CRONICA DE SAN ISIDRO DE EL GENERAL 14 DE AGOSTO DE 2010
agosto 14, 2010
Por la premura he subido a este blog notas provisionales de mi viaje a Costa Rica, mis conferencias, talleres, encuentros, recorridos... Esta es una nueva versión, mejorada. Todavía falta pulir y completar. En la foto estoy con José Luis Díaz Naranjo, secretario académico de la Universidad Autónoma de Costa Rica y responsable de mi estancia en San Isidro de El General, donde me encontré con mi pasado.
Escribo en el vuelo de Mexicana rumbo a Costa Rica. Ayer en el Centro Deportivo Tenexpan en Ixtaczotitlán, estuve desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, bajo un sol de canícula, viendo partir auténticas hordas de nadadores, desde niños de cuatro años con sus tablas, hasta ancianos de más de ochenta, que orgullosos al final de la jornada exhibirían cuatro medallas, una por cada estilo. Yo conseguí, como se puede ver en la anterior entrada de este blog, dos medallas: una de plata (¿de plata?) y otra de oro (¿de oro?); la primera en cincuenta metros libres, con un tiempo de 37 segundos, y la segunda en cincuenta pecho, con un tiempo de un minuto dos centésimas. ¿Mérito? No mucho y no poco. No mucho, porque hubo pocos participantes en mi categoría (de más de sesenta años); no poco, porque le gané una competencia al señor Brothers, segundo en los Juegos Panamericanos del 2000. Y la verdad es que me lancé a la piscina a participar en pecho con pocas posibilidades, pues generalmente no entreno este estilo, pero ya en la piscina me entró una especie de fiebre del oro y comencé a pedalear duro, y a cada brazada decía me decía ¡oro, oro, oro!, con el resultado que le saqué tres segundos al señor Broters y pude colgarme el oro. Quienes me conocen saben que soy un lujurioso de los premios y me los critican –particularmente el rector de la Veracruzana me ha dicho: “No sé por qué esa obsesión por los premios, Marco. Eres un buen escritor… ¿No te basta con eso?”. Pus no, Raúl, soy así desde que me conozco y los que me quieren --que son pocos pero gente respetable—me perdonan este maldito vicio de buscar premios literarios … Al que a partir del año pasado agregué el vicio de las medallas en natación. Ya tengo cuatro. Comencé un poco tarde, pero ni modo. La culpa la tiene una lesión que me alejó del básquet, mi otro gran vicio.Ya con mis dos medallas, en lugar de regresar a Xalapa, decidí quedarme en el Hotel Trueba en Orizaba. Caí dormido a las ocho de la noche. A las cuatro de la mañana estaba en pie y a las cinco manejando mi Polo rumbo a Xalapa. Y hoy martes rumbo a Costa Rica acompañado por L, que desde hace varios años va conmigo como una sombra protectora a todas partes. El año pasado estuvimos en Medellín casi quince días pero no conté bien la experiencia, pues hubo asuntos desagradables en ese viaje que preferí por una vez guardarme. Recibí, eso sí, el afecto de mucha gente y supe que había mucha gente que leía mis libros y que incluso se sabía mis cuentos de memoria.
Lo que soy el día de hoy, bueno, malo y más o menos, productivo, feroz, crítico, vanidoso, voluntarioso, admirador de la belleza, lector voraz, estudioso de todo lo existente, aventurero, soberbio, buena gente, honrado, sincero –eso digo yo, habrá que ver qué opina le gente--, todo lo que soy tuvo su semilla en un pueblo-ciudad de Costa Rica que se llama San Isidro de El General: allí tuve todos mis estrenos, incluyendo uno fundamental en el Bar Tico, leí todo Dostoievski, Miller, las Mil y una Noches, Vargas Vila, recibí clases de Vilma Alfaro de Vega y de don Danilo Salas y de Lindor, allí gané mi primera carrera atlética compitiendo ni más ni menos que contra Rafael Ángel Pérez, allí tuve una existencia silvestre en el río y conocí a las mujeres más bellas del mundo. Allí comencé a escribir y gané m primer concurso con una Biografía de Beethoven: el premio fue escuchar la Novela Sinfonía en el Teatro Nacional de San José (recuerdo que la escuché en el gallinero del Teatro, enfundado en un traje de paño negro grano de pólvora que me regaló el señor Rossi, dueño de la fábrica de fideos en donde trabajé empacando tallarines; recuerdo que mi madre recibió el traje de regalo y le pidió a un sastre que lo redujera para que se ajustara a mi cuerpo de quince flacos años). Y a ese pueblo-ciudad es a donde voy a ir a dar conferencias sobre la novela que escribí hace más de 35 años, una novela en la que yo describía a las lindas putas y al sargento y a las bellas, y al padre Coto y a don Danilo y a la Sietecolores y a la Musoc … Esa novela fue publicada por La Flor en Buenos Aires, tuvo una edición de 25 000 ejemplares en Colombia, le gustó a García Márquez, recibió el Premio Aquileo J. Echeverría, fue declarada novela post moderna y fundadora del post boom, fue criticada, censurada, alabada, acusada de plagio, el título de la obra –Breve historia de todas las cosas-- fue usado por un filósofo norteamericano de apellido Wilbur que según parece ha tenido buen éxito… Y por esa novela es que ahora estoy regresando a San Isidro de El General y a Costa Rica. Me encontraré con muchos buenos y viejos, bastante viejos, amigos… Y tal vez con unos cuantos enemigos que consideran que insulté en la novela a sus nietos, a sus padres… pero bueno: cómo puede uno pasar por la vida sin levantar polvo… Traje Necrópolis, la novela de Santiago Gamboa, para terminar de leerla pero no ha habido condiciones. Todo el tiempo lo hemos pasado: sentados viajando, comiendo, hablando, dormitando, mirando revistas de estupideces. Espero que en este viaje de conferencias no me cargue con unos kilos de más y que después tenga que sufrir para bajarlos ... o simplemente deba aceptar la derrota y cambiar de talla.
En Heredia
Una conferencia formal “Escena de amor y eros en la obra de García Márquez”. Hice lo que no acostumbro: leer la conferencia. Aunque había olvidado los anteojos traté de descifrar lo que había escrito en Xalapa. Bizqueando salí airoso del asunto. Luego hablé de forma rápida sobre mi presencia en Costa Rica. Mi maestro, mi gran maestro, Faustino Chamorro, hoy profesor emérito de la Universidad de Costa Rica me llevó al hotel varias fotos viejas y dos severos tomos en los que se sintetiza su erudita aportación a la cultura tica. Me regaló una corbata segoviana, una especie de cordón con un emblema de oro, que se ciñe en torno al cuello. Vi mucha emoción en él, gran modestia, aunque es el gran maestro no sólo de San Isidro sino de Costa Rica. Mucho de lo que soy se lo debo a él, a su erudición, buen humor, energía superior, a su espíritu luminoso y generador de luz, a su creatividad y en cierta medida a su sentimiento de superioridad sobre el mundo que lo rodea. Luego cominos arroz con pollo, la comida que los ticos comen en todos los eventos. (En Costa Rica se come arroz con pollo o gallo pinto al desayuno, almuerzo, en los matrimonios, bautizos y todos los grandes eventos. ¡Pura vida! Después el viaje bordeando la ciudad de San José por lo de la restricción vehicular, colinas suben y bajan, calles tortuosas, laberínticas, trazadas sobre paisajes de belleza apasionante. Luego hicimos el viaje a San Isidro de El General, mi pueblo y el espacio donde se desarrolla mi primera novela, por la carretera en la que hace casi cuarenta años, cuando era un adolescente flacuchento y fanfarrón trabajé como timekeeper. Gran emoción recorriendo mis viejos territorios. San Isidro de El General ya no es el pueblo de 6000 habitantes que habité hace décadas sino una ciudad de más de cien mil, con malls, una gran autopista que ya tiene 70 muertos por mes, infinidad de deslumbrantes iglesias de sectas extravagantes, varias universidades, muchos edificios nuevos, pero, sigue siendo una ciudad llena de mujeres de belleza que causa espanto a los hombres e infarto a las esposas y con una enorme cantidad de prostitutas.
Mario, nuestro conductor y guía, nos señaló una puertita, apenas a ciento cincuenta metros de la catedral. Frente a ella había una fila de ancianos como la que se haría en México para comprar tortillas. Sentada en el quicio de la puerta una bella chica de ojos verdes, que apenas tendría 17 años. Esa es la que se llama La Casa de Los Viejitos, dijo Mario, se atiende solamente a ancianos. Son campesinos que vienen de la montaña a buscar su dosis de placer. La puticas los atienden a bajo precio en cuartitos minúsculos en sesiones de diez minutos máximo. Como recuerdos enquistados sigue habiendo en San Isidro algunos lugares que fueron claves en mi vida: el Prado Bar, El Bar Tico, donde conocí el terror de los primeros placeres, el Liceo Unesco, la Escuela Normal. Primera conferencia en Pérez (otro nombre que se le da a San Isidro): en un enorme auditorio había unas cincuenta o cien personas que escucharon mis palabras como quizás ningún otro público del mundo podría hacerlo. Yo convertí hace 35 años a aquel pueblo polvoriento en una ciudad literaria que visitaron lectores de Argentina, Colombia, España, yo hablé sobre sus padres, pinté a sus mujeres, a sus locos, a sus iluminados, yo calumnié a muchos, yo me reí de los profesores e insulté a algunos y exalté a otros. Ahora, cuarenta años después de mi salida de San Isidro, he regresado con treinta o cuarenta kilos de más, con cuatro décadas agregadas a mi humanidad. Cariño inmenso sentí de aquellas personas que me escuchaban con fervor. Ellos me recordaban a mí, yo a ellos, era como si nunca me hubiera separado de mis sanisidreños, como si en lugar de haberme ido a Colombia, Estados Unidos, México, hubiera permanecido sentado en el parque, hubiera seguido jugando mejengas de basquetbol en el Prado Bar y siguiera añorando siempre una mirada de las hijas de doña Lala, las cuatro mujeres más bellas que se pueda imaginar, hijas de Pinga de Oro. Por la noche volvimos a comer arroz con pollo y tuvimos una hermosa noche, una noche memorable y significativa. L había escuchado mi charla sin el gesto de escepticismo que habitualmente usa en mis conferencias. Ella ha escuchado mis historias mil veces y le sucede lo que le sucede a Mercedes Barcha: no le hacen gracia. De alguna manera el hecho de que L visite conmigo mi pasado la estaba haciendo comprender lo que yo soy. Por lo menos eso espero.
Al día siguiente
Una conferencia tras otra se precipitan en cascada y no hay tiempo sino para comer y dormir y si es posible ser fugazmente feliz con L. Ayer en la Sede Brunca de la Universidad una charla ante un enorme auditorio de jóvenes que parecían ignorarlo todo de mí. Hablé del viejo San Isidro y de quienes fueron los padres fundadores de esta ciudad que de alguna manera es mía, una ciudad de la que me apropie en una novela hace más de treinta años y que desde entonces es mía. Miraba yo a aquella multitud y trataba de adivinar en cada rostro el rostro de sus padres, que quizás fueran modelos de mis personajes. Identifiqué entre todas las personas a una chica de larga cabellera negra, un rostro de belleza sublime, idéntico a un rostro que vi en el San Isidro, tras el vidrio de la taquilla en el Cine Paulina en 1965: Nidia Ramírez, una de las cinco maravillas de San Isidro. Le pregunté por casualidad no eres hija o nieta de doña Lala, la mujer que engendró a las cinco mujeres más bellas de San Isidro y del mundo. Ella me miró sonriente, serena, como me había quizás mirado en 1965 su madre o su tía y me dijo no, no soy hija de una hija de Lala. Y terció la decana de la Universidad: pero sí eres hija de Helena que es hermana de Yesenia, y es posible que tus genes estén repitiendo la figura de Nidia, porque , muchacha, eres casi una copia de Nidia, la mujer que durante años vendió boletos en la taquilla del Cine Paulina y que era tan bella que se convirtió en atracción turística de San Isidro. Dije: Nidia Ramírez era tan hermosa que yo llevaba a los turistas a verla y cobraba una peseta por mostrarles a la mujer más linda del mundo. Hable con fluidez ante los estudiantes de la Universidad Autónoma de Costa Rica, Sede Brunca. Eran quizás 500 muchachos y escuchaban con atención, sonrisas, a veces deleite. No faltaron algunas bromas. Básicamente les dije quién soy yo ahora y quién era hace más de 35 años: un muchacho flaco, alto, insolente, que pasaba la vida jugando básquet en el Prado Bar y mirando a las chicas lindas en el parque. Había en ese público y en general en los sanisidrogeneraleños entusiasmo por oír a ese antiguo habitante de sus calles que había salido del limitado mundo de ese pueblo remoto, polvoriento, chismoso (hay que decirlo: el chisme es una de las costumbres más arraigadas en San Isidro: todo se sabe de todos, hay mil historias circulando, se cuentan, se repiten, se agrandan. Ello pude comprobarlo cuando escuché “noticias” sobre Momotombo, Lindor, don Danilo Salas, Simón Solís, Sergio Barrantes. Y me escuchaban con fervor los muchachos. Alguien dijo yo soy hijo de don Danilo, el dentista de la novela; Alexis el loco que se decía Príncipe de Mónaco, sigue vivo recorriendo las calles de San Isidro y las monjitas lo odian a usted, Marco Tulio, porque dijo que en su colegio pasaba esto y esto y otro asistente dijo yo soy hijo de un constructor de la Carretera Panamericana que usted pinta en la novela. Al final un largo aplauso. Sentí que por un momento había logrado unir dos épocas de San Isidro e iluminar algunas circunstancias presentes. Después de más horas de platica en medio de un calor abrumador en el que nadie se movió de su sitio, hubo un largo, larguísimo aplauso y yo sentí que mi vida estaba justificada porque había conquistado a aquel desconocido monstruo de muchas cabezas y que de alguna manera era amado por todos y todas, y que aquella escena no era la culminación de mi insoportable vanidad ni un sueño sino un hecho irrefutable: yo quería a toda esa juventud y esa juventud me quería. Yo les estaba explicando el mundo de sus padres y ellos lo agradecían y sin duda muchos iban a leer mi novela. Y algo verdaderamente increíble: a San Isidro llegaron pocos ejemplares de la obra, pero los habitantes de la vieja guardia, casi todos, tenían ejemplares casi idénticos, clonados, y algunos tenían la vieja edición de La Flor de Buenos Aires, con su papel amarillento casi convertido en pergamino y otros tenían la edición de Plaza y Janés de Colombia en papel blanco. Pero eso lo sabría más tarde, cuando me reuniera con un grupo de veinte personas de mi edad. Fue en casa del licenciado Eduardo Rojas, bajo un techo de palma, bajo una lluvia torrencial. Todos los allí reunidos habían leído y releído mi novela. Alguno dijo que la había leído 70 veces. Conocían la novela de tal manera que me aclaraban detalles confusos y explicaban y descifraban a los personajes y los relacionaban con las personas… Yo decía: al negro Vladimiro yo lo inventé, ese personaje no existe. Y Yoyo me replicaba. No, MT, ese personaje no lo inventaste, ese personaje es un negro que fabricaba zapatos y se casó con una mulata muy linda y tuvo muchos hijos: uno de ellos trabaja en la NASA. Luego hablaron de Tribilín, hijo de don Juan Bautista Fonseca, alias Californio el Simple, baterista de la Orquesta Sibundoy. Juan Bautista Fonseca fue profesor del colegio de Monjas donde también dictó clases tu madre, MT, y donde tú ibas a cantar al coro para ver a las niñas de las monjas. Aquellas veinte personas sabían mas de mi vida que yo mismo y me conocían como si yo hubiera vivido en San Isidro como vecino toda la vida. La opinión fue unánime: MT, sigues siendo el mismo de hace 45 años y alguien me dijo: no has cambiado nada, incluso físicamente eres igual al muchacho de 17 años que iba a jugar básquet al Prado Bar.
Horas antes había ido al Prado Bar llevado por mi guía José Luis Díaz Naranjo, secretario académico de la Universidad Nacional Autónoma. Sentí que se me salía el corazón al ver que las canchas de básquet habían desaparecido tras una barda, que la impresionante piscina olímpica había sido cambiada por dos pozas para niños, que la barra y el bar seguían igual que hace tantos años, y que sobre todo, ay, el riachuelo de aguas transparentes que pasaba al borde de la pista de baile había sido cubierto por una plancha de cemento. El Prado Motel y Centro Deportivo, pista de baile, sitio de reunión de los vagos que fuimos, un autentico paraíso, había perdido su esplendor y ahora era un sitio triste, abandonado, de fiestas equívocas y encuentros oscuros. A lo lejos sigue pasando el río donde me bañé de muchacho y donde perdí mis primeros sueldos jugando a la veintiuna y donde tuve alguna aventura galante sin calzones, su agua felizmente sigue siendo limpia (Costa Rica es una país que respeta su naturaleza como ninguno, un país en general tan civilizado que si fumas en los pasillos de un centro comercial te llevan preso y si no usas cinturón de seguridad en el coche te ponen enorme multa y si manejas ebrio te quitan la licencia para siempre… es cierto, también hay dinero malo, muchos inmigrantes han traído dinero producto del narco y hay bodegas de coca y en el San Isidro de mis tiempos no había sino una iglesia, doce prostíbulos, un colegio de monjas y un liceo, el agua limpia corría por caños abiertos a los bordes de las calles, y ahora, hoy, se levanta en el mismo espacio una ciudad con enormes centros comerciales, una gran autopista rumbo al sur, un hotel de cinco estrellas y diez o doce de medio pelo… Es casi inevitable: todo paraíso del mundo está contaminado, San Isidro no podía mantenerse alejado del mundo).
Regreso a la fiesta bajo la enramada con un fondo de lluvia torrencial: yo bebí guaro blanco para apurar ese trago de vida: veinte personas hablando de mi, de mi pasado, sobándome el lomo, diciendo que yo era para San Isidro una especie de prócer, y L, escuchando, soportando, como una belleza callada y misteriosa, y yo dije: detengamos esto, ya no quiero que hablen de mí, no más elogios, quiero que escuchen a L, ella ha vivido a mi lado 25 años, ella sabe de mí lo que ustedes saben. Entonces L habló: contó con serenidad lo que a nadie había contado, la escucharon en silencio. Sentí, supe que a mi lado ella había permanecido soportando una especie de alud de mierda, impávida, mientras yo me pavoneaba por el mundo, ella ha sufrido lo que nadie o casi nadie sabe, o lo que quizás solo una persona en París sabe y yo seguía y sigo avanzando por el mundo entre fanfarrias. Al final de su relato, que pudo durar una hora yo dije ahora quiero que ustedes, amigos, me hagan un juicio. Uno por uno fueron dando su opinión, todas fueron sensatas, y en unas salí bien librado y en otra quedé como una especie de monstruo de vanidad e insensibilidad, todos dieron su opinión y yo sentí que aquella noche había sido una de intenso acercamiento entre L y yo y que todo un pueblo había asistido como en un teatro de la vida a un juicio público en el que se había ventilado la vida secreta de un escritor famoso y su discreta esposa. L, una mujer sabia, serena, valiente e intolerante. MT cayó al fondo del abismo y salió, ahora sigue marchando en una especie de marcha triunfal sobre el cieno. L lo vio caer y desde entonces ya no cree, ya no le cree. Y llegó la pregunta ¿entonces por qué sigues con él? y ella respondió ésta es una etapa de la vida que hay que quemar, todo tiene un orden y no voy a violentarlo, todo llegara a su debido tiempo. Y yo respondí: sigues conmigo porque sabes que muy en el fondo soy completamente honesto aunque digas lo contrario. Y lo puedo decir ahora: respetaré cualquier decisión tuya: nos separamos o seguiremos juntos y eso no va a torcer mi destino como escritor, yo sé que te quiero y pienso que en verdad no eres intolerante. Señores, aquello resultó una especie de público programa de la señorita Laura, ¡qué pase el desgraciado a ser juzgado por un público de defensores de la familia tradicional ¡ Yo seguí bebiendo guaro y fumando y soportando con estoicismo el juicio de aquellas veinte personas, escuchando las razones de L.
No ha habido casi tiempo para escribir y estas notas las estoy haciendo en el baño sentado en la taza con la lap top sobre las piernas para no molestar a L, que duerme como santa, en la cama de sábanas frescas del hermoso Hotel del Sur, que es ahora lo que quizás fue hace 30 años El Prado. Al día siguiente un viaje celérico a la frontera de Costa Rica con Panamá. Antes hicimos una parada en El Pescado, puerta de entrada a un territorio que habité en el pasado, cuando a los 18 años fui maestro rural en la montaña de Pueblo Nuevo y de alguna manera que no voy a repetir aquí y que está registrada en mi novela El juego de las seducciones (agotada y no reeditada) caí en una mi primer depresión mayor. Con ayuda de Mario, nuestro Aqueronte, L y yo estamos buscando la entrada al pueblo de Buenos Aires de Puntarenas, pueblo en el que fui acusado de violar a una indígena y caí en una depresión, repito –mi primera depresión—que me mantuvo encerrado en una habitación un año completo. Antecedentes: una mujer de 60 años al borde de la muerte por cáncer me envio un mensaje a Xalapa hace meses diciéndome que quería descargar su conciencia: decía haber engendrado un hijo mío que ahora tiene 40 años y está en la cárcel por violacion y asesinato. No recuerdo haberme acostado con nadie en ese pueblo, de modo que no puedo aceptar ese hijo. Las personas que atendían la tienda de El Pescado me informaron que ya el camino que recorrí muchas veces rumbo al río Grande de Térraba no existe. Se lo ha tragado la selva. Para ir a Pueblo Nuevo hay que ir por otra ruta. Aplazo por lo tanto la visita a mi Comala. Vine a buscar a un hombre que se dice es mi hijo. Seguimos el camino, pasamos por San Vito de Java, al que se llega por la Carretera Panamericana. Hace más de 35 años hice esa ruta en mula y a pie, como intérprete de exploradores que buscaban oro en el río Canasta. Tras una semana de selva los exploradores se rindieron y regresamos a San Isidro. Seguimos con L, guiados por Mario, nuestro camino hasta llegar a la frontera con Panamá. Compramos algunas cosas, comimos langostinos y regresamos a San Isidro bajo un diluvio. Al día siguiente nuevas conferencias y nuevas fiestas. Los auditorios llenos de personas muy interesadas y muy entusiastas, muchas de ellas con un clon de la novela y con libros que yo mismo no tengo. Tras la charla en la universidad, que debía durar tres horas y en realidad duró dos horas porque tengo mal concertado mi reloj, que permanece con la hora de México, tuve una hora de libertad, la que aproveché para ir con Mario, el conductor, quien casi con indiferencia pareció descubrir el secreto de quien es la madre de mi hijo perdido, para ir al centro. Mario dice que lo mas probable es que yo en verdad en una borrachera haya violado a esa indígena y que el fruto de esa violación sea el hombre que esta en la cárcel. Las edades parecen coincidir: el hombre tiene 43 años. Yo trabaje en ese pueblo en 1969. De la fecha en que fui maestro al dia de hoy han pasado 41 años. Fue imposible llegar a Pueblo Nuevo, pero nos enteramos de una cosa: el pueblo fue trasladado a otro sitio. La verdad es que al estar investigando lo de mi presunto hijo, sentía una especie de tensión en la espalda y un palpito lacerante en el cerebro. Me pregunto, si hubiera encontrado pruebas de que es mi hijo, que había hecho. Aplazamos la investigación para otro dia. Seguimos nuestro camino. Visitamos una tienda donde hace casi cuarenta años trabajé como vendedor de telas –en realidad me la pasaba durmiendo sobre las telas o encerrado en el baño leyendo—y con el cajero hablamos de personajes pasados de San Isidro. El fue el que nos dio la pista del lugar donde podríamos encontrar a las Ramirez. Yo quería verlas para comparar mi recuerdo con la realidad: eran las cuatro mujeres más hermosas que se pueda imaginar. Así las recordaba y así las describí en mi novela. Fuimos a buscarlas pero solo encontramos a un hermano menor. Estuve hablando con él pero no le revelé mi identidad. Era consciente de haber ofendido a su familia en mi libro y había la posibilidad de que el hombre se portara agresivo. Yo conocí a tus hermanas, le dije, eran muy lindas. Sí, respondió, siguen siendo muy lindas. Elvia murió. El hermano me dijo que una de ellas vivía muy cerca. Fuimos a merodear la casa de Elvia pero no me atreví a ir más lejos. Vamos al Mejicano, le dije a Mario. Inmediatamente aceptó y me dijo que en ese sitio él se había iniciado en las lides de amor mercenario. Esta en las afueras de San Isidro, rumbo a Cartago. Es un lugar ahora triste y sórdido, que en el pasado fue el sitio donde llegaban las mujeres exóticas que iniciaron en las armas del placer a generaciones de muchachos. A El Mejicano que se llega a través de un túnel. Las puticas viven en cuartitos adjuntos al salón central. Vimos a varias. Una vieja, morena, adiposa, las otras dos más jóvenes, dominicanas, vestidas de forma convencional, con shorts y blusas baratas. Hablé con una, delgada, cómo te va, le pregunté, más o menos, dijo con un gesto de desilusión, yo no me voy a quedar aquí, estoy de paso. Precio 12 000 colones, lo que valen cuatro tazas de café en el Hotel del Sur. Mientras esto pasaba L estaba en el hotel, nadando, escribiendo sus crónicas en su lap top (yo estoy escribiendo esto en la mía, a las cuatro de la mañana, sentado en la taza del baño, para no perturbar su sueño) y cuando llegamos estaba encabronada, dónde estuviste, a qué hora terminó el taller, todo el mundo te estaba buscando, le conté nuestros pasos pero no le dije que había ido a El Mejicano, aunque le había comentado a Mario que me hubiera encantado llevar a L al sitio por la noche, cuando hubiera acción y le conté de la ocasión en que fuimos a El Jolgorio en Xalapa. Allí una desnudista se cayó del famoso tubo cuando estaba haciendo una pirueta y se desnucó. El caso es que L estaba enfurruñada pero ya no tuvo tiempo de montar en cólera pues llego el licenciado Rojas con su familia y nos invitó a almorzar y luego fuimos a La Georgina, casa histórica patrimonio de Costa Rica, donde hubo una larga filmación, firma pública del libro de visitas ilustres, discursos, una entrevista muy larga con canal 14 y se habló de lo que mi novela representaba para San Isidro, prácticamente un cimiento de la cultura, una de las cosas importantes que habían pasado en 100 años: la fundación del pueblo en 1910, la música de don Alfonso Quesada Hidalgo y mi novela, que proyectó a San Isidro el mundo. La fundación de San Isidro fue llevada a cabo precisamente por el primer Barrantes, Sergio Barrantes, hombre no sólo vivo sino vivísimo, poseedor de 54 hectáreas de bosque y selva, a cuya casa nos dirigimos. Allí se oficiaría no sólo una cena pantagruélica y una bebeta tremenda, sino una de las escenas más memorables y acaso insoportables de mi vida. En un comedor gigantesco con ventanas monumentales que nos ofrecían el paisaje original mas esplendido de palmas, árboles en estado diríase prehistórico, y atrás el rio, el viejo rio en el que hicimos de niños tantas fechorías y deleites, se llevó a cabo una especie de glorificación extrema de Mistercolombias. Barrantes tenía una cámara digital recién comprada y comenzó a disparar fotos, lo que haría constantemente durante varias horas. Decía, mirando su contador: ya he tomado 60, me faltan 1117, flash, flash, flash: fotografió a L en todas las actitudes, me fotografió a mí y poco faltó para que me siguiera hasta el baño con su cámara con capacidad para tomar 1500 fotos. Pidió que lo fotografiaran conmigo entrelazando los brazos mientras bebíamos de altas copas como si fuéramos novios. Barrantes tiene 85 años pero una energía de galeote bien alimentado. Su esposa, tan veterana como él, es una mujer dulce, mansa, sumisa. Doña Petrita recordó haber tenido gran amistad con doña Ruth, mi madre. A esta casa venía doña Ruth contigo, un muchacho flaco, de brazos y piernas muy largas. Tendrías doce o trece años y no te quedabas quieto ni un instante, te movías para arriba y abajo, hablabas, cantabas y no había forma de hacer que te sentaras quieto. Mientras tanto el patriarca Barrantes seguía eufórico, me servía ron con coca, insistía en que L bebiera, pero ella impávida seguía tomando agua. El patriarca le puso un plato con huevos de codorniz frente a L. Este plato exquisito es solo para mi hija—el patriarca había decidido adoptar a L, con quien había intimado desde la fiesta anterior--, los huevos son solo para mi hija, insistía de manera casi infantil. L comió solo dos huevos, yo me comí el resto, unos veinte, deliciosos, y engullí carne de cerdo por montones. L ni la probó. Solo me miraba beber, comer, posar para las fotos y es como si estuviera diciendo yo te dejo, yo te dejo, nada más te miro. Todos los concurrentes insistían en demostrar la trascendencia de Breve historia de todas las cosas, su fidelidad al pasado, el carácter de documento de la obra, me hacían preguntas como qué se siente ser famoso y yo decía, no se siente nada: yo regreso a Xalapa y allá no soy famoso, nadie me pone atención, soy como todos: trabajo, natación, leer, escribir y a veces salir de viaje y disfrutar de estas atenciones…pero generalmente mi vida es como la de cualquier oficinista al que su mujer manda a comprar tortillas. No faltó quien dijera que mi novela es mejor que Cien años de soledad, y todos apoyaron y trataron de demostrarlo. Yo les dije: mi novela es importante para ustedes porque en ella se ven reflejados y en verdad no importa si es mejor o peor que otra, simplemente es una novela en la que este pueblo se ve reflejado. La fiesta se prologó aunque yo estaba al borde del desmayo tras horas y horas de conferencias, entrevistas, traslados, viajes, emociones violentas, encuentros, comenzó a llover de nuevo torrencialmente, a las ocho de la noche me puse de pie y dije ya estoy muy cansado, no aguanto mas, y el patriarca dijo no, no otro trago y bueno, otro trago, mas fotos, me regaló una hermosa edición de las obras completas de Cervantes en un tomo, me dijo que iba a hacer todo lo posible para traerme a San Isidro para que regresara y me instalara aquí y escribiera la segunda parte de la novela, y me retrato con su nieto Sergititito Barrantes: un muchacho rubio de ojos claros, inteligente, que habla con coherencia e información, menciona a Nietzche y a Rilke con naturalidad, y me dijo: este muchacho, mi nieto, es tu sucesor, este muchacho es el que va a escribir la segunda parte de la Breve historia de todas las cosas. Termine la noche mareado, como ayer, con el vientre lleno como un odre lleno de todas las carnes, todos los vinos, todas las frituras, frijoles, arroz con pollo, pero pude dormir porque estaba agotado. Desde que llegué el martes no he parado ni un segundo, y si puedo escribir es porque me sobra la energía que habitualmente gasto en la natación. Me acuesto a las ocho o nueve de la noche y a las cuatro am ya estoy sin sueño y me encierro en el baño a escribir estas notas apresuradas. Lo hago ahí para no molestar a L, que es quisquillosa y repelona. A las siete de la mañana Mario Rojas, un abogado cuya vocación es la lectura y la vagancia, alto, guapito y con una mujer que lo somete a una marcación presionada, pasará por nosotros para llevarnos a la playa de Dominical. Iremos con José Luis Díaz Naranjo, el secretario académico de la Universidad Autónoma de Costa Rica y responsable de mi venida. El Hotel del Sur, donde nos estamos quedando, es maravilloso, las conferencias y talleres han ido bien y los ecos de mi presencia han ido creciendo, a tal punto que parece que en todo San Isidro no hay otro tema de conversación que el regreso del muchacho que hace casi cuarenta años del pueblo, escribió una novela insultando a todo el mundo, se hizo famoso, le dieron el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría, fue comparado con García Márquez, y muchos años después regresó acompañado por una hermosísima y diminuta actriz del cine mexicano, LL. Pura vida, hay dinero suficiente para pagar los pendientes en Xalapa, hemos sido invitados a desayunar, almorzar y cenar todos los dias, estamos engordando a razón de casi medio kilo diario (arroz con pollo al por mayor, gallo pinto, carne de cerdo: el primer nombre que tuvo San Isidro fue Quebrada de los Chanchos, precisamente por la abundancia de puercos salvajes que había en los alrededores), hemos recorrido mucho territorio y visto paisajes de alucinación y recuperado la fe en el mundo: ¡pura vida!, todavía hay agua clara, no en el Amazonas sino en Dominical, playa cercana a San Isidro. Subimos a una breve colina en el 4x4 japonés de Rojas y entre las breñas selváticas vimos el agua transparente bajando torrentosa, espléndida y volví a mi infancia cuando la felicidad era luchar contra las corrientes y subir río arriba hasta los sitios en los que ya no han nada más que monos congos que rugen como leones o como perros y que a la distancia parecen aterradores, en manadas que poblaban los árboles y nublaban el cielo, pero que ya vistos de cerca son amables, inofensivos y simpáticos. Ayer todo fue carretera, playa y río, chicharrones y arroz con pollo, ¡pura vida! San Isidro sigue siendo un hervidero de historias: hay una sociedad de adoradores del Quijote, cuyos integrantes se lo han aprendido de memoria y han vendido sus propiedades, abandonado a sus familias y viajado a España para cotejar lo que dijo Cervantes con los paisajes de La Mancha. Historias: Simón Solís, que solamente una vez en su vida se atrevió a aceptar un trabajo, maestro de una escuela primaria: viajó a Dominical con su maleta y ya no se supo nada de él. Dos meses después llegaron a Dominical los supervisores del Ministerio de Educación y encontraron la escuela cerrada. ¿El maestro?, preguntaron. No, aquí no ha llegado ningún maestro: hace dos meses llegó un gringo con una maleta, la dejó en la bodega y se fue a la playa (Simón Solís es un rubio de pelos parados y aspecto simiesco, a quien veríamos en los próximos días). Así ha hecho todos los días. No hace más que despedir a los niños cada mañana e irse a la playa. La historia de Sergio Barrantes, que fue el segundo en llegar a San Isidro, se apropió de todo el paisaje, dominó con un ego del tamaño del universo a su mujercita, doña Teresita Mansita, construyó una casa en la que no hay una sola pared sino sólo ventanas y desde su estudio domina un el paisaje de las 54 hectáreas de tierra virgen que posee. La historia de Isauro Solís, que fue el único macho que vulneró el gineceo de doña Lala, llevándose a su casa a una de las cuatro mujeres más hermosas y difíciles del mundo, ¡pura vida! La historia del loco Alexis, que está batiendo el record de falta de baño: ya cumplió los 85 y no conoce el agua. Hace poco le hicieron una gran fiesta en la que oficio el Obispo Barrantes y Barrantes, hermano del terrateniente Sergio Barrantes. La historia de la Puerta Santa: basta que un grandísimo pecador pase por ella para que todos sus pecados queden borrados ipso facto. Ya habiendo rebasado el umbral santo, los antiguos pecadores, ya con sus albos espíritus, depositan en una magna alcancía, lo que sea su voluntad. Sergio Barrantes no está preocupado por los grandes o pequeños pecados que pueda haber cometido. Dice, ¡pura vida! No tengo por qué preocuparme. Tengo al Obispo Barrantes y Barrantes y a doce monjitas y al padre Coto y a más de doscientas personas a las que les he pagado para que recen por mí: yo voy a entrar al cielo sin siquiera rozar la puerta. Una de las cosa más divertidas en casa de Sergio Barrantes fue el coro de alabanzas que con los vapores del alcohol se levantaron: yo era como un millón de veces mejor escritor que García Márquez, yo era el hombre más sincero del mundo, el más elocuente, el más amado, el más tragón, el más flaco e inquieto en mi infancia (mientras doña Ruth estaba hablando conmigo, decía doña Teresita Mansita, Marco Tulio de niño brincaba, se paraba de manos, hacía muecas, hablaba en un idioma inventado, corría hasta la esquina y regresaba diciendo que se había enfrentado a puñetazos con tres locos muchísimo más grandes que él, no paraba este niño, ay, doña Ruth, una santa, imagínense, tener no uno sino siete pequeños demonios en casa). A L don Sergio le puso un platón con 45 huevos de codorniz al frente. Son todos para esta preciosa mujer, que desde que la vi decidí adoptarla. L se comió dos y el resto se los comió el escritor, poco a poco, bajándolos con guaro mientras seguía escuchando alabanzas desmedidas: El amor y la muerte era una obra sin comparación alguna, El pollo que no quería ser gallo se lo sabían de memoria todos los niños de Pérez. ¡Pura vida!, Pérez es otro nombre que se le da a San Isidro de El General. El mismo día en que el escritor dio su primera conferencia apareció una minuciosa crónica en internet, escrita por uno de los dos pelones, personajes misteriosos que siguieron al escritor a todas las actividades: se pensó que eran sicarios contratados por personajes ofendidos para matar al escritor, se pensó que eran sus guardaespaldas, luego se supo que eran unos mellizos, ambos escritores de gran talento, uno de ellos homosexual y el otro macho recontramacho, hermanos, amigos y amantes, dijo algún murmurador, pero los dos, enamorados del escritor y dispuestos a registrar cada uno de sus mínimos movimientos para eternizarlos. Se dice que uno de ellos ya está escribiendo la segunda parte de la Breve historia de todas las cosas, aunque Sergio Barrantes lo niegue y afirme que el único sucesor lícito y talentoso es su nieto, Sergititito Barrantes, que se está preparando como un atleta para escribir una novela de 500 páginas
Los kilos de más. No me identifiqué en el espejo del Casino del Sur. Vi a un hombre con un enorme vientre. Luego entendí: era yo, tras una semana de excesos gastronómicos en San Isidro. Arroz con pollo, gallo pinto, carne de cerdo han entrado indiscriminadamente por mi boca en cantidades industriales. Los famosos tacos mexicanos que sólo se pueden encontrar en Costa Rica! Los sabores más dulces de mi adolescencia. El penúltimo día antes de salir de regreso estoy pesando 99 kilos 800 gramos, es decir 200 gramos bajo el récord histórico de los cien kilos. He sido feliz tragando, engullendo, asimilando, saboreando y no me he preocupado: cuando llegue a Xalapa me someteré a una dieta rigurosa y redoblaré mi entrenamiento de natación. Simón Solís. El mito de Simón Solís: que nunca trabajó en la vida. Que sólo una vez aceptó un nombramiento de maestro lejos de San Isidro, se presentó la escuela de Dominical, dejó su maleta guardada en la bodega y se fue a la playa. Cuando los supervisores fueron a visitar la escuela los pobladores les dijeron: Aquí no se ha presentado ningún maestro. El único que apareció fue el gringo más feo del mundo que dejó guarda su maleta y se fue a la playa. Eso ha hecho todos los días. Rojas, el abogado de todas las causas perdidas, dijo que Simón Solís, ya de viejo, fue a buscarlo para que le ayudara a tramitar la pensión. Dijo que había trabajado en 37 escuelas del cantón, pero que no tenía documentos probatorios. El abogado de de los pobres, especialista en el Quijote y tremendo lector, le dijo que la única manera de conseguir una pensión era hacer una declaración jurada ante notario de que había trabajado en 37 escuelas durante 40 años, ¿estás dispuesto? Claro que sí, dijo Simón Solís eufórico, pues mentir no le era nada difícil, pues era lo que había hecho toda la vida. Juró solemnemente ante notario Sión Solís y consiguió su pensión, aunque todo San Isidro sabe que no ha movido un dedo en toda su vida. ¿El abogado de los pobres? Es un cincuentón bastante guapo de ojos claros de mirar sereno, que en menor grado que Simón practica il dolce fare niente. Lo suyo es leer, lee con una disciplina de galeote, lee horas, semanas, meses, años, y se pasaría la vida leyendo, sino comer ni dormir, si no tuviera a su fiel Marjorie, una bella mujer de carácter aparentemente dulce, que sin embargo somete al abogado al imperio omnipotente de su marcación y sus reproches. El tiempo que Rojas gasta en leer, Marjorie lo gasta en reprochar, actividad en la cual es maestra emérita. Según ella en todas las esquinas, en todos los sitios, en todos los países, hasta en los baños y en su propio bufete esperan al cuitado del lic Rojas hembras agazapadas de intenciones inconfesables. Rojas es el único que tiene sentido de la orientación en el famoso grupo de los Adictos al Quijote, del cual es miembro destacado y financista don Sergio Barrantes, pseudofundador de San Isidro y habría que explicar lo de “pseudo”. El caso es que antes de que llegara don Sergio Barrantes al Valle de El General, ya había llegado Ezequiel Bonilla a fundar el primer asentamiento. Pero como Sergio Barrantes el viejo siempre ha querido ser el primero en todo, incluso el único (escribo esto bajo un diluvio mientras Mario, conductor del Toyota Prado de la UNA, avanza por las estrechas vías entre Heredia y Alajuela rumbo a un hotel donde nos alojaremos MT y L esta noche, para partir mañana rumbo a México).
Vuelvo a la reunión en casa del seudofundador. Era tanta la joda de los asistentes a la reunión en casa del seudofundador don Sergio Barrantes: que si MT era el hombre más sincero del mundo, el mejor escritor del mundo, el más fuerte y simpático y agradable, el que tenía a la mujer más extraordinaria que se pudiera imaginar, el que se lo merecía todo, incluso una estatua en el centro de la ciudad, una casa de la cultura con su nombre, que se lo merecía todo, era tanta la joda, que MT se dijo, en un rapto de inspiración, si hay algo que yo quisiera en este mundo es ser poseedor de un buen pedazo de selva y bosque: dicho y hecho: la comunidad comenzó a maquinar la posibilidad: qué tal si don Sergio Barrantes le donaba a MT, digamos, una de las 54 hectáreas de paraíso que posee a espaldas de su casa, pura vida, así nuestro héroe se vería obligado a venirse a vivir sus últimos años en San Isidro, donde nos iluminaría con su sabiduría y su talento innegable, bueno, don Sergio Barrantes dijo que sí estaba de acuerdo, inmediatamente le cedería su hectárea de paraíso, el inconveniente es que no había notario o abogado a la mano para legalizar el trato. Y MT entre los humos del alcohol comenzó a preguntarse qué haré si de verdad me dona una hectárea de paraíso, humm, tendré que venir a vivir a Pérez, pura vida, sin embargo, habría que cercar el terreno o ponerle una barda, no problem, maje, todos te ayudamos, yo regalo el alambre de púas, yo los postes, yo pago los peones, ¡listo!, ah, pero habría que darle mantenimiento al paraíso, chapear, momento, mejor meter unos cuatro o cinco caballos para que se coman la hierba, el caso es que no tengo dinero para comprar caballo, dijo MT, fácil, respondió Sergio II, veterinario de pelos parados y vientre valiente, prestamos el terreno a los dueños de caballos, a ver, aclaremos esto, lo mejor es una venta, no una donación, pues eso generará muchos impuestos, dijo Eduardo Rojas, recién llegado, el abogado de los pobres, mira MT, le ponemos un precio simbólico, digamos 200 colones, es decir, cuatro dólares, y listo, ni siquiera te cobraré el trámite, basta que me hagas una donación de todos tus libros con firmas autógrafas. Pura vida. El trato quedó hecho y don Sergio Barrantes, seudofundador de San Isidro y poseedor de 54 hectáreas de paraíso, estuvo de acuerdo. Habría que ver si cuando se le bajaran los humos de la cruda estaría dispuesto a sostener el trato. En San Isidro hay un vigoroso impulso entre los escritores locales. Hasta donde me enteré hay uno al que todos o casi todos detestan. Por pura casualidad es el que tiene más éxito. Según parece siente que se lo merece todo. Dicen que estaba muy enojado porque la UNA había hecho gastos para invitarme a San Isidro. Estuve leyendo unas páginas suyas. Me parecieron muy interesantes. En una entrevista de radio dije que si le caía mal a tanta gente, debía ser buen escritor. Una condición básica del buen escritor es tener muchos enemigos. Si tal acerto fuera un apodicto, yo sería un excelente escritor. Fuimos a visitar a don Danil Salas en el que podría ser su lecho de muerte. Fue uno de mis maestros preferidos en el Liceo Unesco. Llamaba a sus alumnos "mis estimados moluscos". Lo convertí en uno de los personajes más interesantes de mi Breve historia de todas las cosas. Yacía en una cama sucia y diminuta. El cuarto apestaba a orines. Estaba encerrado en una casa donde no había nadie. Vino su hijo a abrirnos la puerta. Don Danilo no me reconoció. Me suplicó que no apagara la luz como si temiese que al hacerse la oscuridad desaparecería su vida. Le tendí la mano para despedirme. Respondió: "¿Bailamos ésta?". Fue un hombre que siempre hizo su capricho, el primer adúltero público de San Isidro, ocurrente, ingenioso, locuaz. Una de las celebraciones más destacadas de San Isidro siempre ha sido el Desfile del 15 de septiembre. En tales ocasiones el Liceo Unesco, el colegio de monjas, los bomberos, todas las asociaciones exhiben sus costosas bandas de guerra. Las niñas lindas muestran los calzones disfrazadas de bastoneras, todo dentro de los límites de la decencia, pero... en una ocasión un pariente de Marjorie se trajo a escondidas de San Vito de Java a treinta indias y las hizo desfilar con los pechos desnudos... Nada más por joder a los curas, a quienes detestaba porque lo tildaban de hereje. Una de las historias interesantes es la del hijo de Geovanni, el decano de la Universidad Autónoma de Costa Rica. El niño nació con un mal que se llama situs inversus. Tenía el corazón en el lado derecho, no en el izquierdo. El decano hizo la promesa de que si su hijo lograba vivir sano no se cortaría la barba nunca. El niño creció, nunca ha tenido complicaciones, ya tiene 20 años, y la barba del decano le llega al ombligo. Teme que si se la corta a su hijo le pueda pasar algo grave. Toda la familia de Geovanni adora la barba del decano. La predicción que hice en mi novela de que San Isidro de El General sería arrasado cuando la gran piedra del Cerro de la Muerte se desprendiera, no se ha cumplido. La piedra sigue en su lugar y sobre ella se ha colocado un Jesús parecido al que hay en Río de Janeiro. Tampoco se cumplió mi predicción de que cuando el reloj de la catedral se detuviera habría un terremoto que acabaría con San Isidro. El reloj se ha detenido tres veces y no ha pasado nada. Creo que aquí termina la crónica de mi viaje a Costa Rica.
Faltaba decir que según Mario, el conductor que nos llevaba a todas partes en una poderosa camioneta japonesa, el que va a borrar al pueblo del mapa es el río General.
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