AGUJERO NEGRO

febrero 20, 2010


El universo en un libro

Marco Tulio Aguilera. Maelström. Agujero negro. Universidad Veracruzana, Col. Ficción, Xalapa, 2009, 204 pp.

Sólo deseo lo que tengo: mi generosidad es ilimitada como el mar, y mi amor tan hondo como él: cuanto más te doy, más tengo, pues ambos son infinitos.
De Romeo y Julieta, en “El amor en Shakespeare”, incluido en Maelstrom. Agujero negro, p. 145.

Leobardo Lagunes Ganem



Hace unos días deambulaba, absorto, y pensaba en las múltiples conexiones que tienen las mínimas cosas con la totalidad, lo nimio con la relevancia, lo aparentemente fortuito con lo deliberado. Recordé entonces una lectura, el primer acercamiento a un par de conceptos que me hicieron aterrizar una idea, el título de un libro, y también, su portada. Por una parte, de estos dos factores depende que un libro atrape al lector; por otra, del contenido. El tema y la tesis, el texto y el contexto.
El lector de Maelström. Agujero negro encontrará en este libro –que bien pudiera fungir como un anecdotario aparentemente sin un orden fijo ni secciones (los textos bien pueden aparecer revueltos entre uno u otro género sin menoscabo alguno para formar un todo particular, según la idea que sugiere Isaac Schifter en La ciencia del caos)–, en principio, dos epígrafes: un fragmento de “Un descenso al Maelström” de Edgar Allan Poe, en traducción de Julio Cortázar, y otro de Viaje al centro de la tierra, de Julio Verne, al parecer la traducción de éste pertenece al autor del libro objeto de esta reseña; luego un prólogo, a modo de advertencia, y 19 relatos.
Los temas, sutilmente representados en escenarios citadinos, en la selva, destacan personajes cosmopolitas, provincianos e indígenas, como “Una semana en el Amazonas”, relato de aventuras, de viajes, en los que se observan, según refiere el narrador-personaje, varios ríos, entre ellos el Guaviare, y después, el gran Amazonas, que alude al nombre de unas mujeres míticas habitantes de aquellas regiones, y selva que se propone como un itinerario intrincado y curiosos personajes: Johana, el chirri, y varias historias: de narcos y náufragos, así como varias referencias de varios autores: Fray Gaspar de Carvajal, Álvaro Mutis, Wade Davis, Joseph Conrad, Dante Alighieri, para completar este singular periplo por el Amazonas colombiano; los temas, pues, denotan el erotismo, como la “Fábula del mar en los ojos”, una microhistoria de amor, en la que los ojos serán la ventana que proporcionará la certeza de la cual emana ese sentimiento, y “El amor en Shakespeare”, especie de ensayo en el que se recupera, a través de varias obras citadas del dramaturgo inglés y contemporáneo de Cervantes, los efectos que provoca Cupido, el dios alado; la tristeza, como “El sentido de la melancolía”, en el que Román, protagonista de este relato, es un escritor que entra en el infierno, y Anastasia, su esposa, desarrollará una discusión común entre las parejas, a la vez que un narrador en apariencia ajeno define qué es la melancolía; lo trágico, como “Un muerto sin estatua”, en el que se relata el destino de un profesor homosexual asesinado por un albañil; lo paródico, como “La farsa y la gloria”, en la que Pedrolleras, un farsante que aspira a magnánimos triunfos académicos, toma venganza ante la posibilidad de realizar sus proyectos; la reflexión, como “El señor de los sueños”, cuento corto, en un párrafo, a la vez metáfora de lo que son y pueden ser los sueños, la materia que escapa y se diluye en la vigilia, expresa lo que puede implicar la fantástica experiencia del soñar, y “¿Qué es una mujer?”, microrelato que refiere, a grandes rasgos, el misterio que simboliza la presencia de una dama.
Estos y otros temas –y relatos– aluden, por medio de la profundidad y lo inagotable de ellos, a los dos conceptos que dan título a esta obra, lo que bien pudiera resumir los temas en sólo dos, como también dos son los epígrafes, y dos las posibles interpretaciones de la portada: vista de pie pudiera asemejar un remolino orientado hacia la parte inferior izquierda, que da la impresión de girar velozmente en el océano, tragándose una selva; y al revés, un agujero que desde el lado superior derecho absorbe las estrellas, el universo, la masa circundante, a una velocidad apenas concebible.
Ambos epígrafes sugieren, además, la semejanza que existe, o puede existir, entre un remolino que atrae y un agujero que absorbe (según recuerdo, el cuento de Poe, “Un descenso...”, relata el funesto e inevitable sino que tuvieron algunos barcos y animales marinos, y la singular versión de un marinero que vivió para contar un descenso a una vorágine de una parte del océano glacial ártico; la novela de Verne, Viaje al centro..., una expedición hacia el núcleo del planeta a través de un volcán ubicado en Islandia, en cuya travesía los expedicionarios observan la asombrosa gama de paisajes, animales y relieves). Así, de lo micro a lo macro, desde la luz a la oscuridad pasando por diferentes matices, y viceversa, los temas, según sugieren el título, los epígrafes, los textos, la portada –como piezas dispersas que un arqueólogo recolecta y selecciona de acuerdo con la textura, color, tamaño, material, lugar y tiempo–, aparecen, paradójicamente, tal cuales objetos soterrados que han de recuperarse, y que inevitablemente atrapan al lector. Así pues, desde estas perspectivas, los temas son atraídos por un remolino, ya sea en el mar o en el espacio sideral.
Pero, ¿qué otra relación conllevan estos epígrafes con el título de esta compilación?, ¿por qué el autor advierte en su prólogo que el lector “no tendrá carriles o huellas que seguir [y] hallará los más dispares textos, a veces los más descabellados...”?, ¿acaso se trata de una especie de libertad azarosa para que el lector deambule tranquilamente por el interior de este libro? Tal vez... Por ahora, como un investigador que va atando los cabos para tener, por lo menos, la certeza de haber sobrevivido a una vorágine citadina, en un mundo caótico donde el desorden se manifiesta como otro orden más, y sólo por eso, ser asimilado como tal para volver a la vida, otra vida, en otro tiempo y en otro lugar, soy ahora testigo de un descubrimiento.
Marco Tulio Aguilera, autor de la saga Cuentos para después de hacer el amor, Cuentos para antes de hacer del amor, El imperio de las mujeres. Cuentos en lugar de hacer el amor; y otros como El amor y la muerte, Mujeres amadas, entre literatura infantil y otros títulos más, ha escrito Maelström. Agujero negro, un libro variado, con dos epígrafes que refieren, o sugieren, el título de esta compilación de relatos.
Regularmente, al terminar de leer –de releer–, salvo alguna frase, una palabra, un pensamiento o una reflexión. Y quizás la virtud de este libro radica en esto justamente: en que hay textos dignos de salvarse, cuyos temas –inmersos en remolino– atrapan al lector, redimensionándolo y transportándolo, por ende, a otros mundos.

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