Sucedió un cuerpo en Puebla
marzo 13, 2013
Para celebrar la presentación del magnífico libro de cuentos de Beatriz Meyer voy a reproducir un párrafo del texto que leí en la pasada Feria del Libro de la Ciudad de Puebla...
Muchas mujeres, ninguna de ellas convencional, habitan el
inquietante, duro, golpeante, deliciosamente perverso libro Sucedió un cuerpo de Beatriz Meyer:
Magda, una intelectual casquivana que cruza sus piernas de exposición en una
cafetería (de Puebla, naturalmente) ante el azoro del aspirante a poeta, que la
sueña bajo la suela de su zapato; la
niña Dorotea, una lolita despiadada que coquetea con un sexagenario obsesionado
por el Quijote; Sara, que cae, en parte voluntariamente y en parte llevada por
las pulsiones de su cuerpo, ahíto de mariscos, bajo el imperio de un personaje
sombrío que le impone recibir una y otra vez los tributos masculinos en la boca
y la convierte en una buscona que utiliza los más sórdidos baños y rincones de
la ciudad (Puebla, claro) para cumplir con sus encomiendas; una abuela que es,
en palabras de su primer esposo, una puta redomada que termina convertida en
santa; una menopáusica de 55 años, súbitamente rejuvenecida y convertida en una
especie de viuda negra; Amelia, que podría ser personaje de un cuento de Edgar
Allan Poe, sujeta al hechizo de una orquídea africana que la hace habitar una
trama de la más sofisticada sordidez; la viuda de Bermúdez, hermosísimo
personaje que cumple sus propósitos de consumar su segundo matrimonio con un
niño, al que le hace partícipe de sus deleites bucales mientras recibe por la
popa los embates de un sátiro, de esos que sólo se encuentran en las iglesias
góticas; la bella Nora, otro personaje digno de ser recordado, que de ser niña
raptada por un bandido en los tiempos de Pancho Villa, llega a ser una matrona
administradora de una interesante y novelesca sociedad de mujeres; una típica
(¿típica?, me pregunto) monja poblana que le relata sus andanzas lúbricas a un
confesor que ve su hábito levantarse a la altura de la parte más sensible y
menos sentimental de su cuerpo, que se independiza de su beata voluntad; una
asesina que despacha a sus víctimas con frialdad calvinista y burocrática; una
china lesbiana que actúa en películas porno y termina asesinada por su amante;
Eva-Rosa, otra pequeña nínfula que se convierte en asesina y en personaje
literario… Muchas mujeres, casi todas fatales, y por lo tanto misteriosas y
atractivas, adictas a los licores masculinos y a la vida intensa, ésas son las
que habitan este libro densamente orgánico y por lo tanto inevitablemente vital
que se llama Sucedió un cuerpo.
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