Con Tomás González en NY en 1966
octubre 27, 2011 (DIARIO DE 1966) Perdices afganas
Pasamos por el Lincon Tunel y salimos a Manhattan. Llegamos a Port Authority por segunda vez. Recorremos grandes zonas de pantano conservadas originalmente como territorio silvestre para la vida animal. Veo escaleras metálicas como las de West Side Story. Salimos de New Paltz a las 8:55 y llegamos a Nueva York a las 10:35. No hallamos congestionamiento ni siquiera a la entrada del túnel que conduce a la isla de Manhattan. La eficiencia llevada a extremos inverosímiles: los autos tienen mapas de carreteras computarizados que les indican las rutas más correctas. Las temperaturas de las casas se autoregulan, los baños funcionan por impulsos eléctricos.
Anuncios en The Village Voice, periódico gratuito de Greenwich Village: Un Bi- (es decir, una mujer bisexual) busca estudiante straight (es decir interesado en personas del sexo opuesto) que quiera un trabajo oral imaginativo. Debe tener entre 20 y 30. No quiere reciprocidad. \Pareja atractiva busca matrimonio curioso al que le guste mirar y ser mirado...\Atractivo e inteligente latino se ofrece para cualquer fantasía, etc.
Llegada a Nueva York. Bien recibido por el escritor Tomás González, figura legendaria y en cierta forma underground de la literatura colombiana. Se habla mucho de él pero casi nadie lo conoce. No participa del mundo literario, por ello me sorprendió verlo en el pasado encuentro de escritores colombianos en México, que fue organizado por la UNAM. Comimos y bebimos como tracios en en DF y en Tlaxcala, fuimos llevados a Chapultepec y a las ruinas de Cacaxtla.
Tomás, que publicó recientemente en Editorial Planeta Mexicana un libro de relatos bellísimo, llamado El rey del Honka Monka, con un estrundoso fracaso de ventas (y aquí hay que hablar de las carencias publicitarias de Planeta, que ahora parece estar en un hueco insondable). Yo cobré sus derechos de autor por dos años y apenas si le dieron una miseria. También cobré los últimos derechos de autor de mi libro Los grandes y los pequeños amores, que ya se agotó no sé si para bien o para mal. Y me enteré que Las noches de Ventura, el primer volumen de El libro de la vida, también publicado en editorial Planeta y del que fueron reproducidos apartes en Sábado, no ha tenido el éxito que yo esperaba. El resultado es que Andrés Ramírez, editor de Planeta, me llamó para decirme que se había tomado la decisión de bajarle el precio al máximo, para salir de él, y de paso, supongo, lo mismo sucederá con quién sabe cuántos libros más. La verdad, creo, es que Planeta se encuentra en graves problemas económicos y tiene que conseguir dinero a como dé lugar. Yo no me opuse a que remataran mi libro. Al fin y al cabo se trata de que salga a la calle, para que le haga un campito en las librerías al segundo volumen de El libro de la Vida, que se llamará La hermosa vida.
En Planeta también hablé con Claudia Huelgas, la otra editora, quien me comentó sobre los manuscritos míos que tiene en sus manos. Claudia, una criatura delicada, dulce, no muy enérgica, que más parece la asistente ejecutiva de Donald Trump o de Nelson Rockefeller que una editora, me dijo que los libros estaban en dictamen pero que de todos modos por lo menos hasta fines del 97 no se podrían publicar debido a que los pasados editores dejaron demasiados compromisos que deben cumplir los actuales. Lo que están haciendo es sacar ediciones de 1000 ejemplares lo más barato posible, para luego iniciar otros proyectos. Yo le respondí que no tenía prisa, pues mis libros los había ofrecido a varias casas editoriales de varios países y que yo trabajaba sin preocuparme demasiado por ver mis libros publicados. En síntesis le mostré que no sufría porque Planeta no me diera privilegios. La verdad es que espero buenas noticias en cualquier momento y no sufro por las desatenciones de los imperios editoriales. Si me permiten presumir yo voy a durar más que ellos. Cómo dice Juan Gabriel: Televisoras hay muchas; Juan Gabriel sólo hay uno.
Regreso a mi llegada a Nueva York. Fui con Tomás González a la Estatua de la Libertad. Más que la estatua, me impresionó la variedad de los turistas: el mundo entero estaba allí: rumanos, húngaros, polacos, ucranianos, paraguayos, argelinos, pakistanos. Al frente nuestro en el ferry iba una pareja de argentinos con su hermosa hija. Los tres vestidos como para asistir a La Fenice. Regresamos al East Side en metro: el metro es un antro espantoso: húmedo, sucio, incómodo, pero eficiente. Tomás González y Dora, su esposa, ordenaron desde su apartamento una cena que les trajo un muchacho de un restaurante afgano. Cenamos deliciosas perdices: 38 dólares. Y además les pareció muy barato.
Tomás González: el escritor secreto
Durante los diez días de mi estancia en NY me dediqué a estirar el dinero al máximo y sólo al final me atreví a invitar a mis anfitriones, el escritor Tomás González y su esposa Dora, a un restaurante hindú, con lo que ya acabé mi reserva.
Mi amigo Rafael Saavedra, profesor de la Universidad de New Paltz, me trajo hasta la casa de Tomás y practicamente me entregó sano y salvo, después de haber recuperado dos veces mis maletas, que había dejado olvidadas en la estación de Port Authority. "Te pido el favor de que cuides a Marco Tulio", dijo Rafael, "pues todo se le olvida". La verdad es que Tomás no me cuidó para nada durante mi estadía en NY. Al contrario: se ocupó de lo suyo, me dio la llave de su apartamento y se olvidó de mí.
Tomás González ha publicado tres libros. Uno de ellos, una novela extraña, de aire existencialista, situada en la costa pacífica de Colombia. Y otro, que recibió el Premio Nacional de Novela en Colombia. El tercero es un libro de relatos verdaderamente muy buenos, con personajes excéntricos y conmovedores, tan extraños como el mismo Tomás. Tomás se dedica a traducir textos científicos que le llegan directamente de una empresa a su computadora y que él retransmite, de modo que no tiene que salir de su casa. Su único atisbo diario de la vida exterior lo hace a las diez de la mañana para ir a correr a un parque cercano. A Tomás no le interesa demasiaado ocuparse de la vida literaria. Escribe por placer y por necesidad. Se levanta a las seis de la mañana y escribe hasta las nueve, cuando desayuna e inicia sus traducciones.
En New Paltz le compré una chamarra con cuello de zorro a L, pero me gustó tanto que la he usado todos los días desde que llegué a NY. Un mendigo o un vago en un autobús me dijo: You look like Nanuk of the North, refiriéndose al hecho de que con la chamarra con cuello de zorro, que me rodea los contornos del rostro, parezco un capitán esquimal, el último jefe esquimal de no sé qué novela de Jack London.
En los autobuses de Nueva York los lisiados tienen servicios especiales. Cuando una persona en silla de ruedas les hace la parada, el conductor se levanta. Va a la puerta trasera, la abre, acciona un botón que baja una plataforma, empuja la silla de ruedas adentro, vuelve a presionar el botón que hace que la plataforma se levante, y empuja la silla de ruedas adentro.
Voy el viernes al Museo Metropolitano de Arte. Pregunto y resulta que dos viejitas van para allá y estan dispuestas a guiarme. Me piden que no me pierda de ver la tumba de Cleopatra. Sentado frente al Museo Metropolitano con los pies doliéndome tras recorrer el primer piso apresuradamente. El arte del mundo entero: Picasso, Modigliani, Renoir, di Chirico, todo está allí. Se siente uno abrumado. Hay un sol radiante. Gente de todo el mundo sentada en las escalinatas. De todo lo que vi lo que más me impresionó fueron los desnudos griegos. Total armonía. La mayor parte de las estatuas masculinas están castradas. Inolvidables las Tres Gracias de espaldas y sin cabeza. ¿Para qué necesita el arte de las cabezas? Suena una flauta. El Yankee Doodle.Pierre Auguste Cot: Primavera. Es el coloquio de una pareja de adolescentes en un columpio. Henri Alexandre Georges Regnault: Salomé. Dos cuadros impresionantes. Quise comprar dos posters de Corot pero no tuve dinero. Ya iba de salida a las 5:30 de la tarde cuando escuché música. Una orquesta de cámara estaba tocando en el mezzanine. Me senté en el suelo a escuchar. Este es el mundo deslumbrante que no veo en Xalapa. El centro de la cultura y la civilización están en Nueva York, el aleph. Observo dos cuadros: Rembrandt viejo y Rembrandt joven: el optimismo del joven, su opulencia y poder; la derrota del viejo (arruinado, su hijo muerto, su vida espléndida hecha pedazos). Mensaje de Rembrandt a Cot: la belleza absoluta es alcanzable y vana. En el Metropolitan se da uno cuenta de lo pequeño que es uno mismo. La tarifa para entrar (sugerida) es de 8 dólares, pero se deja entrar a cualquiera, aunque de todos modos los gorrones se lleven miradas de desprecio por parte de los porteros. Salí por un momento del Metropolitan a comer. Caminé mucho hasta encontrar un sitio relativamente barato: El rinconcito mexicano: 8 dólares el menú. Luego regresé al museo.
Volví a casa de Tomás a las diez de la noche después de caminar desde el Museo Metropolitano hasta la calle 13, casi 14 kilómetros, la isla de Manhattan de norte a sur. Caminé por la 5a avenida, vi Tiffanys, la Torre Trump (de un mal gusto monumental), un gran almacén de Elizabeth Taylor. Cerca del edificio de Tomás entré en una tienda de videos para adultos. Ambiente sórdido. Casetas minúsculas y sucias donde por 25 centavos los aficionados ven un minuto de pornografía. Videos de pornografía de todo el mundo y para todos los gustos (siempre que sean viles). No entiendo por qué no hay ni un solo lugar donde se exhiban películas agradables, de un erotismo suave, artístico, con humor. Posiblemente porque este tipo de películas casi no se producen. Hay abundancia de objetos sexuales. Sexos masculinos y femeninos, con pelos reales o sintéticos, y licores fingidos o reales, consoladores de pilas o conectables a la electricidad. El negocio es administrado por taiwaneses que todo el tiempo se están riendo y se dicen dispuestos a ceder en todo a las exigencias de los clientes.
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