LA INSACIABILIDAD DE GARRAMUÑO
mayo 29, 2024Revista Conexos
Una revista de arte y literatura, sin fronteras generacionales o geográficas
“La insaciabilidad”
FÉLIX LUIS VIERA
La insaciabilidad, recientemente publicada por la Editorial de la Universidad Veracruzana —vale decir, con una hermosa cubierta y excelente factura en general—, resulta la segunda entrega de Marco Tulio Aguilera Garramuño (MTAG) de esa hazaña que se ha propuesto: El libro de la vida, que constará de siete novelas; La saga de Ventura, El iconoclasta, El transgresor, El amante redomado y Promiscuo.
La novela se desarrolla en la Xalapa de la década de 1980, la cual, se infiere, “gozaba” de una relativa dosis de provincianismo, o quizás de municipalismo. Incluida cierta lucha intestina entre escritores y otros artistas de la ciudad y aspirantes a serlo. A lo largo de la narración, el agresivo Ventura se refiere a la ciudad con sentencias poco estimulantes: “Maldijo a la ciudad, a la malhadada provincia, con su aire de alta montaña y sus ínfulas atenienses”. (Pág.41.)
Varias son las localizaciones ochenteras a las que este xalapeño-colombiano nos lleva, pero la más sobresaliente es el muy visitado café La Parroquia, punto de reunión de personas de distintos estratos, profesiones y aspiraciones vitales. “Lugar de solitarios tránsfugas de la niebla” (P.19), “… el hoyo negro de Xalapa. Los machos y las hembras de este pueblo van a ese café como si fueran a misa, en esperanza de conocer a alguien diferente que naturalmente nunca llega”.
Quienes, como yo, hayan leído casi toda la obra de MTAG, quizás coincidirán conmigo en que en esta el autor asume el mismo formato, solo que ahora establece un planteo más atemperado de la acción narrativa; leves cambios de tonos en ciertos momentos, que hacen la lectura más amena, y asimismo una propuesta lejana de alguna desfachatez excesiva que ha caracterizado cierto segmento de su obra anterior. En mi opinión, para bien.
De lo antes dicho se infiere la utilización de un lenguaje en el cual prima, en buen monto, la imagen poética unida a la reflexión, a la sentencia.
Los protagonistas de la novela —sí, dos protagonistas— resultan Ventura y Bárbara Blaskowitz, quien corre de los 36 a los 39 años en la acción narrada, Ventura de los 31 a 35 —y que viene siendo la copia femenina de él. Bárbara, descendiente directa de alemán por la vía paterna, blanca, hermosa, apabullante con su metro ochenta de estatura descalza. Y también: “¿Tú crees que soy lo suficientemente degenerada como para que me llamen puta?”, le pregunta a Ventura en cierto momento.
Sin embargo, ambos son solo un par de infelices: víctimas no justamente de una “insaciabilidad sexual”, sino de ciertas ansias de posesión y de ser poseídos, que los jala desde el sexo opuesto.
Me explico: en verdad, ellos —amantes eternos y esporádicos a la vez— no son víctimas de una “insaciabilidad sexual” propiamente dicha, puesto que de ningún modo su “comportamiento carnal” se halla fuera de los límites naturales, o que se consideran naturales; solo resulta que él va de una en una y ella cae de uno en uno; son no más que veleidosos que, luego de auscultar cada cual por otros “territorios”, se buscan entre sí. Son adictos uno del otro.
Otro personaje femenino interesante, una de las amantes “intermitentes” de Ventura, es Carmina Ximena Escriba, llamada por el narrador la Princesa Huamantla, conocida en la ciudad por “La de los Senos más Contundentes de La Parroquia”.
Trilce, la hija mayor de Bárbara Blaskowitz, niña prodigio del violín, y pedante, sabelotodo, altanera, agresiva a veces, grosera otras; heredera de la belleza de su madre, y que por momentos se convierte en una máquina de sentencias, corolarios, sanciones, resulta un personaje-tesis más bien, y por lo tanto apartado del decir autobiográfico de la novela pero que, sin dudas, resulta muy interesante en la historia.
Una hembra (el narrador casi nunca dice “mujeres”), muy evocada a lo largo de las 491 páginas, es Irgla, regiomontana, “la de los ojos persas”. La gran derrota de Ventura, se infiere, pero el lector que decida si en verdad lo es.
Son no pocos y variados los personajes integrados en La insaciabilidad: Rubén el Brujo, el Poeta Pibil, el pintor Pepe Maya, “pintor de penes”, o el viejo Salmerón, cuya ocurrencia de publicar antaño una novela lo convirtió de inmediato “en el apestado de La Parroquia”.
Mas, antes que estos, y con una gran preponderancia en el devenir de la acción, se halla la poeta poliomielítica Estrella de los Campos, el “editor doméstico” Falstaff Jiménez o el desahuciado poeta Bache.
Para justificar lo antes dicho en cuanto al lenguaje de La insaciabilidad, que a gran altura se suma a la vasta y sólida obra de Marco Tulio Aguilera Garramuño, quisiera cerrar esta nota con par de citas:
“Vestía una especie de sari de seda sutilísima y ondeante, que parecía, a cada movimiento, acariciarle el cuerpo y destacar las líneas esfumadas de su busto y la depresión vivísima del bajo vientre.” (P. 365.)
“¿… quién puede garantizarle a un ser humano que lo mejor de su vida no haya pasado y le esperan sólo meras sombras y pantanos?” (P.294.)
La insaciabilidad, si bien solo por momentos y en la proporción aceptable, se acerca a esa novelística surgida hace unos años en la cual la trama se supedita a la exposición del trabajo con el argumento. Asimismo, su carácter autobiográfico —más bien como recurso creador— le otorga una gran fuerza dramática.
Félix Luis Viera
(Foto cortesía del autor)
Félix Luis Viera Pérez (19 de agosto de 1945, actual Provincia de Villa Clara, Cuba) es un cuentista, novelista y poeta de origen cubano; actualmente nacionalizado Mexicano. Tiene seis cuadernos de poesía publicados. En narrativa, ha publicado las novelas: Con tu vestido blanco (1987), Serás comunista, pero te quiero (1995), Inglaterra Hernández(1997), Un ciervo herido (2003), y El corazón del Rey (2010); y tres libros de cuentos. Ha merecido los premios David de Poesía (1976) por Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia; Premio de la Crítica (1983) con En el nombre del hijo y Con tu vestido blanco(1988); Premio Nacional de Novela de la UNEAC (1987) por Con tu vestido blanco.
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