UNA AVENTURA EN EL AMAZONAS
abril 12, 2012![]() |
El autor con sus vicios después del básquet |
“¡Qué no he visto en esta selva de Dios! Yo soy hijo
del Amazonas. A mí Londres y París me importan lo que le importa la soga al
ahorcado. En este país de Dios se pierde el gusto por todo lo que no sea en
verdad esencial. Este es el auténtico paraíso, amigo. La fortuna es que allá
afuera hay espejismos y esos espejismos tienen embobada a la gente. Imagínate
que todos esos atembaos quisieran venirse para acá y hacer edificios, hoteles,
aeropuertos, imagínate que detrás de cada árbol te saliera un japonés con su
cámara minolta y su disfraz de Hemingway en Kilimanjaro”. Después de su
panegírico empieza la historia: “Llegué a una comunidad de yaguas y había una
chica a la orilla del río. Me miraba muy fijamente y había atrevimiento muy
especial en sus ojos. Buscamos la oportunidad para encontrarnos. Ella estaba
con su mamá y familia, de modo que era difícil encontrar el momento y el lugar
adecuado. Utilicé un pretexto para ir a la selva sin que nadie me siguiera. Le
indiqué con los ojos hacia dónde me dirigía. Y efectivamente ella me siguió.
Comencé a admirar la belleza de su piel, sus ojos grandes y brillantes, el
cabello muy liso y destellante, pesado, grueso. Apenas se cubría con un vestido
de tela muy liviana y era evidente que lo hacía más por coquetería que por
ocultar sus gracias. Empezamos a sonreír y poco a poco nos fuimos aproximando.
Cuando sentí su respiración muy cerca, me emocioné. Nos besamos y el beso dio
inicio a un juego de intercambios, nos abrazamos y fuimos conociendo nuestros
cuerpos. Yo sentía la suavidad y tersura de su tez, distinta a todas cuantas
haya sentido. Al rayo de sol se veía espejear el color canela, un color casi
líquido, movible de su piel. ¿Cómo decirlo? Era una piel que estaba muy viva,
vibrante, con un pálpito que obligaba a pensar en los golpes de su sangre
recorriendo el cuerpo con la pasión de un río crecido. ¿Has tenido una
serpiente viva entre tus manos? Uno siente la tensión de los músculos bajo la
piel. Esa era la sensación, pero no con el desagradable frío de las serpientes,
que hacen pensar irremediablemente en la muerte, sino con la calidez del ser
humano, del ser que hace pensar en la vida, en el amor. Uno siente una
atracción tremenda, una especie de pulsión. La parte animal del amor estaba
presente en aquella mujer. Todo lo demás es literatura. Tú me entiendes,
escritor. Ese fue el primer encuentro y apenas estábamos cogiendo confianza.
Fue necesario esperar otro día. La segunda vez fue tan emocionante como la
primera. Nos quedamos de encontrar una noche en la selva. Como yo estaba con un
mundo de turistas —era el tiempo en que llegaban a Leticia los gringos viejos
de Miami y muchos orientales— y me correspondía la responsabilidad de
cuidarlos, tenía poco tiempo. Además estaba el tema del necesario sigilo. Le
robé una noche a mi sueño para estar con mi indígena. La noche anterior no
había dormido pensando en ella. La siguiente tampoco dormiría pero por otra
razón más concreta. Toda la noche había sentido su respiración en mi tienda
solitaria. Entiendo esa noche en vela como una iniciación indispensable. O
quizás fue que soñé su aliento ocupando el espacio de mi tienda de campaña. En
la primera ocasión en la selva sólo fue irnos acercando, ganar confianza,
olernos. Lo que es rápido es fugaz y nosotros queríamos prolongarlo. Ella sabía
que yo no regresaría por esa ruta sino años después o nunca, y yo sabía que su
vida en la selva estaría sujeta a muchos azares. Un mes más tarde podría
haberse ido a vivir a otra comunidad, estar casada. En el siguiente encuentro
utilicé el mismo procedimiento. Aquello era muy lindo porque estábamos en un
lago de aguas casi inmóviles, el cielo y las nubes, los pájaros se reflejaban
en el agua con una fidelidad tan increíble que parecía que estábamos flotando
entre ellos. Sólo nuestra piragua rompía la inmovilidad, la perfección del
mundo. Ella remaba. Hablábamos en portugués. Fuimos a un lugar especial
escogido por ella. Ella iba en la proa remando. Lo repito porque ese hecho fue
muy importante y lo conservo en la memoria y me moriré con el recuerdo. Parecía
la primera escena de la existencia humana y yo me sentía el privilegiado de
Dios. Ese instante no lo cambiaría por nada. Entramos a la selva. Caminamos
hacia un lugar alto. El lago había crecido. Llegamos al punto clave. Comenzamos
caricias, besos, la fui apreciando, esa belleza, un cuerpo a veces de madera
dura como roca y en ocasiones suave como plumas de pericos australianos. Fue
tan intenso todo aquello que yo sentía perder el aliento. Ella disfrutaba de
cada instante, cerraba los ojos, sonreía, arrancaba en una especie de llanto de
alegría o de risas nerviosas, toda ella parecía fluir bajo mis manos. Respiraba
profundo, profundo, profundo, se emocionaba muchísimo. Cuando estuve en ella me
apretó de manera recia, inconcebiblemente intensa, me abrazó como una anaconda
con todos los músculos de su cuerpo, era como si quisiera poseerme de manera
completa, que yo desapareciera en ella, que yo fuera ella. Nos despedimos. Ella
quería que yo regresara, pero luego fue difícil, todo había cambiado. Tardé
demasiado en volver al sitio de nuestros amores. Yo por esos placeres tan intensos
me vuelvo yagua. Pero perdí mi oportunidad. Ahora solamente soy un guía y ando
como loco Amazonas arriba Amazonas abajo, buscando una como ella. Y es que
cuando la encontré ya no era la misma. Sería ocioso tratar de explicarlo, o
reducir la historia a ciertos hechos no lamentables pero sí tristes. La vida es
así”.
1 comentarios
Solo un maestro de la narrativa como Marco Tulio Aguilera Garramuño puede, en un pasaje esencializar la dimensión del hombre en la gigante selva amazónica. genial la comparación con Londres y París. Maravilloso el encuentro con la nativa: reconfirmación de una verdad insoslayable: marco Tulio es hoy por hoy, el MEJOR narrador de lo Erótico.
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