es posible, cómo nace,
crece y se culmina una novela. Hay muchas preguntas que ya han respondido los
teóricos sobre la novela y las partes que la constituyen: estructura, espacio,
tiempo, estilo, sentido y a quienes estén interesados en el tema los remito a
un libro elemental, es decir básico, bien escrito, fácil de comprender y de
aplicar: se trata de Aspectos de la
novela, de E.M. Foster, publicado precisamente por nuestra Editorial de la
Universidad Veracruzana.
Según García Márquez hay dos formas
de escribir novelas: como él lo hacía y como lo hace Vargas Llosa. García
Márquez afirmaba que él no pasaba de la primera página a la segunda hasta que
la primera estuviera perfectamente terminada. Y decía que Vargas Llosa escribía
las novelas de principio a fin, sin parase a corregir, sin fijarse en los
detalles; que escribía manuscritos larguísimos y luego cortaba, corregía,
arreglaba otra y otra vez, hasta que quedaba satisfecho. He de decir que no le
creo a García Márquez. Su método se me antoja de carácter divino: tendría que
tener toda la novela prefijada en su memoria. Al final Vargas Llosa tendría en
sus manos diez o doce versiones de la misma novela, mientras que Gabo tendría
sólo una.
Pienso que cada escritor tiene su
propia manera de escribir novelas y que cada novela exige a cada escritor una
actitud y un método diferente. No es fácil escribir una novela en una semana,
pero ha sucedido. Se refiere que Dostoievski, siendo muy joven terminó Las noches blancas en una semana, se la
llevó al mejor crítico de Rusia y éste, tras leerla, lo ungió como novelista
genial. Hay que decir que éste fue un caso excepcional. En general las novelas
exigen años de trabajo, investigaciones, reescrituras, asesorías de otros
lectores y, después de terminadas las obras, es cuando comienza la ordalía de
los escritores para buscarle editor a sus manuscritos.
En mi caso todas las novelas que
escribí me exigieron muchos años de trabajo. Una de ellas, El juego de las seducciones,
ocupó dieciocho años de mi vida. Para escribirla leí incontables libros de
psiquiatría, antropología, filosofía y otras ías, como diría Cortázar. Esta
novela ya es imposible conseguirla, a menos que recurran al catálogo de la
USBI, donde están casi todos mis libros.
La novela se puede decir que fracasó feamente. Cai nadie se ocupó de ella. Es
claro que este tipo de reveses no tiene que ver necesariamente con la mala
calidad de la obra.
Para la novela Agua clara en el Alto Amazonas tuvieron
que confabularse muchas circunstancias. La primera fue conocer
a Pedro Botero, cartógrafo de la Amazonia colombiana, quien en
una fiesta en Bogotá sembró la semilla de una historia de amor entre una
indígena huitota y un explorador. La segunda, fue un viaje que hice por el río
Amazonas. Sufrí por esos años el ataque de una especie de virus que podría
llamarse amazonensis: leí todo lo que encontré sobre el gran río, desde las
crónicas del descubrimiento de Fray Gaspar de Carvajal, hasta novelas,
películas, tratados de todo tipo. De esa
novela terminé por lo menos tres versiones, que hoy me parecen todas
rescatables. Esa novela recibió tres casi
premios : uno en México, otro en España y el tercero en París. Y fueron
tres casi premios porque aunque no los gané, sí fui finalista en
los tres.
Otra novela que requirió amplia
documentación, viajes y muchas
entrevistas personales fue El amor y la muerte. Se trataba de recuperar la vida bastante
azarosa de mi madre, que vivió varios maridos, amantes y compañeros y que desparramó
su vida por Argentina, Colombia, Estados Unidos, México, Costa Rica, Nicaragua y finalmente Colombia. La
vida de mi madre la recuperé desde el mismo momento de su muerte, a la que
asistí (aunque decir “asistí” es un eufemismo poco piadoso: la verdad es que yo
estaba durmiendo en el suelo de un cuarto en Palmira donde mi madre agonizaba
víctima de cáncer pulmonar). Me quedé dormido mientras mi madre respiraba
dificultosamente. La siguiente noticia, cuando desperté, fue que doña Ruth
había muerto. A partir de esta muerte, escribí una crónica de sus últimas
semanas y me di a la tarea de preguntar a todos cuantos la conocieron hasta los
detalles más insospechados de su vida, que fue sin duda una vida plena de amor
a los hombres y a la humanidad: fue maestra de francés, locutora amada en San
Isidro de El General, compañera de un militar revolucionario en Nicaragua,
fabricante de aviones de juguete, hipnotista, doctora corazón de una multitud
de pesarosos, miserables y atribulados (en nuestra casa de infancia siempre
hubo refugiados, alcohólicos, psicóticos, vagabundos, mochileros, que doña Ruth
atendía, con alma de madrecita de Calcuta y con la inevitable consecuencia de
que todos se enamoraban de ella).
Agua clara en el Alto Amazonas y El amor y la muerte son
novelas que aprecio mucho por un dato muy significativo: en esas dos novelas,
yo, Marco Tulio, no soy protagonista, lo que les da a mis ojos un valor
objetivo. Ya he escrito tanto sobre mi propia persona, que pienso ese tema
puede resultar incluso cargante. Dedicar siete novelas a contar veladamente (y
a veces no tan veladamente) mi propia vida es sin duda impúdico: y fue precisamente
eso lo que hice (lo que estoy haciendo) en lo que he llamado El
libro de la vida, del cual La
insaciabilidad es el segundo volumen.
Sobre esa novela hablará Patricio.
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