UNA NOVELA DESESPERADA Y DESESPERANTE

mayo 14, 2022

Daniel Ferreira

Publicado originalmente en Blogs de El Espectador, Bogotá, Colombia, 14 de mayo de 2022 




Para tener por tema la melancolía, Formas de luz (2018) de Marco Tulio Aguilera, no resulta un libro sentimental. Resulta más bien un libro sobre el fin de los sentimientos amorosos. O sobre la locura. Locura es una manera más pragmática y general de referirse a esa piedra en la cabeza cuya extracción fue pintada por Rembrandt. Pero el autor prefiere aludir desde el título a la romántica melancolía. Tal vez la especificidad de locura de esta historia sea la de una pareja que se acostumbra al infierno conyugal.

En las cien primeras páginas está dibujado el conflicto, aunque en una espiral se le da largas con una intriga irresoluble y así crea la impresión de que la historia continúa dando vueltas concéntricas sin expandirse o ramificarse. Lo que lleva la narración a un bucle, o principio de repetición continua. Es una narración sin trama y los personajes eluden la acción. Lo que aumenta tras cada capítulo es la capacidad de especulación de un narrador obsesionado.

Ventura, el protagonista y narrador (con una voz que alterna entre primera y tercera persona) ofrece el diario vivir de su depresión durante un indeterminado espacio de tiempo. Se advierte que la madurez va dando paso a la vejez, si es que en la vida hay un modo de determinar dónde acaba una y empieza otra fase (en la conciencia no puede ni medirse ni determinarse). Ese intervalo de la vida coincide con una crisis matrimonial y de paso irrumpe una amenaza violenta, la de un violador que rompe la vida de la pareja.

Esa amenaza aumenta la crisis mental de Ventura. Atanasia, la esposa de Ventura, sufre acoso, persecuciones y repetidos abusos sexuales por parte de un psicópata desconocido. Pero este incidente es tomado solo como intriga que queda suspendida cuando se suspenden los ataques, aunque hubiera podido convertirse en el conflicto central de la narración con un poco más de empatía por todos los personajes.

El esquema repetitivo capítulo tras capítulo se hace evidente: a las rutinas diarias del escritor Ventura, se añade sus rendimientos en prácticas deportivas, a esto las digresiones y descripción minuciosa de los estados de ánimo y evocaciones de momentos de su vida que derivan en cuadros de depresión, descritos con un método: la acumulación de detalles, lo que traslada al lector a ser observador de cómo operan los pensamientos obsesivos de Ventura.

Se describen constantes discusiones maritales, seguidas por breves reconciliaciones y escenas de celos y conjeturas sobre la identidad del acosador. El testigo de esas escenas maritales y repeticiones es el hijo de la pareja, Ático, acaso lo más cercano a un testigo directo realmente afectado por la suma de conflictos irresolubles del matrimonio que hace crisis.

La novela no construye propiamente a personajes como Atanasia y Ático, solo los alude como presencias que gravitan en torno a Ventura. Todo lo que se sabe de quienes acompañan a Ventura en esa depresión se sabe por lo que Ventura mismo supone de ellos y de algunos diálogos sueltos que no permiten dar dimensiones a los otros parientes, ni permite el desarrollo de acciones-decisiones de otros personajes.

El único personaje que se desdobla y traslada su diario a narración en presente es el narrador.

Como lo que se narra en presente está por fuera del tiempo y Ventura es un escritor en una crisis mental que se aferra a la escritura, entonces resulta tener la retórica de un diario. A intervalos esa escritura incidental se convierte en narración en tercera persona, lo que crea un distanciamiento con la introducción de la voz narrativa omnisciente, pero al cabo es el mismo yo dividido de Ventura.

Ventura parecería instalado en la descripción clínica de un psicópata narcisista incapaz de integrar la derrota o tener empatía con los demás. Pero esa sería una definición psiquiátrica, y un personaje así en la ficción no se define ni construye con un manual de psicopatologías. Acaso con la experiencia.

La sensación que provoca las reiteraciones de celos, maltrato, menosprecio, humillaciones, varios grados de acoso y explotación, es que Ventura y Atanasia son una pareja  incapaz de sentir empatía por el dolor del conyugue y destruida por asumir los roles tradicionales de género asumidos en una familia que encarna el machismo secular.

Ventura se comporta como un “proveedor”, y Atanasia como una “mantenida”. Establecieron una familia tradicional donde el macho proveedor-reproductor es seleccionado por una hembra que necesita resolver su soltería. Un matrimonio sostenido en un esquema disfuncional produce una familia frágil, que puede ser destruida por una falta o ruptura del contrato social, la infidelidad.

De otro lado, transmite obsesiones adyacentes que son mandatos sociales. Ascender en la escala social y consumir (objetos, turismo), por ejemplo, han sido el programa de distracciones y proyectos maritales, además de la reproducción de la especie, ambas metas ya resueltas cuando inicia la historia.

Un tormento adicional, para Ventura, es su anhelo de triunfar en el arte, la escritura, labor que no se ve reconocida por grandes lauros. El éxito que busca no radica en la satisfacción del autor con la obra sino con la fama esquiva que conceden los cenáculos, de los que está excluido. Como no consigue la fama, entre otras cosas debido al ostracismo y castración de la vida marital, el escritor busca sucedáneos: triunfar en el deporte aficionado, conquistar lectoras, escribir más, aunque nada lo satisfaga.

El deporte es otra de las obsesiones del personaje. No el deporte como disfrute y elemento de salud y bienestar, sino como una arena competitiva y lesiva que daña el cuerpo y cuyo efecto se sublima y no se cuestiona pese a la evidencia ser el nuevo campo al que se traslada la crisis y no el lenitivo contra la angustia existencial.

El conflicto se reduce a este dato: Ventura cae en depresión luego de confesar a su esposa un desliz amoroso. El contrato marital roto con el adulterio provoca la represalia de Atanasia. Pero ninguno de los dos tramita los caminos normativos del derecho civil, ni se separan ni piden el divorcio, sino que continúan a una expiación que lleva al maltrato reiterado. La esposa decide cobrar venganza esclavizando al adúltero, y ambos conyugues consiguen así convertir el matrimonio en una espiral del infierno, la infinita cantaleta, y caer en los castigos y restricciones como el retiro o languidez de las funciones sexuales, grave obstrucción  a los roles de pareja tradicional a que están adscritos.

De modo que el conflicto está antes de la irrupción del violador: el origen de la melancolía es la batalla conyugal.

La novela cuenta lo que siguió a la infidelidad: La co dependencia de los dos narcisistas, la de ella económica, la de él sexual, que difiere el divorcio mientras se arrastran a un infierno doméstico con tintes de melodrama, por su repetición.

El narrador no descarta material. Obsesionado con las listas, que son una manera de quitarse de la mente las ideas obsesivas, se incluye también la crudeza de las funciones corporales, las excretoras, las poluciones. Ventura enumera: medicamentos, tipos de trastornos, rutinas, planes, recriminaciones idénticas, virtudes perdidas. Esa constante crea una prueba de resistencia lectora en el lector más o menos enterado de en qué van los mandatos, los roles y la violencia de género. Incomoda por el cinismo y la carga machista, racista y clasista expuestas en algunas reflexiones de Ventura sobre la pareja y el sexismo. Ventura no oculta su pedofilia expresada en el gusto por las chicas púberes, otro índice de un pensamiento obsesivo. Atanasia es sublimada con oposiciones denigrantes. Es, para Ventura, “perfecta” y “muy imperfecta”, inteligente y superficial, pretenciosa y solidaria, honrada y maniquea, embustera, buscona, mitómana, jovencita y vieja a la vez. Definida a partir del oxímoron no se permite al lector el llegar a individualizarla. Atanasia cambia según cambia el temperamento del marido.

Pero no hay sufrimientos eternos a los que no acabemos por acostumbrarnos, decía Borges como argumento en contra del infierno. Desasosiega leer esta novela, reconocerse en algunas compulsiones, obsesiones vacuas, sentimientos caducos, en vidas y problemas que no quisiéramos tener ni reflejar ni encarar, pero que son aún una constante en la familia tradicional latinoamericana. Acaso su lectura permita una autocrítica para parejas en fase de cursillo matrimonial.

El logro narrativo es que al menos permite observar con crudeza la manera en que los sentimientos amorosos sucumben en la familia tradicional. Y que hay gente que prefiere mantener vivas las instituciones sociales, el matrimonio, cuando aquello ferviente y sublimado que las sustenta, el deseo, el amor, ha muerto ya y solo perdura el mandato y el prejuicio.

No dejo pensar si es justamente esa incomodidad transmitida donde radica el mérito de la obra: que la familia tradicional está mejor retratada en esta prosa furiosa y obsesa y machista que en una novela sentimental.

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Formas de luz, el sentido de la melancolía, Marco Tulio Aguilera, Premio Bellas Artes de Novela Jose Rubén Romero 2017, Editorial Universidad Veracruzana

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