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Estancia en el solitario paraíso en Boyacá

noviembre 21, 2012

Antes del texto les ofrezco el video de la presentación de Historia de todas las cosas en la Biblioteca Departamental de Cali...

http://www.youtube.com/watch?v=pVmwBHlTUvA&feature=youtube_gdata


Estoy en la finca de Nena, mi hermana, en Boyacá. El silencio zumba el los oídos. A lo lejos, muy a lo lejos, se escucha un rebuzno.La Nena duerme. Ronca. La cabaña a veces cruje. Está hecha de tablaroca y tiene una base de concreto. Grandes ventanales. Se escucha un golpe. Pienso sin inquietud que este país está asolado por hordas de salvajes que matan sin razón o a cambio de cualquier miseria. Son las cuatro de la mañana. Me despertó una fuerte, casi dolorosa erección. Estaba soñando con una joven que se paseaba desnuda por la cabaña. Ella, yo y otra persona (¿la nena?) jugábamos cartas. Había sobre la mesa un dibujo de una felación tan bien plasmada que parecía hecha por Miguel Angel Buonarroti. Mi hermana ha trabajado toda la vida, sin involucrarse con hombre alguno, para conseguir lo que buscaba:  varias hectáreas de tierra casi virgen, una cabaña lejos de todo, muchas plantas de especies distantes.

Otros dos hermanos han conseguido lo mismo: en la madurez de su vida un lugar para madurar en silencio su vejez: Sergio el ermitaño (que volvió a ganarme los pulsos con las dos manos… como siempre lo hizo) y Gustavo, comprando con su mujer una gran casa en la cima de un cerro en Cali. ¿Yo? No sé. Veleta al viento. Lo que venga. Eso digo. Sigue avanzando el amanecer. El silencio zumba en mis oídos. Cada tanto tiempo suena una especie de estallido. Pienso que la cama se comprime al capricho del frío. Leyendo  La ceiba de la memoria pienso:  Quiero contrastar esta forma de escribir de Roberto Burgos Cantor con otras, en las que no es el detalle minucioso, la abismal profundización de los seres y los instantes, sino el relato el que jalonea la novela. En el primero lo  que prima es el sentido, en el segundo lo que domina es el gozo de la búsqueda de un fin, o más bien un objetivo, de alguna manera efectista. La abisal profundización en el presente, eso es lo que hallo en esta novela que sólo podrán disfrutar los pacientes, los sensibles, los de inteligencia lúcida, lectores que ya no existen. Novela tan abisal que está irremediablemente destinada a ser ignorada. Tiempos remotos, paisajes distantes, conviven con semejante vigencia. Cartagena, el desembarco de negros. Varsovia y Dahau, los trenes de muerte en los que se hacinan humanidades sin más destino que la cámara de gas, los bergantines en cuyas bodegas se hacinan los negros africanos arraancados de su tierra. Un novelista que va armando el rompecabezas de la parte más triste de la historia de la humanidad. Un estilo de una intensidad que no da tregua, un estilo muy distinto al complaciente, al que gusta al lector hedonista. Ya llevo 957 páginas de este manuscrito. Para el 31 de enero del 2013 tendré 1400. ¿Después que haré? Podar despiadadamente hasta dejar entre 300 y 500. Conservaré intactas las 1400. Tal vez algún día las publique. Con la Nena caminé por su territorio. Ese roble se llama Doña Ruth, me dijo señalando un árbol que pensé era la madre de todos los árboles. Bajo él un círculo de cien metros de diámetro señalado con su sombra: gracias a su influencia y en la propia frontera exterior del círculo, crecen sus retoños.  Como si dijera: Sí, son  mis hijos pero viven fuera de mí. Como los Aguilera Garramuño hemos crecido y medrado y envejecido fuera de la sombra de doña Ruth. Caminata en busca de café molido hasta la finca del vecino más cercano. Tuvimos que usar botas de hule. Paisajes de frescos, dulces, calmantes prados, absoluta soledad, pocas vacas. La finca de don Ricardo queda a tres kilómetros de la cabaña de Nena. En cada una de las cuatro esquinas de su casa hay cuatro perros. Soledad, temor, prevención, campos sin habitantes, eso es lo que ha dejado la violencia en Colombia. Los que siguen viviendo en el campo son criaturas aferradas, tercas, dispuestas a afrontar lo que sea.

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