AMAZONAS: BESTIAL HISTORIA DE AMOR
noviembre 28, 2009
NUEVO AVANCE DE LA NOVELA AGUA CLARA EN EL ALTO AMAZONAS
Tal como lo comenté en pasada entrada a este blog, el número de visitantes aumentó de cincuenta o sesenta a cien lectores diarios. El aumento fue súbito y se ha mantenido más o menos. Tengo la impersión de que el aumento coincidió con la publicación de mi novela ambientada en la Amazonia Colombiana. Para tratar de saber si esto es correcto, he querido subir un nuevo fragmento... a ver si se mantienen los 100 lectores diarios.
Recorrido por un afluente del Amazonas hasta llegar a Puerto Nariño, un pueblo tikuna, donde en lugar de calles pavimentadas hay banquetas de cemento que cuadriculan las cuadras. Están prohibidos todos los vehículos, incluso las motos y las bicicletas. Hay una hermosa cancha de básquet-futbol iluminada por una planta de luz. Allí conocí a una tikuna preciosa. Parecía una muñeca de porcelana de Taiwan. Tendría quince años. Hermoso cabello lacio que le caía pesado sobre los hombros, ojos muy brillantes. Se ocultaba tras un niño de brazos. Me miraba y se ocultaba. Se reía como nerviosa o curiosa y se volvía a ocultar. Los niños se lanzaban acera abajo sobre tablas de madera que hacían las veces de avalancha. Las banquetas muy inclinadas y la madera dura y bruñida favorecían el juego y la velocidad. Se llama madera de oro, dijo un niño. Por la noche algunas tikunas andan cerca de la luz de tacón alto y minifaldas y nos atisban con simpatía interesada. Jugué básquet con una tikuna. Luego fui con los miembros de la excursión —habrá que describirlos más adelante— a observar caimanes en un recorrido nocturno por el río, alumbrados por un potente reflector. Los caimanes no aparecieron. Me acosté a mirar las estrellas mientras la lancha se deslizaba silenciosa sobre el agua quieta. Pude percibir la curvatura de la bóveda celeste como si estuviese en altamar y un cielo tan densamente poblado de estrellas como nunca lo había visto. No hay duda: el universo es más cercano en la Amazonia que en cualquier otra parte del mundo. Nadé en los canales paralelos al Amazonas y en el mismo Amazonas. Noche perfecta bajo el universo.
El río Amazonas desciende cuatro milímetros por kilómetro. Nos hallamos en la mitad de la línea ecuatorial. El gran río recibe aguas del norte y del sur. Grado cuatro de latitud sur. Es la mayor concentración de agua dulce del mundo. Recibe agua de más de mil tributarios. Tiene una hoya hidrográfica de ocho millones de kilómetros cuadrados. Su agua es de color chocolate. Marañón, Pucayari y Napo forman al padre de los ríos. Se unen en un punto que se llama Orellana. Así se apellidaba el primer hombre que recorrió el Amazonas casi desde su nacimiento hasta la desembocadura. Me resisto a repetir los detalles de su odisea. Allí se encuentran las aguas. Y allí se hace más lento y más profundo. Desde su origen hasta su desagüe en el Pacífico recorre 6000 kilómetros. Hay 2000 especies de peces ornamentales identificadas. Recibe aguas ambarinas de diversos tipos. Entre julio y septiembre es la subienda de los peces, que se meten a las pequeñas quebradas. Hay dos variedades de delfines: los grises y los rosados.
Hay varios libros importantes para comprender la selva: Jaque al Barón, La Vorágine y La Siringa. Dice Chirri. Nuestro guía es Mauricio Pérez, alias el Chirri. Correo electrónico amaexplorers@terra.com
Pescar una piraña en el Amazonas es difícil, dice Chirri.
Los narcos colombianos compraban las hojas y el polvo verde. En las islas del Amazonas hicieron sus laboratorios. ¿Quién manda en Colombia?, pregunta Chirri. Detesto la estupidez de Pastrana de entregar territorio a la guerrilla. Este es el canal Pichuna. En esta desembocadura se meten los delfines. La selva estrecha al canal, lo estrangula, lo abruma. Hay una paz increíble. La lancha se desliza y los turistas hacemos un silencio reverencial. Es la catedral de la naturaleza. Los indígenas son muy celosos. Una mariposa anaranjada se posa como mascarón de proa de nuestra lancha. Al amigo que conocí en una tribu y que sólo hablaba mayorura, lo vi meses más tarde en una moto espectacular en las calles de Leticia, dice Chirri. Mariposa amarilla. Las raíces de los árboles son superficiales y extendidas. Mariposa verde con rayitas negras. Muchos canales de los que desembocan en el Amazonas son iguales, serenos cursos de agua asfixiados por la vegetación. Nuestro Virgilio es poeta. El que no conozca los vericuetos se pierde. Éstas son aguas ambarinas, con sedimentos de capas vegetales. El carambolo, una fruta deliciosa, ligeramente parecida a la papaya. Uvas camaronas, gigantescas, rudas, con sabor tosco, que permanece pegado al paladar varios minutos. Una mariposa azul —morpho, aclara Chirri—, nos acompaña. Los colores de la lancha atraen a las mariposas. Cuando hay lluvias todo cambia. La competencia es en verano: junio, julio, agosto. Aguas ambarinas, con mucha vegetación. Sólo hay 127 kilómetros de frontera colombiana sobre el Amazonas. Un pez salta y cae en la lancha. Es un mangín. Mira, Marco, los peces se pescan solos en el Amazonas, dice Chirri. Tiene dos espinas que se clavan dolorosamente en el incauto que se atreva a tocarlos. La anchura en la desembocadura del Amazonas es de diecisiete kilómetros. Diecisiete kilómetros de agua dulce atravesando una gran selva. Se sabe de ballenas que se han metido hasta Manaos, a dos mil kilómetros de la desembocadura. En este territorio la población militar es casi más grande que la civil. Vemos un árbol de veinte o treinta metros de altura inclinado sobre el río, formando una especie de domo lleno de niños semidesnudos durmiendo, jugando, persiguiéndose sobre las ramas que se proyectan como un dosel encima del gran canal. Al ver que nuestra lancha se iba acercando comenzaron a lanzarse uno a uno. Esos son tikunas, dice Chirri.
Nos impulsa un motor de veinte caballos de fuerza. En total somos el motorista, diez excursionistas y el guía Chirri. El motorista luce un elegante sombrero de lona café y viste un mono rojo bastante llamativo. Diríase que el hombre tiene estilo. Es imperturbable, parece una estatua con la vista fija en su destino. Días después yo intimaría con él y me contaría su aterradora historia. Veo un pájaro azul y blanco, un martín pescador.
Muru o muiname son las lenguas de los huitotos. Son lenguas con bastantes vocales. Los indígenas kurubas sonríen a los turistas que pasan por el río Itacuari e Itui. Los pasajeros dicen: Mira, qué indios tan simpáticos. Se bajan de sus lanchas a conocerlos, tomarles fotos y vivir la experiencia. Lo que les espera es pum, el garrotazo en el cráneo. Luego llega el banquete para los kurubas. Chirri cuenta esta historia con evidente satisfacción. Su razón del mundo se halla del lado de los indígenas, sean tikunas, huitotos o kurubas. No dudo que al Chirri le gustaría casarse con una indígena y permanecer el resto de su vida en la selva.
Pasamos por Macedonia, que ya tiene telefonía celular. Pesca, caza, agricultura y pequeño comercio. Gramalote, cortadeira en portugués, es una gramínea que crece a orillas del Amazonas. Es colonizadora. El peque-peque es un tipo de motor que da un rendimiento de un galón diario y tiene la ventaja de que se puede levantar la propela, mientras que en los otros motores si se golpea la propela con un palo se rompe el pasador y hay líos. Chirri no deja de explicarme, describir, celebrar, señalar, interpretar. Ha encontrado el oído perfecto y yo he hallado el narrador insuperable: lo sabe todo sobre la Amazonia y quiere contarlo.
Salimos a las diez de la mañana y a las cuatro de la tarde seguimos remontando el Amazonas. Llegamos a la isla de Montagua. Le hago preguntas al guía sobre el río Araracuara, que está situado en el departamento de Caquetá. Nadie se mete a los caños de Araracuara. Todos los que se han metido han muerto. La gente de Araracuara camina paralelamente al río cuatro o cinco kilómetros y luego aborda una lancha, dice Chirri. (Me interesa todo lo que se refiere a Araracuara, parte importante de la Amazonia: la obsesión de la novela no me abandona.Se llama, por ahora, Agua clara en el alto Amazonas, pero podría llamarse Carita sonriente).
Vamos entrando al Parque Natural de Amacayacu. Pasamos la noche en el hospedaje del Pico del Águila. Zancudos, calor, aguardiente y a dormir. El monito fraile aparece todas las mañanas y arrebata las tacitas de tinto para tomárselas apresuradamente, como un niño. Luego va a esconderse entre las ramas y cuando menos se lo piensa uno, baja a velocidad endiablada y roba gafas, jabones, ropa, y sale corriendo, saltando entre los árboles a esconder sus tesoros. Luego regresa con genuina expresión de inocencia e innegable simpatía. El Fraile Loco dice que muchos turistas han perdido joyas invaluables, billeteras con documentos, una bota, y que han intentado seguir al monito hasta su escondite, pero que ha sido imposible. Sólo otro mono fraile podría investigar dónde está la cueva de ese bandido, dice el fraile, evidentemente encantado. Ese mono es parte de su leyenda. Y tal vez sea cómplice del Fray Orate, dice Chirri. Cuando se van los turistas lo más posible es que el monito traiga sus tesoros y los comparta con su amigo.
Un perro en celo persigue a Yolanda, a la espiritual Yolanda, compañera de excursión, siempre enfundada en sus botas de hule y sus grandes pantalones, con su cabellera de princesa india ondeando a lado y lado de su cara de ídolo chibcha. Yolanda cometió el error de mimarlo cuando recién llegó, y el perro se enamoró fulminantemente de su olor a hembra solitaria en la mejor edad. El perro la sigue y se le monta una y otra vez. Ella le dice cariñosamente perro feo, perverso, malo, lujurioso. Y el perro la sigue. Se le sube a la hamaca, le lame la cara, le hunde el hocico con fruición entre los pechos, en el ombligo, en la horcajadura.
Naturalmente no puedo evitar acercarme a la mujer e investigarla. Yo tuve una relación de siete años con un macho y quedé curada para siempre. ¡No más! Nunca, más. No quiero ser manoseada por nadie nunca jamás en my very life. Paso y gano. Dice. El perro sigue oliéndole la entrepierna y ella lo regaña, perro malo, lo mima, le habla, lo acaricia. El perro se aleja y vuelve, cada vez más entusiasmado. Ella lo soporta, lo consuela, le habla al oído.
Ese perro vuelve a Yolanda a la realidad y a la vida. Bravo, Yolanda redescubrió el amor en el Amazonas gracias a ese perro. Ni Shakespeare podría haber escrito más grande y más singular historia de amor.
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