MÉRIDA, SOL, BESOS Y HOTELES
julio 15, 2012
Ya pasamos por XX y nos faltan
dos horas para llegar a Mérida. La oscuridad me impide seguir escribiendo.
Pongo en el video del autobús una película de Tom Hanks y Julia Roberts. Los
dos están viejos, quizás sesentones. Todos han envejecido: Lucerito, Angélica
María, mis amigos. Somos del club de la
artritis, la osteoporosis y las próstatas inflamadas. Yo me niego. He dicho que estoy apenas en mi adolescencia.
Que voy a vivir 140 años. Dadme una vida sana y lograré que lleguéis a los 140
años. ¿Quién dijo eso? Quizás Diógenes el cínico. Generalmente entrando en la
edad en que los frutos se caen, es decir cuando el último de los hijos se va de
la casa, la pareja queda sola, frente a frente. Viajando en autobús de segunda, tras haber perdido el de primera. A mi
lado va sentada una señora cincuentona con los enormes y flojos brazos
abarcando tres cuartas partes del
espacio que nos corresponde a los dos. Si va a estar pasando tantas veces mejor
yo me voy al lado de la ventanilla, me dijo agriamente cuando hice mi segundo
viaje rumbo al baño. No señora, le respondí con dureza a mi carcelera, yo tengo
el asiento 23 y usted el 24 de modo que no pienso cambiar. No deja dormir, replicó.
De modo que tras habernos mirado como machos cabríos antes de embestir, cada
quien se quedó con su sitio. La estadía
en Mérida ha sido breve y… no hay más adjetivos. Cumplimos. Presenté mis libros
pronunciando una conferencia en la que repetí mis tópicos, agregando una
pincelada de filosofía, de poética del discurso y de anécdotas que naturalmente
mi máneger conoce. El público se mostró moderadamente entusiasta. Vi sonrisas
de complicidad en algunos rostros jóvenes. Algunos de los viejos dijeron
haberme leído. Un veterinario dijo que en mis libros había hallado el sentido
de su existencia. El salón estuvo lleno sin desbordamientos. Se vendieron
algunos libros. No los que esperaba. Apenas mil pesos. Suficiente para un día
en el Paradisus Hotel. Lo destacado de
la estadía en Mérida fue que la primera noche fuimos pasto de los zancudos en
el Hotel Punto OH. Mi amiga y compañera de viaje dijo: Ni una noche más en esta
pocilga (pocilga de 550 pesos la noche). Además nada más ver los corredores de
aquella enorme estancia colonial mi amiga dijo tengo miedo, aquí hay fantasmas.
De modo tal que a las nueve de la mañana del día siguiente ya estábamos en la
calle buscando nuevo alojamiento. Al que llegamos a las once de la mañana bajo
un sol de zona tórrida arrastrando las maletas, que si no hubieran tenido rodachines
nos habrían descuajaringado los lomos. Me dirán ¿y por qué no tomaron taxi?
Pus, por disciplina, para conocer la ciudad y porque la idea era caminar y
bajar panza y quemar calorías. Cuando estábamos entrando en el Hotel XX
equivocamos entrar por la puerta adecuada. Nuestra intención era alojarnos en
el Best Western. El azar nos fue favorable y el Hotel XX (800 pesos en
promoción) resultó ser un sitio bastante agradable. LL y el epónimo cumplimos
con el ritual de presentar los libros. Los autores locales nos regalaron seis
libros, gracias. La señora de los brazos gordos parece que se ha calmado. El
caso es que al día siguiente cuando caminábamos bajo el sol en Mérida,
amparados por nuestros sombreros jipi japa recién comprados en un arranque de
despilfarro (1500 pesos), ella con su sombrero se veía tan hermosa y se estaba
comportando de manera tan agradable que tras tomarle una foto tomé su rostro en
mis manos y le di un beso en la boca y
le dije eres una cabrona insoportable. Y ella dijo ¡Ora!, con lo que
quería expresar que el movimiento había sido agradable a sus ojos de mujer
divina, implacable, inapelable, que exige siempre militancia amorosa sin
competencia alguna.
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