TROTAR POR LAS MONTAÑAS Y PERIQUITA
julio 01, 2012
Libreta de Contabilidad de 1983. En la primera página hay rústicamente dibujadas unas piernas musculosas en actitud de correr y un libro. Después enlistado el programa de entrenamiento a campo traviesa. Una crónica de mis encuentros y desencuentros con Carmen Balcells. Luego: Hoy fuimos de nuevo a correr por las montañas que rodean a Xalapa. El trayecto se hace en una hora y es verdaderamente terrible. Media hora de ascenso y luego el avance por el lomo de la montaña. El Cofre de Perote se ve al alcance de la mano. Más adelante el descenso hacia un riachuelo y finalmente emprender la parte más difícil, un ascenso empinadísimo. Al final uno sale como de un abismo y puede ver súbitamente el Barrio de Coapexpan. Salimos exactamente en el mismo sitio donde quizás hace un par de años tomé clases de danza con Clitemnestra. Imaginen, el fauno, único del género masculino, en medio de un ninfario de criaturitas de 14 a 16 años. (Un fin de semana fuimos a la playa y permanecimos haciendo juegos de gallinita ciega. Los padres no se enteraron, por suerte).
Regreso a la montaña. Los que salen del abismo a veces ven a los corredores retrasados en el filo de la montaña lejana. Esperan a la salida de aquel desfiladero expresando su ansiedad, burla o simpatía por los que todavía no llegan. Los que corren conmigo son discípulos de Chava, un místico karateka, muchachos sanos y fuertes. Se podría decir que pertenecen a una raza diferente, son como pequeños espartanos que progresan en las disciplinas físicas y espirituales gracias a su maestro.
Luego vienen dibujados en la libreta planos de trayectos de entrenamientos.
El 9 de marzo me recuerdo en dos situaciones: fuera de la barda del Hotel Intercontinental en Cali, mirando hacia adentro, donde los turistas se rostizaban al sol, eso fue durante mis días de estudiante: arroz con huevo al desayuno, almuerzo y cena, en las residencias de la Ciudad Universitaria de Pance, miraba a los turistas con envidia y deprecio: esos son los ricos. Y luego me veía como jurado del Concurso Jorge Isaacs, al lado de José Donoso y Johnattan Tittler, asoleándome en esos mismos largos sillones donde antes veía a los gringos.
Sexto lugar en carrera de 5000 metros planos: 19 minutos 46 segundos. Recuerdo que en mi primera carrera en el Estadio Pascual Guerrero hice 18 minutos 30. El 21 de marzo: minimaratón en el Puerto de Veracruz. Calor de 38 grados. Enfermé gravemente de las vía respiratorias. Anoto que voy a retirarme retirarme de las carreras de medio fondo. El 18 de marzo de puro loco decido trasladar mis bártulos a una nueva casa a las tres de la mañana. Todo lo cargué al hombro en la oscuridad. Distancia: 500 metros. La casa es iluminada por un par de ventanas amplias. Bellísima sobre todo es la ventana de la recámara que da a una especie de valle lleno de construcciones bajo el cual está la estación de electricidad y como un tapiz más allá se extienden la ciudad de Xalapa, las montañas y el horizonte. Ese mismo día anoto una frase de Luis Buñuel, que podría servir de motivo oculto a esto que estoy escribiendo: Sólo hacia los 60 o 65 años de edad comprendí y acepté plenamente la inocencia de la imaginación. Necesité todo ese tiempo para admitir que lo que sucedía en mi cabeza no concernía a nadie más que a mí, que en manera alguna se trataba de lo que llaman “malos pensamientos”, en manera alguna de pecados, y que había que deja ir a mi imaginación, aun cruenta y degenerada, a donde buenamente quisiera.
En abril escribo ¡maratón! Aunque en verdad nunca llegaría a completar los 42 kilómetros 250 metros de ley. Luego relato el ascenso al Cofre de Perote después de escribir el cuento “Arrepiéntete pecador”, en el que narro casi literalmente las terroríficas situaciones que viví tras perseguir y alcanzar en una fiesta a una estudiante de filosofía de la UNAM que resultó ser una auténtica demonia.
El trece de abril primer rompimiento con Carmen Balcells. Estoy dándole los últimos toques a El adolecente virgen, novela en la que me ocupo de mi primera visita a las estancias infernales de mi inconsciencia. El 20 de abril emprendo el asedio a una estudiante de teatro de nombre Cecilia. La conocí en una mesa del café La Parroquia. Estaba leyendo manos y le tendí la mía. Andando las hojas de mi libreta y andando los días no llego con Cecilia a ninguna parte. Una reflexión actual: ¿Qué busco con esta enfermiza persecución de mujeres? ¿El simple ejercicio de un rústico donjuanismo? ¿Necesito satisfacer mi instinto depredador o se trata de que mi ego tumultuoso me exige sacrificios uno tras otro, uno tras otro, con una especie de insaciabilidad verdaderamente diabólica? ¿O se trata de una honesta búsqueda de amor? ¿O es un muestreo seudocientífico, como el que lleva a cabo el Doctor Amóribus en Las noches de Ventura, en el mundo variopinto, darwinesco, multicolor, del mujerío? Si todo este avatar me lleva a algo digno, de alguna manera estaría justificada mi vida. Podría contemplar el paisaje de tantas guerreras caídas después de la batalla y decir: había un fin: un ascenso imperceptible, un indescifrable proyecto hegeliano desde la carne burda hasta el espíritu.
El 4 de mayo firmo el contrato de Cuentos para después de hacer el amor, libro que fue rechazado por 16 editoriales y que al cabo de los años se convirtió en mi best seller, con más de 50 000 ejemplares vendidos y 16 ediciones en varios países. El 25 de mayo: he estado escribiendo durante los quince días de vacaciones nuevos capítulos de Mujeres amadas. Escribo como de costumbre sin plan, caóticamente, esperando que de entre el desastre de los acontecimientos aparentemente sin sentido, aparezcan las escenas luminosas de las que luego constará la novela. Se trata, me parece, de una especie de buscar pepitas de oro en los acumulados de arena que voy cerniendo con paciencia y fe a lo largo de los largos años que me ocupa no sólo esta novela sino todo lo que escribo. Con Marcel Du Franck sigo encontrando poco a poco los secretos del violín, los de la música y por extensión los de la literatura y la vida.
Paso rápidamente muchas páginas que no me interesan.
Hasta que, por fin, el 16 de julio, encuentro una crónica bastante interesante en cuyo centro está Periquita, que se suma a la lista de mis mujeres. Periquita aparece fulgurante y desaparece como un cometa, sin que yo sepa entender por qué. ¿Será porque soy mal amante, aburridor, insoportable, pernicioso, prepotente? ¿O tal vez porque insisto en relacionarme con mujeres a las que les basta un amorío pasajero? ¿Con mujeres que no persiguen en sus relaciones proyectos a largo plazo? Me pregunto entonces: ¿será que toda mi vida estaré dedicado a perseguir mujeres pasajeras y a no permanecer con ninguna más allá de dos, tres, diez o veinte fornicaciones entreveradas por leves intromisiones en sus almas peregrinas?
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