Visita a Sergio Pitol

diciembre 21, 2007

Visita a Sergio Pitol

El arte de la fuga de la escuela diaria y constante de la vulgaridad
Marco Tulio Aguilera


A Sergio Pitol le llegaron la gloria literaria y el desahogo económico cuando ya no podían echarle a perder el carácter ni abollarle la sonrisa de buena persona. Uno tras otro fueron cayendo los honores, los premios (Nacional de Literatura, Villaurrutia, Mazatlán, en México; Herralde de novela), las invitaciones, las honores (recientemente fue nombrado Creador Emérito del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México, lo que representa una generosa mensaulidad vitalicia), las ediciones, sin que él en realidad los hubiera buscado. Dice que nunca fue competitivo y no cabe duda. Los premios y los honores se los ofreceron, nunca los pidió. O tal vez sí, por su propia iniciativa buscó dos premios: el del Concurso Internacional de Cuento de La Palabra y el Hombre, en 1979, gracias al cual pude conocerlo (a mí me correspondió me correspondió un aceptable segundo lugar; a él el primero, con un relato extraordinario, "Asimetría" en el que domina una de las obsesiones básicas de Pitol: la indagación en los misterios de la naturaleza -¿es simétrica y por lo tanto descifrable, o por el contrario, domina en ella la asimertía y el hombre no tiene posibilidad alguna de certeza?) y gracias al cual Sergio pudo desplazarse desde Polonia, donde por entonces hacía labores de traductor, hasta Xalapa, ciudad de la que guardaba tan enormes nostalgias, que, en el momento de escoger un sitio para sus años de sosiego y madurez, fue privilegiada por encima de otras ciudades que amó y seguirá amando.

Sergio es un viajero empedernido e impune, que una y otra vez violenta sus deseos de ya quedarse tranquilo y ponerse a escribir. El arte de su vida ha sido el arte de la fuga, el cambio de espacio, de personajes, de entornos. Una y otra vez su propósito queda hecho añicos: ¿como negarse a ir a Cali, ciudad de la que tanto ha escuchado hablar? ¿O a República Dominicana? ¿O a París o a Barcelona, Praga, Venecia, Roma, Lisboa, Marienbad? El mundo más allá de las fronteras de su casa es una tentación constante en la que cae Sergio Pitol terca y laxamente.

Mientras escribo estas notas surgen unas cuantas preguntas. Me atrevo a llamar por teléfono a Sergio porque sé que levantará el auricular y responderá con amabilidad, tomándose su tiempo, entregándose a la reflexión. Me pregunto cómo un hombre de más de 60 años -66, para ser más preciso-, con problemas de salud, vive solo, no busca compañía, no tiene al alcance del grito parientes que lo asistan en momentos de debilidad o quebranto -vive rodeado por un pequeño batallón de sirvientes que lo aprecian y respetan a morir-. Me atrevo a indagar. Responde con naturalidad. Dice que ha vivido solo desde niño, que ha pasado largos periodos en sitios alejados de toda civilización, de toda vanidad, de toda metropoli. Su infancia la pasó en un ingenio en Potrero. Su padre y su madre murieron en circunstancias trágicas cuando él era niño. La literatura lo llena mucho. No necesita al mundo porque el mundo lo lleva adentro.

Dice que ha sentido el latigazo de la mala fe, pero que no le afecta. Las razones por las que escogió Xalapa para pasar sus mejores años, los de paz, las tiene claras: Xalapa tiene una vida universitaria, tiene música, teatro, bibiotecas. Ya traía tatuados en el código genético de su pasado, cuando escogió a Xalapa como sitio de descanso y refugio de escritura, el inventario de usos y costumbres de esta ciudad veracruzana y paradójicamente montañesa; sabía de los mezquinos espíritus muncipales, pero también de ese aire de pequeña Atenas en la que es fácil encontrar gente digna de una buena charla, aires de alta montaña y, sobre todo, sosiego y hermosos paisajes al alcance de la mano. Una ciudad en la que siempre hay algo qué hacer.

"Vivo en Xalapa, una capital de provincia rodeada por paisajes de excepción. Por las mañanas salgo al campo, donde tengo una cabaña" -me permito aclarar que Sergio es bastante objetivo al llamar "cabaña" a la edificación que tiene en Briones, pero revelo que se reserva la información de que en torno a su cabaña hay el más hermoso y diminuto valle que se pueda imaginar, con macizos de bambú, grandes árboles, caminos de piedra y hermosos prados, todo ellos de su propiedad y para su exclusivo disfrute- "y dedico varias horas a escribir y a oír música. De cuando en cuando hago una pausa para jugar en el jardín con mi perro. Regreso a la ciudad a la hora de comer y por la tarde vuelvo a escribir, a oír música, a leer, a veces a ver algún viejo filme en la videocasetera. Me comunico con los amigos por medio del teléfono.

"A partir de las seis de la tarde, salvo casos extraordinarios, no hay poder que me haga salir de la casa. Le debo a Bernardo Lascuráin, el arquitecto, a su imaginación, a su gusto y talento, el placer de habitar estas casas, construida cada una como complemento de la otra. Si tuviera que vivir en ellas un arresto domiciliario mi felicidad sería perfecta. Trabajo hasta las dos o tres de la mañana. Este ritmo de vida que a muchos podría parecer desesperante es el único que me resulta apetecible".

Pitol se refugió en Xalapa huyendo de la Ciudad de México, de su contaminación, su inseguridad y de la enorme cantidad de compromisos que le llovían día a día, y a los que con dificultad podía negarse -uno de los rasgos más destacados de la personalidad de Sergio es su generosidad, su capacidad de escuchar incluso hasta el cansancio a personas que en ocasiones no buscan más que la tonta alegría de estar al lado de esa cosa empalagosa y a veces insoportable que llaman fama. Una vez que se instaló en Xalapa, hace apenas dos o tres años, dejó atrás, pero no olvidados, muchos paisajes urbanos y rurales en los que habitó, a veces en las funciones brillantes y aburridoras de la diplomacia y otras como traductor, editor, profesor visitante, ermitaño: Tepoztlán, Varsovia, Roma, Barcelona, Bujara, Praga, Budapest, Salzburgo. Dejó atrás un ojo de agua de su infancia en el que retozaban las nutrias y que es su personal paraíso perdido.

El vuelo de la fama y los premios le llegó tarde, y ello sabe agradecerlo. Sus primeros cuentos fueron publicados por Juan José Arreola y cuando viajó a Venezuela a los 18 años de edad llevaba una carta de recomendacón de Alfonso Reyes. Sus amigos José Emilio Pacheo, Carlos Monsiváis, Fernando Benítez escribían sin tregua y Pitol los veía hacer. Sergio Pitol comenzó a escribir, con bastante más parquedad que sus compañeros de viaje, cerca de un grupo de escritores que hicieron del cosmopolitismo y la herejía su tácito caballo de Troya: Juan Vicente Melo, Juan García Ponce, Inés Arredondo, Salvador Elizondo -el primero e Inés, muertos; Juan García Ponce, en silla de ruedas; no conozco la situación de Elizondo-. Sin embargo Pitol no despegó sino muchos años más tarde: primero vivió y luego escribió. Cada libro era como la liquidación, el ajuste de cuentas, de una etapa, por eso dice que cada uno de sus libros es como una bitácota de su existencia.

Pitol no ha vivido para escribir ni ha escrito para vivir. La escritura no ha sido la sustancia de su vida, sino que gradualmente ha comenzado a serlo; la literatura ha ido llenando su sistema espiritual -debe haber un sistema espiritual semejante al circulatorio o al digestivo; solamente Renato Descartes se atrevió a buscarle un lugar en el cuerpo- que con el paso de los años se ha ido tiñendo de un color particular, hasta comenzar a abarcarlo todo. En este instante que podríamos situar en un impreciso 1999, cuando ya Sergio ha vivido (conjeturo) los más grandes escándalos y deleites de la vida -el desamparo, amor, la ebriedad, la locura, el aislamiento- Pitol es cada vez más solamente literatura, lo que debe representar un gran alivio: tal vez sea como morirse en vida: abandonar todo problema y comenzar a vivir solamente de la imaginación y los libros, propios y ajenos.

La mayor parte de su existencia Sergio la transcurrió viendo triunfar (o por lo menos trabajar en esa mina de oro del espíritu que es la literatura) a sus amigos, y cuando ya parecía que México lo había olvidado, guardándolo como un pálido escritor de provincia que se extravió en los viajes y en los meandros de la diplomacia, comenzó a ser el centro de atención, no sólo por los premios que comenzó a recibir uno tras otro, sino por la importancia que comenzaron a dispensarle lectores, críticos, periodistas, académicos en muchos países. Precisamente por los días en que el autor de estas líneas cumplía sus cincuenta años y después de la celebración, a la que asistió Pitol con la cauta advertencia de que no iba a comer ni a beber y que se retiraría temprano, Sergio recibió la edición de su Tríptico del Carnaval en Anagrama, constituido por tres novelas más conocidas en una solo volumen: El desfile de amor, Domar a la divina garza y La vida conyugal, con un prólogo de Antonio Tabucchi que mucho agradece, acompañado por un fax que le llega de Barcelona en el que se le anuncia que el libro ya es un éxito aun sin haber llegado a librerías.

¿Cómo recibe este tipo de noticias Sergio Pitol? ¿Cómo afronta la idea de que de alguna manera ha triunfado? Sergio responde: "Para mí el placer de la escritura supera y siempre ha superado a la necesidad de reconocimiento". De todos modos, viendo caminar a Pitol por las calles de Xalapa, elegante sombrero, ropa sport de marca, bastón en mano, llevado a rastras por su bearded collie Sacho, asistiendo a la inmensa sala-estudio de su casa colonial en pleno centro de la ciudad, oyéndolo hablar por teléfono mientras camina de un lado a otro, viendo que lo interrumpen constantemente con llamadas de varias partes del mundo y dándome cuenta de que Sergio toma en serio a casi todos los que lo llaman, pienso que este escritor, que ya inicia el tramo más cauto de su vida, no ha sido maleado, sino que acepta todos estos éxitos, toda esta atención y estruendo en torno a su persona con gran tranquilidad e incluso entusiasmo. Aunque se ha prometido permanecer quieto en Xalapa y dedicarse a escribir, no ha podido rechazar las invitaciones a Cali (la verdad es que sí rechazó una invitación a París: una extraña invitación a hablar ante la Asamblea de Gobernadores del BID, invitación que yo también recibí, y que hubiera aceptado gustoso si el tacaño BID no hubiera aclarado que los gastos corrían por parte del escritor).

Anoto frases de El arte de la fuga, recientemente publicado por Era y Anagrama, que siendo un libro que combina el diario con la reflexión política y ética, un confesión de gustos literarios y aversiones, un ars poética y un ars vivendi, resultó su libro más apreciado: "La pasión por la lectura y la antipatía a cualquier manifestación de poder definen la identidad entre quien soy y quien fui entonces".

"¿Qué es uno y qué es el universo? Son preguntas que lo dejan a uno atónito, y a las que se está acostumbrado a responder con bromas para no hacer el ridículo".
"Uno, me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios".

"Escribir en el mismo espacio donde uno vive, equivalió durante casi toda su vida a cometer un acto obsceno en un lugar sagrado. Pero eso es anecdótico. Lo que da por seguro es que esa inmersión en la inmundicia que caracterizó su confrontación, a fines de su adolescencia, con la palabra, impresa la suya, ha condicionado la forma más personal, más secreta, más ajena a la voluntad, de su escritura, y ha hecho de ese ejercicio un gozoso juego de escondrijos, una aproximación al arte de la fuga". El anterior párrafo da cuenta de alguna manera de la relación que guarda para Pitol la literatura con el espacio vital y con la vida misma del autor: Sergio ha escrito como una forma de fugarse de su vida aquí y ahora, ha escrito variaciones sobre las realidades que ha vivido, ha convertido su literatura en un juego de escondrijos, de máscaras, bajo las cuales se oculta un sentido: ese es el sentido que nos ha querido legar Sergio Pitol, y que no se halla explícito en ningún texto, sino disperso en toda su obra. La persona de Sergio Pitol no es su obra: su obra es otra cosa que el lector debe descifrar, gozar y en ocasiones padecer. Cada persona es una y múltiple, pero dentro de la multiplicidad hay acordes que se repiten: son los armónicos: sonidos que no se escuchan pero que dominan las melodías. Pitol cita a Henry James -quien junto con Mann, Galdós y Conrad son los que con más frecuencia invita a su sillón de lectura-:"La novela, en su definición más amplia no es sino una impresión personal y directa de la vida".

Entre la vida y la literatura -en esa batalla feroz- Pitol ha optado por la literatura. La rotundidad de la obra de arte no es comparable a nada en este mundo, ella lo aleja de "la escuela diaria y constante de la vulgaridad" (Pérez Galdós). Pitol comparte con el Tonio Kröger de Mann la idea de que "se debe morir para la vida si se pretende ser cabalmente un escritor". La misma idea se repite en una cita que Pitol recoge de un epígrafe que halló en un libro Donoso: "A novel is a writers secret life"(Faulkner). Por eso la frase: "Todo en mi vida no había sido sino una perpetua fuga" cobra pleno sentido. De cita en cita se va armando la radiografía espiritual de Pitol: conciencia e ingenio que prolonga a otros espíritus, que los exalta y los quiere entender, que los vive y que aporta al espiritu latinoamericano un cosmopolitismo de alma, lejos del ya trillado color local, del espectáculo circense, del relato plano y de "la escuela diaria y constante de la vulgaridad".
Xalapa, 12 de marzo de 1999

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2 comentarios

  1. hola marco, me gustaria platicar contigo sobre esta entrevista a Pitol, tendras algun tel para comunicarme contigo?..espero respuesta Anel Jimenez - aneljim@yahoo.com.mx

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